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María Jesús Sánchez | Fugacidad

No tengo muchas amigas. Por eso, las que tengo, aunque nunca hable de ellas, las conservo, las cuido y las mimo. Ellas son para mí espacios de libertad en los que poder ser yo misma. No obstante, la primera persona con la que sentí que no tenía que interpretar ningún papel, que me quería tal y como yo era, fue mi abuela.



En mi camino por esta vida he ido recogiendo las flores de la amistad en distintos sitios y momentos y, con ellas, he hecho un ramo de recuerdos y de vivencias que me une a ellas a través de un sentimiento que sigue latiendo, aunque nos encontremos a miles de kilómetros. Y hoy he sabido que una de esas flores se está desintegrando, que sus pétalos ya no existen y que su cáliz ya no soporta más el viento. Mi amiga María se muere. Puta vida.

En una entrevista, decía Eduardo Galeano que son las personas buenas las que se mueren jóvenes, a las que les pasan cosas malas. Los indeseables y los dictadores mueren de viejos en la cama. Esto siempre me ha hecho gritar de rabia, mirando hacia un cielo vacío: ¿por qué? ¿Por qué? Mi voz resuena como un eco que no obtiene respuesta.

Pero el gran escritor uruguayo me dio una respuesta que, si bien no me aplaca todo mi dolor, sí me da una explicación de este macabro fenómeno: la gente buena es sensible y esa sensibilidad, a veces, la hace caer sin que nunca se vuelvan a levantar.

Mi amiga María es valiente y luchadora, pero es de corazón sensible. Ha tenido que hacer frente a mil historias rotas; ha tenido que ver cómo el compañero que eligió para pasear por este mundo y padre de su pequeño hijo no le mirase a la cara para decirle que ya no quería seguir con el vínculo que los unía y solo pudo apercibir de él el polvo que levantó su huída cobarde a lomos de otra historia que hacía tiempo que había empezado.

Ella se hundió, pero se levantó, para que su pequeño Jaime no le preguntase más por qué lloraba. Su hijo sólo se merecía sonrisas. Buscó un nuevo hogar, una nueva vida, creó un nido para los dos. Y hace dos días, el cangrejo ese que se mete dentro de la piel y te come cada célula apareció en un escáner de su cabeza.

Llevaba instalado allí un tiempo. Y solo le quedan dos semanas de vida. Así, de golpe, sin anestesia de ningún tipo. A tu hija le quedan dos semanas; a tu hermana le quedan dos semanas. Tu madre está en el cielo. Puta vida.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