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Juan Eladio Palmis | Los puertos españoles

Cuando un servidor formaba parte de una tripulación de buque, algo emotivo que me va a acompañar hasta el final de mis días, recuerdo que en más de una cámara de barco, en aquellas largas, intensas y emotivas charlas y disputas que constituían el día a día de las navegaciones a la hora de la comida o de la cena, siempre nos poníamos todos conformes y de acuerdo cuando alguno expresaba que en el supuesto caso de tener un naufragio, que éste aconteciera en cualquier país menos en España, y no por vergüenza precisamente.



En los puertos españoles no se puede dejar en el olvido que están dirigidos por una “santa hermandad” que ha hecho un señorial coto cerrado desde que pasaron de ser Junta de Obras a Autoridad Portuaria de corbata o pelo rubio tintado de peluquería, y tienen que pagar, o están intentado pagar con sudor obrero, el canon de exclusividad de goce y disfrute por parte de la citada santa hermandad de un saco económico abierto, que ya lo hubiese querido para sí El Gran Capitán, aquel gran contable español.

Esa exclusividad de gozo y disfrute descansa en las manos y obediencia hacia arriba de un colectivo de una de las muchas “ingenierías de mesa de despacho” españolas, que muchos de su miembros se van a la jubilación sin actividad técnica alguna, y solo firmando albaranes y controlando horas extras.

Los puertos españoles son, por el arte de birlo y birloque, de titularidad del Estado; pero sería de necesidad que fueran administrados para lo bueno y para lo malo por la localidad en la cual están ubicados. Y así, Algeciras, por citar un ejemplo, el puerto de más tráfico en toneladas de mercancía de toda la Península, debería de ser gestionado por la autoridad democrática más inmediata, que para este caso y ejemplo sería el Ayuntamiento.

A los ayuntamientos ya los conocemos, sabemos de su manga por hombro; pero también sabemos que más tarde o más temprano nos enteramos de sus barrabasadas y, en algunos, y concretamente algunos, han pagado por su ligereza de garras. Pero la oscuridad que existe en las maquilladas cuentas de las autoridades portuarias españolas es algo que nos recuerda a las antiguas y difuntas Cajas de Ahorro.

El hecho de que a los armadores tanto españoles como extranjeros se les abran las carnes cuando tienen que enviar sus buques a los puertos españoles no es por culpa, precisamente, de los obreros portuarios, sino por sus “enemigos” portuarios: la sociedad constituida por asesores y altos cargos de mesas llenas, grandes viajes, grandes dietas, y muchas horas de asueto con la lima afilándose las uñas.

El barco es un vehículo que siempre lleva prisa y no entiende de fechas en el calendario. Y aunque la “autoridad portuaria” para eso está bien organizada y siempre llega a tiempo para el cobro de sus “trabucazos” por nada, en los medios cómplices de su digestión siempre sale a relucir que sus langostinos, su cohorte de asesores, estilo dicho de las difuntas Cajas de Ahorro, tragando con aquella eficiencia en el tragar, no son los causantes de que los armadores extranjeros y españoles sueñen con unos puertos con tarifas y servicios tal y como rigen en países de nuestro entorno.

Como aquí seguimos sabiendo e informando de la fecha de cuando se celebró la batalla de Trafalgar, pero no sabemos los motivos ni por qué se realizó tal batalla, ni qué país hundió más barcos, ahora, los trompeteros para la ocasión de los puertos españoles, están olvidando, por interés económico de subvención, claro está, como pasó con las Cajas de Ahorros, que lo que mata a los puertos españoles, lo que los hace diferentes a los demás de nuestro entorno, no son causa y motivo de que existan organizados y preparados no más allá de los que es un sindicato, nada que ver con una santa hermandad, una masa laboral portuaria dispuesta a atender las operaciones de los buques.

Pero atender a los buques por el lado de los obreros portuarios, no al estilo que imperaba no hace tantos años cuando los sacos se cargaban por un lado con plumas de grúa, y por otro al ritmo de tambor, verdaderos esclavos con sacos de sesenta o cien kilos a las espalda subiendo por la plancha hasta las bodegas.

En esa vuelta a esa esclavitud de cargar y descargar los barcos ahora con los pesadísimos y complicados contenedores, quiere la “santa hermandad portuaria” por encargo de los que protegen su monopolio de autoridad con asesores varios y plurales, que vuelva todo, mientras cuentan tristes milongas camperas al mismo estilo que cuando las Cajas de Ahorro cayeron en las manos de los sindicatos y partidos políticos irresponsables, y el dinero se lo repartieron tranquilamente entre ellos en la pura creencia de que todo aquello era herencia del abuelo y el dinero suyo.

Los puertos españoles suelen ser de los más caros del mundo y donde más gente enchufada como asesores se sientan en mesa bien dotada mirando siempre, desde que se sientan, a ver cómo pueden quitarle dignidad y jornal a los trabajadores portuarios, para que, al mismo estilo de las Cajas de Ahorro, quede más para ellos y sus métodos que todos, por desgracia, sabemos a dónde llevan a las instituciones.

El problema donde radica es que los medios, la comunicación, inconsecuente y cómplices, juegan en favor de los asesores y la “autoridad portuaria”, como ayer e incluso todavía, defiende a los que se comieron sin necesidad de bicarbonato para la digestión empresas tan sumamente rentables como eran las populares Cajas de Ahorro. Ahora se quieren comer los puertos españoles, precisamente por el lado bueno, y dejar lo malo. Salud y Felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS