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Rafael Soto | La contradicción insalvable

Tanto los datos de Bloomberg como los de Forbes son elocuentes: los ricos se han vuelto aún más ricos en 2020. Y eso ocurre en un momento en el que los pobres son cada día más pobres en todo el mundo. Es más, de acuerdo con Bloomberg, ha sido un año récord, con un aumento de los beneficios de 785.764 millones de dólares para las cincuenta personas más adineradas del mundo. 


Este hecho contrasta con el contexto de auténtica ruina que viven tanto los ciudadanos como el propio Estado. Hace unos días, la ministra de Hacienda y Administraciones Públicas, María Jesús Montero, señaló la posibilidad de una caída del déficit público del 11,3 por ciento en España.

Llama la atención que muchos de los que defendieron hasta hace poco las políticas más neoliberales y austericidas, ahora hayan pasado a defender una suerte de ‘capitalismo de Estado’ para reducir las desigualdades sociales. Pero ojo, no en el sentido de Estado del Bienestar, que es el viejo sueño del auténtico progresismo europeo.

Este ‘capitalismo de Estado’ tendría como fin alargar las medidas excepcionales adoptadas para paliar los efectos de la pandemia para favorecer una mutación del sistema económico capitalista. Este sistema facilitaría la liquidez a las empresas, Boletín Oficial del Estado mediante, a la vez que se mantiene subvencionada a buena parte de la población. Esta última idea resulta tentadora para diferentes políticos sin escrúpulos, que ven la oportunidad de crear redes clientelares y dependencias electorales. De las pequeñas y medianas empresas nadie habla, por supuesto…

La opinión más interesante al respecto la he encontrado en Bloomberg. Desde una perspectiva liberal, Andreas Kluth plantea una crítica tanto al liberalismo salvaje precedente como a la intención de crear dependencias económicas. En este sentido, Kluth destaca los peligros para la democracia y para las libertades individuales que puede suponer este cambio. Los fantasmas que Byung-Chul Han previó en marzo empiezan a materializarse.

Es evidente que la inseguridad y la dependencia económicas provocan recortes de libertades y derechos. Es la nueva era que viene, basándose en un principio ya bastante consabido: la desigualdad inherente al sistema capitalista.

Thomas Piketty estudió esta cuestión concienzudamente en una de las grandes obras de referencia de lo que llevamos de siglo: El Capital en el Siglo XXI. Esta obra de difícil lectura y aún más difícil producción produjo numerosas ampollas en los defensores del neoliberalismo. Algunos afirmaron que su trabajo contaba con errores estadísticos, otros que era un radical peligroso. En cualquier caso, admito tener en estima el trabajo de este académico. Y lo hago por dos razones concretas.

La primera de esas razones es que ha demostrado ser un académico honesto, en tanto en cuanto dejó en acceso abierto sus datos de investigación. Sus datos cumplen con los principios FAIR, que todavía hoy no son seguidos por la mayoría de la Comunidad Científica: Findable (localizable), Accesible (accesible), Interoperable (interoperable) y Reusable (reutilizable). La segunda razón es que sus propuestas, aunque atrevidas y progresistas, demuestran en todo momento basarse en el mundo real. Parte de un pensamiento progresista real y responsable.

Una de sus propuestas más interesantes es el impuesto progresivo sobre el capital. En la misma línea que la conocida como ‘tasa Tobin’ –que empezará a aplicarse en España en unos días tras la aprobación de los nuevos Presupuestos–, la idea de este impuesto es reducir las desigualdades entre los más adinerados y los más desfavorecidos gravando el capital.

Sin embargo, Piketty no olvida un detalle fundamental: la necesidad de cooperación internacional para evitar la evasión fiscal. De hecho, en una entrevista publicada en 2014, insiste en la necesidad de la cooperación entre Estados Unidos y la Unión Europea. En especial, con respecto a la tasa Tobin: “Es que técnicamente es muy complicada, más complicada que el impuesto mundial sobre el patrimonio. Que, además, introducirá más transparencia financiera, se sabrá el origen de cada elemento de capital”.

Si bien señala que no hace falta esperar a la existencia de un gobierno mundial, Piketty plantea la necesidad de cooperación entre las grandes economías. Quizá por ello me genere dudas la tasa Tobin que empezará a aplicarse en España. Habrá que comprobar sus efectos, y más en el contexto actual.

En cualquier caso, como bien señala el economista galo, estas propuestas son solo parches que no resuelven el verdadero problema: las desigualdades inherentes al capitalismo. Mientras que la tasa de rendimiento privado del capital sea mayor que la tasa de crecimiento del ingreso y de la producción, las desigualdades seguirán en aumento. Dicho de otra manera: “Una vez constituido, el capital se reproduce solo, más rápidamente de lo que crece la producción. El pasado devora el porvenir”.

En cualquier caso, como bien señala Agustín Monzón: “La crisis del coronavirus habría representado así la puntilla a un modelo que parecía herido, por la sucesión de fallas del mercado y la percepción de que sus costes han recaído sobre las capas más desfavorecidas, mientras las clases altas han podido sacar rédito de las políticas de estímulo implementadas por los bancos centrales, que han supuesto, sobre todo, un impulso al precio de los activos financieros”.

El sistema económico y financiero no se sostiene, no por una pandemia, sino por una situación que ya era precaria. Cada ideología buscará una solución acorde a sus ideas. El capitalismo es el único sistema económico realista que tenemos por delante. Sin embargo, plantea una contradicción inherente que crea desigualdades y que va a más en tiempos de incertidumbre. 

Y no veo solución favorable en un momento en que la población parece más adocenada y sumisa que nunca, más orgullosa de su becerril ignorancia y, sobre todo, más sensible a una situación de incertidumbre que ya parece crónica.

El capitalismo es un mal necesario por falta de alternativas serias. Por suerte, es un sistema moldeable, que debemos adaptar en beneficio de la ciudadanía para reducir las desigualdades inherentes al sistema. Una labor difícil en un momento en el que hasta el agua cotiza en bolsa.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO