El problema de aplicar una visión maniqueísta de la Guerra Civil es que concluyes en una suerte de caricatura, cuando no en un esperpento. Y nadie le teme a una caricatura. Es necesario revisar la Guerra Civil desde la izquierda más herética, o será la extrema derecha la que la reescriba.
Guste o no, la realidad es que se pretendía hacer un centenar de actos para celebrar la muerte de un dictador en su lecho, y se tuvieron que suspender porque alguien con luces se dio cuenta de que era contraproducente. La biografía de Francisco Franco de Julián Casanova se encuentra entre los libros más vendidos en 2025, y la tauromaquia está viviendo un auténtico renacer. Rosalía dice inspirarse en las santas de la Iglesia Católica, y Los domingos de Alauda Ruiz de Azúa se ha atrevido a meter las cámaras en un convento y a reflejar las contradicciones de la intolerancia woke.
Dicho de otra manera, generalizando, del mismo modo que los jesuitas generaron ateos, los excesos woke están generando una juventud conservadora. Y la solución a los excesos provocados por el feminismo radical no es insistir en lo que se les lleva intentando adoctrinar desde hace años. La solución a la intolerancia y el dogmatismo no es ridiculizar o rechazar al que piensa diferente.
La Guerra Civil necesita ser revisada desde la izquierda no dogmática. Y eso sólo es posible acudiendo a los republicanos que la vivieron. Pero no a los popes de siempre. Ni tampoco enarbolando el mito de Lorca, que ya no se sostiene. Si queremos revisar esa terrible contienda, hay que recuperar a personajes como Eric Arthur Blair (más conocido como George Orwell), a Manuel Chaves Nogales, o a Simone Weil.
Si la izquierda desea revisar la Guerra Civil, debe dirigirse a sus herejes. Orwell combatió en España y tuvo que huir para no morir a manos de republicanos estalinistas. Por su parte, Chaves Nogales ha sido el más grande de los periodistas españoles.
Y como todo el que cuenta la verdad, incomoda a todos: denunció la barbarie fascista, pero también las irregularidades del ejército republicano, a los matones de los sindicatos y a los escuadrones de la muerte. Murió olvidado en el exilio.
Simone Weil se presentó en España para luchar y, aunque su físico no le permitió aguantar mucho tiempo, sí que fue suficiente para llegar a la conclusión de que: “ [En el contexto de la guerra española] el hombre de derecha y el hombre de izquierda olvidan, ambos, que largos meses de guerra civil, poco a poco, llevaron a los dos campos a un régimen casi idéntico”.
Esta idea expresada en No empecemos otra vez la guerra de Troya (1937) es también expresada con amargura por Chaves Nogales en su introducción a A sangre y fuego (1937):
Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas […].
El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras. Es igual. El hombre fuerte, el caudillo, el triunfador que al final ha de asentar las posaderas en el charco de sangre de mi país y con el cuchillo entre los dientes.
Palabras también parecidas a las usadas por Orwell en Homenaje a Cataluña (1938):
Además, allí estaba decidiéndose algo muy importante y que hacía dos años me perseguía como una pesadilla: el prestigio internacional del fascismo. Desde 1930 los fascistas habían obtenido todas las victorias; era hora de que sufrieran una derrota, no importaba mayormente a manos de quién.
Si hacíamos retroceder a Franco y a sus mercenarios extranjeros hasta el mar, lograríamos mejorar considerablemente la situación mundial, aun cuando España misma emergiera bajo una dictadura [comunista] sofocante y con los mejores hombres en la cárcel. Aunque sólo fuera por eso, valía la pena ganar la guerra.
Estos testimonios han sido silenciados durante mucho tiempo, cuando no atacados —incluso hoy, un historiador tan parcial como Paul Preston sigue embistiendo contra el testimonio de Orwell— por parte de un sector cerril y maniqueísta de la izquierda.
La realidad es que, en el momento en que se produjo el golpe y en que las potencias democráticas abandonaron a la República, aquella guerra solo podía degenerar en una de dos dictaduras. Presentar la Guerra Civil bajo el binomio democracia-dictadura es un absurdo y una mentira que cada vez encuentra mayor rechazo.
Otro hecho incómodo que debemos aceptar es que el grueso de las víctimas del franquismo seguirá bajo tierra mientras que haya un socialista que pueda beneficiarse de ellas. ¿En qué queda el argumentario socialista sin Franco? Una parte importante del mismo sigue dependiendo en exceso de la figura del dictador, cuya sombra parece ser tan útil políticamente como incómoda históricamente.
Si ese meme con orejas que es el actual líder del Partido Popular supiera contar tan bien, sabría que la primera medida que debería aplicar en su hipotético gobierno sería desenterrar a las víctimas del franquismo, aunque fuese por decreto. Así no habría nadie que pudiera instrumentalizarlas, y el sanchismo se quedaría sin tres cuartas partes de su argumentario. Sin embargo, la izquierda sociológica está lejos de aceptar esta necesaria revisión. Y por eso, entre otras muchas razones, las derechas nos están comiendo. Todavía estamos a tiempo de recuperar a nuestros jóvenes.
