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José Herrador Delgado, de vocación: Alharilla

En la escritura, a la hora de recordar a alguien que hace muchos años nos dejó para siempre- ese siempre peregrino e inconsútil, cuando no cariacontecido - el bolígrafo toma rectangular forma de amarilla fotografía y alargada sombra de ciprés, para arrancar de estas dos formas de estar ausente, los rasgos más fundamentales de un rostro, y, a través de ellos intentar indagar en la personalidad de ese rostro, que nos mira desde un pasado, que puede parecer remotísimo, pero que recrea y contempla y habla la realidad de cualquier recién instantánea, o cuanto menos, lanzarle una mirada que nos lo acerque pasando a ser Estatua de estos días y de estos escritos, él, que sólo fue campo y fue Alharilla: esas dos formas de expresar lo porcunés.

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A ese remoto parecer hay que hacerlo realidad, y en esa o en esta realidad –más vale tarde que nunca- rendir justo homenaje a un hombre bueno, de los de olivo y siega, y sombrero de paja y vara para varear; a un hombre llano, de pueblo, de calle, cuadra y tabernucha de esquina, escritor de cuatro letras y matemático del sumar y del restar, que dedicó toda su vida a la Virgen de Alharilla, sin más beneficio que un roce de manto y un mirarla siempre como se suelen mirar las cosas sencillas en sus recursos de humanidad, y también las esencias más amadas en sus quietudes.
Homenaje a un porcunés ilustre y sin nombre, que nació por y para su Virgen de Alharilla, a la que se entregó en cuerpo, en alma y en sueño, y hasta en quebraderos de cabeza, porque, aquel amor a su Virgen era la mano que guiaba sus pasos por esta vida, tan de amapola y tan de rastrojos.

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José Herrador Delgado nació en Porcuna allá por el año de 1889- año en que nacieron, con José Herrador, Charles Chaplin, Jean Cocteau, Gabriela Mistral y la excelsa poeta rusa Anna Ajmátova, una de mis debilidades líricas, y en un Paris vestido de Exposición Universal, se inauguró la Torre Eiffel- en un número de la calle San Lorenzo sin fuente de agua aún, pero con muchos mulos acarreando cántaros de agua desde la Huerta del Comendador y desde el pozo de Cantarero, aquellas termas romanas, siendo el más pequeño de tres hermanos, y todos dados a la agricultura en sus pequeñas fanegas de tierra familiares que daban lo justo para ir viviendo y aconteciendo los días en sus vidas de cortijo, sin más miramientos que una Porcuna en la lejanía de los altozanos y un oculte bajo las alturas de Porcuna de una Virgen de Alharilla hacia la que iban los rezos y los buenos augurios y bonanzas de las cosechas. Y de vez en cuando un lapicero escribiendo en una cartilla las cuatro enseñanzas básicas del saber hacer las cuentas y leer unos testamentos.

Su madre, Fabiana Delgado, como ya hiciera con sus dos primeros hijos, el mismo día de su bautismo, hizo a José, hermano de Nuestro Padre Jesús y hermano de la Virgen de Alharilla, con lo que, José, ya desde sus primeros respiros de vida comenzó a suspirar el fervor místico, devoto y popular, que en su casa se tenía a estos dos solemnes emblemas que han hecho de Porcuna su predilecta benefactría y sus sentimientos más espirituales.

Hijo de padres agricultores, tal como es Porcuna en sus moradores, José fue creciendo entre el amor a los campos y el más devoto amor desinteresado y caminante hacia la Virgen de Alharilla y su romería, a la que dedicó treinta y seis años de su vida como Presidente de la Cofradía, muchos de esto años con la sola, aunque fervorosa, ayuda de su familia: auténtico volcán alharillero, cuando la Virgen de Alharilla era la sola habitante del Llano, y por Porcuna apenas llegaban los ecos de su llamada, ni las estrellas de su aureola dorada.

Se puede decir, sin duda que, durante sus treinta y seis años de presidencia, y, cuando este título no tenía secuelas meritorias sino secuelas y ejemplos del bien trabajar y del mejor hacer, fue sembrando, año tras año, las semillas que en su germinación y esplendor primaveral, han hecho de la Romería del Llano de Nuestra Señora, una de las más fervientes, hermosas y admiradas romerías de Andalucía.

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Contemplando hoy esta fotografía, con su blanco y negro ya llamando al sepia de las arcas y los baúles, aparece en ella, como sin quererlo, la imagen de un hombre anciano, que, bajo la paz de su Virgen, parece estar elevado ante ella como para venerarla mejor: henchido de amor mariano, y arropado a la vez, por el amplio manto que eleva Alharilla para proteger a su pueblo: ese adorno de bandera azul cielo sesgándolo como una caricia, y aparece en la mirada de José Herrador Delgado, vestido de fiesta pero pareciendo siempre estar vestido de campo, la paz del que ya tiende a irse, del que se va despidiendo teniendo la tranquilidad de haberlo dejado todo en buenas manos tras tantos años de soledades con Alharilla sin más arrimos que una sangre comulgada con el Llano.

De sus cabellos canos, de sus canas arrugas, de sus callos de hoz en el reverso de las manos cuando se muestran mendicantes, nacen todas las palabras precisas para hablar de él “como si estuviera entre nosotros anclado”, que dijera Pablo Neruda; como si persistiera su presencia en cada paso que recorre la Virgen en hombros de su gente, de su ermita a su Humilladero, de su Humilladero a su ermita: dos blancas presencias soñando alas; dos corazones blancos que hablan de la blanca claridad romera que tantísimo debe a José Herrador Delgado, aquel solo y esforzado porcunés que siempre que se miraba al espejo, el espejo le respondía mostrándole la imagen de alharillero del Llano.

Resulta sencillo trasladar a este José Herrador Delgado, que se fotografía vistiendo de fiesta, a su diaria rutina, donde, unas manos duras de callos y ágiles de labores, nos hablan de un hombre que poseyó la milenaria sabiduría del arado, la bonanza primitiva de la siembra y la color invernal y aceitunada de la cosecha, cuando, del sudor nacían los trigos y las cebadas, los garbanzos y las aceitunas, y desaparecían las malas hierbas a base de cavadas de azadón, en las tardes duermevelas de los cortijos de antaño, bordeando aguas termales y garbanceras de Cantarero y sarcófagos romanos convertidos en abrevaderos de bestias de carga, con rebuznos, terciopelos y retrancas. Hombre labrador por aquellos campos de las pocas fanegas de tierra, las de la susistencia no más, por los pedazos calmos de Las Ollas, agachada la cintura y en la cabeza el espíritu de Alharilla bulléndole con cada cavada de azadón para no perder su historia, su mística y su tradición.

Fácil dibujar unas calles de guijarros y yerbas asomando entre las grietas de sus respiraderos, aceras de losetas con niños jugando a las chanflas, y casas más blancas que nunca contempladas a vuelo de ojo por el agujero con reja de las cámaras, por las que José, nada más cantar el gallo su anaranjada alba, llevando a sus manos asido, un mulo entre blanco y gris platero, un perro lanoso, un hato campero aguardando el mediodía de los embutidos en una de las aguaderas, un cántaro con agua, y dos o tres hombres de los del jornal contemplando el horizonte de las siegas y los cantes por temporeras sobre las besanas.

Hombre de campo como de campo, y de trigos y de olivos es Alharilla, y de aguas también, tirando de su mulo calles abajo, con un buenos días siempre saliendo amablemente de sus labios hacia los paisanos que encontraba a su paso: paisanos en los mismos menesteres de José.

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Hombre tras el arado abriendo los largos surcos para la futura siembra.

Un hombre del “ea” y del “so” sobre los fértiles campos porcuneros.

Hombre en un cortijo- cuando los tiempos eran tiempos de cortijo, con su miguero y su aperaor- alimentando el fuego donde, a su amor, se cocían las migas, con un revuelo de hijos alrededor haciendo ramos sin floreros con las alegres flores de los lindones, las margaritas, las varas de San Juan, las amapolas, los conejitos y los jaramagos, en el pequeño altar de la chimenea donde aparecía, en blanco y negro, la antigua imagen de la Virgen de Alharilla alumbrada con candiles y orada con oraciones recias.

Hombre que, tras la dura jornada del arado en mano y la camisa almidonada de sudor, como camisa de escayola, sentado en un poyetón de piedra, iluminado de luna mora y estrellas adormecidas, y sin más sonidos que las músicas de la noche, suave de grillos y de pájaros y serena de manantiales y de arroyos, tendía su mirada hacia el alcorado horizonte de las alturas urgavoneras, para hablar con la Virgen de Alharilla conversaciones sencillas, de tú a tú, como buenos convecinos que se recuerdan y estiman, o como administrador alharillero, que, desde la lejanía de un campo de trigo y el cortijo blanco de San Pedro, entabla charlas de oficina con la Señora para ver cómo van las cosas de ermita y los rezos del rosario.

