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El poema-canción desesperada al olivar de Manuel Bueno Carpio

De entre las obras que produce un creador a lo largo de su vida nos queda la senda del camino, las numerosas rutas por las que pasó, dejándonos su mensaje, ese rico patrimonio de su irrepetible ser, a través de sus creaciones plásticas.

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Manuel Bueno Carpio (Torredonjimeno, 1941) nos sigue dejando su estela como creador incansable, su vida ancha de surco abriendo un camino inagotable de posibilidades de su inquietud intelectual y artística. Conocer su amplia producción, desde sus tempranas obras de juventud, hasta las actuales es un goce para el amante de la plástica. Porque sus caminos se bifurcan y arremeten contra cualquier sospecha de inmovilidad.

Presento aquí esta obra, muy desconocida, realizada en 1975. Desde que la contemplé me ha venido intrigando, hipnotizando, llenando de sospechas y literatura. El olivar a finales de los años 70 pasaba por una crisis de la cual salió años después gracias en parte a las ayudas europeas. En este momento Manuel Bueno Carpio realiza esta obra de significaciones inmediatas. Hijo de agricultor, pintor muy pegado a la tierra, a las calles y plazas, al sentir del pueblo, crea esta obra maravillosa. Sobre un fondo de olivar se muestra aún el valor de las tierras calmas como medio de subsistencia (el barbecho), gracias al cereal del verano, a los garbanzos y lentejas, que hacían más llevadero el año agrícola: ese horizonte cercano de cultivos con sus cortijos, luminarias de la memoria.

Pero es un paisaje lírico de pronto roto por unos cercos de alambre de espino donde unos olivos han sido cortados y esperan ser arrancados, una melodía siniestra que se inserta y que nos trae a primer término el cuerpo roto de una mujer, el torso que pudo ser hermoso de una estatua, de una diosa íbera que de pronto ha surgido del suelo y se alza en icono, en ojos de la tierra; una faz que no es más que el tronco de un olivo, que orada el cuello inmortal de la escultura que parece quejarse, parece izar sus mechones, sus hojas y sus ramas con el fruto maduro de su vientre de aceite:

Cuerpo de mujer que te manifiestas como la diosa madre de la tierra que eres, con los frutos y dádivas, en tu muerte y abandono. Madre tierra patria común, rodeada de olivares que en otro tiempo fueron también barbechos dedicados al cereal rotando sus terrones grises y fecundos.

El cuadro fue expuesto en 1977 en la Casa de La Cultura de Jaén, con el título de: El olivar en los años 70. (Óleo sobre lienzo. 130 x 97 cm). Aún recuerdo la noticia que dio el telediario regional sobre esta exposición, ese telediario que antes de las 15 horas y durante un cuarto de hora abría las televisiones en blanco y negro. El diario Jaén del 4 de noviembre publicó un artículo sobre la exposición titulado: Unos pinceles para el olivar. Justo título para un pintor de su tierra que con una colección sobre las gentes y el olivar reivindicaba entonces la aparición de las grandes multinacionales que se enriquecían del oro líquido, de la misma pobreza e ignorancia campesina, del atraso de una tierra dolida. Un canto a la injusticia es esos momentos determinantes para el olivar que nos hacen sin duda pensar en más de una ocasión si no volveremos de nuevo a ese punto muerto de la desesperanza cuando criar olivas deje totalmente de ser rentable.

El cuerpo de mujer nos aparece seccionado, como una estatua; pero es de carne, mantiene un vientre roto y hueco con unas telarañas bajo las cuales unos ratones asoman y roen los billetes y más allá una aceituna rebosa de gusanos. Y una esfera de reloj descompone nuestro destino, como premonición siempre avizor, siempre dispuesta a caer sobre nosotros, mientras el cuadro irisado, templado con suavidad de grises, de fríos matices sobre cálidas planicies, donde el óleo actúa quizás presagiando que, de su entidad oleica, una brisa fría nos llega hoy hasta nosotros para invocarnos a esa magia del artista-agricultor con su tierra, esa masa de recuerdos, de infancias, de desatinos que se funden en esta obra que formará para siempre parte de la galería en el museo imaginario de mis sueños.

...Oh tierra, oh cuerpo de diosa madre; por tus lienzos tan te manifiestas, que son ventanas, tus cuadros, a la verdad...

LUIS EMILIO VALLEJO
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