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Melodía de Obvlco (III)

Porcuna Digital lanza la hoy la tercera entrega de la novela del escritor porcunense, Luis Emilio Vallejo, Melodía de Obulco: el juego de las Muñecas Rusas. El capítulo cuatro y cinco formarán parte de esta entrega donde el inspector Brown viajará a la Porcuna de los íberos para resolver el caso de un asesinato. Disfruta de esta historia que hará las delicias de los lectores de este periódico.

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Capítulo 6: Una pista definitiva

No fue hasta las cinco de la mañana cuando el Beepers sonó sobre la mesita de noche. Apagó el despertador, se levantó automático, recobró la consciencia y ahora sí le dio al interruptor del puto mecanismo ese de última tecnología, esclavizador, llamado busca y más finamente beepers. Descolgó el teléfono, lo mantuvo sobre su hombro y oreja. Marcó, aquel dolor tirante, escuchó la voz de Fernando Galeano, habían encontrado “el libro ese amarillo” –qué libro hostias-, con un nombre y anotaciones.

Colgó sin decir nada. Se levantó de la cama. De pronto un dolor, localizó un dolor en un lugar de su anatomía. Aquel dolor no lo dejaba. Buscó el cuarto de baño, puso la ducha estremecido, se metió bajo el agua demasiado caliente. Gritó, maldijo, reguló, buscó el jabón latoja, se lo pasó por el pecho, enjabonó sus asilas, otra vez su pecho. Aquel dolor no lo dejaba, intenso, tirante. Cerró los ojos pero volvió a abrirlos, una sensación lacerante subió por su columna vertebral. El vapor, el calor, otra vez aquel dolor; pero más dulce, más desafiante. Bajó la cabeza para evitar los hilos de agua a presión. Bajó la mirada y entonces descubrió la cabeza de cíclope de su pene, mirándolo; sangriento y caníbal.

Una hora después, ya aliviado de las duras cargas de ser hombre, le llevaron a su despacho, metido en la bolsa, aquel libro amarillo, voluminoso, casi cuadrado, pesado como un ladrillo macizo. Había sido dejado en uno de los dos veladores de las cristaleras del Olimpia. El libro no correspondía o no había sido requerido por nadie. Esta vez llevaba adjunto un sobre con el informe respectivo de huellas dactilares. Ojeó aquel libro y los ojos se le llenaron de un sentimiento iluso, infantil. Los colores de las ilustraciones lo retrotrajeron a su infancia, cuando ojeaba los tebeos. Aquellos colores, aquellas fotografías, sobre el papel cauché reflejaban una realidad de apariencias escolares.

Pero qué coño es esto, qué son estas fotos de cuadros tan infantiles y feos…. –Cerró el libro y leyó ahora sí, sobre un fondo blanco, en el cuadrante superior derecho un cuadrado enmarcado por molduras discontinuas negras sobre fondo amarillo, en cuyas esquinas las letras de izquierda a derecha y de arriba–abajo A–R–C–O y en el centro una comilla y un ́89. En el borde del volumen en vertical, en bandera la leyenda: Feria Internacional de Arte Contemporáneo en letras azules. Abrió la solapa y leyó sin entender más allá: “Feria Internacional de Arte Contemporáneo Pabellones 10 y 12 de IFEMA. Recinto Ferial de la Casa de Campo. Avda. de Portugal.” Abrió varias páginas en blanco con numerosas anotaciones autógrafas a mano, las pasó de soslayo, hojeó la portadilla que contenía el mismo diseño que la portada por la primera página, tras ella ¡hostias, esto es oficial!: ¡la foto del Rey Juan Carlos! ¿Pero qué hace éste aquí? Una foto cuadrada con el torso del rey en chaqueta gris marengo, con la actitud de dialogar, como si al fotógrafo le estuviera dirigiendo un discursito, además sin leer ningún papel y todo. En el pie de foto: “Su Majestad” (le sonó a carta de reyes magos) “el Rey. His Majesty the King. Presidente de Honor de Arco. Honoray President of ARCO.” Pasó los dedos por el libro, ojeó,…dibujos de niño hecho por anormales… que además se creen artistas porque hay otros tontos que le dicen que son buenos…

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Leyó el informe de huellas. Aquel libro había sido manoseado por una legión de gente, en total había cincuenta huellas dactilares reconocibles. Joder –pensó– ¿Cómo se han podido cepillar a un libro tanta gente? ¿Es que ha estado en una comuna?