Haereticus dixit
Guste o no, la realidad es que se pretendía hacer un centenar de actos para celebrar la muerte de un dictador en su lecho, y se tuvieron que suspender porque alguien con luces se dio cuenta de que era contraproducente. La biografía de Francisco Franco de Julián Casanova se encuentra entre los libros más vendidos en 2025, y la tauromaquia está viviendo un auténtico renacer. Rosalía dice inspirarse en las santas de la Iglesia Católica, y Los domingos de Alauda Ruiz de Azúa se ha atrevido a meter las cámaras en un convento y a reflejar las contradicciones de la intolerancia woke.
Dicho de otra manera, generalizando, del mismo modo que los jesuitas generaron ateos, los excesos woke están generando una juventud conservadora. Y la solución a los excesos provocados por el feminismo radical no es insistir en lo que se les lleva intentando adoctrinar desde hace años. La solución a la intolerancia y el dogmatismo no es ridiculizar o rechazar al que piensa diferente.
La Guerra Civil necesita ser revisada desde la izquierda no dogmática. Y eso sólo es posible acudiendo a los republicanos que la vivieron. Pero no a los popes de siempre. Ni tampoco enarbolando el mito de Lorca, que ya no se sostiene. Si queremos revisar esa terrible contienda, hay que recuperar a personajes como Eric Arthur Blair (más conocido como George Orwell), a Manuel Chaves Nogales, o a Simone Weil.
Si la izquierda desea revisar la Guerra Civil, debe dirigirse a sus herejes. Orwell combatió en España y tuvo que huir para no morir a manos de republicanos estalinistas. Por su parte, Chaves Nogales ha sido el más grande de los periodistas españoles.
Y como todo el que cuenta la verdad, incomoda a todos: denunció la barbarie fascista, pero también las irregularidades del ejército republicano, a los matones de los sindicatos y a los escuadrones de la muerte. Murió olvidado en el exilio.
Simone Weil se presentó en España para luchar y, aunque su físico no le permitió aguantar mucho tiempo, sí que fue suficiente para llegar a la conclusión de que: “ [En el contexto de la guerra española] el hombre de derecha y el hombre de izquierda olvidan, ambos, que largos meses de guerra civil, poco a poco, llevaron a los dos campos a un régimen casi idéntico”.
Esta idea expresada en No empecemos otra vez la guerra de Troya (1937) es también expresada con amargura por Chaves Nogales en su introducción a A sangre y fuego (1937):
Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas […].
El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras. Es igual. El hombre fuerte, el caudillo, el triunfador que al final ha de asentar las posaderas en el charco de sangre de mi país y con el cuchillo entre los dientes.
Palabras también parecidas a las usadas por Orwell en Homenaje a Cataluña (1938):
Además, allí estaba decidiéndose algo muy importante y que hacía dos años me perseguía como una pesadilla: el prestigio internacional del fascismo. Desde 1930 los fascistas habían obtenido todas las victorias; era hora de que sufrieran una derrota, no importaba mayormente a manos de quién.
Si hacíamos retroceder a Franco y a sus mercenarios extranjeros hasta el mar, lograríamos mejorar considerablemente la situación mundial, aun cuando España misma emergiera bajo una dictadura [comunista] sofocante y con los mejores hombres en la cárcel. Aunque sólo fuera por eso, valía la pena ganar la guerra.
Estos testimonios han sido silenciados durante mucho tiempo, cuando no atacados —incluso hoy, un historiador tan parcial como Paul Preston sigue embistiendo contra el testimonio de Orwell— por parte de un sector cerril y maniqueísta de la izquierda.
La realidad es que, en el momento en que se produjo el golpe y en que las potencias democráticas abandonaron a la República, aquella guerra solo podía degenerar en una de dos dictaduras. Presentar la Guerra Civil bajo el binomio democracia-dictadura es un absurdo y una mentira que cada vez encuentra mayor rechazo.
Otro hecho incómodo que debemos aceptar es que el grueso de las víctimas del franquismo seguirá bajo tierra mientras que haya un socialista que pueda beneficiarse de ellas. ¿En qué queda el argumentario socialista sin Franco? Una parte importante del mismo sigue dependiendo en exceso de la figura del dictador, cuya sombra parece ser tan útil políticamente como incómoda históricamente.
Si ese meme con orejas que es el actual líder del Partido Popular supiera contar tan bien, sabría que la primera medida que debería aplicar en su hipotético gobierno sería desenterrar a las víctimas del franquismo, aunque fuese por decreto. Así no habría nadie que pudiera instrumentalizarlas, y el sanchismo se quedaría sin tres cuartas partes de su argumentario. Sin embargo, la izquierda sociológica está lejos de aceptar esta necesaria revisión. Y por eso, entre otras muchas razones, las derechas nos están comiendo. Todavía estamos a tiempo de recuperar a nuestros jóvenes.
Haereticus dixit
RAFAEL SOTO ESCOBAR
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR
ILUSTRACIÓN: ISABEL AGUILAR
























