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María Jesús Sánchez | Afortunados

En nuestra sociedad se valora y se alaba a las parejas que se pasan toda la vida juntas. Este es el gran objetivo cuando se encuentra el amor: que sea eterno, cueste lo que cueste. Y por eso hay miles de personitas frustradas, amargadas y con la vida rota porque su matrimonio o su pareja no vivió "por siempre jamás". Yo no valoro que una relación dure más o menos: lo que valoro es lo que se ha vivido en ella.



El otro día me contaba una chica mientras esperaba que los niños salieran de clase que se había casado y divorciado al mes. Llevaba con su pareja diez años y tenían una hija en común y firmaron fecha de boda. Se casaron un domingo con todo el oropel propio de las bodas católicas tradicionales, y a su padre le dio un infarto el lunes, y murió.

La venda de sus ojos cayó. Ella fue consciente de repente de que la vida era muy corta y empezó a analizar su existencia, descubrió la inercia en la que estaba metida y se dio cuenta de que no quería seguir tirando los granos de arena de su tiempo al viento del conformismo. Ella quería vivir, hacer cosas, encontrarse. Sobre todo encontrarse: saber quién era y qué momentos quería vivir.

Bajo este sistema capitalista que vivimos pensamos que el valor de las cosas lo da el dinero, lo que nos cuesta, y eso es falso. El valor de todo es el tiempo de nuestra vida que le dedicamos. Somos finitos, tenemos un tiempo limitado y debemos distribuirlo lo mejor posible. ¿Cuántos días de tu vida te costó ese coche?

Me encanta la frase de Steve Job: "Tu tiempo es limitado, de modo que no lo malgastes viviendo la vida de alguien distinto. No quedes atrapado en el dogma, que es vivir como otros piensan que deberías vivir. No dejes que los ruidos de las opiniones de los demás acallen tu propia voz interior. Y, lo que es más importante: ten el coraje para hacer lo que te dicen tu corazón y tu intuición".

Y es verdad. No son más afortunados los que están toda la vida con la misma pareja, ni los que ganan más dinero o los que cumplen más años. Para mí, los más afortunados son aquellos que cuando están a punto de morir abren el álbum de recuerdos de su cabeza y tienen miles de momentos elegidos por ellos mismos.

Vivimos ciegos y con una venda que nos crea la ilusión de que somos eternos. Recuerdo a un viejo profesor que quería ir a Roma cuando se jubilase. Llegó junio y con él el final de su vida laboral, ahora iba a empezar a vivir. Compró el billete para la capital italiana, tenía todo listo, el dinero ahorrado y el tiempo disponible. Lástima que a principios de julio un dolor lo llevó al hospital: cáncer de páncreas. No había solución. Sus únicos viajes fueron al hospital, que estaba a doscientos metros de su casa.

Ya lo he aprendido: si quiero hacer algo, debo hacerlo ya. Me vuelvo a España.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