Entonces entró Ángela con su sonrisa:

—Buenos días Sr. Brown ¿le gusta el arte? — ¿Arte? A mí no, creo que es una mierda de ricos…

—Pues ¿qué hace con el catálogo de Arco, la mayor feria de arte moderno a nivel internacional de España?

Los ojos del Sr. Brown recorrieron el horizonte de los ojos de Ángela.

Por primera vez la miraron de verdad. Descubrió el azul de su mirada, sus labios dispuestos como un corazón invertido, su nariz fina, su pelo canela, su altura y corpulencia atlética, su dulzura, la manera melada de hablar. Descubrió que estaba ante una mujer,…un hombre, tan solitario en su ducha…, cada triste mañana.

Cuando le devolvió el catálogo, horas después, el Sr. Brown recibió de Ángela una lista de las pistas, que encontró dispuestas, anotadas por su dueño en el catálogo. La principal era el nombre de una cita con una tal Teresa, de la Universidad Complutense. Una cita que se iba a celebrar en el Museo Arqueológico Nacional, aquella mañana misma. Alguien había utilizado el catálogo para anotar citas, escribir datos. Lo había usado como un diario.

—Localiza a esa mujer y vamos a hablar con ella. –Brown automático como una máquina habladora, robotizado.

—Ya la he localizado…

—Eso es eficiencia. –Puentes, al lado del Sr. Brown, como una aparición, en el hueco de la puerta abierta del despacho.

—Vamos para allá pues… –decidido nervioso–Rin, rin, riiiinn –el teléfono, el comisario Emilio…–Sí vamos para allá, vamos para allá, dentro de una hora lo sabremos. Sí, claro… claro…–Brown haciendo muecas a sus ayudantes…

—Hasta dentro de dos horas no he quedado –Ángela.

—No puede ser, es ahora y ahora –Brown seguido por Puentes a dos metros, deprisa por el pasillo, vociferante…

—Si es preciso sacaremos a Teresa hasta debajo de la tierra.

El coche sin sirena, conducido por el mismo Sr. Brown, al lado Ángela.

Puentes con los brazos abiertos sobre el amplio respaldo, atrás.

—Bueno me dijo que estaría trabajando hasta las diez y media en el propio Museo Arqueológico Nacional. Me dijo que nos veríamos en el jardín exterior a la entrada, a eso de las once y media.

—Pues que salga cuando lleguemos y lo antes posible…–Brown de los nervios.

Llegaron a la entrada del museo, pidieron hablar con el director, enseñaron sus placas, los llevaron hasta el despacho…

—Pasen –la voz del director al fondo del enorme despacho, su vejez, su cansado cuerpo desecho, sus ojeras–….En seguida los acompañará un ujier a la sala donde está Teresa, nuestra especialista en escultura ibera… –Unos toques en la puerta, el ujier: –Los acompañará a la sala donde está Teresa… nada nada… no importa señor Inspector… a mandar… que les vaya bien. –la figura encorvada de nuevo sobre el sillón, el flexo lateral sobre su cara.

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Pasillos y más pasillos. Como una comisaría. Salen a las salas, ziz–zaguean en fila india tras el ujier, indicándoles la sala donde amplias vitrinas, encierran, como en un zoológico de figuras disecadas, o petrificadas: La Dama de Baza, La dama de Elche, la Dama… –“a ver qué pone”–…del Cerro de los Santos… Reclinada con una lupa muy grande redonda, Teresa, concentrada sobre la boca entreabierta de una osa con dientes planos, lengua saliente, ojos orientales que se mantiene rampante y con una de sus garras sostiene una cabeza humana.

—Buenos días, los esperaba después, pero no importa. –Apagó el foco lateral, dejó el enorme instrumento cristalino, deformador, sobre la mesa pequeña con los cuadernos y las anotaciones.

— ¿Es una leona o un oso? –Brown girando alrededor de la escultura.

—Una osa, tallada en piedra, de época ibero–romana, encontrada en Andalucía en 1920 y comprada por el Estado.

— ¿En Córdoba, es de Córdoba? –Puentes pensando en su abuelo, cordobés.

