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Melodía de Obvlco (IX)

Porcuna Digital lanza la hoy la novena entrega de la novela del escritor porcunense, Luis Emilio Vallejo, Melodía de Obulco: el juego de las Muñecas Rusas. El inspector Brown viaja a la Porcuna de los íberos para resolver el caso de un asesinato. Disfruta de los capítulos diecisiete y dieciocho de esta historia que hará las delicias de los lectores de este periódico.

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Capítulo 17. Brown y Alfred: Restos de una conversación

—Verdaderamente, Alfred, me lo estoy leyendo cuando puedo, claro.

—¿Pero te está gustando?

—…“Mme.” lo estoy leyendo pero nada más, yo no soy un esteta como tú. Para mí la poesía…

—Si claro la poesía la dejas para San Valentín, cuando tienes que llenar bien algún expediente amoroso-sexual…

—Es que creo que la vida no es así, Alfred…

—¿Cómo entonces?, dime, ¡a ver dime…! ¿Qué es real? ¿Tú eres de verdad real?

—Claro que sí, so cabrón…

—¿Pero, ciento por ciento real…?

—Bueno…, siempre hay una parte que nos inventamos de nosotros mismos.

—Ah, ¿ves? dudas…. ¿Acaso cuando duermes y te sueñas no eres un ser más completo aún?

— ¿Pero eso son imaginaciones Alfred, no?…la verdad…

— ¿Es que lo puedes demostrar cien por cien…?

—Al menos mi vida existe…

—O existes en lo que yo pienso, en lo que yo creo…porque puedo estar, ahora mismo “escribiéndote”, simplemente…en esta novela.

— ¿Novela? ¿Ahora te pasas a novelista? ¿De poeta a cuentacuentos…? ¡Fuma menos maría…!

—Sí, acabo de decidir meterte en mi novela, serás el inspector que muere al final…

—No jodas, si ya… Los héroes siempre morimos. Yo tengo hecho ya el cuerpo, no te creas…

CANTO V. CABEZA DE GUERRERO

—Pero yo sé que yo soy yo; y no unas letras tuyas, una descripción tuya…

“Mira tus ojos, príncipe, no nacido, enviado por el alma de la tierra en unión con el cielo, dispuesto a los misterios que la vida inaugura, que se cumplan tus años y tus trabajos te sean propicios, que tu sacerdocio en el templo encuentre lo profundo, lo que nadie ve…, que la calma del cazador deje tus ojos inmóviles, tu respirar sin hálito, tu rapidez de rayo, … que el pugilato endurezca tus huesos y mantenga los músculos apretados, … que tu ira sea sabia y certera, … que sea leve el faldellín cuando seas investido señor y soportes el peso enorme del cuero grueso de los bueyes a la luna sacrificados y curtida su piel en finas esencias sólo para ti destiladas; engastado por el fino bronce y el oro y la plata, inscrito con el nombre de los tuyos, cruelísimo señor que sin perdón vives y reinas, consolado del fulgor del combate por suaves aceites balsámicos…, del romero, el incienso, la salvia, la mirra, …que el dulce vino que adormece despierte en ti la paz del final, la suavidad de las sacerdotisas abandonadas al delirio de tu tacto indómito, … ¡ oh tú, copulador de vida sobre nuestros ojos sumisos ¡, martillador de gargantas mudas, … por ti el mundo de-be pasar para que, a tu sombra, todos, como un sol refuljas, no en vano, no sin fuego, devastadora y terrible tu presencia, sentida por todos traspasada, … y en la batalla, tus enemigos.”

—Pero ¿no te has dado cuenta que dedicamos más tiempo a dormir que a vivir, incluidas siestas y días con fiebre…?

— ¿Y los días en que uno por la noche no puede dormir, esos cuentan o no?

—No seas cínico Brown…

La voz de Alfred, las palabras escritas de Alfred:

“Busca tu mirada, tus ojos reflejados, en bruñida lámina de la más fina plata,… perfila de negro carbón tus pestañas, y vivifica tus labios de la roja tierra lejana y tus pómulos de la sangre fresca de tus sacrificadas víctimas, que sólo a ti vierten pesadamente sus entrañas. Infunde a tu cuerpo el olor grande de la muerte y la podredumbre, que noten tu presencia mortífera, que tu brazalete de plata enroscado cual áspid busque la luz cegadora del terror de los tuyos y de todos, que tu figura bellamente modelada, aderezada de suaves sombras, cobijada del tiempo inclemente, de lejos por la piedra realizada no sepa distinguir su fantasma de tu real falange exterminadora, que parezca tu propia alma presente, que sin estar piensen que respiras cuando pasen junto al túmulo, que sientan sus entrañas estremecerse, e inmóviles y sumisos, graben con tus signos las pequeñas piedras que donen…, que quemen aceites raros y escancien vino y depositen sus ofrendas para contentar al dios que nace de ti en ellos, caro tributo al que ose pasar buscando la línea del mar, que no sientan salvar la vida sin que ante ti y tu sombra arrodillados, inmóviles, dejen pasar este sol sobre ellos, que aún sumidos frente a tu figura guarden para siempre tu fantasma mientras viva su memoria de ti…, que como heraldos anuncien tu nueva buena infinita.”

