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Si De Guindos fuera Melchor

Si el ministro Luis de Guindos fuera Melchor diría que los niños no tendrían miedo de que los Reyes Magos los dejaran sin juguetes pero, como es ministro de Economía, asegura que los españoles ya no tienen miedo a quedarse sin trabajo. Si alguna vez hubo constancia de una manipulación de la realidad tan grosera, es ésta. Grosera y burda, porque a nadie convence ni a nadie engaña.

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Sigue la consigna de negar la evidencia que ya utilizara su compañero de bancada, Cristóbal Montoro, cuando afirmó en el Parlamento que los salarios de los trabajadores en España no se habían reducido.

Hay mentiras que, aunque se repitan mil veces, no se convierten en verdades, como propugnaba Goebbels, y siguen siendo mentiras. Por eso, si De Guindos fuera médico y aseverara que los españoles no temen contagiarse del ébola, estaría cometiendo la inmensa desfachatez de ocultar la realidad y negar los miedos y preocupaciones que atenazan a los ciudadanos en la actualidad. Estaría engañando conscientemente a la población.

Todas las calamidades de la gestión del Gobierno, al que pertenecen tanto De Guindos como Montoro y demás compañeros del Gabinete, son presentadas por sus responsables como posibilidades que permiten, no asustar a la gente, sino fortalecer al que las soporta.

El manual de manipulación dicta resaltar lo positivo que albergue cualquier desgracia, aunque sea insignificante, y obviar lo negativo, aunque sea mayúsculo. Y eso es lo que pretende el exagente de Lehman Brothers, devenido ministro de Economía del país que más duramente se ha visto castigado por aquella quiebra, al proferir tamaña boutade sobre la supuesta despreocupación de la gente por irse al paro.

Si no fuera por la gravedad y trascendencia del asunto, sus afirmaciones moverían a risa. Cerca de seis millones de personas viven en estos momentos la incertidumbre del desempleo y la falta de perspectivas por encontrar alguno, aun precario, lleva a muchas de estas personas y a sus familias a la desesperación, la marginación y a ser pasto de alteraciones psíquicas y físicas que deterioran, no solo su situación familiar, social y económica, sino también su salud.

Pero De Guindos asegura que, para entonces, ya no sienten miedo del destino al que conducen las actuaciones adoptadas, entre otros, por el lenguaraz ministro desde que fuera, incluso, agente de la mayor quiebra financiera de la historia moderna.

Las duras medidas restrictivas implementadas por el Gobierno en el que participa el señor De Guindos castigan sobre todo a la inmensa mayoría de la población, la menos pudiente y más vulnerable, con pobreza, denegación o limitación de recursos públicos y supresión de derechos laborales, sociales e individuales, para favorecer prioritariamente a los detentadores del capital y corregir con el dinero de todos sus fallidos especulativos, facilitando ayudas, perdonando deudas y rescatando de la quiebra sus negocios.

Con ese objetivo se reflotan bancos para que desalojen de sus viviendas a obreros expulsados al paro y se aligeran las condiciones laborales para que las empresas despidan empleados y contraten sustitutos más baratos, sin ninguna garantía para el trabajador.

Y esa situación de absoluta explotación del débil, con la complicidad activa del Gobierno, ha de presentarse, en este año electoral, como necesaria para que la economía vuelva a “funcionar”, es decir, para que los ricos sigan enriqueciéndose a costa del empobrecimiento de los demás.

De esta manera, se debe reiterar que ser condenado al paro ya no debe dar miedo porque se trata de una oportunidad de mejora que permite amoldarse a la flexibilidad que exige el mercado. Es decir, nos predispone a trabajar más y cobrar menos, al arbitrio del empresario de turno y sin cobertura legal que prevenga los abusos y la explotación.

Pero no es sincero. De Guindos sabe bien que lo que temen los españoles es perder el empleo, tanto lo temen que es el asunto que más preocupa a la población, detrás de la corrupción, según las encuestas oficiales.

Los ciudadanos temen enfermar y no ser atendidos con la eficacia y la celeridad a que estaban acostumbrados, a no poderse costear los medicamentos y a ser expulsados del sistema sanitario por cualquier arbitrariedad burocrática.

Los españoles temen no poder enviar sus hijos a la Universidad porque les deniegan las becas o les incrementan el importe de las matrículas y los créditos académicos. Temen, incluso, jubilarse porque las pensiones no alcanzan para disfrutar de un retiro merecido.

Tienen miedo de tener que cuidar de un familiar impedido porque las ayudas a la dependencia se han suprimido con mil argucias presupuestarias o normativas. Los españoles sienten pánico de no poder pagar una hipoteca porque los desahucian sin contemplaciones y los enfermos de Hepatitis C están angustiados porque no se les administra el fármaco que podría curarlos.

Todo esto es insostenible si se quiere sostener a los bancos, las farmacéuticas, las autopistas, a los magnates de la industria y el comercio, los conglomerados económicos y mediáticos y a la clase social que detenta el capital. Y eso hay que ocultarlo con manipulaciones groseras de la realidad, intentando que los perjudicados no denuncien su situación y la perciban como una posibilidad de supuesta mejora.

Tal cosa es lo que hace, entre otros, Luis De Guindos, conocedor de que ninguna de estas situaciones es una oportunidad, sino una condena, una tragedia que el ministro intenta “maquillar” con sus insinuaciones embaucadoras.

Intenta que los explotados y expoliados no se rebelen contra el atropello y el ultraje, no reivindiquen sus legítimos derechos, no exijan la restitución de lo que fue y es suyo, a sus condiciones de vida, su Estado de Bienestar y la protección efectiva de un Gobierno, al que eligieron con la promesa de “hacer las cosas como Dios manda”, no un Gobierno que los maltrata.

En esa tesitura, De Guindos sería un pésimo rey Merchor porque ni los niños se dejarían engañar tan fácilmente, aunque lo que mande Dios sea acabar con su inocencia a golpes de reformas y ajustes que los dejan sin regalos.

DANIEL GUERRERO