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Juan Eladio Palmis | Ser un líder

Estamos pagando, uno a uno, todos los excesos y las licencias que se permiten los tertulianos en las pantallas de televisión, con un amplio desprecio a la posible audiencia, y funcionando solo en función de su cuota de bolsillo. Y el que venga por detrás, que arree.



En el sucio alcantarillado donde discurren todos los detritus diarios de una sociedad infectada de materia orgánica hasta cuando se habla, se utiliza el término "líder" y, generalmente, aquel otro de "populismo", ambos como con desprecio, como si fuera un mal muy grande para el desarrollo social.

Un líder es, y lo ha sido desde que el mundo da vueltas, aquella persona con capacidad para levantar a las gentes; y una vez levantadas, seguir a su lado en la lucha contra algo que le sienta y le viene mal a la sociedad que el líder ha conseguido, que no es nada fácil, levantar de su modorra, apatía o miedo.

Por tanto, el líder, por narices tiene que ser populista, puesto que de lo contrario, si abandona a la gente o se la pone detrás de él, deja de ser de golpe populista y líder, y se puede convertir en un aprovechado social de los muchos que pululan en esta España de cultura rara que idealiza, otra vez más, las santas cruzadas contra los malditos herejes.

Trasladada estos fundamentos básicos de consideración de lo que es un líder y lo que solo es un aprovechamiento político de popularidad gracias al tremendo poder de los medios de comunicación, nos entra una especie de desolación social porque solo vislumbramos en nuestro alrededor gente pintada, maquillada, hombres y mujeres, mujeres y hombres, que no tienen ningún fundamento de líderes y solo gozan de popularidad: una expresión y postura que es externa, exterior, que no va con la persona.

El popular, el que goza de popularidad, tan pronto deja el cargo, salvo que sigan disponiendo de poder en los medios de comunicación, desaparece de inmediato en el más oscuro anonimato porque nunca por nunca fueron lideres.

De todos y cuantos han pasado y se han autoconsiderado como líderes, en cincuenta años para acá, en esta España incorrupta en gilipolleces perennes, hemos tenido la desgracia de disfrutar de populares que a la hora que fuera estaba su cara y dichos llenando las pantallas televisivas, e incluso con artículos de opinión escritos por sus secretarios o secretarias.

De los así ubicado en el entramado social, no ha quedado para el recuerdo y la memoria ninguno, ni líder ni lideresa, ni por la llamada izquierda y menos aún por el lado donde históricamente no ha surgido ni uno solo líder: la llamada derecha.

El líder, como el imperio o los imperios, como no sean de verdad no perduran en el tiempo. De los imperios, el griego el helénico, es el único imperio e imperialismo que todavía vive y está vigente y tenemos que recurrir a él para aprender y razonar muchas cosas. Pero líderes, personas que hayan levantado el pueblo y hayan seguido con el pueblo a su lado hasta el final de sus días y perdurando en el tiempo, no me viene al teclado en este momento ninguno por fuera de Bolívar, Che Guevara y Fidel, porque todo lo demás dentro de la rama de su especialidad se han limitado a ser famosos, conocidos o conocidas; pero eso nada tiene que ver con ser un líder.

El jingoísmo, un vocablo que se suele utilizar con poca frecuencia en el lenguaje habitual, quizá debería volver a su uso cotidiano porque lo que tenemos, desgraciadamente en abundancia, son gentes con un acervado jingoísmo patriotero, y defienden, generalmente por una buena dosis de dinero, la agresión armada contra otras naciones aludiendo o basados en toda clase y tipo de villanías.

Si repasamos nuestros calendario actual de personas con popularidad, es probable que líderes no encontremos viviendo ninguno; ahora bien jingoístas hay más que votantes cautivos que se miran al espejo y cada día ven muchas más razones para opinar que el modo más efectivo que no existe un vecino que te haga la competencia, es eliminándolo.

Parecía, pocos años, que aún con muy pocos líderes funcionando, la humanidad en su conjunto empezaba a prestarle cierto interés a la solidaridad, y se alejaba de la guerra; pero desde que se han confundido los términos de jingoísmo con liderazgo, todo se ha vuelto a peor y estamos en caída libre de defender cualquier tipo de valores de los necesarios para que la cosa siga funcionando.

Contiene una profunda carga de tristeza el analizar la actualidad que nos rodea. Especialmente cuando lo que espejea la calle son mesas de bares llenas, gente feliz bebiendo, como si todo estuviera resuelto. Y cuando se enciende la tele o se abre una página de un periódico del tipo que sea, el jingoísmo nos suministra líderes de pura caca seca. Salud y felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS