Dejando al margen de que ni había censo fiable; de que dejaban votar a los chicos de 16 en adelante por considerarlos más entusiastas; de que si uno se lo proponía podía votar unas cuantas veces; de que era posible que votara un nigeriano que viviera en Barcelona –votó y se hizo fotos– pero no un catalán residente en Córdoba o cualquier otro lugar de España...
Dejando todo ello aparte y añadiendo que cualquier rastro o apariencia de neutralidad eran especies extinguidas; que quienes lo organizaban y dirigían el cotarro eran juez y parte –la parte contratante de la primera parte–; que las mesas las componían los más fervorosos separatistas; que el recuento lo hacía Junqueras y que, inmediatamente después, se destruían las papeletas...
Pues con todo ello, los números que proclaman con el éxito total y absoluto del independentismo no son exactamente para tanta cohetería. El éxito total del independentismo ha alcanzado, presuntamente, porque tampoco hay cifras fiables, la cifra de 1,8 millones de votos sobre un censo de unos 6,4 millones de posibles votantes.
A votar, también presuntamente, fueron unos 2.200.000, o sea, más o menos, un tercio de quienes podían hacerlo. Dos tercios decidieron no hacerlo. De ellos hubo quienes, además, se inclinaron –un 20 por ciento– porque, llegados a la línea de no retorno, tampoco querían la independencia.
Para que nos entendamos: que quienes dijeron que ellos quieren la independencia han sido el 28 por ciento. Ese es el éxito total que Mas vende urbi et orbe. O sea, y atendiendo a elecciones anteriores, ese es el número de votos que el conjunto de los partidos secesionistas, alguno menos incluso, han venido sacando en anteriores comicios y que el domingo montaron esa fiesta. O si nos atenemos a las cifras que dan cuando representan el gran espectáculo de la Diada, dicen que se manifiestan eso, 1,8 millones. Pues esos.
Han votado, así de esta manera, en una farsa sin garantía democrática ni nada que se le parezca. No ha habido incidentes y aunque ahora pueda a posteriori haber consecuencias jurídicas y penales, no hubo ni retirada de urnas por la justicia ni fueron los mossos –ni mucho menos la Guardia Civil– a impedir que montaran su particular fiesta. Y hoy Mas está muy contento.
Pero más allá de que el éxito total no llegue al 30 por ciento, lo cierto es que tiene su foto, que ha habido unas urnas –aunque fueran de cartón– y una votación –aunque fuera de traca– y que han ido más de dos millones y que ha salvado la cara. Puede que algo más que la cara. Aunque no sé si esto le gusta del todo al socio Junqueras.
Es pronto para hacer valoraciones pero puede que amparado en ese éxito, ahora el president pueda intentar aguantar la Legislatura. Eso no le va a sentar nada bien a ERC porque todo lo que sea correr los días puede comenzar a reequilibrar fuerzas.
Y un elemento último. A pesar de que los números cantan, la sensación y la psicología de masas también cuenta y mucho. Y, entre otras cosas, le ha pegado un bocado serio al crédito del presidente Rajoy –otro más y de los fuertes– en una nueva semana horribilis y, sobre todo, entre sus propios votantes. Me empiezo a maliciar que puede que a finales de 2015 o a principios de 2016, que pueden retrasarse, el cartel del PP en las elecciones generales puede no tener barba.
Dejando todo ello aparte y añadiendo que cualquier rastro o apariencia de neutralidad eran especies extinguidas; que quienes lo organizaban y dirigían el cotarro eran juez y parte –la parte contratante de la primera parte–; que las mesas las componían los más fervorosos separatistas; que el recuento lo hacía Junqueras y que, inmediatamente después, se destruían las papeletas...
Pues con todo ello, los números que proclaman con el éxito total y absoluto del independentismo no son exactamente para tanta cohetería. El éxito total del independentismo ha alcanzado, presuntamente, porque tampoco hay cifras fiables, la cifra de 1,8 millones de votos sobre un censo de unos 6,4 millones de posibles votantes.
A votar, también presuntamente, fueron unos 2.200.000, o sea, más o menos, un tercio de quienes podían hacerlo. Dos tercios decidieron no hacerlo. De ellos hubo quienes, además, se inclinaron –un 20 por ciento– porque, llegados a la línea de no retorno, tampoco querían la independencia.
Para que nos entendamos: que quienes dijeron que ellos quieren la independencia han sido el 28 por ciento. Ese es el éxito total que Mas vende urbi et orbe. O sea, y atendiendo a elecciones anteriores, ese es el número de votos que el conjunto de los partidos secesionistas, alguno menos incluso, han venido sacando en anteriores comicios y que el domingo montaron esa fiesta. O si nos atenemos a las cifras que dan cuando representan el gran espectáculo de la Diada, dicen que se manifiestan eso, 1,8 millones. Pues esos.
Han votado, así de esta manera, en una farsa sin garantía democrática ni nada que se le parezca. No ha habido incidentes y aunque ahora pueda a posteriori haber consecuencias jurídicas y penales, no hubo ni retirada de urnas por la justicia ni fueron los mossos –ni mucho menos la Guardia Civil– a impedir que montaran su particular fiesta. Y hoy Mas está muy contento.
Pero más allá de que el éxito total no llegue al 30 por ciento, lo cierto es que tiene su foto, que ha habido unas urnas –aunque fueran de cartón– y una votación –aunque fuera de traca– y que han ido más de dos millones y que ha salvado la cara. Puede que algo más que la cara. Aunque no sé si esto le gusta del todo al socio Junqueras.
Es pronto para hacer valoraciones pero puede que amparado en ese éxito, ahora el president pueda intentar aguantar la Legislatura. Eso no le va a sentar nada bien a ERC porque todo lo que sea correr los días puede comenzar a reequilibrar fuerzas.
Y un elemento último. A pesar de que los números cantan, la sensación y la psicología de masas también cuenta y mucho. Y, entre otras cosas, le ha pegado un bocado serio al crédito del presidente Rajoy –otro más y de los fuertes– en una nueva semana horribilis y, sobre todo, entre sus propios votantes. Me empiezo a maliciar que puede que a finales de 2015 o a principios de 2016, que pueden retrasarse, el cartel del PP en las elecciones generales puede no tener barba.
ANTONIO PÉREZ HENARES