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¿Tienes Wanderlust?

Para los que aún están enredados con el B1 o no tienen un traductor inglés-español a mano, wanderlust es una palabra de origen alemán que viene a significar etimológicamente el placer de vagabundear o deambular, pero que aquí simplificaremos en la etiqueta, mucho más anodina y genérica, de pasión por viajar.

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Es una palabra de moda, de esas que aparecen en las cabeceras de las revistas, en blogs y en las etiquetas de Instagram de gente que quiere compartir lo a gusto que está tomándose una caipirinha en una terraza frente al mar, aunque sea en Fuengirola.

A todos nos gusta viajar, al fin y al cabo. Sigue siendo la forma más popular de dar una patada al gimnasio, la dieta baja en carbohidratos, los programas de Telecinco, los almuerzos con la familia y la insoportable rutina de tener trabajo o buscarlo. Y además es una excelente oportunidad para darle envidia a tus amigos de Facebook.

Quizás por todo ello, la pasión por viajar o el wanderlust se ha convertido en la última tendencia que es necesario mercantilizar. Probablemente hayáis visto la última campaña publicitaria del nuevo modelo de una conocida marca de coches, de esos que abultan como una furgoneta pero con estilo, en la que juegan con la palabra de moda para venderlo desde 27.000 euros.

Lo que viene a decir la campaña es que si tienes wanderlust, ese es tu coche, porque es el que te permite recorrer los terrenos más inexplorados, aunque cada vez haya menos espacios sin asfaltar, y explorar los lugares más desconocidos, a pesar de que todos sabemos que en el Google Imágenes está todo y con el mapa por satélite podemos ver hasta la ropa tendida en nuestra terraza.

En su página web incluso se permiten la licencia de citar a Paul Theroux y al Dalai Lama, decorarlo todo de fotografías sugerentes hechas con una GoPro, o invitarte a coger un año sabático, cosa improbable teniendo en cuenta lo que vale el coche...

En realidad, a los responsables de la marca les da igual que la mayoría de los que compren el coche sólo lo vayan a utilizar para esperar en doble fila al niño a la salida del colegio, o para llenar el espacioso maletero de bolsas del Mercadona porque el viaje más lejos que han hecho es a Punta Cana para el fin de carrera.

Se trata de venderte un producto embalado por una idea de lo sensacional que sería tu vida si tuvieras el remoto coraje de vivirla. Como los anuncios del iPhone que sale un tipo componiendo una sinfonía o pintando una obra de arte en la pantalla. No importa que después sólo utilices la aplicación del WhatsApp, el Marca o la que te dice cuando te viene la regla, pero, ¡qué montón de cosas molonas se pueden hacer con ese móvil!

El marketing se ha convertido en la disciplina artística definitoria de nuestro tiempo. Antes se construían catedrales, se escribían novelas, se pintaban cuadros. Ahora se recrean ideas usadas con eslóganes inspiradores para la gran masa de necesidades absurdas y sueños que nunca se realizarán. Todo para que la rueda de la producción no se detenga, pues en ese momento es cuando nos iremos todos a pique.

Nadie que realmente sienta una pasión por viajar –salvo los que para el dinero no sea problema alguno– se va a gastar 30.000 euros en un coche por muy lejos que este te pueda llevar, que para eso está el avión, que te lleva más lejos y más barato.

Sin embargo, así se venden coches, con la vaga idea de territorios por descubrir, alimentando un instinto del ciudadano medio bastante apagado pero con el que se pretende identificar a toda costa en un ejercicio de mimetismo publicitario, como el del culto al cuerpo conforme a las directrices que marcan las empresas de moda o el afán por tener el último modelo de tecnología de cualquier tipo. Es la sublimación del ser humano a la idea falsa de felicidad que persigue.

JESÚS C. ÁLVAREZ
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