Ir al contenido principal

José Pérez, el hombre de 'Las Tres Caídas'

“Se despide la gitana
Terminando su pregón:
“Pérez” (Las Tres Caídas),
Esta es la dirección:

Calle Queipo de Llano,
Antes llamada Carrera,
Como sin número está,
Por bajo de Antonio Herrera”


José Pérez Casado

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

José Pérez Casado siempre estaba mirando la estrella de Venus desde el catalejo poético, mágico, filosófico, mítico y exotérico de su ideario y dietario concluso en la Porcuna adormecida, que iba entre velos aún, como una novia mora a punto de desposar, ese ideario que habitaba en su gran ojo porcunero y universal, que le hacía ver el mundo girar sobre el eje de su dedo señalando al universo.

El hombre del tercer ojo desde su frente señalando a la estrella de Venus, para intentar una suerte de luz, su clarividencia, que oponerla a lo exotérico de la luna, y así crear una armonía extraña, imposible y dickensiana, como si José de la Rosa Pérez Casado siempre hubiera andado por la vida de la Porcuna de sus tiempos, envuelto siempre en una capa, más de misterio que de elegancia, que, al salir de las esquinas oscuras para echarse a volar, pareciera ave del paraíso, más que murciélago de los Cárpatos.

José Pérez Casado, como sus hermanos, Jesús, el carpintero y funerario, y Manuel, el escultor de los ojos inmensos, asombrados y brujos, también era un algo así como un hombre mágico que iba dejando unas sombras misteriosas que ascendían para consultar con el más allá las nuevas visiones, hombre mágico que también sabía y podía hacer, crear su propias magias, el prestidigitador al que nunca se le podían encontrar las manos porque desaparecían hasta convertirse en manos de noche, solas, vagabundas, palpando las piedras tan silenciosas de las casas, escuchando bailes muy antiguos y olores muy intensos cuando todos dormían, despertando así a los espíritus noctívagos a sus aquelarres bulliciosos, a los que había que escuchar con el alma para ser partícipe.

El hombre misterioso con capa y sombrero y mucha cosa de Julio Romero de Torres en esa pose de señorito andaluz cuando se sentaba posando para los retratos, pero, al contrario de la tierra que sale por los ojos abiertos de los señoritos, a José Pérez Casado se le salían los tiempos venideros, adelantándosele siempre a todo para descubrirle a Porcuna su juego de magia, ojos que miran al vacío donde siempre encuentran la luz los iluminados o los malditos, no queriendo mirar al frente no fuera a ser que cayeran hipnotizados todos los ojos que contemplaran la fotografía, y no estando ya él para devolverlos a la luz de la conciencia, quedando así atrapados para siempre en el limbo circular de los ojos de José Pérez Casado, la presencia de “Las Tres Caídas”, aquel establecimiento mítico en la Porcuna de los años veinte hasta los años sesenta del siglo pasado, que no sólo era tienda, sino como taller de brujería donde siempre podría tener luz lo imposible, el hombre, o el soñador, que le dibujó a Porcuna su encantamiento o su hechicería, saliéndole primero a sus calles alambreando las fachadas de las casas para encenderle a las casas de Porcuna sus bombillas nocturnas, ese gran milagro de los hogares pobres, tendiéndole cables al pueblo como si lo estuviera acogiendo de lazos para un regalo de cumpleaños, cuando lo que le hacía era abrir a Porcuna sus rosa para ver la extraña maravilla de los pistilos dorados. Ajustando contadores negros que para las casas eran como hermosas esculturas que un día serían arqueología y estarían muy valoradas por los coleccionistas, que había casas en Porcuna donde a los contadores se los vestía con cortinillas de ganchillo, y hasta los enamorados les ponían alguna rosa de maceta como si los contadores les fueran cronómetros contando las horas que aún le faltaba al amor. José Pérez Casado con su hijo y sus sobrinos de la rastra como aprendices pelados al uno y con gorrillas, atándole a Porcuna sus cables eléctricos, y explicando a las vecindades del asombro, el misterio de los plomillos fundidos y de cómo se debería hacer para cambiarles los hilos de cobre haciéndoles el truco con sus manos a las que nunca daban calambres.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

De los hermanos Pérez Casado, los de la carpintería familiar y funeraria con buena clientela- que nunca le faltaba su muerto al pueblo ni misa por regalar- de la calle Sebastián de Porcuna, José Pérez Casado fue el chiquillo deslumbrado y maravillado del mundo, el inquieto avezado que a cada nueva década porcunera le quiso y hasta le supo y le pudo dar su detalle extraño, su novedad maravillada, su invento genial, su escaparate deslumbrando, que ya en juventudes, andaba el aprendiz de carpintero como en especie de alucinaciones de amapola buscando siempre lo excéntrico, lo espiritual y lo imposible de las gentes y de las cosas, en el fondo, quizá, un estar en lo efímero de todo, aún siendo tan extraordinario todo . Aquel galán de la fotografía con traje claro y zapatos de piqué que en lugar de estar mirando al fotógrafo estaba mirando a la luna desde unos ojos proféticos y sentimentales; sentado pero escurridizo, como no queriéndose sentar del todo no fuera que se le enfriase el arroz de los tiempos por venir, y quisiera escapar presto para darle a Porcuna su nueva trastada, su nuevo deslumbramiento. La Macondo de Porcuna abierta para los ofrecimientos: la luz eléctrica, el reloj de pulsera, la fotografía, el hipnotismo, la magia, el espiritismo de los espíritus sublevados, los dulces de caramelo, los perros de las chimeneas, los dulces de horno de harina, agua, aceite y azúcar que elaboraba por el horno de Los Aliados, sacando luego a la calle las tortas recién horneadas como si fuera una pastelería ambulante y un pastelero vestido con traje de chaqueta, sombrero y zapatos de piqué, y en los ratos libres que le quedaban a José Pérez Casado, dados al inventar inventos nuevos o escribir unas poesías en los momentos blancos de las libretas para ofrecerlo todo literariamente como si fuera un testamento tan lleno de huellas.

El galán de fotografía, el alto galán de fotografía tocado con sombrero que le viene lo justo para ser llevado sobre el negro pelo con caracoles, el que ponía sus ojos sobre la vida y el comercio de Porcuna, y su tercer ojo, por el claro por donde se le anunciaban los tiempos modernos, los días venideros mucho antes de que los tiempos le devolvieran esa especie de ensueños alucinados hechos realidad, y el control de las mentes, aquella diosidad escalofriante.

Casquivano trajinero de los mundos anunciados, el lector de Kant y de Voltaire en las horas del sillón, el traedor del mundo de las capitales hacía aquella Porcuna de harinas, aguardientes y aceites de aceituna, José Pérez Casado le diseñó a Porcuna el mundo de las novedades exhibidas en el escaparate, en el mundo-escaparate de la Carrera, de su tienda en expositor y en laboratorio de “Las Tres Caídas”, lugar de la magia y de las gentes dormidas, la alquimia de los inventos saliendo de las manos de Pepe Pérez por la tienda de “Las Tres Caídas”, de título excepcional, y el lugar de las ínfulas capitalinas que abría a Porcuna al mundo a través de lo que José Pérez Casado se traía del mundo universal para el pequeño mundo de Porcuna, como si pretendiera iluminar o ilusionar al pueblo, y volverlo dúctil como una fruta de esponja amasándose en sus manos.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

La tienda de “Las Tres Caídas”, así, con sus tres mayúsculas y sin número en la fachada de su casa, aquella esquina mítica de la Carrera de Jesús con General Aguilera, que, durante sus casi cuarenta años de existencia, cuando José Pérez Casado trasladara la vieja tienda de electricidad del número siete de la calle Villa, hacia esa más amplitud profunda y oscura de la esquina de la Carrera, pero que tan bien se iluminaba de sol por los veranos dando sobre el escaparate, fue como un decorado de ciudad puesto en Porcuna, al alcance de los posibles, y hasta de los imposibles también, y aunque se inauguró como tienda de electricidad, con sus cables, sus alambres, sus contadores de cristal, sus enchufes, bombillas , linternas e interruptores, que dio pie para iluminar la Porcuna de aquellos siglos, José Pérez Casado le fue trayendo a Porcuna, y haciendo a Porcuna, los inventos del mundo, de las exposiciones universales, de los catálogos de representantes de las visitas, o de los anuncios de los periódicos, y así aquella locura tan transformadora y tan enfrentada de José Pérez Casado, fue lo que fue haciendo de Porcuna la Macondo colombiana, a la que José Pérez Casado le traía las joyas del mundo para las mejores comodidades y los más reposados adornos, para que Porcuna las contemplara con sus grandes ojos abiertos, y si aquel Macondo mítico de García Márquez hacía caravanas para ver el hielo, el espejo o la sonrisa, José Pérez Casado abría el imán del cinema paradiso de su escaparate de “Las Tres Caídas” para enseñarle al pueblo de Porcuna las otras formas de estar en la vida, y hasta las otras filosofías y narraciones extraordinarias, la bombilla, la fotografía, el reloj, el dulce de caramelo…

Abriendo como una luz el escaparate de “Las Tres Caídas”, desplegándole su guardanoches de madera, las gentes de Porcuna que iban y que venían Carrera’ adelante, a través del escaparate de “Las Tres Caídas” quedaba embobada contemplando aquellas novedades estrafalarias pero que tanto lucían, y soñando con ellas sin muchas esperanzas de que pasaran a sus manos o a sus adornos.

El escaparate de “Las Tres Caídas” era la bordadura progresista de Porcuna, el anuncio de los tiempos modernos y que José Pérez se traía para Porcuna como un alumbramiento iluminado e ilusionista.

El reloj de pared, el reloj de bolsillo y el reloj de pulsera, y aquel oficio de relojero que José Pérez Casado aprendiera, viendo y preguntando, de aquel ser ya de leyenda apellidado Calancha, aquel que vino a la Feria de Porcuna de los años treinta acompañado por dos bellas mujeres, y que siempre se quedaron en eso en Porcuna, en las bellas mujeres del relojero, y de las que nunca se supo si eran parentelas o amoríos moros en el harem del tío Calancha, aquel tenderete que el relojero montaba por la Plaza de la iglesia vendiendo y componiendo relojes, de pared, de bolsillo y de pulsera, vendiendo algunos y arreglando pocos, que pocos eran aún los relojes que había por Porcuna, y así, José Pérez Casado, ante el asombro de los relojes, el tercer ojo del hipnotizador le señaló ese adelanto para Porcuna, para llamar a “las Tres Caídas”,de allí en adelante, como la tienda del “Material eléctrico y Relojería” estampado ya en las octavillas de la propaganda que los zagales con gorra le repartían a José Pérez Casado por las calles de Porcuna ante tantas gentes que no sabían leer pero que sabían apreciar los llamativos colores de las papeletas.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Abrió José el escaparate de su tienda, y apartó cables, enchufes, linternas y contadores con la tapa de cristal y le abrió al escaparate de La Carrera el gran mundo de los relojes de pared, de bolsillo y de muñeca con sus cadenas doradas o sus cadenas de piel: un pequeño mundo de soles dando todos la misma hora en el escaparate de sol de “Las Tres Caídas”, por donde se veía a aquel hombre nacido un tres de septiembre de mil ochocientos noventa y seis , al fondo, con su doble ojo de cristal componiendo las almas de los relojes, acomodando ruedas, cuerdas y agujas, mientras de vez en cuando, apoyado en el mostrador de “Las Tres Caídas”, había un señorito de bigote, sombrero y traje mirando el invento de los relojes para su pared, para su bolsillo, o para su muñeca.

La modernidad en Porcuna dando la hora en aquellos relojes que desde el espacio exterior se traía Pepe Pérez para su tienda de “Las Tres Caídas”, y ya así, no era sólo el Pepe Pérez de los tendidos eléctricos dándole luces a la oscuridad de Porcuna, donde a la noche era un belén encendiendo las bombillas de sus ventanas, y sintiendo, que esa luz de Porcuna era como un nacimiento que se le vino a la magia de sus manos, sino el hombre de todos los posibles, el prestidigitador que sacaba a volar la paloma de sus chistera hasta parecer El Espíritu Santo.

A “Las Tres Caídas” se entraba por la puertecilla con arco de piedra de la calle General Aguilera o de Los Gallos varias veces renombrada, y bajo un balcón donde siempre había señoritas de amplias faldas, calladas sonrisas y recatos de confesionario, esperando el paso de alguna procesión, o esperando algún acontecimiento oficial, de esos que hacían imprescindibles los balcones, y ver asomadas a ese balcón como feriado, a las jovencitas levíticas de Porcuna que morían por el pañuelo blanco donde se guardaran las lágrimas de los amores imposibles. Unos escalones de piedra descendían a “Las Tres Caídas”, haciéndola profundidad como de cueva, donde en cualquier momento podría aparecer el mago que domó al dragón, con su mostrador de madera y su espejo de cristal, sus estantes corridos, y el gran reloj de pared, redondo, al fondo, dando siempre su hora exacta, y ante el que siempre se paraban los niños mirando ese raro artilugio, aquel reloj enorme sonando la música del paso de las agujas, y que fuera también, el reloj central de la hora de Porcuna, su reloj de la Puerta del sol, y el reloj de los relojes de Porcuna, los que llegaban a la tienda de “Las Tres Caídas” para poner sus horas en sus agujas exactas mirando aquel gran reloj de pared que no fallaba nunca, y ante el que cada día se veía a José Pérez Casado dándole cuerda para que nunca se detuvieran las horas.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

En su cuartucho, José Pérez Casado, el visionario, componiendo las descompuestas cosas, el contador, el reloj, el enchufe, la muñeca danzarina, la sortija de oro o los gemelos de plata, mientras por su cabeza pasaban las nubes que lo hacían estar siempre presente, pero ausente siempre, cuando no, pensando futuros avances, o pensando cómo hacer por él mismo algún que otro nuevo avance, algún que otro invento por inventar.

La obra como expansionista de “Las Tres Caídas” le inventó a Porcuna una especie de venta por correo, una teletienda que se anunciaba en los periódicos de mejor tirada, por ejemplo, en el periódico ABC del seis de enero de mil novecientos veintisiete, donde José Pérez Casado anunciaba: “Por 15 pesetas hornillo eléctrico, cable y enchufes, a reembolso. José Pérez, Porcuna (Jaén), o aquel otro anuncio del diario El Sol que decía “Por 12 pesetas, asador eléctrico completo con cordón y enchufe. Todos los voltajes. Pedir a reembolso. José Pérez. Calle villa nº 7 “

Y por el sótano iluminado, por aquella cuesta abajo con tres escalones y por aquel escaparate de “Las Tres Caídas”, iniciando la cuesta de la calle de Los Gallos, el José Pérez Casado haciendo envoltorios para enviar los enseres de sus anuncios a las capitales desde donde le llegaban los pedidos, pedidos enviados por correo, por tren, por autocar, o por taxi que de Porcuna iba para las capitales llevando viajeros de traje y señoritas de sombrero y velillo sobre los ojos, y en la baca, los paquetes de José Pérez Casado llenos de hornillos eléctricos o asadores eléctricos, peponas de porcelana y caballitos de cartón, algunos relojes de pulsera y algún reloj de pared, unas cuantas gafas de sol y otras gafas graduadas para las vistas de las muchachas bordadoras, adornos para el pelo, para los dedos, para las muñecas o para los escotes de las señoras. El mundo exportador de José Pérez Casado viajando de Porcuna a las capitales de provincia cobrados contrareembolso con algunas monedas de propina.

La expansión mercantil de Porcuna al mundo del mapa patrio saliendo de la tienda de José Pérez Casado, el Pepe de “Las Tres Caídas”, aquella fantasía tan animada, y aquel como regusto de miedo o incertidumbre del personaje dado a tantas magias y haciendo suyas tantas voluntades, con aquel escaparate tan mítico de la época, del que hablaban tanto nuestros abuelos, donde José Pérez Casado acomodaba los inventos, las novedades y las modas, y donde cuarenta años estuvieron puestas las muñecas danzarinas, aquel artilugio de madera con dos muñequitas , la una blanca y la otra negra, que bailaban y bailaban sin parar, y sin que nadie adivinara cual era la magia por la que bailaban las dos muñecas, que sin duda serían muñecas hipnotizadas por el tercer ojo de José Pérez Casado, aquella especie de brujo elegantísimo y amable, el de los ojos al mundo, cuando eran una muñecas bailarinas llamando siempre la atención de jóvenes y viejos que siempre se paraban ante el escaparate de “Las Tres Caídas” para contemplar esos bailes y bailar un poco con ellas o para intentar descubrirle la magia; un ingenio de José Pérez Casado ideado en la trastienda de los silencios, los arreglos y las invenciones, un mecanismo de motorcillo eléctrico que hacía vibrar la plataforma sin que se viera cable alguno, aunque su cable tenía, y sobre la plataforma vibradora, las dos muñequitas sostenidas por unas varillas flexibles de alambre que facilitaban el giro sobre sí mismas creando la ilusión de la música que nunca se escuchaba.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Las muñecas bailarinas del escaparate de “Las Tres Caídas”, aquella escena tan vivida, aquel entretenimiento tan visitado, aquella sorpresa danzando en todas las estaciones del año, y José Pérez Casado mirando ese escaparate tan lleno de cabezas, aquella luz en el alto de “Las Tres Caídas”, al que cada vez que desde el interior se le abría la puerta, ya todos sabían que por el escaparate iba a aparecer otra sorpresa, cuando no, otra maravilla, o quizá asombraban los ojos rabilargos de José Pérez Casado cuando se transformaba y se transbordaba y hasta se metamorfoseaba en el hipnotizador mítico asombrando a los espectadores de las tertulias de casino o acera, o por los interiores de su tienda , viendo las capacidades extrañas, brujas o circenses del hombre que con su sola mano, su sola mirada y su sola palabra era capaz de controlar la voluntad del que fuera, y hacerlo hacer lo que José Pérez, el hipnotizador le mandara o conviniera.

Lo mágico, lo exotérico, lo espiritista, lo adivinador, lo brujo, lo del otro mundo de José Pérez Casado, las ciencias ocultas sobre aquellos ojos que miraban todo a la vez, por eso nunca la gente adivinaba donde estaban ubicados exactamente los ojos del hombre de “Las Tres Caídas”, el José Pérez Casado que con los visitantes de la tienda o con los paseantes de la Carrera, o en sesiones privadas de casino o de salón, como una estampa romántica salida de los libros ingleses del XIX, en los momentos de asueto o de demostración de las tertulias interrumpidas, José Pérez Casado, más de negro que nunca o que siempre, pasaba sus manos sobre su frente y empezaba a ofrecer al pueblo la increíble y triste historia de los hombres sin voluntad, no más la voluntad hipnotizadora y nigromántica de José Pérez Casado, esa presencia como venida por los lugares insospechados de los libros misteriosos.

A José Pérez Casado se le ofrecía voluntaria la gente para ser hipnotizada y sentir la sensación del no estar, del no haber estado por un buen tiempo, ese como haber muerto y esa luego resurrección, y José Pérez Casado la contemplaba para saber si la persona ofrecida fuera captadora de los poderes de su hipnosis, y para comprobarlo, aproximaba su mano a la espalda de esa persona de espaldas y quieta, sin tocarla, y al desplazar la mano hacia atrás, hacía sí mismo, la persona debía perder el equilibrio, y si ésta lo perdía, para José Pérez Casado el juego alucinante del hipnotismo comenzaba ante el asombro de las gentes que acorralaban a José Pérez Casado para ser partícipes de esa suerte de voluntad perdida y milagro místico por el que José Pérez se adueñaba de la mente de las gentes, y así, al hipnotizado lo hacía cacarear como gallina o maullar como gato, lo hacía ir por la Carrera pregonando y vendiendo periódicos que no tenía en las manos, anunciando a las gentes lo invisible, las noticias que venían escritas en unos periódicos que no existían pero que José Pérez Casado le iba dictando mentalmente, mientras el hipnotizador pedía silencio a las gentes del portento, para no despertar de su asombro al hipnotizado, no le fuera a fallar el corazón o quedara siempre y ya habitando el mundo de las fantasía o de los sueños. Al hipnotizado le hacía José Pérez Casado, el hombre de todos los oficios y en todos trabando , la mímica de sus manos y el eco de sus palabras y así, el hipnotizado se le ofrecía a José Pérez en sus manos para hacerlo comer dientes de ajo como si estuviera comiendo gajos de naranja, o lo hacía beber delicioso vino hecho a base de vinagre y de sal, o cuando no, le ponía delante un billete de banco al que nunca podía llegar el hipnotizado, ni cualquier otro que intentara acercar su mano al billete, como si ya hubieran entrado todos los asistentes al prodigio en el hipnotismo y la voluntad del hipnotizador, que los llevaba a su sola voluntad de un lado para otro hasta que se iba la magia, se despertaba del sueño o se apagaba la luz.

Luego despertaba al dormido, y a los que iban durmiendo con el dormido, y lo hacía olvidar todo lo que había pasado, y era como si hubiera nacido de nuevo, aunque igual sintiendo que ya nunca más su conciencia sería completamente suya, pudiendo ser como la marioneta que iba guiando el de “Las Tres Caídas a su sola voluntad, pero lo invitaba a un vino blanco, y echaban unas cartas en las que siempre ganaba José sacándose sus cartas de la manga, o volviéndolas de otro número y hasta de otro color, mientras esperaba la hora de volver a la casa familiar, donde su Leonor Casado ya le tendría preparada la cena.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Espectáculos aquellos callejeros o de salón de José Pérez Casado, el avanzado de Porcuna, cuando le echaba las llaves y la retranca a su tienda de “Las Tres Caídas”, la tienda de las modernidades y de los misterios, de la electricidad bruja y de los relojes adivinadores, dejando siempre el monumento de las dos bailarinas bailando para siempre, no fuera a ser que se les fuera la vida para siempre en una noche apagada.

José Pérez Casado, más que el hombre percibido, era el hombre intuido, y sin estar, como estando, el que de pronto podía convertirse en hombre invisible, y aunque visto, visto ahí como una sábana que se ondula, y si paseando, paseando en el libre albedrío de su cabeza echada a los pájaros, a los libros de los filósofos de Kant, de Voltaire y de Nietzsche , a la vida de los inventores, a los manuales de hipnotismo y de espiritismo, su otra pasión, quizá por aquella cosa de familia dedicada a la fabricación de los ataúdes, donde la muerte, más que un final y un misterio, era como una presencia siempre a la que se podría llamar con sólo estudiar unos apuntes escritos sobre las páginas blancas de los libros de espiritismo, aclarándole el final de todo, y si todo acababa en limbo; apegado a los libros que le hablaban de las mitologías griegas y romanas, u otros que le hablaban de los hechos extraordinarios y tan silenciosos, los juegos de manos de los poderes ocultos y de los mundos extraños, de los juegos cabalísticos y las presencias profundas. Lecturas extrañas y tan comentadas las de José Pérez Casado en unos tiempos donde las lecturas daban en sus fábulas y entretenimientos, en sus sainetes y en sus nuevos malos versos románticos, y José Pérez Casado leyendo y estudiando en los libros filosóficos, en los libros mitológicos y en los de las ciencias ocultas por donde se adentraba el espíritu de José hasta volvérnoslo casi cómo una presencia transparente y tan sabia, y hasta tan profeta de los tiempos que iban viniendo acurrucados sobre las mesas redondas de las tertulias por donde se andaba la vida en sus altas conspiraciones.

Un fotógrafo o retratador, amigo de la familia de los Pérez Casado, solía venir durante bastantes años a Porcuna desde Valladolid, para alguna que otra festividad sonada o sonado entretenimiento, para hacer sus retratos a las gentes acomodadas de Porcuna, que eran las que se solían hacer los retratos, para lo cual alquilaba casa durante unas semanas, y en esas semanas le daba tiempo de hacer un buen muestrario de retratos a las gentes nobles o acomodadas de Porcuna que posaban ante el retratista vallisoletano como si fueran las musas de un pintor de cámara tratando de inmortalizar a los personajes de un cuadro universalmente porcunero, y fue de esta forma como le vino la idea a José Pérez Casado de crear en Porcuna su primer estudio fotográfico aunque fuera repartido por todos los estudios fotográficos de los salones y estancias de las casas de Porcuna, haciéndole a “Las Tres Caídas”, su apartado con cortinas , oscuridades y veladores para revelar los carretes fotográficos de las gentes del lugar, que ya teniendo al fotógrafo más a mano, no tenían que esperar un año a que les llegara el retratista de Valladolid, y hasta con más confianza, las gentes pedían fotografías a José Pérez Casado para ser pagadas a plazos o cuando fuera menester la llegada de los dineros de las cosechas o de los jornales, un lujo que se volvió cotidiano, y así, ya no llegaron a faltar fotografías familiares en los hogares de Porcuna, aunque, ciertamente, del oficio de retratistas, de fotógrafos en sus principios de la fotografía porcunera, se encargaban su hijo y los trillizos Navas Pérez: aquel tan espigado cuerpo con tres cabezas pensantes heredando la herencia del tío José Pérez Casado, el hombre de “Las Tres Caídas”.