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Para José Herrador, su vida no habría valido nada, o hubiera sido vida con mengua, de retrancas y de soliloquios, si a su lado no hubiera estado siempre su idolatrada Virgen Campesina, en el dolor de las malas cosas y en la alegría de un hogar con mujer y niños: los satélites de su tierra, los que le orbitaban como una sagrada familia en la bonanza como en la privación, en el bien y en el mal, y en esas cosillas de todos.

Cuando José Herrador hablaba de Alharilla, se le iluminaba la mirada y la Virgen salía de sus ojos edénica de flores: de flores de mirto y de retamas, y su boca ya solo sabía hablar de Ella, porque, para este porcunero –que bien le pegaba a José esta manera de nombrarnos- la Virgen de Alharilla, siempre estuvo a su lado y en él le anduvo; la distancia física nada importaba, porque José Llevaba a su Virgen en el corazón, y, con sus manos podía acariciar su rostro y rezar su presencia, a su lado, vigilante, atenta, lírica: desinteresadamente amable.

Cuando José Herrador hablaba de la Virgen, la Virgen se paraba a su puerta, y a su sola visión, dedicaba sus gracias, sus trabajos, sus dádivas, sus rogativas y sus alimentos.

José Herrador, que vino al mundo con el bautizo de Alharilla, iba a prolongar este bautismo hasta que su cuerpo, cansado y anochecido de tantos años y de tantos hechos, exigió su descanso, pero, hasta ese descanso, hay que decir que, José Herrador Delgado, estuvo durante cerca de cuarenta años dedicado a hacer de Alharilla un nombre que sobrepasará las fronteras de Porcuna y llegara a ser conocida en los lugares más insospechados: toda una vida de esfuerzos, desde el esfuerzo del pan hasta el reposo del rezo: ejemplar alharillero universal.

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José Herrador de Alharilla, fue presidente, secretario, tesorero y hasta el alumbrador del templo en las noches oscuras, y entre su familia cada año nacía la romería, como si fuera una maternidad, con el simple desinterés de la devoción más verdadera, cuando Alharilla apenas tenía nombre, y apenas cuatro porcuneros y un fotógrafo se desplazaban de Porcuna a la aldea de Alharilla para presenciar la procesión dominguera, y todo lo más , la celebración de la Virgen de Alharilla en Porcuna consistía en acudir el Domingo de Alharilla por la mañana al desfile céntrico de la Cofradía por la Carrera de Jesús, para ver a los Mayordomos desfilando en sus caballos, en sus mulas o borricas, o en el pie de sus pasos haciendo la exhibición, con una carroza llena de ramas verdes de palmera, veinte borricos ataviados a la antigua usanza de las jamugas, y una banda de música con más tambores que trompetas poniéndole música al jolgorio matinal del desfile, y después, unos cuantos cientos de porcuneros yendo al Llano en peregrinación romera siguiendo las banderas y estandartes de José Herrador Delgado para la procesión de las cinco de la tarde, aquel hombre que salvó a la Romería de Alharilla de su ostracismo y abandono en un esfuerzo ya mítico y con tanta soledad y desinterés porcunero , que hizo de la Virgen de Alharilla lo que hoy es en Porcuna, y todos los demás volviendo a sus casas, a los asuntos de todos los días, quizá mirando hacia el horizonte de la llanura, presintiendo la hora del Llano de Alharilla llevada en los corazones de Porcuna pero con tan largas distancias y con tan escasos medios.

Treinta y seis años en que su honradez y su alharillismo formó su coraza alrededor de este porcunero, y creció la máxima devoción hacia su Señora de la Campiña; justo hasta su muerte, e, incluso, en este trance definitivo, José Herrador nos dejó con el nombre de la Virgen de Alharilla en sus labios, como una rosa que se va marchitando pero sigue siendo rosa todavía.

Sus últimas palabras fueron para su Patrona- marinero que ya se aleja del mar haciendo de la Virgen de Alharilla una Virgen del Carmen marinera- ilusionado para poder encontrarse con Ella, aquella Madre a la que dedicó su vida entera con la sola ayuda de su familia, con un amor de copla, de casino y de farola, sintiendo que todo su enorme esfuerzo no quedaría en esfuerzo vano y que el tiempo venidero sabría reconocer en José Herrador Delgado el enorme sacrificio que realizó durante toda su vida en comunión permanente y tan a mulo con los habitantes del Llano, para que la Virgen de Alharilla, la aldea de Alharilla y la Romería de Alharilla fueran la vibración de Porcuna, y que de la oscuridad de sus años como solo hombre o como sola familia de la Virgen de Alharilla se alumbrara un fervor compartido y multitudinario para tan sufrida aventura.

