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Pero de qué pueblo

Realmente escogimos la democracia como modo de organizar el funcionamiento de las sociedades por descarte. La tecnocracia les debió parecer a nuestros archipasados demasiado excluyente, mientras que las tiranías nunca fueron bien vistas por aquellos que acababan enterrados en cualquier fosa; a veces nos ponemos de un exquisito…

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Siempre nos han dicho que la democracia es el poder del pueblo, y exaltamos a los griegos como mentes vanguardistas que ya practicaban, siglos antes de la venida del Mesías y sus repercusiones planetarias, un sistema de gobierno que sigue vigente; aunque deberían echar un vistazo a lo que los griegos consideraban “pueblo”.

Pero, en la actualidad, ¿a qué pueblo nos referimos exactamente cuando hablamos de democracia? Simplemente al que ejerce su derecho a voto. Entendemos que quien no vota –bien porque sea una conclusión a la que hayamos llegados nosotros solitos sin ayuda, bien porque a base de oírlo en tertulias de aquí y allá nos haya convencido la idea- pasa del sistema político y de contribuir a la gobernaza del país, condenándolo, de inmediato, a cuatro años de ostracismo y reproches: “¡Haber votado!”.

Y nos parecen tan normales las mayorías absolutas que sufrimos cada cierto tiempo simplemente porque un 20% del total de la población se ha puesto de acuerdo para votar a aquellos que defienden sus intereses o que consiguieron persuadirlos cuales flautistas de Hamelín.

Un poco de calma y reflexión. Si queremos democracia, debemos contar con todo el pueblo, con el que vota y con el que no. Votar es expresar tu preferencia por una de las opciones planteadas; no votar es poner de manifiesto la incapacidad de los actuales partidos políticos para representar tus intereses. Pero llamar “democracia” a un sistema que condena al 75% de la población a los intereses de un movilizado 25%, por favor.

PABLO POÓ
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