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María Jesús Sánchez | Realidad

Una cosa es ver las noticias o un reportaje de violencia de género y otra muy distinta es verlo en vivo y en directo. El jueves, saliendo de la parada del metro, había una chica sentada en el último tramo de escaleras, al lado de la puerta de hierro que cierran cuando el metro deja de funcionar. No creo que llegara a tener ni 20 años. Rubia, delgadita y esperando.



Llegó el que sería su novio o pareja y ella le comentó algo, quizá de una infidelidad, y él empezó a subir la voz mientras le cogía con las manos la cara. "¿Quién te ha dicho eso? Dime quién", gritaba. Ella le contestó que se lo había dicho todo el mundo. "Eso es mentira", le espetó mientras se ponía de pie y su cara se ponía roja de ira.

Empecé a asustarme porque, observándolo, se podía ver que habría tomado algo y que no era el tipo de persona que sabe controlarse. Y mi intuición no me falló. Empezó a dar golpes contra los barrotes de hierro de la puerta. Los golpeaba con el puño, con una fuerza descomunal. La miraba con cara de "te voy a matar". "Hoy termino yo detenido", dijo amenazante.

Ella se iba encogiendo por momentos, tratando de ser invisible para que el siguiente golpe no fuera contra su cara. El sujeto tendría más o menos la edad de ella.

Yo iba sola, cansada de todo el día y justo cuando pisé el escalón en el que ella estaba sentada, él se dirigía hacia ella con la mano levantada y con los ojos inyectados de furia. Yo quería subir para poder llamar a la Policía, porque mi constitución física no da para enfrentarme con esa clase de bichos. Casi llegaba a salir del todo, a huir de aquel túnel del terror, cuando oí: "¿Por qué le pegas? Si él no estaba haciendo nada...". No podía dar crédito.

Estoy segura de que alguna de las personas que estaban fuera y escucharon los gritos avisaron a la Policía y allí estaban dos agentes tratando de impedir que el energúmeno dejara de gritar a la chica y de pegar a la puerta. Y ella, que se había hecho una bolita para protegerse, se ponía ahora de pie para defender a su novio e increpaba a los policías para que dejaran de agarrarlo.

Los policías la defendían y ella había perdido la autoestima y solo quería que no le hicieran nada al que hacía unos segundos no la había golpeado porque había gente observándolos. Me puse muy triste. Los agentes se lo llevaron y ella los seguía, defendiéndolo lo indefendible.

Me puse triste porque estamos en el siglo XXI, porque han muerto muchas hermanas para que la mujer pueda emanciparse, para que pueda elegir, para que sea libre y comparta su vida con alguien que la quiera y respete.

Sigue fallando la educación, sigue fallando el sistema. A él nadie le ha dicho cómo debe tratar a un ser humano, da igual del sexo que sea. Nadie le ha enseñado lo que es amar y compartir tu vida. Seguramente es lo que ve en su casa.

Y ella, la pobre, cree que los hombres tienen que gritar, golpear, hacerse los gallitos para ser masculinos. No le han dicho que la hombría no está peleada con el respeto, la sensibilidad y la educación. Tiene una imagen totalmente distorsionada de lo que es amar y que te amen.

Amar empieza por amarse. ¿No dice la Biblia "ama al prójimo como a ti mismo"? Quererse y valorarse como persona, sin ser más o menos que nadie, verse como un ser digno de respeto y amor, como todos lo somos. Tan joven y sin verse. Me dieron ganas de decirle algo, pero ella ya se había ido persiguiendo a los policías que la defendían de ella misma...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