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José Herrador fue un romero de verdad. Alharillero con tronío sin saber aún lo que era el tronío, no más su amor a la Patrona, sin más ínfulas que el esfuerzo diario para hacer de la Virgen de Alharilla, del Llano y de la Romería de Alharilla el santo y seña de Porcuna. Auténtico creyente con su fe campera hecha de camino y haciendo los caminos de la aldea, con su casa siempre abierta para todo lo que tuviera que ver con Alharilla, aceptando manos y ofreciendo manos en el gran hogar de Alharilla que era su casa, donde todos los alharilleros eran bien recibidos con tal de ser de la Virgen de Alharilla sus pregoneros, él, que fue el único pregonero durante cuarenta años, que ya parecen cuarenta siglos, cuando todo era tan difícil pero tan caluroso y tan ferviente.

No había dolor que la Virgen de Alharilla no mitigara cuando llegaba el Segundo Domingo de Mayo.
Me cuentan sus hijas, Antonia y Fabiana, que cualquier dolor de José desaparecía nada más enfilar el camino romero de Alharilla:

-“Un año- recuerdan Antonia y Fabiana- José se encontraba postrado en cama, con las dos piernas escayoladas con cola de cinc, pero nada impidió que el Segundo Domingo de Mayo, José, cargado de dolores y de años, emprendiera, como cada año, desde que la memoria es memoria, el camino a pie hacia Alharilla, con más descansos y más agua del porrón, pero con fe sesgándole en media bandera azul con el nombre de Alharilla bordado, para hablarle a su Virgen de sus gracias y de sus desdichas, y acompañarla como siempre, al mítico lugar de su Aparición, sin más ayuda que su fe y su amor hacia la Santísima, llevado en brazos por Ella: sostenido por la sola pronunciación de su Nombre”.

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Por eso, por más y hasta por todo, a la hora de hablar de la Virgen de Alharilla y de la Romería de la Virgen de Alharilla en Porcuna durante el siglo XX, es obligatorio recordar el nombre de José Herrador Delgado, el de la calle Villamil, aquel gran hombre de campo, de los labradores de las antiguas usanzas por los campos de Las Ollas, el esforzado desde su nacimiento allá por las aún más lejanas fechas del siglo XIX por hacer de la Vecina del Llano, la vivida Patrona de Porcuna en los muchos años difíciles en que la Virgen de Alharilla era como un olvido o una especie de sombra y hasta una dejadez de fervor que hizo que, todo lo que tuviera que ver con la Virgen de Alharilla pasara por la casa de José Herrador Delgado, primeramente por la casa paterna del San Lorenzo, y luego, ya casado con Amparo García de la Cova, por la calle Villamil en donde le nacieron los hijos, las gemelas Fabiana y Felipa, y la Antonia y el Antonio donde José Herrador Delgado puso en pie a su familia e hizo de su casa no solamente la casa de las convivencias y los trabajos familiares, sino como un espejo de la ermita de Alharilla trasladada a esa casa donde la devoción a la Virgen de Alharilla era el santo y seña de cada día, y el fervor alharillero era el traslado fiel de la fe de la aldea hasta esas cuatro paredes donde se encerraba el espíritu de la Virgen de Alharilla como la gran visitadora siempre, como la gran presencia a pesar de todas las distancias, y donde decir Porcuna era decir Alharilla en sus más sentidas palabras.

Durante casi cuarenta años, no había nada que tuviera que ver con Alharilla que no pasara por las manos y los esfuerzos y las devociones de José Herrador y de su familia, y era la casa de Herrador la Casa Hermandad de la Virgen de Alharilla en Porcuna, la presidencia y la administración de la Cofradía, el lugar fervoroso desde donde Porcuna se abría hacía las festividades del Llano organizando hasta el más mínimo aliento para que todo saliera en armonía dentro de todas las enormes dificultades que la Cofradía estuvo viviendo durante muchos años en que todo lo resolvía José Herrador Delgado con la sola fe de su devoción alharillera, privado de todo, con escaseces de todo, con impedimentos de todo, pero a lo Gronzón, con una voluntad de hierro que le hacía encontrar horas donde apenas existían los minutos, para que ningún día fuera un día sin la Virgen de Alharilla dirigiendo el tráfico escaso de la Hermandad, pero siempre sintiendo la satisfacción de que grano a grano se iría formando el gran trigal de Alharilla que hoy en día disfrutamos, y que disfrutado queda, por el sueño aquel de ese loco de la Virgen del Llano llamado José Herrador Delgado, el sumo esforzado, el campechano ilustre del devocionario alharillero de Porcuna que levanto de la nada o de la dejadez, una tradición centenaria hasta ponerla en manos de los nuevos tiempos, ya sin tantos tropezones, abierta al mundo de Porcuna como esa flor de rosal de mayo a la que de repente se le han hecho plumas todas las espinas con las que naciera.

