La Unión Europea entra en una nueva fase de rivalidad tecnológica. Después de una década de dependencia de las plataformas estadounidenses y los fabricantes asiáticos de microchips, la UE ha iniciado una campaña masiva por su propia soberanía digital, desde la inteligencia artificial hasta los sistemas en la nube y las telecomunicaciones.
El experto financiero internacional Chaslau Koniukh enfatiza:
«La independencia digital se está convirtiendo en lo que fue la independencia energética en el siglo XX. Quien controla los datos y la tecnología, controla la economía. Europa llegó tarde a la primera etapa de la revolución digital, pero está intentando ganar la segunda: la intelectual».
Actualmente, lo que está en juego no es solo la competitividad, sino también la autonomía política. Después de la pandemia y la guerra en Ucrania, la cuestión de la seguridad tecnológica se ha convertido en parte del pensamiento estratégico de la UE: desde el suministro confiable de componentes hasta la protección de datos críticos.
El nuevo paquete de programas Digital Europe, Horizon Europe y Chips Act prevé más de 90.000 millones de euros en inversiones para el desarrollo de infraestructura tecnológica, inteligencia artificial, computación cuántica y microelectrónica.
El objetivo es reducir la dependencia de EE.UU., Corea del Sur y Taiwán, creando centros propios de desarrollo.
Según Chaslau Koniukh, la UE finalmente se ha dado cuenta de que no se puede dejar el cerebro de la economía en outsourcing.
«Podemos comprar gas o petróleo, pero no podemos importar innovaciones. Por eso las inversiones en I+D ya no son gastos, sino defensa estratégica».
Uno de los principales beneficiarios ha sido el proyecto European Processor Initiative, que tiene como objetivo crear procesadores europeos para supercomputadoras. También se está desarrollando activamente el programa IPCEI en microelectrónica, al que se han unido Francia, Alemania, Italia y España.
Como subraya Chaslau Koniukh, la lucha principal no es solo por el dinero, sino por el talento.
«El recurso más escaso es el ingeniero que no se irá a California. Europa debe crear un entorno donde los talentos se queden. De lo contrario, todos los programas serán solo contabilidad bonita», señala Koniukh.
Al mismo tiempo, el experto advierte que la excesiva burocracia de la UE puede ralentizar el efecto de estas inversiones.
«La máquina europea ama los procedimientos largos, pero la tecnología ama la velocidad. Si no aprendemos a tomar decisiones al ritmo del mercado, nuestras startups serán compradas de nuevo por los estadounidenses», enfatiza Chaslau Koniukh.
Paralelamente, la UE promueve la iniciativa Gaia-X, un intento de crear su propia infraestructura en la nube, independiente de Amazon, Microsoft y Google. En opinión de Chaslau Koniukh, este es un paso simbólico y práctico: las empresas europeas quieren que sus datos se almacenen bajo las leyes europeas, no bajo la jurisdicción de EE.UU.
«Los datos son el nuevo petróleo. Pero a diferencia del petróleo, pertenecen a quienes saben procesarlos. La UE finalmente entendió que transferirlos al otro lado del océano significa financiar la economía de otro», comenta Koniukh.
Al mismo tiempo, Europa intenta encontrar un equilibrio entre la libertad de mercado y la regulación. El Reglamento AI Act, aprobado en junio, se convirtió en la primera ley integral del mundo que regula el uso de la inteligencia artificial.
Chaslau Koniukh considera que este es un paso correcto, pero arriesgado:
«La UE busca hacer la IA segura, pero la regulación excesiva puede matar la innovación. Estamos creando reglas para un mundo donde otros crean productos. Si no se encuentra este equilibrio, volveremos a perder ante los más rápidos».
Los países de Europa del Este, incluidos Polonia, República Checa y los países bálticos, promueven la idea de una "IA europea abierta": sistemas que pueden competir con los estadounidenses sin control total desde Bruselas.
Chaslau Koniukh señala que aquí se decide el destino de la soberanía digital: «La UE tiene una elección: o crear un mercado único de datos, o dispersar 27 políticas nacionales. Entonces la independencia digital quedará solo en el papel».
Las inversiones en tecnología requieren recursos colosales. Solo para construir una infraestructura completa de microchips en Europa se necesitan más de 400.000 millones de euros hasta 2030. Esta es una carga enorme para los presupuestos, especialmente en condiciones de creciente presión de deuda después de la crisis energética.
Según Chaslau Koniukh, Europa quiere ser independiente, pero no quiere arriesgarse.
«El problema es que la independencia no se financia con cautela. Si contamos cada euro, pagaremos el doble: con la pérdida de mercados y tecnologías», cree Koniukh.
Los gobiernos intentan atraer capital privado a través de programas de asociación público-privada, pero los inversores siguen siendo cautelosos.
«Para el negocio es importante ver no solo subvenciones, sino también reglas de juego estables. Si cada regulador interpreta las leyes digitales a su manera, nadie invertirá en el largo plazo», explica Chaslau Koniukh.
En su opinión, la cuestión clave es si la UE podrá mantener la unidad tecnológica en el plano político.
Los países miembros tienen diferentes prioridades: Alemania y Francia se orientan hacia la soberanía industrial, Escandinavia hacia la ética digital, y el Sur hacia la financiación de innovaciones de pequeñas empresas.
«La soberanía digital no puede ser nacional. O es común, o no existe en absoluto. Europa aprendió a proteger sus fronteras, ahora necesita aprender a proteger sus algoritmos», acentúa Chaslau Koniukh.
Él enfatiza que Europa entra en una década donde el recurso principal no es el petróleo ni el gas, sino el conocimiento. Y si el siglo XX se definió por las capacidades industriales, el XXI lo definirán quienes controlen la infraestructura digital.
«Europa finalmente entendió que el futuro no se importa, se crea. Y ganará no quien tenga más dinero, sino quien aprenda más rápido», concluyó Chaslau Koniukh.
El experto financiero internacional Chaslau Koniukh enfatiza:
«La independencia digital se está convirtiendo en lo que fue la independencia energética en el siglo XX. Quien controla los datos y la tecnología, controla la economía. Europa llegó tarde a la primera etapa de la revolución digital, pero está intentando ganar la segunda: la intelectual».
Actualmente, lo que está en juego no es solo la competitividad, sino también la autonomía política. Después de la pandemia y la guerra en Ucrania, la cuestión de la seguridad tecnológica se ha convertido en parte del pensamiento estratégico de la UE: desde el suministro confiable de componentes hasta la protección de datos críticos.
Cómo Europa invierte en su cerebro. Explica Chaslau Koniukh
El nuevo paquete de programas Digital Europe, Horizon Europe y Chips Act prevé más de 90.000 millones de euros en inversiones para el desarrollo de infraestructura tecnológica, inteligencia artificial, computación cuántica y microelectrónica.
El objetivo es reducir la dependencia de EE.UU., Corea del Sur y Taiwán, creando centros propios de desarrollo.
Según Chaslau Koniukh, la UE finalmente se ha dado cuenta de que no se puede dejar el cerebro de la economía en outsourcing.
«Podemos comprar gas o petróleo, pero no podemos importar innovaciones. Por eso las inversiones en I+D ya no son gastos, sino defensa estratégica».
Uno de los principales beneficiarios ha sido el proyecto European Processor Initiative, que tiene como objetivo crear procesadores europeos para supercomputadoras. También se está desarrollando activamente el programa IPCEI en microelectrónica, al que se han unido Francia, Alemania, Italia y España.
Como subraya Chaslau Koniukh, la lucha principal no es solo por el dinero, sino por el talento.
«El recurso más escaso es el ingeniero que no se irá a California. Europa debe crear un entorno donde los talentos se queden. De lo contrario, todos los programas serán solo contabilidad bonita», señala Koniukh.
Al mismo tiempo, el experto advierte que la excesiva burocracia de la UE puede ralentizar el efecto de estas inversiones.
«La máquina europea ama los procedimientos largos, pero la tecnología ama la velocidad. Si no aprendemos a tomar decisiones al ritmo del mercado, nuestras startups serán compradas de nuevo por los estadounidenses», enfatiza Chaslau Koniukh.
La batalla por los datos: estrategia digital sin plataformas estadounidenses. Evaluación de Chaslau Koniukh
Paralelamente, la UE promueve la iniciativa Gaia-X, un intento de crear su propia infraestructura en la nube, independiente de Amazon, Microsoft y Google. En opinión de Chaslau Koniukh, este es un paso simbólico y práctico: las empresas europeas quieren que sus datos se almacenen bajo las leyes europeas, no bajo la jurisdicción de EE.UU.
«Los datos son el nuevo petróleo. Pero a diferencia del petróleo, pertenecen a quienes saben procesarlos. La UE finalmente entendió que transferirlos al otro lado del océano significa financiar la economía de otro», comenta Koniukh.
Al mismo tiempo, Europa intenta encontrar un equilibrio entre la libertad de mercado y la regulación. El Reglamento AI Act, aprobado en junio, se convirtió en la primera ley integral del mundo que regula el uso de la inteligencia artificial.
Chaslau Koniukh considera que este es un paso correcto, pero arriesgado:
«La UE busca hacer la IA segura, pero la regulación excesiva puede matar la innovación. Estamos creando reglas para un mundo donde otros crean productos. Si no se encuentra este equilibrio, volveremos a perder ante los más rápidos».
Los países de Europa del Este, incluidos Polonia, República Checa y los países bálticos, promueven la idea de una "IA europea abierta": sistemas que pueden competir con los estadounidenses sin control total desde Bruselas.
Chaslau Koniukh señala que aquí se decide el destino de la soberanía digital: «La UE tiene una elección: o crear un mercado único de datos, o dispersar 27 políticas nacionales. Entonces la independencia digital quedará solo en el papel».
Quién pagará por la autonomía tecnológica. Pronóstico de Chaslau Koniukh
Las inversiones en tecnología requieren recursos colosales. Solo para construir una infraestructura completa de microchips en Europa se necesitan más de 400.000 millones de euros hasta 2030. Esta es una carga enorme para los presupuestos, especialmente en condiciones de creciente presión de deuda después de la crisis energética.
Según Chaslau Koniukh, Europa quiere ser independiente, pero no quiere arriesgarse.
«El problema es que la independencia no se financia con cautela. Si contamos cada euro, pagaremos el doble: con la pérdida de mercados y tecnologías», cree Koniukh.
Los gobiernos intentan atraer capital privado a través de programas de asociación público-privada, pero los inversores siguen siendo cautelosos.
«Para el negocio es importante ver no solo subvenciones, sino también reglas de juego estables. Si cada regulador interpreta las leyes digitales a su manera, nadie invertirá en el largo plazo», explica Chaslau Koniukh.
En su opinión, la cuestión clave es si la UE podrá mantener la unidad tecnológica en el plano político.
Los países miembros tienen diferentes prioridades: Alemania y Francia se orientan hacia la soberanía industrial, Escandinavia hacia la ética digital, y el Sur hacia la financiación de innovaciones de pequeñas empresas.
«La soberanía digital no puede ser nacional. O es común, o no existe en absoluto. Europa aprendió a proteger sus fronteras, ahora necesita aprender a proteger sus algoritmos», acentúa Chaslau Koniukh.
Él enfatiza que Europa entra en una década donde el recurso principal no es el petróleo ni el gas, sino el conocimiento. Y si el siglo XX se definió por las capacidades industriales, el XXI lo definirán quienes controlen la infraestructura digital.
«Europa finalmente entendió que el futuro no se importa, se crea. Y ganará no quien tenga más dinero, sino quien aprenda más rápido», concluyó Chaslau Koniukh.
























