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De fianza a confianza

Desde el concepto "fianza", pasando por el de "fiar" hasta llegar al de "confiar" hay un buen recorrido y una amplia interpretación social. El termino "fianza" se mueve en el terreno de lo negativo, mientras que "fiar" abre la puerta a la relación mutua y "confiar" nos aproxima a uno de los valores éticos que más juego puede dar en el trato humano.

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La fianza que se deposita en un juzgado presupone que el demandado se presentará al llamamiento del juez siempre que éste lo ordenare. Conlleva la obligación de responder ante la justicia, y no por propia voluntad. Fianza hace referencia a algo material, dinero por ejemplo, y comporta des-confianza.

Fiar significa que vendemos algo a alguien que, a su vez, se compromete a cumplir con la otra parte. Cuando hablamos de "fiar", la referencia es positiva puesto que ambas partes se comprometen entre sí, de palabra o por escrito, a cumplir en los términos establecidos. Indudablemente en el fiar ya subyace y aparece el valor "con-fiar".

Me detengo en el concepto "fiar". Supongo que a algunos lectores puede que les suene aquello de ir a la tienda a comprar y “dejar fiao” el género que se necesitaba, por carecer de dinero para pagarlo; vamos, lo que más modernamente pasó a llamarse “comprar a plazos”. En esa compra “de fiao” el tendero de comestibles o el droguero, o la tienda de ropa te daban el género cuyo importe era apuntado en la libreta del comercio (aún no se le solía llamar "lista de morosos"), a la espera de ir pagándolo poco a poco, conforme se pudiera.

No se trataba de que dichos comerciantes fueran maravillosos y altruistas, sino que ante la situación de estrecheces económicas por las que pasaba parte de la población, era una modo de sobrevivir, tanto para el que vendía como para quien se veía en la necesidad de pedir que le fiaran.

“La pachanda” era otra manera de vender y comprar, bastante familiar en las calles de muchos de nuestros pueblos. En este caso concreto, “el pachandero” iba de casa en casa ofreciendo su variado género que lo pagabas, también aplazado, cuando se disponía de dinero. En ambos casos la muletilla era siempre la misma: “Esta semana no puedo pagar, a la que viene te daré algo más”. “No te preocupes, mujer, ya pagarás…”. ¡Apuros!

Esto permite dar entrada al concepto "confianza" cuyo valor es incuestionable. En ambos casos, la compraventa se basaba en una confianza mutua entre vendedor y comprador. La mayoría de la gente cumplía con sus deudas e iba saldando poco a poco lo que debía. En otros términos, se fiaban (confiaban) los unos de los otros, lo cual no significaba que cumplieran todos al cien por cien. Siempre podía aparecer algún moroso terco.

Indudablemente, en este tipo de comercios se jugaba con la confianza mutua, máxime cuando al vivir más centrados en el barrio, por ejemplo en ese bonito y soleado Llanete de la Cruz, todos se conocían y pronto se corría la voz de que “fulanita” o “menganita” no pagan lo que se llevan desde hace algún tiempo y eso des-acreditaba, a la par que contribuía a que nadie te fiara más y sobre todo a perder la reputación. Vergüenza ajena.

En estas circunstancias toma pleno sentido la expresión “darle tres cuartos al pregonero” en su vertiente más negativa, que vendría a significar estar en boca de los demás por no cumplir con la palabra dada, en este caso la de pagar la trampa, léase "deuda" cuyo pago se demora.

La expresión "menganita" o "fulanita" no es un brote más de machismo sino una práctica de uso común que simplemente hace referencia a la realidad del momento, dado que quien se encargaba de comprar siempre era la mujer. La aclaración trata de evitar comentarios en referencia a lo políticamente correcto de nuestro entorno actual.

Y hemos aterrizado en el concepto clave de la "confianza", entendida como la seguridad que alguien tiene en otra persona hasta el punto de fiarse plenamente de ella. Dicha actitud supone trabajo y esfuerzo para mantenerla y conseguirla. Requisito indispensable es desterrar la mentira, la falsedad para poder cimentar la citada con-fianza.

La confianza se nos abre en dos direcciones complementarias: seguridad que tenemos en nosotros mismos y fe que ponemos en alguien. La confianza en uno mismo necesita de la autoestima para sentirnos seguros, valorados ya que las dudas sobre la propia valía minan todo lo que hacemos.

Centrando el tema en los demás, hay que partir de que la confianza es un valor humano de corriente alterna: si soy de fiar y proporciono confianza se supone que debo y espero recibir confianza. La fe que depositamos en los demás y a su vez la que ellos depositan en nosotros cierra el circuito. Confiar en la pareja, en las amistades, en los padres, en los hijos… es hacer un acto de fe que tiene riesgos pero también ventajas. Ideal sería poder confiar en las autoridades, en los políticos… ¡Ilusoria utopía!

La confianza es una actitud de futuro que hace que apostemos por la honradez, la buena voluntad y el buen hacer tanto del propio sujeto como de otras personas. Es fundamental en las relaciones humanas en la medida en que me fío del otro porque poseo de él un buen concepto.

Afianzando el círculo está la verdad, la honradez, cumplir las promesas o, lo que es igual, ser consecuentes con la palabra dada para generar confianza desde el buen hacer. Pero si hablamos de verdad, debe quedar excluida de nuestro ser-parecer la mentira, entendida como “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa”.

Ser consecuente con la verdad implica un compromiso de sinceridad con los demás, mientras que la marrullería, que alimenta la mentira nos hace movernos con astucia tramposa o con mala intención frente a los otros. Desde la mentira anulamos algo tan importante como la confianza que debemos ofrecer a los demás si queremos que, a su vez, nos la brinden a nosotros.

La confianza es el fundamento de toda relación humana. Sin confianza pasaremos por la vida como lobos solitarios. Dado que somos seres básicamente sociales resulta evidente que necesitamos confiar en alguien y que ese alguien, a su vez, confíe en nosotros. En este punto entra en juego el nexo de la transparencia que debe existir entre ambas partes como elemento cohesionador. Indudablemente estamos jugando con la honestidad, que es fundamental para anclar dichas relaciones.

PEPE CANTILLO
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