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Rafael Soto | Un sutil cambio de tendencia

La política española cansa y, en no pocas ocasiones, resulta demasiado tediosa y frustrante como para prestarle atención. Sin embargo, el resultado de las pasadas elecciones autonómicas en Castilla y León merecen una reflexión. Y un posicionamiento también, puesto que nos encontramos ante un sutil cambio de tendencia.


Convivimos con el desastre. Aunque jamás lo admitirá el Gobierno, el sistema público de salud ha colapsado y solo ahora empieza a recuperarse. En medio de una nueva guerra fría, con desastres económicos cotidianos y récords inflacionistas diarios, un pequeño acontecimiento como las elecciones castellanoleonesas parece intrascendente. Y puede que lo sea. Sin embargo, siento que algo ha cambiado: la ortodoxia se resquebraja.

El sanchismo consiste en fuegos de artificio, vacíos ideológicos, ausencia de principios éticos y personalismo extremo. Tras crecer como un tumor en el frágil cuerpo socialista, se hizo con el partido y, con la ayuda de la extrema izquierda, polarizó a la sociedad española. Primer culpable del ascenso de la extrema derecha, el actual Partido Socialista fomentó el tribalismo identitario y una ortodoxia que, a la larga, consistió y consiste en la palabra de su líder supremo. Una palabra jamás condicionada por la hemeroteca.

Una avalancha de comicios electorales hizo necesaria una propaganda de agitación que alcanzó su cénit en las Elecciones a la Asamblea de Madrid. Sin embargo, no fueron pocos los madrileños que deseaban castigar al Kennedy español por su maltrato durante la pandemia.

Ese “Sánchez, Sánchez, Sánchez” que Ángel Gabilondo pronunció en el debate televisivo con el resto de candidatos fue su condena. Una pésima campaña electoral, así como su lealtad manifiesta al enemigo público número uno de un buen puñado de madrileños, hicieron que el PSOE pasara de ser la lista más votada a la tercera, superada por una Isabel Díaz Ayuso idolatrada –que no el Partido Popular, cuidado con ese detalle– e, incluso, un Más Madrid que no sabía de dónde le venía el maná.

Acabada la avalancha electoral, el sanchismo tuvo que enfriar los ánimos. Justificó la derrota electoral en Madrid con el ‘voto de los bares’, pueril argumento que no se sostiene en cuanto se empieza un análisis racional. Iván Redondo tuvo que hacer las maletas tras ejercer de presidente del Gobierno encubierto y, desde entonces, sin abandonar su aparente discurso radical, Pedro Sánchez ha enfriado la máquina para no sobrecalentarla.

Cualquier analista serio sabía que el PSOE no tenía nada que hacer en Castilla y León. Solo puede salvarlo un desencuentro entre PP y Vox que es imprevisible. Pero esa es otra historia. Vox ha mejorado resultados, como no podía ser de otra manera en un contexto tan polarizado. Por otro lado, las desigualdades territoriales propias del Régimen del 78 se han hecho más evidentes si cabe en los últimos años y hasta Soria reclama ya su lugar bajo el sol. Cualquier día de estos Sevilla pide la conversión en república independiente y, Triana, en estado libre asociado.

Bromas aparte, las elecciones andaluzas están en el horizonte y los planes ya se están definiendo. Sin embargo, hay una novedad. Óscar Puente, alcalde socialista de Valladolid, ha defendido que su partido apoye al Partido Popular para evitar que Vox acceda al poder en la Junta. ¿Una anécdota?

Sánchez esperaba hacer del pacto PP-Vox un argumento que le permitiera volver a blandir el arma ‘anti-fascista’ en futuros comicios. Bajo ninguna circunstancia permitiría que le quitaran ese argumento, y menos para una comunidad que daba por perdida antes de empezar la campaña. Ha salido del paso como ha podido.

Ahora bien, hay ya muestras de hartazgo con un líder que se deshace de barones como si de corbatas se trataran. Óscar Puente no tiene autoridad para mandar al líder ‘al carrer’. Sin embargo, el desgaste de gobernar en medio de una pandemia y las propias contradicciones de este gobierno están ahí.

En cuanto pasen unas semanas, quizá unos meses, el sanchismo retomará la propaganda de agitación. El tribalismo identitario volverá a verse en las redes, obligando a los progresistas a demostrar su progresismo mediante muestras de odio y desprecio al enemigo. Un enemigo que aprovechará para hacer lo propio, como ya lo lleva haciendo hasta ahora.

La poscensura y los mensajes de odio volverán a calentar el ambiente. La caza de herejes y la muestra orgullosa de banderas republicanas y/o arcoíris volverán a verse en los ‘social media’ como justo hace un año. Se blandirá el miedo a la ‘vuelta a los armarios’, el retorno del heteropatriarcado, la lucha contra el fascismo, entre otras majaderías por el estilo.

Sin embargo, las cosas han cambiado. La propaganda actuará sobre una población cansada y con una Yolanda Díaz en el retrovisor de la izquierda. Una líder que no es muy diferente a Sánchez, pero que sabe despertar esperanzas, que tiene a los sindicatos comiendo de su mano y que, tarde o temprano, se llevará cabezas progresistas por delante. ¿Cuánto tardará alguien en ver en el sanchismo una rémora? ¿Ocurrirá antes de que la derecha nos coma? ¿Tendremos que mantener la esperanza en el cainismo pepero?

La ortodoxia se resquebraja desde la izquierda, aunque tardaremos en ver las grietas. Los medios amigos se encargarán de taparlas, en cualquier caso. Cuanto más peligran los autoritarismos, más agresivos y cerrados se vuelven. Habrá que ver la reacción de los ‘renovadores de la democracia’ cuando aumenten las voces discordantes.

Me gustaría pensar que se hará desde la reflexión, y que se retornará tanto a las esencias ideológicas como a los límites éticos. Todo lo que no sea una vuelta al republicanismo y a la igualdad territorial está condenado a la contradicción. Se requiere de una reforma laboral de verdad que devuelva la dignidad a los trabajadores, la creación de empresas públicas que garanticen un suministro eléctrico asequible, y otras muchas medidas que nos conduzcan al Estado del Bienestar.

Sueño con que se pida perdón por los pactos con Bildu y con que se depuren responsabilidades por la gestión de la pandemia. Utopías todas que, sin embargo, me resultan irrenunciables.

Huele a cambio, aunque no tiene que ser para bien. Observemos si, en efecto, se produce un paulatino giro a la heterodoxia. Próxima parada: Andalucía. 2022 se le hará largo a más de uno por ambos lados de la carretera...

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO