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El gran sueño de José Ignacio

Todos los jueves, como era habitual, José Ignacio solía hojear la prensa tras meterse en la cama para que el sueño viniera con prontitud. Recientemente había estado en los premios Goya y, a pesar de que Pedro Almodóvar había dicho que no quería saber nada de él, lo cierto es que en esta ocasión no le montaron un cristo los que se dedican al cine.



“Quizás se deba a que los resultados económicos han sido buenos este año y se han dado cuenta de que llevo razón y que el IVA al 21 por ciento no es el culpable de sus males. Tienen que dejar de hacer política y dedicarse a desarrollar un poco más la imaginación, que es lo que verdaderamente les falta a los españoles, ya que los socialistas los acostumbraron a las subvenciones por lo que acabaron convirtiéndose en pedigüeños… ¡Y así nos va ahora!”, se decía, mientras iba pasando las hojas del diario Expansión, puesto que le interesaban muchos los vaivenes de la Bolsa.

José Ignacio era un hombre de pocas palabras y de leve sonrisa. Entendía que la gente de gran inteligencia, como era su caso, no necesitaba dar explicaciones ni consultar con nadie para llevar sus proyectos adelante. Necesitaba marcar las diferencias entre la masa, que solo ve el fútbol y la televisión, y los que están dotados para elaborar grandes reflexiones, por lo que sus lecturas preferidas giraban en torno a los vericuetos que marcan los mercados internacionales.

Era lo que hacía aquella noche. Llevaba ya un rato largo con los ojos puestos sobre el papel impreso y se le empezaban a balancear lentamente los párpados hacia arriba y hacia abajo. Estaba a punto de dejar el periódico sobre la mesilla, cuando un titular le llamó la atención: “Un cuadro de Gauguin se vende por 300 millones de dólares, la obra más cara de la historia”.

Puesto que él era ministro de Cultura y un par de cosas más, le interesaba mucho todo aquello que diera dinero, que era lo que verdaderamente necesitaba este país tan maltrecho por la herencia que había dejado el inepto de ZP.

Por su parte hacía todo lo que podía: recortar becas, profesores y presupuesto para la educación; aumentar las tasas de los estudiantes y reduciría los grados universitarios de cuatro a tres años, para que accedieran a los másteres solo los hijos de las familias pudientes… Pero todo esto no era suficiente, ya que, como buen neoliberal, su lema consistía en que había que sacar dinero como fuera y sin importar el cómo.

Con esta filosofía no era de extrañar que se interesara por la venta del cuadro que había batido todos los récords. Así pues, comenzó a leer:

“La pintura ‘Nafea Faa Ipoipo’ (¿Cuándo te casarás?), de Paul Gauguin, se ha convertido en el cuadro más caro jamás vendido tras ser adquirido por un comprador de Qatar por unos 300 millones de dólares (264 millones de euros), según publicó recientemente el The New York Times. La obra, de 1892, pertenece a la serie de mujeres tahitianas que el pintor francés realizó en la etapa más famosa de su carrera. Formó parte de la colección del Kunstmuseum de Basilea (Suiza) durante más de 50 años, aunque llevaba años en manos de una colección privada suiza…”.

Se detuvo un rato para mirar el cuadro de Gauguin que ilustraba la noticia. Sentía cierta curiosidad por el mismo, ya que de pintura no tenía ni pajolera idea, a pesar de que su ministerio era el de Educación, Cultura y también de Deporte.

“Joder, qué bien se lo montan estos de Qatar. Claro, como están nadando en petróleo hacen lo que quieren. No solo han untado a más de uno para que se celebre allí el campeonato del mundo de fútbol en 2022, sino que también están soltando una pasta gansa por los cuadros famosos que se subastan. En fin, que habrá que aprender algo de esta gente para sacar dinero que es lo que nos falta a nosotros”, se decía a sí mismo, mientras continuaba con la lectura de la noticia.

“…El desmesurado precio pagado por el lienzo superó los 259 millones de dólares que ostentaba hasta ahora la mayor cifra dada por el cuadro ‘Los jugadores de cartas’ de Paul Cézanne, adquirido por el Comité de Museos de Qatar, el mismo comprador que apunta ser el que se ha llevado el óleo de Paul Gauguin También el récord obtenido en subasta por el cuadro ‘Tres estudios de Lucien Freud’, de Francis Bacon, fue a parar a manos cataríes, pues la hermana del emir del país pagó 142 millones de dólares por él”.

