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Rafael Soto | Navidades sin Borbón

Este año no puedo ir a casa de mi familia por varias razones que no vienen al caso. Echaré de menos a los míos, y más en soledad, pero hay algo que no echaré en falta: el discurso del Rey. Me estoy refiriendo a una tradición, como lo es en otras familias. La costumbre en mi hogar era escuchar el mensaje del Rey como si de un sacerdote en su púlpito se tratase. Incluso mis familiares más locuaces cerraban la boca para escuchar al ya Emérito, y ahora al hijo de su padre.


Sin embargo, a fuerza de ser sinceros, ¿qué expresa el mensaje navideño? No es más que un recordatorio de que el jefe del Estado está ahí. El discurso no aporta nada que no se sepa ya, ni tiene el más mínimo interés práctico.

De una manera ingenua, algunos buscan reproches a los que, a diferencia de él, sí gobiernan. Otros buscan razones para criticarlo, con razón y sin ella. Y lo cierto es que un Borbón, sea el que sea, no se mete en charcos cuando ofrece discursos de esta naturaleza. Son textos vacíos y bien preparados que no tienen otra finalidad que demostrar que la Corona está por encima del bien y del mal.

Como republicano, no puedo más que sentir repugnancia por estas demostraciones de poder. No lo echaré de menos. Sin embargo, en pleno siglo XXI, ¿cómo es posible apoyar un monarca como jefe de Estado? Y más a estos…

Una clave que muchas veces obviamos es que, dentro del instinto forofo, dicotómico y cainita español, los enemigos del monarca son, para muchos, su mayor justificación. Aunque parezca paradójico, la propaganda de la extrema derecha y la propaganda de la extrema izquierda han conseguido imponer en las clases más populares la idea de que la república es patrimonio de la extrema izquierda.

La virulenta oposición de podemitas (y toda su sopa de letras), proetarras, supremacistas vascos y catalanes, y otros sectores con mala imagen, incluso en los moderados de derechas, así como su reivindicación de una república, o de repúblicas de izquierda, han sido el mayor garante de la continuidad de los Borbones. Para el ciudadano de a pie, salvo que tenga formación –y muchas veces, ni eso–, es inconcebible un partido republicano de derechas.

Estoy convencido de que si la pseudoizquierda española hiciera fuerza por una república de todos, muchas de esas personas a las que hacíamos referencia reclamarían la República sin miedo. Sin embargo, eso requeriría inteligencia y responsabilidad política. Y en España, de eso no sobra.

Quizá, algún día, podamos evitar esa tradición tan fastidiosa que es ver el mensaje del Rey. Quizá podamos vivir una España democrática y republicana. Mientras… ajo y agua.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO