Hay un aforismo de Carlos Castilla del Pino, al que suelo citar con bastante frecuencia, que dice: “La felicidad —ya me entienden— no se la encuentra; se construye”. Que esto lo dijera un psiquiatra que a lo largo de su vida había atendido a tantos pacientes y que sabía mucho de la ‘infelicidad’ humana, puesto que a fin de cuentas los problemas que trataba estaban en gran medida ligados a la desdicha que se sufre, no deja de ser un buen punto de partida para hablar de lo opuesto: la felicidad.
Pero si nos fijamos en el inciso “ya me entienden”, comprendemos que es una frase dirigida al mundo adulto. Sin embargo, creo que los orígenes o las raíces de la felicidad se encuentran en la propia infancia, etapa de la vida en la que el pequeño no puede ‘construirla’ sino ‘recibirla’ a partir del cariño que le ofrecen sus padres y quienes forman parte de su entorno más próximo, sean sus familiares o cuidadores.
La felicidad es una palabra y un concepto a los que se puede aludir fácilmente. De todos modos, como bien sabemos, la mayor parte de las veces es algo inasequible, algo así como el agua que recogemos de una fuente con las dos manos con el deseo de tomarla, pero que fácilmente se nos escapa de entre los dedos.
En la infancia, no obstante, podemos observarla en la franca alegría de niños y niñas que se manifiesta en sus juegos como expresión de un estado de genuina felicidad. Pero no es solo la observación de sus actitudes, también la reflejan de un modo muy nítido en sus expresiones simbólicas como son sus dibujos libres y espontáneos.
Puesto que este es un tema que he investigado en profundidad, creo que padres y educadores deberían conocer los aspectos fundamentales de la psicología infantil, acudiendo a aquellas publicaciones que expliquen con rigor el desarrollo emocional de los pequeños. Hay diversas e interesantes sobre este tema; sin embargo, creo que la mejor obra publicada es El niño feliz. Su clave psicológica, de la estadounidense Dorothy Corkille Briggs, que ha superado las 34 ediciones en nuestro país, lo que es indicio de la gran acogida que ha tenido.
Al ser un libro totalmente recomendable, me parece oportuno exponer los conceptos fundamentales que la autora desarrolla intercalándolos con dibujos de las primeras edades, por lo que no es necesario que acuda a ningún comentario, ya que sus imágenes se explican por sí mismas. Así, la espontaneidad, la creatividad y la alegría aparecen desplegadas en esas escenas sobre el dibujo de la familia que están cargadas de imaginación y fantasía.
Dorothy Corkille considera central en la educación de los hijos el afianzamiento de su autoestima incipiente, ya que el niño que se sienta valioso y digno tendrá, en el futuro, capacidad de manejarse por sí mismo ante los retos que vayan apareciendo a lo largo de su crecimiento. Dicho de otro modo, es importante la formación de una autoimagen positiva, sea través de sus propias experiencias o por las actitudes y respuestas que percibe de los demás con respecto a él mismo.
Otros factores a los que la autora de El niño feliz concede gran relevancia son la seguridad psicológica y el sentimiento de protección que debe experimentar el hijo en el seno de la familia. En función de ello, su desarrollo debe basarse en una clara confianza hacia aquellos que le rodean, y, de modo significativo, hacia los padres, de forma que si en algún momento es reprendido por algo debe ser de forma tranquila por ese acto concreto y no enjuiciado o cuestionado como persona.
La seguridad de sentirse querido es vital en el desarrollo emocional de la persona, ya que es un sentimiento básico en todo ser humano para que crezca y evolucione de manera equilibrada y confiada en el mundo que le rodea. De ningún modo los padres deben acudir a amenazarle con no quererle o retirarle el cariño si no sigue las pautas que ellos le han marcado. Es un gran error utilizar los afectos como moneda de cambio para que los hijos respondan de manera favorable a las reglas marcadas por los progenitores.
En los dibujos de las edades más pequeñas es frecuente encontrar, como expresión de unidad y de cariño, a los miembros de la familia cogidos de la mano. Hemos de tener en cuenta que uno de los miedos básicos del ser humano es el temor a la soledad, es decir, a sentir que no se tiene a nadie a su lado en la vida cotidiana o en los momentos más difíciles, por lo que un niño que se siente aislado difícilmente puede ser un niño feliz.
Para ser felices también tenemos que jugar con ellos, ya que las actividades lúdicas, individuales o colectivas, son parte de las experiencias más gratas de los seres humanos. Todos jugamos, de una u otra forma, a lo largo de nuestra vida, y encontramos un enorme placer si esas actividades son compartidas con los amigos. Pero si hay una etapa en la que el juego y la felicidad se articulan estrechamente y de manera espontánea es la infancia. Y, claro está, para los niños el jugar con los padres es una actividad que les resulta verdaderamente placentera, especialmente, si estos la realizan con claro interés.
Otro factor clave para el desarrollo emocionalmente equilibrado del niño es el sentido de pertenencia, es decir, saber que forma parte de un grupo de personas que lo quieren, que lo protegen, al tiempo que es parte de un hogar cálido y seguro. Este sentimiento lo suelen expresar en el dibujo por medio de una casa, símbolo al que niños y niñas acuden para manifestar, de manera no consciente, que ellos tienen ese lugar de protección en el que se encuentran sus padres atentos a sus necesidades.
Resulta algo complicado sintetizar en pocas líneas los aspectos esenciales de una obra de gran éxito educativo como es la que comento, al tiempo que pueden parecer obvias las ideas que he resumido. De todos modos, no debemos olvidar que una parte importante de la personalidad se construye en los primeros años de la vida, tal como expusieron psicólogos de la relevancia de Jean Piaget, Lev Vygotski, Jerome Bruner o la propia Corkille Briggs.
Para cerrar esta breve incursión acerca de la idea de la felicidad infantil, tomando como referencia la obra de la autora estadounidense, podemos recordar nuestra infancia como una etapa dichosa que a veces evocamos con cierta nostalgia. Los amigos, los juegos, las aventuras, los cuentos, etc., son elementos indisolublemente ligados a unos años en los que la realidad y la fantasía se entremezclan con una naturalidad que, a medida que crecemos, la vamos dejando atrás, puesto que la vida nos va situando ante unas responsabilidades no conocidas en los primeros años.
Pero si nos fijamos en el inciso “ya me entienden”, comprendemos que es una frase dirigida al mundo adulto. Sin embargo, creo que los orígenes o las raíces de la felicidad se encuentran en la propia infancia, etapa de la vida en la que el pequeño no puede ‘construirla’ sino ‘recibirla’ a partir del cariño que le ofrecen sus padres y quienes forman parte de su entorno más próximo, sean sus familiares o cuidadores.
La felicidad es una palabra y un concepto a los que se puede aludir fácilmente. De todos modos, como bien sabemos, la mayor parte de las veces es algo inasequible, algo así como el agua que recogemos de una fuente con las dos manos con el deseo de tomarla, pero que fácilmente se nos escapa de entre los dedos.
En la infancia, no obstante, podemos observarla en la franca alegría de niños y niñas que se manifiesta en sus juegos como expresión de un estado de genuina felicidad. Pero no es solo la observación de sus actitudes, también la reflejan de un modo muy nítido en sus expresiones simbólicas como son sus dibujos libres y espontáneos.
Puesto que este es un tema que he investigado en profundidad, creo que padres y educadores deberían conocer los aspectos fundamentales de la psicología infantil, acudiendo a aquellas publicaciones que expliquen con rigor el desarrollo emocional de los pequeños. Hay diversas e interesantes sobre este tema; sin embargo, creo que la mejor obra publicada es El niño feliz. Su clave psicológica, de la estadounidense Dorothy Corkille Briggs, que ha superado las 34 ediciones en nuestro país, lo que es indicio de la gran acogida que ha tenido.
Al ser un libro totalmente recomendable, me parece oportuno exponer los conceptos fundamentales que la autora desarrolla intercalándolos con dibujos de las primeras edades, por lo que no es necesario que acuda a ningún comentario, ya que sus imágenes se explican por sí mismas. Así, la espontaneidad, la creatividad y la alegría aparecen desplegadas en esas escenas sobre el dibujo de la familia que están cargadas de imaginación y fantasía.
