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Canción del último gato polar

Nuestro amor terminó cuando decidí hacer el testamento de la vaca. El testamento de quien no tiene más que un puñado de leches en la nevera. Ese fue nuestro final. Ahora tus fotos son aguas residuales y yo me dedico a combatir la noche ciega, me dedico a enterarme en qué mundo vivimos. Y allí que me voy, ni yo mismo sé bien, con la canción de los espalmados, con el aguapié de mis relatos. Aquellos que te proporcionaban fiebre y atrevimiento.

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Hacerte el amor era pasear por las sendas cuando había llovido, era el cuero curtido de una silla de montar, era la irritante picadura del mosquito. Nunca nos llevamos bien. Empezábamos las guerras con palos y las finalizábamos con disparos de semiautomática.

Te encantaba el amor cánido, que te tomara como a una cachorra, que lamiera tu empeine con ansia. Y tú vertías tus aguas en mí y me dejabas afónico. Eras la plaza donde se reunían la paz y la guerra. Miro atrás y cada instante que me has dado es una factura sin pagar.

Nuestro amor se acabó entre dos besos, el que me diste ayer y el que te he dado hoy desde las almenas. Me has dejado las cicatrices de los peces después de inyectarme tu último disparo.

Besé tu perineo. Olía a anís. Ese era nuestro amor: nariz y vagina, huevos y canela. No me importa la higiene cuando ando con la espada.

De noche eras de caoba, con racimos abundantes. Todo lo demás eran trapos, intestinos y beatería.

Yo buscaba tu desnudo, blanco por dentro, tortazo por fuera. Te mordía el lomo, escuchaba los decibelios de tu coliseo rasurado, me anochecía entre tus muslos braseados, shhshsshs, no hables, no pretendas hablar cuando el halcón está hambriento.

Aquella última vez, cuando estabas encharcada, dura, con el humo de las águilas desplegando su poder. Entre en tí como entra la lanza fría, tú me picabas como una medusa, bajaste mis pantalones y rompiste una docena de huevos cuando probaste mi carne. Buscabas mi rendición, que yo sintiera claustrofia ante tu caza sanguinaria. Pero yo partí la montaña. Y con ello, tu escaparate de hembra capitana.

No sufras, me marcho, te dije- Cogeré la puerta, te entrego el minutero para tí, me llevo a mis forzados y sacaré mi pistola de debajo de la almohada. Me elimino de tu partida de tenis.

Te dejé con aquel crucifijo de plata vieja formando la T sobre tus tus nalgas. ¡Sacrosanta, sí!-grité enfurecido.

—Me haré clarisa, imbécil.

Corro por la calle, entre el carnero y el toro, matando los colores, fabricando aprisa una valentía que achacarme. Son segundos empañados en los ojos, en un barrio de jardines y frutales.

Veo los perros arrugados. Los automóviles son cromos que intercambian furias.

¿Y mi infancia con todo su despliegue? La veo lejísimos, al igual que mi atrevimiento. ¿Dónde ha quedado el Universo de entonces, las risas de los museos, los visos azulados, los caballos fuertes, las bestias y los santos sacramentos, el torero saltando a la comba, las espuelas del héroe dando besos culinarios. A mis charcos les ha fallado la memoria. ¿Dónde están las doncella de aguamiel?

Son ya dos semanas sin verte.

Me adentro, a golpe de remo, en las calles de la ciudad, donde se vislumbra con mayor nitidez el volumen abultado de la derrota. Mendigos podados, ejecutivos sonrientes vestidos de novia, pendencias, y alguna fidelidad solitaria al Rey. En toda tasca hay un hombrecillo ridículo hablando la política como el que repasa la lección. La gente se pasa la vida escuchando los cuartos, las medias, las horas.

Continuo caminando, te recuerdo con tu pequeña boca fascista, tu fiereza desde tu trono gatuno. Te dije entonces que en las estrofas del sexo no hay basura ni gérmenes, sino tacones y estacas, miradas de golosina, espionajes del diablo.

Sonrío. Te gustaban mis ocurrencias. Sigo caminando, alimentando mi rinconera de cascajos.

Veo iglesias de piedra y barro, iglesias con estuco y coleta. ¡A cuadrarse al frente....arrr!

Un niño vocea los titulares de los periódicos en plena calzada.

El poder del Kraken ha decidido. El bipartidismo de Partido Único ha sido pasado por la espada. Es hora de una nueva transición, dirigida y tutelada, dejen paso a las orugas de los nuevos tanques. Al Kraken no se le escapa detalle, España no debe dejar de creerse ser la espuma del jabón, lo espumoso de la leche. Toca reconversión.

—Yo quiero transversión, me dice un mentecato que ha encontrado una palabreja más florida que la tan sobada "transición".

Observo que aparecen las flores azules de la policía. A éste se lo llevan, por sacrílego y rompe-pelotas, me digo.

No debe pensar este país nuestro en que la democracia sufrió desde su nacimiento un allanamiento de morada. Deben seguir creyendo que fuimos los españoles los que empujamos a la dictadura hasta caer por el precipicio.

No, no. La guerra interna del franquismo desembocó en esto que hoy tenemos. Ganó la partida el bando más fuerte, el bando que ha parido lo que hoy tenemos. Ganó el Kraken, como siempre. Todo lo que ocurre forma parte de su programa.

Por eso yo pido el derecho añadido e imprescindible de portar armas, para que acabemos más desquiciados aún y nos matemos unos cientos por cientos.

—Esto es un acatamiento festivo, me dice un jubileta.- Este país nunca se pregunta por el espíritu de concordia, dónde está nuestro difunto hermano.

Asiento y le mando a misa con un ¡sí, sí! ¡PESAO!

Tal vez el viejales tenga razón. No sé, yo no he salido de la que era mi casa en dos años. Tan sólo me he dedicado al amor y a romper huevos.

Veo a las gentes encaramadas a los riscos, con sus asperezas, aceptando la rendición y el despojo. Los mandamases dominan el valle y los aldeanos se guarecen en las cavernas. Nadie porta armas ni posee el instinto de la guerra, no brota la rebelión por ninguna parte.

Un momento. Sí, veo gente guerrera, gente de Pelayo y Covadonga.

La gente se vuelve batallera por momentos, habla de reembarcarse con esos chicos nuevos, esos cadetes, esos montañeses que están equipando un ejército en cabalgata, que claman por unas nuevas capitulaciones matrimoniales, que hablan de apoderarse de pendones y banderas enemigas y creen en las emboscadas ingenuas. Y el español siempre se enamora de oídas, siempre busca la huella del incendio. No contempla el patriotilla español el peligro de la preñez en sus acciones. Y se marcha con el primer campista que atraviesa las llanuras fronterizas.

¿Pueden escuchar el gorgoteo del champán?

Están en lo cierto, nuestra política es el aserradero, es la lasca cortando cabezas, son los murmuradores, los indocumentados. La España de los Inmortales y de los hombres. Siempre con aires musicales.

Nuestros dirigentes del sanedrín tan sólo se dedican a dos cosas, una vez que se han fundido el pan blanco del país: Unos hacen pacas y otros hacen balas.

Vean nuestros puentes espléndidos, nuestras casas deshabitadas; vean el espectro de las vagonetas, vean el hule cosido a puñaladas. La gostosa España. Y al frente, los guardabosques. Y detrás, manejando el cotarro, escupiéndonos plagas de gripe, ébola, terrorismo... los talibán.

—¡Peor era Atila!, grito. Sí- me dice la vieja, -pero comía en plato de madera.

—Si te marchas, no vuelvas más, me increpaste tras tirarme del pelo.

—Te dejaré las nalgas calladas, cogeré la puerta, te dejaré en camiseta, con los pechos y los puños al aire, te dejaré con los dedos en el gatillo-te dije.

Prosigo mi caminar.

—Ahora tenemos el peligro sarraceno, me dicen unas aves que están de paso.