Como no fue posible encontrar cámara nueva en el mercado, por recomendación de Manolo Espinosa, que estaba de Comisario por Córdoba, compró José una máquina retratadora de segunda mano, que andaba más bien mal que bien, a pesar de la recomendación, con su ampliadora y todo su laboratorio fotográfico completo, material de un fotógrafo cordobés que había modernizado su estudio y ofrecía su estudio viejo para los advenedizos de la fotografía porcunera: Esos avanzados del labrantío… Un laboratorio fotográfico instalado por “Las Tres Caídas” para hacerle su reportaje fotográfico a Porcuna, y más en unos tiempos donde el trabajo se multiplicaba pues se avecinaba la imposición de los carnés para viajar, y en todos era obligatorio colocar la correspondiente fotografía grapada del viajero, auque al principio les salieran más disimulos que retratos.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Como José Pérez Casado ya bastante tenía y bastante atareado estaba con llevar su tienda de electricidad, relojes, cosas de joyas y de regalo, que se le iban llegando a José llenándole de dorados el escaparate de La Carrera, sortijas, zarcillos, collares de perlas, alfileres y broches con piedras falsas, gafas de vista y gafas de sol, amén de llevar el trajín del hipnotismo tan demandado para los asuetos y las bonanzas alucinatorias, un casi espectáculo circense del que sólo le hubiera echo falta a Pepe Pérez cobrar entrada y haberse labrado una buena fortunilla de la de andar por casa, sin mucho, pero sin poco tampoco. Y el más tiempo para sus lecturas filosóficas, místicas, estrafalarias, y ponerse a pensar ya sobre su invento de la llave de pera y del interruptor de rueda, les dejó el negoció de la fotografía a su hijo y a dos de sus sobrinos Navas, los que tenía de aprendices de todo por el gran casino de “Las Tres Caídas”, el Rafael y el Manolito, que el Jesús ya andaba con el en el arreglo del desarreglo de los relojes, de pared, de bolsillo o de muñeca, los cuales fotógrafos entando ya en la adolescencia, iban por las calles y las casas de Porcuna con la cámara al hombro y los rollos de las películas colgando, entrando en las casas como ladronzuelos de almas, sacando las fotos del carné de viajante, en las que los retratados ni siquiera se reconocían a ellos mismos cuando se veían retratados en las fotografías, lo que pareciera la otra realidad, quizá por las malas fotos, quizá porque no había espejos. Y fotos de salón y fotos de pedida, y fotos por el placer de hacer fotos, yendo luego, la nueva novedad de Porcuna aportada por José Pérez Casado a la llamada de las bodas para retratar a los novios durante el sí quiero de las iglesias, retratando a las nobles familias reunidas en sus grandes salones como si se trataran de familias reales u otros menos ilustres apellidos, o haciendo fotos a los matrimonios trajeados y paseantes de las ferias posando ante los fotógrafos como si fueran otros feriantes más y el complemento perfecto para enseñar las papeletas premiadas de las tómbolas. Y cuando no había más nada que retratar en Porcuna, o por avisos que les llegaban desde más allá de los límites de Porcuna, recorriendo los pueblos de los alrededores con la cámara fotográfica de segunda mano de José Pérez Casado al hombro: Lopera, Valenzuela, Cañete de la Torres, Higuera de Calatrava, haciendo los caminos primeramente a pie, y ya con algunos dineros ganados, con sus primeras bicicletas, fotografiando bodas, bautizos, comuniones o puestas de largo, allí los mismos sobrinos que luego acompañarían al tío escultor, Manuel Pérez Casado por las ferias de los pueblos ofreciendo las figuras de escayola del escultor, al que, sin embargo, nunca le hicieron ninguna fotografía.

Las fotografías se revelaban en la tienda de “Las Tres Caídas”, que ya era la tienda de todo, la multitienda-hogar donde era posible buscar lo más insospechado y encontrarlo, la novedad más del ahora y del estar ahí, sin anclaje en el tiempo, expuesta sobre el escaparate que daba a la Carrera, aquel cinema paradiso de Porcuna, convirtiéndola en una tienda a la que ya se le podría llamar tienda moderna como si fuera tienda de capital, electricidad, joyería, artículos de regalo, de la vista y del adorno, y también laboratorio fotográfico a donde entraba la gente a recoger la novedad de las fotografías en blanco y negro, de estudio, y ampliadas hasta lo más posible, y teniendo a los fotógrafos tan a mano, sin la necesidad ya de trasladarse a Córdoba o a Málaga a posar para el retratista, como tampoco se tenían que desplazar ni a Córdoba ni a Málaga, para comprarse su hermosa radio de repisa, que ya la tenía expuesta José Pérez Casado en el escaparate de las muñecas danzadoras sonando la música sólo para ellas.

Ampliando Porcuna como en una ampliadora fotográfica, José Pérez Casado cada día amanecía con una idea nueva a la que sacar efecto, partido y hasta consideración por el establecimiento múltiple de “Las Tres Caídas” del inventor de la luz, de la otra luz de Porcuna, el casinillo estático, ambulante e hipnótico por donde siempre subía hacía Porcuna, subiendo sus tres escalones de piedra, otra luz distinta, y otra voz más avanzada, y era el lugar de las exposiciones , de los negocios y de los entretenimientos, quizá de las confabulaciones, que cuando no daba en una cosa, daba en otra cosa mejor, el caso era no estarse nunca quieto y el estar siempre cavilando José, el hombre salamandra, por esos sus ojos que estaban siempre en todos los sitios y en ninguno, porque siempre tenía algo que hacer o algo que poner al día para no quedarse dormido en los laureles, no fuera a ser que se le quedara dormida Porcuna, o se le quedara malamente hipnotizada. Escalando los pinos José Pérez antes de descender a los cipreses, y así, del siempre engendrador vientre de “Las Tres Caídas”, con tantas cosas ya expuestas y ofrecidas, salían sus cenachos con sus caramelos de azúcar que también elaboraba José en los momentos que había que dedicar, entre unas cosas y otras, al mundo de los caramelos, que sus sobrinos, el Rafael, el Jesús y el Manolito llevaban por las calles de Porcuna, ofreciéndolos a las gentes por los mercados, a gorda la piruleta y a perrilla el puñaejo de caramelos de sabores envueltos en sus plásticos denteros y transparentes.

Los mancebos de José Pérez Casado llenando el pueblo de azúcar, y a falta de cepillos de dientes, buches de agua y a escupir los cristales, o masticando yerbas y panecillos de las malvas que hacían tan buenas limpiezas dentales.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

El mundo de “Las Tres Caídas”, pues “Las Tres Caídas” era el mundo donde todas las cosas inertes se movían al compás de la varita mágica de José Pérez Casado, por eso siempre estaban danzando las muñecas bailarinas del escaparate, para que nada se estuviera nunca quieto, para que todo fuera siempre los segunderos del gran reloj redondo de pared al que había que dar cuerda todos los días, y había que estar en cada segundo para no morir de quietud.

Y un día, también fue sacando a la calle los jabones elaborados con sosa y con aceites de turbios, a los que José convertía en jabones de olor si eran jabones para el aseo, añadiéndole a la amalgama de la sosa y los turbios sus aromas de extractos de flores: la rosa, el jazmín, la lavanda, la madreselva, la mandrágora, y si eran jabones de pilas y barreños para los lavados de ropa, dejándoles sus olores de aceites oliendo a aceitunas pasas, que eran los olores del campo, de la tierra húmeda y el olor de lo limpio oliendo siempre a ropa recién planchada a la que sólo hacía falta ponerle su fruto del árbol del membrillo y guardarlas en una cómoda de madera tapando las viejas fotografías en blanco y negro y las viejas y tan leídas cartas de amor.

Y llevando José los jabones por los pueblos y por las ferias del ganado y las festividades patronales, convertido el de “Las Tres Caídas” en feriante de jabones abriendo su puesto de madera, en el buhonero de bicicleta llevando en una mano un jabón de olor y en la otra una piruleta de caramelo, y en el sombrero de la cabeza una flor de margarita como el llamado luminoso que lo anunciaba a las gentes, con la corte de sus aprendices a su lado disfrutando de los milagros, las enseñanzas y las extravagancias maravillosas del tío Pepe, ofreciendo el prodigio del jabón de olor y los placeres del caramelo, y en las muñecas puestos, algunos relojes dando las horas, o extendidos en un paño de terciopelo, o unas sortijas de oro, unas gafas de aumento y otras gafas para el sol de las mujeres coquetas y de los hombres con bigotes y con mandos. Llevando José para los otros pueblos las novedades y los arreglos que le llegaban a Porcuna, a los otros Macondos colombianos de los alrededores ofreciendo los nuevos hielos y los nuevos espejos, y siguiendo enviando para las capitales departamentales de España sus paquetes contrareembolso llevando hornillos o asadores eléctricos, con sus cables, sus enchufes y acomodados en pajas para que no sufrieran los muchos vaivenes de los caminos, o aquellos perros que un día le dio por crear a José Pérez Casado, aquellos perros hechos de escayola y fabricados dentro de unos moldes de barro, siendo ya también, el José alfarero, y que luego pintaba con los colores marrones de los perros de escayola, a los que ponía cascabel al cuello como si fueran gatos domesticados, y que durante tantos y tantos años fueron el adorno ideal y predilecto que se solía poner en los basales de las chimeneas de las casas, si en las chimeneas de las casas señoriales, como perro de escayola con señoríos siendo iluminado por el crepitar de los palos de olivo calentando las estancias de las tertulias, el café y el rosario de las cinco, y si en las chimeneas de las casas pobres y laboreras del jornal, en los basales de las chimeneas bajo los cuales se cocían los alimentos, pareciendo siempre perros con hambre, perros siempre esperando la mano de la comida, o como perro pastor ratero guardando los alimentos y a los que, de vez en cuando había que limpiarles las grasas que se les pegaban de los humos.

A las chimeneas de Porcuna durante muchos años no le faltaron sus perros de escayola, aquellos perros de escayola que fabricaba y pintaba, José Pérez Casado, por aquel mundo asombroso y trajinero de “Las Tres Caídas”, y con aquel hombre siempre con la cabeza pensante y discutidora consigo misma, y con los tiempos en sus cochuras, el que, aún no había acabado de hacer una cosa cuando ya estaba pensando en la cosa siguiente, mientras seguía pergeñando en las noches oscuras y solas, y con los espíritus calmados y silenciosos del espiritismo de José Pérez Casado, y con algún que otro hipnotizado aún buscándose a sí mismo y siempre creyendo encontrar al otro, o a lo otro, en los cuadernos de apuntes a donde iban sus gráficos, sus idearios y sus diseños inventivos, aquellos interruptores de la luz que estaba ideando José desde que descubrió el mundo de la electricidad, y que un día convirtió en patente abiertamente porcunera, y que de la mano de su hijo José Pérez, el otro “Tío Pepe” de la familia, fue llevando por toda España y por algunas zonas extranjeras de lejanía más a mano. Aquella llave de pera y aquel interruptor de rueda, en sus colores blanco y negro que fueron llamadas como la Llave Morfa, y que celebraron patente de invención y de originalidad, las fechas del mil novecientos cincuenta y cinco, cuando le fueron concedidas las patentes, y la fecha del mil novecientos cincuenta y seis, cuando la patente de la Llave Morfa de José Pérez Casado apareció publicada en el Boletín Oficial del Estado.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

El invento de la Llave Morfa lo llevaba José Pérez Casado en su cabeza desde que entrara en los negocios de las instalaciones eléctricas, en las que se andaba todos los días tendiendo cables y anclando interruptores y contadores negros con las pantallas de cristal.