—Concretamente de la ciudad de Porcuna, en Jaén. Precisamente –dirigiéndose a Ángela–de allí son las esculturas que han salido recientemente y de las que iba a hablar con el chico ese de mi cita.

—Aquí pone la cita –Ángela adelantándole el catálogo y señalando la página con la cita anotada con el teléfono de Teresa, la alusión a la Universidad Complutense y la frase “esculturas iberas”…

—Por eso le comenté por teléfono si recordaba el nombre de la persona de su cita.

—Me llamó por teléfono al departamento y me habló de las esculturas de Cerrillo Blanco de Porcuna, pero también hablamos de Baza y yo le comenté que ya concretaríamos sobre del asunto, y quedamos aquí precisamente. –Pero las esculturas esas del cerro ese, ¿están aquí como la dama de Baza o dónde? –Puentes buscando por la sala con la mirada.

—Están en Jaén en el Museo Provincial y este chico quiere hacer una tesis sobre estas esculturas.

— ¿En Jaén? : Las esculturas éstas están en el Museo Provincial de Jaén –Puentes anotando en su libretita.

—No lo he visto todavía a ese chico, me llamó y quedé para hablar con él… pero no tengo su teléfono ni nada.

—Esperaremos a mañana pero ¿cómo se llama?

—Me dijo que se llamaba Eugenio fuentes o Cifuentes, no recuerdo bien. Verá, me llaman continuamente estudiantes para que les dirija sus tesis…Tienen que esperar a mañana ¿es que ha hecho algo malo?

—Mañana es demasiado tarde Señora Teresa… –Brown con ultimátum incluido, dirigiéndose a Ángela:

—Buscadme, a ver si en el listado de huellas dactilares hay un Eugenio…

— ¡Bingo sí…! –Ángela saltando sobre el terreno–Está un tal Eugenio Fuentes del Olmo.

—Busca nacimiento, empadronamiento, lo que sea…Antecedentes penales…–Brown a Puentes.

—En sí yo lo que tenía que darle era una carta de recomendación para el Museo Provincial de Jaén. Pero bien pudo haberse ido y presentarse ahí sin mi carta, en mi nombre. Suele pasar. Estos jóvenes son impulsivos y tercos…
—Muchas gracias, Señora Teresa, por la información. Este es el teléfono de la comisaría. Por favor si apareciera Eugenio llame inmediatamente.

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La vieron otra vez agacharse, una vez tomada la lupa, encendido el foco lateral, anotar algo en su cuaderno, colocarse las gafas a media nariz, tan absorta en su mundo como cuando llegaron.

–Pero qué alegría no tener prisas para nada, investigar a una cosa de piedra –Brown murmurando entre dientes, mordiéndose la lengua.

Ya en el coche aquella urgencia radiofónica, la ruedecilla de la radio del coche, la dulce voz de un ángel sobre él, llena de incógnitas, aquella voz solo a él parecía hablarle. ¿Se estaría volviendo loco?:

Dos meses en prisión por llevar aspirinas que la policía creyó heroína.” (Una ciudad desde el coche con las ventanillas cerradas y el volumen al máximo soportable)

Las conversaciones de Ángela y Puentes sobre un fondo en el horizonte de la pupila de Brown.

El Supremo consideró ayer en una sentencia que no constituye error judicial el que una persona pase dos meses en prisión por confundir la policía con heroína unas aspirinas que llevaba” (una ciudad, esa ciudad que es atravesada en coche, casi como el corazón de una mujer).”Es el caso del ciudadano francés Michel Gilbert” (como el corazón de una manzana) “que fue detenido en el aeropuerto madrileño de Barajas.” (Aquella voz sin rostro, no soportable por más tiempo) (Llena de mensajes en su botella abandonados para él) (Tenía que ir a ver esa voz, a los estudios de la radio), (preguntar por ella) los agentes trituraron las pastillas y las sometieron a una prueba de detección de droga, (encontrarla retenerla si era preciso contra su voluntad) que resultó positiva. (…Esa voz sin cuerpo, mutilada, esos labios carnosos…)

Los cuerpos de Puentes y Ángela mudos, desarticulados, en el coche, como muñecas rotas de feria.