¿Y ETA? ¿Qué fue de esos chiquillos parabellum?- pregunto de forma ingenua.

—Ahí andarán en su pastel vasco, sacudiéndose la harina, juntando lo que han ganado todos estos años. Que recojan sus herramientas y recobren la salud- me contesta un muerto sepultado en un atasco.

—¿Qué fue ETA?, me interroga una catedral tan alta como estúpida.

—ETA- suspira un miembro del CNI- Las violentas matemáticas, carne de cacería, el cuento diarreico, el tic tac que nos mantuvo en vilo, el serventesio con pantis en la cabeza, el tabaco que os hemos vendido, que con el frío se queda en la boca y sabe a cabaña calcinada. ETA fue el escapismo, el repuesto de la lagartija, el escaque de esos jugadores que nunca se muestran.

El país está acostumbrado al miedo. Con eso hemos jugado tantos años.

—¿Y todo el deterioro que he sufrido?- inquiere un pupilo de Josu Ternera.

—Hay que volver al horario civil, chaval, hay que reajustarse. No se puede vivir perenne en aguas estancadas.

Tercia un militar:

—El país está acostumbrado al mando de un comandante, a una voz de hierro. Al despoblamiento de inteligencia. Todos ansían ejercer la tiranía, ser como Héctor, Espada de Troya. El país está hecho a un tipo como Franco, insensible al nerviosismo, poeta de ese otro amor que es una raza de cerdo.

Aprieto yo y me pongo firme: Yo quiero ahora el poder de un almirante, que ya nos toca, que a Carrero lo tiraron de la hamaca aquellos monos nocturnos que nadie sabe quién los manda, quién les paga. Quiero un Alejandro Magno que sepa unir a griegos y persas, sin promesas sólidas, sin bálsamos ni bellaquería. Quiero que se construyan muchas gillotinas para acabar con el paro, y que las losas de todas las ciudades sean losas de Tarifa.

Quiero, niña, que te toques con dedal, que te decolores ese camafeo que abulta bajo tus leggings.

-No me gusta ese Obama, el negro de la SS, ese negro más parecido a Perito Moreno, que firma tratados de amistad que mañana son un plan de ataque. No me gustan los monóculos...prefiero muchos- me dice un chino más de la China Mundial.

—Anhelamos volver a las veloces carabelas frente a los pesados galeones de hoy, buscamos el líder relampagueante- se queja un seguidor de la Fórmula One.

—Venga ya, vamos a buscarle los ceros al alcohol- me dice un chavalín.

Entro a un bar. Aquí está la respuesta, aquí están los infundios. Insectos moviendo las caderas y mucho fútbol dando tiros al aire.

Nos hemos aclimatado a la enfermedad, a ponernos de codos delante de ella a esperar que nos joda.

En el bar, hombres de piedra ostionera, enredados en damajuanas y frascos, pesando en una vieja romanilla las raciones de garbanzos, manejando una teoría.

Camino por la calle, siendo testigo de las escasas porciones que quedan. No se escuchan apenas el chirrido de las poleas y las pértigas de las máquinas. Los desempleados son fantasmas invertebrados, los pantanos tienen dientes, los cerdos se comen los cañones, los mosquitos caen en el aguardiente. En la droga y el amuleto encuentra la gente la robustez, Y en las películas carnívoras.

Y todos nos perdemos en la soledad del aullido polar. Los cometas huyen llenos de moscas. Jalead, jalead, dadles una masturbación de hacha.... arrimaos al martillo del herrero, que os pongan los ácaros por escrito, dadle aplausos de color blanco. ¿No te da vergüenza, país mío? Acaparas todas las heladas, te tragas la ideología en las novelas ortopédicas.

Seguridad nacional, apelemos a esa discusión dándole valor. Seguridad nacional es encontrarse con los problemas reales.

¿Cuántos somos?, ¿quienes somos?, preguntará el chiquillo. Somos muchos monos machos que sólo aspiran a que los maten en un sitio conveniente.