De aquellos pensamientos, y entretenimientos también del hombre que cada día estaba pensando una historia nueva, nació la Llave Morfa en sus dos versiones prácticas y estéticas tan conocidas, y que han recorrido medio mundo encendiendo y apagando bombillas de ciento veinticinco, y que fue negocio y patente que luego siguió explotando su hijo José Pérez, el “Tito Pepe” de la familia, hasta que estos inventos tan de la época y tan de los nuevos avances de la época porcunera de José Pérez Casado, pasaron a mejor vida por las otras cosas de las nuevas modernidades, y que ya no pilló a José Pérez Casado, el de “Las Tres Caídas” con vida, sino, a buen seguro que también hubiera inventado las nuevas modas de encender y apagar bombillas, modernizando sus dos grandes inventos.

José Pérez Casado llamó a su invento como Llave Morfa, por aquello de las lecturas y los estudios de las mitologías griegas y romanas, dos primos hermanos cogidos por las mismas confesiones aunque con nombres distintos, en honor del dios Morfeo, el dios del sueño, y hasta el dios de las oscuridades de las noches, y así llamó a su pequeña y familiar fábrica de bombillas y material de electricidad, como MORFA, la cual se anunciaba bien en los anuncios publicitarios de los periódicos y de las radios.

Diseñó José Pérez Casado la llave de la luz en forma de pera, esa que iba cogida con un cable eléctrico de color blanco y que algunos quedaban encalados y como pegados a las paredes, y otros colgados de las cabeceras de las camas, y a la vez, inventó también su homólogo, el interruptor de rueda de pared, siendo el interruptor de rueda de pared el que daba la luz de las entradas a las habitaciones, siendo la llave en forma de pera, y con ruedecilla también, más llave de cama de dormitorio por donde la luz nocturna se apagaba acabándose el día con ese simple y solo girar de rueda.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Los tiempos de “Las Tres Caídas”, aquel mundo unipersonal y expandido, aquel mundo de color, de avance y de misterio de José Pérez Casado, el hombre orquesta que le tocaba todos los instrumentos a Porcuna para ponerlo a soñar y a bailar al compás de las muñecas danzarinas del escaparate de La Carrera: aquel universo y aquella extrañeza visto a través de un cristal donde quedaban plasmadas las huellas de las manos.

Aquella luz de Porcuna, aquella luminaria iluminada porcunera llamada José Pérez Casado, de la carpintería-funeraria de los Pérez, del misterio, la extravagancia y la cultura esotérica y filosófica de los Pérez; el hombre de “Las Tres Caídas”, el de la familia de los Pérez carpinteros y fabricantes de cajas de muerto de la calle Sebastián de Porcuna, aquella familia con magia y con misterio, y con presentimientos también, como si fueran adivinos con bolas de cristal y sanadores de verrugas y males de ojo, que coronó varias luces en Porcuna, la luz de la carpintería, la luz de la escultura, y la luz de la electricidad y los mandos de las luces. Hombre renacentista fue José Pérez Casado, en unas épocas tan tardía donde a Porcuna aún no le había entrado en Renacimiento ni la Ilustración, como tampoco les entrarían jamás, pero había gentes como José Pérez Casado que leían la Enciclopedia y los otros significados de las palabras, como leía José, la extravagancia razonada de Immanuel Kant, el pensador-inventor del criticismo de la “Crítica de la razón pura”, como también José se entretenía en las milenarias mitologías de los antiguos y sagrados imperios buscándoles sus lugares en el monoteísmo de las iglesias cristianas, o sus correspondencias: Alharilla-Primavera, Santa Ana-Recolección, Navidad-Siembra y Primavera-Renacimiento o Sorpresa, y coleccionaba libros de hipnotismo con lo que fue perfeccionando su tercer ojo, el ojo de su frente con el que podía dominar las voluntades y enjaular a Porcuna en su sólo pensamiento ilustrado, y libros de espiritismo por donde siempre andaba la no muerte paseando sábanas blancas o fabricando ataúdes donde quedaban siempre las últimas voluntades y el misterio subsiguiente que nadie vino a contar, ni nadie vendrá a contar jamás, sino, se esfumaría el espíritu, aún más esfumado de lo que ya lo está. Hombre renacentista en un pueblo sin renacimiento pero dispuesto siempre a aceptar lo que se le llegara encima, no poniendo la otra mejilla, sino como recibiendo al mundo, y ya se vería por donde saldría ese mundo.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Idealista, excéntrico y lírico, como una hoja viajera de viento. José Pérez Casado también tenía su extravagancia de poeta, aquel tan buen casar con el primer cuarto de siglo del siglo XX, de poeta de andar por casa aunque con muy apreciables armonías sonoras, que un día coge un bolígrafo, se aprende las rimas en los manuales de aprender rimas de los poetas de los romances y las canciones serranillas, y en las horas quietas de la vida familiar por la calle General Ollero número ocho, coge el bolígrafo y la hoja en blanco y en lugar de crearle al mundo sus nuevos planos, le descubre a lo blanco su calidad de rima para comenzar a escribir sus desvelos literarios, escribiendo poesías a su familia y amistades, y sobre todo a sus nietos, como a su nieto Salvador Montilla, en el que José Pérez Casado veía al futuro heredero de sus facultades, si no de sus facultades comerciales, ni de sus capacidades inventivas, sí que de sus facultades hipnóticas y espiritistas, que para eso el nieto le había salido pelirrojo, que siempre parecía ser buen signo y mejor augurio de los extraños y extremos poderes de la mente de la familia Pérez Casado.