…Un funcionario de aduanas trituró las pastillas para analizarlas, (labios como espadas pero le resultaba imposible adscribirle un cuerpo) el Narcotest, (bueno no quería imaginarse el cuerpo de la periodista, mejor no), (porque siempre una imagen previa destruye a la real) que se aplica a la detección de droga.

Las miradas cómplices de Puentes y Ángela “está picado” –un guiño–“el jefe, con la locutora está..., colao.” Esa sacudida apenas imperceptible para Brown, reflejada a través del cristal del retrovisor, las miradas de Ángela y de Puentes.

Capítulo 7: La explosiva agente Nuria y la intriga de la locutora de Radio Nacional de España

Brown llegó tras el almuerzo a comisaría temprano; a eso de las cuatro menos cuarto. Subió por el ascensor hasta el segundo piso, luego bajó hasta el primero, almacén policial, retiró un paquete y subió de nuevo en ascensor hasta el quinto, cruzó el pasillo entero hasta su despacho. La agente Nuria lo esperaba. Había disfrutado de unos días de descanso, tras varios de doblar turnos.

—Qué ¿y ese cuerpo? ¿Cómo anda tras los días de descanso?... ¡¡Te has perdido, Nuria, la escenita del Olimpia!! –Saludo de Brown entre huraño y sarcástico.

—Tenemos que ir a hablar con Emilio. El Ministro del interior ha dado instrucciones precisas. –Nuria con una sonrisa socarrona mientras le entrega un sobre cerrado– Me lo ha dado la nueva becaria, ese bombón llamado Ángela.

—La verdad es que, mejorando lo presente, no está mal. Bueno… ¿A qué hora nos ha citado Emilio?- Llegaron a su despacho y abrió el paquete. Sobre su mesa volcó el contenido: el libro amarillo –otra vez el dichoso libro– casi cuadrado, de unas 300 páginas, estucado mate, pesado, quilo y medio. Lo dejó encima.

—Ahorita mismo Brown nos quiere el Comisario Emilio –la espalda de Nuria mientras cerraba la puerta del despacho, los ojos clavados de Brown, la espalda de Nuria, su camisa apretada con las correas de la pistola reglamentaria, la cruceta de su sujetador, el filo derecho de la braga montada sobre la raja, su glúteo perfecto sin agujeritos, el gris de sus pantalones, la mano abriendo, soportando el ala batiente de la puerta, dejándolo pasar otra vez afuera, hacia el pasillo, la “T” deforme del ala norte, el pasillo estrecho al final del cual el despacho del comisario Emilio era un gigantesco mini apartamento con un sofá esquinero enguatado de verde puesto en mitad del gran salón, comiéndose el espacio, circulando alrededor de él, buscando la mesa del despacho dispuesto en uno de los rincones contra la cristalera, desde la cual se veía la plaza con sus plátanos de jardín de gruesos troncos, una ciudad mansa con algunos bloques en la lejanía, la sierra, el Santiago Bernabeu; pegado en la pared tras la figura atlética de Emilio, aquel póster de Joham Cruyft. Johan clavado con tachuelas enmohecidas. Emilio tras la enorme máquina eléctrica, escribiendo, una frase, disparada como un revolver, quizás un magnum, con el sonido sobre aquel folio blanco de las palabras, el trac trac… hueco de cada palabra, el trractrractrractráac… de los guiones seguidos como una metralleta nazi sobre un campo de exterminio, desolado por el blanco de un informe que no se deja escribir.

—El ministro del Interior nos ha reunido –Emilio de pie, vadeando por el despacho, el papel, el folio inmaculado, apenas ametrallado por las palabras: El ministro me trae frito, pero es el que tenemos y lo que tenemos. Todo es urgente y esto también lo es. Necesitamos un informe de cada elemento hallado y cotejarlo con las pertenencias que cada cual dejó en la cafetería Olimpia. Necesitamos localizar a uno por uno a todos los que estaban allí. Hay que repasar las listas de los camareros, aquellos señores conocidos de ellos y que estaban en ese momento, las huellas dactilares, los nombres, la búsqueda de los materiales abandonados, pedir colaboración. No todos los días se produce un doble crimen de estas características, máxime cuando la banda nos señala como actores en él.