—Escúchame, país: Al que coja el poder, le sobrarán muchos tornillos. ¡Dadle el Poder a un mariscal del campo! ¿Creéis que "podemos"?

Sois parvulitos. ¡Podemos no!....¡PUEDEN!. Si queréis de verdad un país nuevo ha de haber una revolución violenta, indiscriminada, donde se mate sin sentido ni proporción. De otra forma, todo lo que aparente cambio, llevará el pecado original, la marca de la Bestia.

El que ha hablado es un anarquista redentor, receloso y panorámico.

Es España un país de alta cocina.

En este país de gourmets vivo a la sombra de un café. Los curriculum sangran bechamel por los ojos, las tundas de los maderos son tortitas con mermelada. Los jóvenes son muertos con leche, análisis de orina, bonita sonería la canción de los espalmados junto a la Estatua de la Libertad.

Los hay que llaman a Dios con número oculto; otros, a cobro revertido. Todos preguntan lo mismo: ¿Cómo va lo mío?

La réplica la da un grifo solitario.

Y una vieja, entonándose con cocorocó boliviano, recita los salmos ante una yema de huevo:

—El Señor es justo en todos sus caminos, si un ejército acampa contra mí. mi corazón no tiembla, camino en tu verdad, señor.

Esa vieja, que no tiene nadie que la compre, sabe que bajamos derechos a la tumba. Tal vez ella vaya más tarde para la huesa.

En el televisor, de entre la pelusa y la mierda, siempre asoman los ejércitos. Ejércitos prusianos de acólitos y seguidores followers. El más cabrón de entre los cabrones, se gana dos pistolas. Y los enfrentamientos con la policía. Hablan las palabras de las pistolas. Hablan las palabras de los doberman.

Miran los ojos de las tijeras Y tú sabes que hay sangre en la bañera. Y el forastero tira al blanco. Y fango en el papel moneda. Y no suena el timbre de las familias.Y una interminable recua de asesinos autodidactas. Antes de nacer, las maderas innobles ya buscan a los niños para encerrar las banderas.

Y en Siria y en Irak, los niños saltan entre llamaradas, con fusiles de palo entre las manos. Se marchan a luchar todos en un golpe de mar. Los aviones se despistan y matan. ¿Cómo les decimos a esos niños que las matemáticas no son en realidad violentas?

Tras el enfoque automático de una cámara vemos el vuelo corto y pesado de las gentes fusiladas, vemos al demonio en su revista de alardes, desaparecen los hombres, las órdenes, las identidades, bajo las bombas. Trincheras como atriles, donde vuelan las partituras y los pies negros.

Vemos en el televisor aquel agujero de bala en un muerto pobre que ha muerto pobre religiosamente. ¿Y qué vemos en ese agujero de bala?

Yo os lo diré. Vemos el rosetón de una guitarra, escuchamos la carne sonante como una pastilla efervescente. Vemos a Gary Cooper, escuchamos las caderas de los insectos que devoran al muerto. Y nos volvemos al mapa mudo de nuestras vidas.

Debemos aprender idiomas, sin embargo....¿qué dialecto habla La Verdad? No nos dejan tener asuntos cuando la lepra es tu única elección. Vivimos bajo la luz en péndulo,entre jeroglíficos y libros inmutables. ¿Por qué no hemos quemado sus ropas jurásicas? Las de aquellos que ciegan nuestros veneros y matan nuestro ganado. Aquellos que no nos están dejando ni respiraderos.

Cuesta aceptar que estás herido, que has dejado de ser puntiagudo..

—He vuelto- agacho la cola y la vuelvo para atrás, para que asome entre las nalgas.

Me abofeteas el culo y muerdes mi hombro.

—Ya veo. No has durado ni dos horas. Cierra la puerta y saca la pistola. Camina así, con los pantalones por los tobillos. Dejémonos del infierno de ahí fuera. No se te ha perdido nada tras nuestras murallas.

A los que sufren de miles de formas,
siendo otros los responsables de su sufrimiento.


M. J. MOLINA / REDACCIÓN
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