Poeta de los romances sencillos, e impecables versos octosílabos con sus muy sonoras rimas y muy justas alteraciones, José Pérez Casado caminaba por los versos queriendo él también imitar al arte con sus composiciones, aunque fueran de conveniencia, que para eso también le inventó a su negocio-mundo-universo de “Las Tres Caídas”, su asiento y su gozo literario, y en los programas festivos, y por las octavillas que se lanzaban a la calle o se ponían sobre los mostradores de las tiendas y de las tabernas, ponía José la poesía de su negocio, o las octavillas que llevadas por los mancebos de gorra y pantalones bombachos, entregaban a los paseantes de la Carrera o Jesús, o a los muestrarios de los cenachos por la Plaza de los comestibles; octavillas líricas por donde José Pérez Casado llamaba la atención, no sólo sobre su comercio, sino sobre la literatura también, que, a la vez que los obsequiaba con una visita a su fortuna idealista de “Las Tres Caídas”, les estaba obsequiando y ofreciendo el presente agasajo de una poesía rimada en su ritmo y música más sentimental, y comercial también:

“De “Las Tres Caídas fue
Donde lo compró Charillo,
Llevaba varias linternas
Y un precioso relojillo”


Y para Navidad su Villancico de la tienda ofrecido en octosílabos por donde José Pérez Casado vaciaba su tienda para darla al mundo de la publicidad de mano en mano.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Idea genial la del verso comestible, la del verso vendedor, la del octosílabo romance creando la historia mitológica de “Las Tres Caídas”, haciéndole casi su radiografía y con el tiempo, casi su biografía o su retrato con tienda y con inventos, pues tan pocos versos escritos, son más que suficientes para hablar de “Las Tres Caídas” y de José Pérez Casado que era el hombre de “Las Tres Caídas”.

Caminándole a Porcuna los cuarenta años de “Las Tres Caídas, José Pérez Casado le fue dibujando a Porcuna una alegría temporal, pero que parecía ser una alegría de siglos llegados a Porcuna con tantos retrasos, y tanto no saber mirar los calendarios ni saber decir las horas, nada más que los toques a muerto salidos de las campanas.

Galán de fotografía con los ojos abismales y abismados, dalinianos, hipnóticos hasta pretender hipnotizarse a sí mismo, si es que no estaba ya hipnotizado desde siempre, el hombre de “Las Tres Caídas” era como lo prodigioso de Porcuna mostrando a la población el gran álbum de los fenómenos y los acontecimientos y entretenimientos alucinantes, y como un altavoz en forma de octavilla con rimas apropiadas que llamaba a las gentes para ofrecerles las nuevas maneras y las futuras memorias de ofrecer los comercios, pero siempre llevando en la esencia y hasta en la conciencia, la amabilidad y la atención de los viejos comerciantes tan bien aprendidos.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Al José Pérez Casado, el hombre de los ojos multiplicados, de los inmensamente ojos abiertos y en su mundo, que era el mundo del mundo, poco a poco se le fueron apagando las visiones de la vida, las reales y las ilusionadas, y los años lo fueron dejando casi ciego, como ciego también se le fue quedando su hermano Manuel, aquel hermano Manuel, el escultor de las esquirlas de guerra, al que José llevó a Barcelona a que los grandes oculistas le arreglaran el problema de sus ojos para devolverlo a la luz de las esculturas, sin conseguir nada. Y ya se tuviera que conformar José Pérez Casado con que los hijos, el José, el Manuel, la Encarna y la Milagros, o los nietos, le leyeran en voz reposada, sus amados libros, los guardados en la vieja arca de los antepasados, los secretos y los misterios, la filosofía de Kant tan certera, la mitología griega tan aprendida, las enseñanzas diabólicas del hipnotismo, y el surrealismo manto de los espíritus vagos de las noches inquietas o los versos clásicos de una Antología poética, mientras su hijo Manuel le tocaba al piano algún encanto de Chopin, y con su mente ya haciéndose de retazos, desentrañarle al ayer su abismo y su huella de fotografía; así, ya jubilado y a lo hogareño, y cada vez con más oscuridad, el hombre que vino a la vida en vísperas de Ferial real de finales del siglo XIX, moriría en vísperas de Romería de Alharilla, y en su día jueves, un doce de mayo de mil novecientos sesenta y seis, allá por el número ocho de la calle General Ollero, y por la tonta culpa o examen ante lo extraño absoluto, de haber muerto por una inyección mal puesta, que en lugar de pinchar en carne, pinchó el vena, y ya no salió de ese sueño en su última caída el hombre de “Las Tres Caídas”, el José Pérez Casado, de la familia de los carpinteros-funerarios de la calle Sebastián de Porcuna, el que le levantó a Porcuna su eterno telón bajado y echó a volar el cohete anunciador que daba comienzo al espectáculo.

Sobre “Las Tres Caídas”, las noches y los días y dos muñecas bailando el minué de las horas, mientras José Pérez Casado apoyada en su costado la escalera de la luna, tiende cables a Porcuna acercándole la luz como si fueran candiles, cuando los cuarenta abriles de edad de “Las Tres Caídas” sembraron por sus esquinas una Porcuna embrujada, que del sueño de la nada y el cantar del violonchelo, la descorrió de su velo con adornos de balcones.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Pasan las cuatro estaciones por la tienda de la luz y al atravesar el tul de las cortinas de niebla, José Pérez con la ofrenda de brillantes golosinas. Estrellas de las retinas posadas en los inventos, un hombre contando un cuento volteriano y singular, cuatro palabras de paz y el hágase tu voluntad, aquí, por el hipnotismo; José cruzando el abismo de las mentes dirigibles hasta hacerlas reversibles y posarlas en sus ojos. El mundo de los antojos venciéndolos por el suelo, predicando el aguacero de los santos días con prisas. Los perros de las cornisas, las fotos de los retratos, el sueño de los incautos sonando en las cuatro y media. Tortas de aceite y de feria y jaboncillos de olor, la vida de un soñador echada su mente al hielo… Una suerte de consuelo leer a Kant encantado… y un confundir lo soñado, o un soñar lo confundido: el hombre de los aullidos desde sus ojos de fiera: la historia de una escalera de la que nunca bajaba, mientras su vértigo daba la hora de los relojes; los días fueron entonces, los días de Pepe Pérez, poeta de tres papeles, veor de cien mil beldades, el tiempo de las edades deteniéndose en tu mano, la del capricho aldeano tocándose en el piano de la melodía del mundo, aquel tu mirar profundo posado sobre la Nada…

ALFREDO GONZÁLEZ CALLADO
FOTOGRAFÍA: SALVADOR MONTILLA, ANTONIO RECUERDA, ANTONIO QUERO, JAVIER NAVAS Y ALFREDO GONZÁLEZ
© 2020 Porcuna Digital · Quiénes somos · montilladigital@gmail.com

Designed by Open Themes & Nahuatl.mx.