—No te preocupes, hemos hallado esta mañana una pista buena. Se trata de un catálogo de arte…–Brown sin poder interrumpir la verborrea del Comisario Emilio…

—…Es de locos que crean que vigilamos a un terrorista y esperamos que asesine para asesinarlo y darnos a la fuga. La poli no hace eso…

—Tenemos localizado a alguien que estuvo y que no se ha presentado… –Brown mirando para otro lado. Los ojos de Nuria siguiendo los movimientos del Comisario a uno y otro lado con el informe abortado sin palabras en las manos…

—Pero ¡Claro! estamos ante mentes criminales, no frente a profesionales de la justicia.

—Estamos jodidos porque hay G.A.L –El Sr. Brown. Un silencio oscuro en el despacho. Como si con el monosílabo hubiera dado un tiro certero. Unos pasos muy pesados que se aproximaban a su cuerpo, la cara amoratada, llena de sangre, los ojos fuera de sí del Comisario:

—La próxima vez que nombres eso te suspendo de empleo y sueldo y te vuelves con tus bisabuelos a Alemania –Emilio, buscando un puro, urgente, rodeando su despacho, abriendo un cajón, mordiendo y escupiendo hacia la moqueta agujereada, succionando con el mechero enorme y pesado, engastado en un trozo cúbico de mármol de Macael blanquísimo, la llamarada alta y fugaz.

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Y de nuevo la soledad recuperada, las paredes de la tarde en el piso compartido donde duerme, ese final injustificado del día, echado en la cama: “Policías o espías”; esa radio nocturna o diurna, llena de represalias del día, recordatorios de lo que fue, de lo que está siendo o de lo que será al final.

JULIO. Aquella preci(o)sa voz, con la ansiedad de la espera; esa sed, la misma que la de un bourbon de media tarde; preparando la noche larga, acuciante, cuando los espejismos se han hecho realidad y un poli descubre que el mundo actúa contra él, calladamente …y esa voz sin embargo lo salva, le cuenta ciertas cosas que nadie sabe escuchar…
La voz de la locutora sobre su piel: “CUANDO SE trata de investigar judicialmente asuntos catalogados bajo la rúbrica de la seguridad o el interés del Estado (ese enorme cansancio acumulado en su tórax herido para siempre, su cabeza incapaz de pensar más, obtener más resultados probables) (y esta voz sin piernas) (ni medias finísimas que cubrir) …en el sumario por el espionaje policial a partidos políticos…, (sin pechos con turgencia retenidos) el ministerio fiscal (por sujetadores negros, blancos o de encaje; braguitas de seda o esas finas de tanga)… (s esas hora no existía en su mente ningún monte de venus depilado con una técnica precisa)... (Ni aún menos un ombligo perfecto o rebosado sobre su barriga opulenta)… (Un ombligo por donde sus costillas flotantes…)… la justicia quedaría mutilada con grave daño para la defensa de la legalidad, (sus costillas que pronuncian los leves estertores de una pasión sin contingente)…la satisfacción del interés social ante los tribunales de justicia. (Un tórax que soporta el peso de unos pechos enormes, fuertes e inmensos, tremendos y duros como melones)… (Aquel éxtasis de su cuerpo escuchando sin poder presionar ese cuerpo creado pero no imaginado)…defensa del propio sistema democrático. (Esos pezones que él, aun así, mete en su boca, reunidos y presionados; ambos obligados; que chupa y acaricia juguetonamente con su lengua) el espionaje policial a varios partidos… (Cada punto y seguido de esa voz: un nuevo aliento para el deseo, un nuevo momento fugaz)… (Mientras las palmas de las manos agarran esas tetas)…la Sala Segunda del Tribunal Supremo… (Las pellizcan, las obligan a esa posición precisa)…(y hay desde abajo, desde la posición de su cuerpo boca arriba; hay un contrapicado) …los partidos espiados… (Un contrapicado recurrente, una obsesión que lo persigue) El juez encargado de la instrucción elevó en octubre de 1988 el sumario a la Audiencia Provincial (ese contrapicado desde el que ella lo cabalga)… (Introduce su pene y lo saca, lo obliga a penetrarla) comisario jefe de la desaparecida Brigada del Interior… (Ese movimiento de cadera circular, buscando quizás algo)… la posible comisión de los delitos de violación de secretos, (un quejido absurdo, un dolor, una obsesión)…malversación de fondos públicos… (Porque él no imagina con claridad su cara; y cuando cree hacerlo no ve, no la encuentra y debe de hacerlo, ¡es preciso que lo haga!).