Dorothy Corkille considera central en la educación de los hijos el afianzamiento de su autoestima incipiente, ya que el niño que se sienta valioso y digno tendrá, en el futuro, capacidad de manejarse por sí mismo ante los retos que vayan apareciendo a lo largo de su crecimiento. Dicho de otro modo, es importante la formación de una autoimagen positiva, sea través de sus propias experiencias o por las actitudes y respuestas que percibe de los demás con respecto a él mismo.
Otros factores a los que la autora de El niño feliz concede gran relevancia son la seguridad psicológica y el sentimiento de protección que debe experimentar el hijo en el seno de la familia. En función de ello, su desarrollo debe basarse en una clara confianza hacia aquellos que le rodean, y, de modo significativo, hacia los padres, de forma que si en algún momento es reprendido por algo debe ser de forma tranquila por ese acto concreto y no enjuiciado o cuestionado como persona.
La seguridad de sentirse querido es vital en el desarrollo emocional de la persona, ya que es un sentimiento básico en todo ser humano para que crezca y evolucione de manera equilibrada y confiada en el mundo que le rodea. De ningún modo los padres deben acudir a amenazarle con no quererle o retirarle el cariño si no sigue las pautas que ellos le han marcado. Es un gran error utilizar los afectos como moneda de cambio para que los hijos respondan de manera favorable a las reglas marcadas por los progenitores.
En los dibujos de las edades más pequeñas es frecuente encontrar, como expresión de unidad y de cariño, a los miembros de la familia cogidos de la mano. Hemos de tener en cuenta que uno de los miedos básicos del ser humano es el temor a la soledad, es decir, a sentir que no se tiene a nadie a su lado en la vida cotidiana o en los momentos más difíciles, por lo que un niño que se siente aislado difícilmente puede ser un niño feliz.
Para ser felices también tenemos que jugar con ellos, ya que las actividades lúdicas, individuales o colectivas, son parte de las experiencias más gratas de los seres humanos. Todos jugamos, de una u otra forma, a lo largo de nuestra vida, y encontramos un enorme placer si esas actividades son compartidas con los amigos. Pero si hay una etapa en la que el juego y la felicidad se articulan estrechamente y de manera espontánea es la infancia. Y, claro está, para los niños el jugar con los padres es una actividad que les resulta verdaderamente placentera, especialmente, si estos la realizan con claro interés.
Otro factor clave para el desarrollo emocionalmente equilibrado del niño es el sentido de pertenencia, es decir, saber que forma parte de un grupo de personas que lo quieren, que lo protegen, al tiempo que es parte de un hogar cálido y seguro. Este sentimiento lo suelen expresar en el dibujo por medio de una casa, símbolo al que niños y niñas acuden para manifestar, de manera no consciente, que ellos tienen ese lugar de protección en el que se encuentran sus padres atentos a sus necesidades.
Resulta algo complicado sintetizar en pocas líneas los aspectos esenciales de una obra de gran éxito educativo como es la que comento, al tiempo que pueden parecer obvias las ideas que he resumido. De todos modos, no debemos olvidar que una parte importante de la personalidad se construye en los primeros años de la vida, tal como expusieron psicólogos de la relevancia de Jean Piaget, Lev Vygotski, Jerome Bruner o la propia Corkille Briggs.
Para cerrar esta breve incursión acerca de la idea de la felicidad infantil, tomando como referencia la obra de la autora estadounidense, podemos recordar nuestra infancia como una etapa dichosa que a veces evocamos con cierta nostalgia. Los amigos, los juegos, las aventuras, los cuentos, etc., son elementos indisolublemente ligados a unos años en los que la realidad y la fantasía se entremezclan con una naturalidad que, a medida que crecemos, la vamos dejando atrás, puesto que la vida nos va situando ante unas responsabilidades no conocidas en los primeros años.
AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: AURELIANO SÁINZ