“Está claro que hay que hacer algo. Aquí tenemos cuadros para dar y regalar y no les estamos sacando verdadera rentabilidad, pues colgarlos en los museos solo sirven para entretener a algunos turistas chinos y japoneses, como sucedió con aquella exposición de Dalí”, pensó, al tiempo que cerraba la prensa y apagaba la luz de la pequeña lámpara. Se echó hacia atrás, ajustó la cabeza sobre la almohada y no tardó en dormirse. El sueño vino rápido con unas imágenes un tanto insólitas. José Ignacio se veía totalmente solo en los amplios pasillos del Museo del Prado. La oscuridad lo envolvía y el absoluto silencio era bastante inquietante. De pronto se notó cabalgando sobre un caballo como si fuera el mismo Carlos V pintado por Tiziano… después se encontró en el ‘Dos de Mayo’ de Goya, junto a las tropas francesas, fusilando a estudiantes… más tarde sentía ser el general Spínola en ‘La rendición de Breda’, aceptando las llaves de Cataluña que le entregaba Artur Mas, este como comandante en jefe de las tropas independistas que le seguían…

Los cambios de un lienzo a otro, de una escena a otra, empezaban a ser mareantes. Sentía verdadera necesidad de acabar con los vértigos que le producían estar en tantos escenarios distintos.

Por fin, salió lanzado desde un cuadro hacia el suelo. Con cierta parsimonia se puso de pie. Se ajustó el traje y se pasó la mano por la cabeza para ordenar los contados pelos que le quedaban. Miró hacia un lado y otro y se dio cuenta que ahora estaba en una sala de subastas de Sotheby’s delante de ‘Las Meninas’ de Velázquez, rodeado de magnates japoneses, chinos y cataríes. Resultaba ser quien dirigía la puja por tan magna obra, que acabó cerrándose con la cifra redonda de ¡tres millones de euros!, adquirida por uno de esos emires que se bañan en petróleo.

Con un fuerte golpe sobre el atril dado con una enorme maza de madera cerró la subasta del mítico cuadro, al tiempo que despertaba del sueño repentinamente.

“Joder, vaya sueño en el que he estado enfrascado. Todavía sigo algo mareado”. “Por cierto, ¿qué querrá decir la última escena que todavía tengo metida en la cabeza…? ¿No será que…? ¡Claro, ya está! ¡Cómo es que a nadie en este país se le había ocurrido semejante solución para salir de la crisis!”, se decía ya en voz alta todo eufórico.

“¡Cuando se lo diga a mi amigo Cristóbal, que anda enfrascado en buscar defraudadores de Podemos, le va a dar la risa floja!”. “Cien mil… ciento cincuenta mil… doscientos mil… tal vez trescientos mil millones podemos sacar con la venta de los cuadros del Museo del Prado”. Tras breve una pausa siguió. “Claro, habrá que contar con Arriola, nuestro genio de la comunicación, para que planifique una campaña y así lavarle el cerebro a la gente, pues lo más probable es que salga algún intelectualillo que venga a decir que eso es un auténtico crimen o bobadas parecidas”.

La leve sonrisa no se le descolgó a José Ignacio en toda la mañana. Esperaba impaciente encontrarse con sus amigos Cristóbal, Fátima y De Guindos para explicarles su genial idea. Idea que la guardarían en total silencio hasta que se acercasen las elecciones y la sacasen a la luz pública. “¡Será un auténtico bombazo que nos lazará otra vez a la mayoría absoluta!”, se repetía feliz una y otra vez.

“¡Por fin se enterarán quién soy yo todos esos paniaguados que en las encuestas me han puntuado con un 1,4! ¡A mí, que soy políglota con un montón de títulos!”, se regocijaba interiormente, al tiempo que cruzaba la entrada del señorial edificio en el que residía y se colocaba en el borde de la acera para hacerse visible ante el próximo taxi que pasara y lo llevara al gran encuentro.

AURELIANO SÁINZ

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