La decisión del ministerio fiscal (Ese mundo que gira blando como el engranaje de un reloj)…el interés público, (la posición relativa de un cuerpo solitario respecto a una radio)…la radio, los susurros (Si no hay referente, si no hay cuerpo, no habrá deseo alguno, tampoco delito).

En el actual momento procesal una actuación lógica del ministerio fiscal, (Tiene que visitarla, buscarla, mirarla de una vez por todas o reventará)…(saborear su cuerpo a cierta distancia, saber cómo es ella)…en el juicio oral. (Aquellas palabras, esas frases siempre punzantes, hirientes, concluyentes) Sobre todo cuando se trata de saber si desde el propio servicio policial del Estado se han conculcado los derechos… (Buscó la botella de Bourbon sediento como un César).

(¿Es verdad esto que me está pasando?)¿Es admisible en un Estado democrático la existencia de un servicio policial que someta a vigilancia indiscriminada…(¿Es posible que esta chica hable así?) (Me lo tengo que estar inventando todo lo que entiendo y nadie parece saber escuchar)…impunes actuaciones ilegales o delictivas producidas bajo la apelación a la "seguridad del Estado", (Pero ¿entiendo realmente lo que está diciendo?) (¿Es ella la redactora?) ¿Justifica el secreto de Estado que la ley… (Una mujer desnuda bajo su abrigo, sin bragas ni sostén, ofreciéndole el cuerpo, en un ascensor) (Aquel sueño erótico recurrente: Una mujer como aquella con la luz apagada susurrándole al oído) Y desde luego se trataría de saber si el Estado democrático… (Estrujándolo mordiéndole las orejas) (Sediento como un perro o un César)…(Sediento de todo lo que tuviera que ver con ella, con ese dial de la radio tan íntima para él. Aquellas verdades que solo él podría compartir con ella).

La sintonía radiofónica de nuevo como un descanso entre noticia y noticia, la voz que vuelve a erizarle el aliento: El 24 de julio, miembros de los GAL instalaron el artefacto, a los bajos del coche (Se sirvió un Bourbon) con matrícula francesa, (four roses, oh, como huele a caramelo como se va hasta las vísceras, derechito) que estaba estacionado. Cuando su propietario (Unos cubitos que te miran cuando tú los miras) accionó la llave de contacto (unos hielos que te acusarán ya para siempre. Sí fuiste tú, despierta) la bomba hizo explosión… (Hijos de perra, el talión a cualquier precio)

…(El vaso resbalando los cubitos huérfanos)… (La botella proyectada sobre el cielo de su habitación de estudiante)… (La luz del flexo accionando una reverberación de cubitos proyectados). El juez… (Su lengua por la estrecha boca de la botella)…la víctima solo (esos ojos de los hielos, sus agujeros como pupilas de un muerto)…solo había huido a Francia para no cumplir el servicio militar. (Hijos de perra prepotentes chulos de mierda).

…(giró la botella, leyó la etiqueta, compitiendo con aquella voz de la radio, intentando no escuchar más, traduciendo del inglés macarrónicamente: “Paul Jones, Jr. El fundador de Four Roses Bourbon, se enamoró de una hermosa belleza sureña…) El Estado como responsable civil subsidiario… (Él le hizo una proposición a la dama…)… (Ella le contestó que si su respuesta era sí, se pondría un ramillete de rosas…) (Un ramillete pendido de su vestido en el próximo gran baile…) Imedio y Mínguez actuaban en su calidad de policías. (Joder, menuda escenita…) El juez Garzón (Cuando ella se presentó la noche de fiesta…) tiene previsto (Con su hermoso vestido de noche…) acudir hoy a la cárcel (ella de hecho llevaba un ramillete…) de Guadalajara (De cuatro rosas rojas)… (Más tarde Paul Jones llamó a su Bourbon “cuatro rosas”) y tomarles declaración… (Por esta pasión, pasión devota de la encantadora bella) (Bueno más o menos creo que lo he entendido al final, mi inglés macarrónico me salva de estas cosas).

LUIS EMILIO VALLEJO
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