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Bordado en las letras de oro de la Cofradía de la Virgen de Alharilla el nombre de José Herrador Delgado, y de la familia de José Herrador Delgado, a la que llamaremos Alharilla con todas sus beneméritas y bendecidas letras, el corolario alharillero pasa por la casa de los Herrador-García de la calle Villamil, como la invisible Estación de la alegría donde Porcuna abre su primavera florida gracias a aquellas viejas plantas plantadas cuando apenas había jardín y mucho menos primavera de Alharilla, y sí un mucho ir llamando a las puertas e ir convocando a las gentes para hacerlas partícipe del encuentro mariano . La Casa-hogar de la Virgen de Alharilla de Porcuna estaba en la casa de los Herrador, donde se confeccionaban, arreglaban y guardaban las banderas, donde se le ubicaba al tambor del Tamboreo su lugar de primicia, donde se recibía al cohetero de Fuensanta de Martos para fabricar los cohetes, se cosían los estadales y las medallas, y se sorteaba al Hermano Mayor de cada año, donde se asentaba el registro de los Hermanos, se escribían los recibos y donde toda la casa en pie salía a las calles de Porcuna hasta recorrerla entera recaudando los fondos de la Hermandad, y desde donde se organizaba la Romería de Alharilla hasta en sus más mínimos detalles en unos tiempos donde todo era mínimo, un mínimo de Hermanos, un mínimo de participación, un volverse locos buscándole cada año a la Virgen sus Hermanos Mayores, y cuando no los encontraban, pidiendo una mayordomía por favor, o situando en lo alto del jinete mayordomero a su nieta María Josefa para que a la Virgen de Alharilla no le faltara quien le llevara su banderín y quien representara a Porcuna en la procesión por el Llano.

Si la Romería de la Virgen de Alharilla tiene un nombre en Porcuna, ese nombre es el de José Herrador Delgado, que fuera presidente de la Cofradía de Alharilla desde 1924 hasta 1960, el que evitó que la romería desapareciera juntando todos los esfuerzos del mundo para hacerla viva cada año, y en cada año poner su pequeño grano de arena que hiciera ascender esta montaña de hoy. El labrador honrado y fervoroso, el trabajador de los campos y el aclamador de Alharilla.

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Bajo el manto alharillero José siguiendo el sendero de Porcuna hasta Alharilla, cuando apenas tres coplillas hablaban de la Patrona, y la doma del caballo eran tres burras con flecos ajamugados de campo y una soledad de acanto bajo un árbol centenario vestían de fiesta un Llano con cuatro perros ladrando, un ciclista despistado, diez anderos bordando por las cinco de la tarde una fiesta en soledad de aldeanos del lugar, alharilleros altivos, bajo el palio del olivo recibiendo al porcunero, un centenar de romeros haciendo la caminata con la talega beata al paso de la Señora. José Herrador por la sola soledad alharillera, fue de Alharilla su estrella, su mano y su sacrificio, aquel juglar campesino que saliéndose al camino de las huellas centenarias vistió a la Virgen con salvas bajo el cielo de la luna, y se la entregó a Porcuna como se enseña un arado. Alharillero del Llano, porcunero de Alharilla, el hombre de las sencillas ofrendas a la Señora, aquel que vistió sus horas bajo el manto de la Virgen, y donde todo se aflige, José levantó su voz, aldeana y milenaria para sembrar una estaca del olivo alharillero marcando el claro sendero de Porcuna peregrina hablándole a las esquinas donde todo se escondía, o donde era el silencio su gran ausencia aldeana. Trovador vistiendo al alba su traje de gitanilla, fue tu casa la sencilla expresión alharillera, si por el día solera de campos llenos de trigo, por la noche el amor mío de la Virgen de Alharilla curándole sus heridas con tus ojos desvelados, y donde todo nublado, tú ahí descubriendo soles, y para el día de mañana, Alharilla Coronada estrechándote tus manos.

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ALFREDO GONZÁLEZ CALLADO
FOTOGRAFÍAS: ANTONIO RECUERDA, MARÍA JOSEFA VALLEJOS, RAFAEL ANTONIO DÍAZ, ALBERTO RUIZ DE ADANA Y FERNÁN PÉREZ
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