—Ningún discurso, pero ninguna novelita ni ninguna pesadilla con siesta incluida podrán hacernos pensar que es real lo que se cuenta.

—Ninguna vida tampoco, porque forma parte de la vida de los demás por tanto y no quedará completa sin éstos…

—Pero esto no es una secuencia estratigráfica de ninguna excavación.

—Tampoco la vida nos da oportunidad de estudiar taxativamente nuestra realidad, tan solo nos inscribimos en ella, mansos corderos dispuestos al desolladero común.

—Pero eso nos sacia y nos mantiene vivos muy vivos…

—Sí pero irreales por falsos…. — ¿Qué programa de radio has puesto de fondo?

—Clásicos populares…

“Murió el director de orquesta Herbert von Karajan. Todo un genio. Durante su vida grabó más de 900 discos.”

Capítulo 18. Anita y Brown: Dos dudas razonables sobre Obvlco

—Pero… ¿Cómo te voy a ayudar? No podría aunque quisiera.

—Pues, lo mismo que excavas y deduces. En esto te comes el tarro un poco, me ayudas. Yo no sé un pijo de arqueólogos ni de historias.

—Si no tuvieras que irte ya a Madrid tendrías que haber hablado con Espínola, un erudito en temas sobre Obulco. Además aquí está Silvano, el anciano patriarca. Me dan yu–yu los dos.

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—¿Espínola, Silvano?...

—¿No querías que te ayudara? pues en esto de la historia ellos son piezas claves, eruditos locales que llamamos…

—Claro, a ti todo historiador que no tenga un tufo científico, lo subestimas…, pero pueden aclararnos mucho. Ellos han estado ya aquí siempre antes de que los arqueólogos llegarais husmeándolo todo…

—Pues menuda desgracia, ojalá que todo sea así…

—¿El qué?…

—Pues que estuvieran antes y ahora y después…

—¿Por qué?

—Porque no nos han dejado desde el principio hacer nada, siempre con corta-pisas. Hemos tenido que abrirnos el camino nosotros mismos. Si por ellos fuera…

—…No os acercabais ni a dos kilómetros. ¿No habéis podido domarlos?

—No, nuestro trabajo ha sido a base de bar, es decir de “la técnica del bar…”
—¿Cómo?…

—Llegamos a un bar, nos presentamos como arqueólogos, lo cual les hace gracia, y metemos conversación; hasta que uno por otro se chivan y forman sus teorías desproporcionadas pero en las que siempre hay algo de verdad. En cada exageración hay una pepita de verdad. Hasta que nos hablan o de Espínola o de Sil-vano.

—Como en los interrogatorios donde al final hay un careo de sospechosos…

—Exacto, eso mismo que hacéis los polis en las películas.

—Oye, que es una técnica real. —La desaparición de las esculturas de hace una semana… ¿Tiene que ver con la desaparición de Eugenio?

—Qué va, no lo creo, Eugenio llegó creo, días después.

— ¿Cuantos días después, qué día? —Bueno, no me acuerdo ahora mismo…aquí todo sucede temporalmente de una manera muy extraña, los días no son días.

—Luego Eugenio ¿llegó días después de ser comunicado el hecho de la desaparición?
—Sí.

—Luego ¿pudo descubrir él algo o comunicarlo a Luis Vallejo?
—No creo, lo dudo. Si no habría llegado a mis oídos tal cosa…
—Pero Eugenio os acompañó aquel día al yacimiento y participó de la noticia.
—Sí, estuvo toda la mañana con nosotros, porque el hecho era tan escandaloso…, además tuvimos que redactar los respectivos informes para poner la denuncia por robo o desaparición a la guardia civil.
—O sea, que tenemos en este caso…
—Una denuncia en el juzgado de Martos por robo de las esculturas.
—Que no se sabía que estaban, ni aún cómo eran…
—Saber dónde sí. Porque las esculturas aparecían enfiladas en un zanja ya abierta, tapadas con grandes piedras, fragmentadas. De modo que nosotros, cuando excavábamos, llegábamos a las piedras, a la fila de piedras, y bajo ellas, una vez abatidas, salían las esculturas sobre un lecho de arcilla roja húmeda: era como un gran paritorio.

—Y entonces las extraíais y las documentabais.

—Sí.

—Pero se os adelantó alguien que sabía lo que hacíais, alguien que fue por la noche. —Sí, alguien que estaba enterado…

—Alguien de vuestro entorno…

—O de los mismos trabajadores…

—Luego vosotros lo que queríais era quitaros de en medio a esos. A Silvano, a Espínola…

—Claro que no, ¿pero qué insinúas?

—Con vuestros sermones de cientifismo lo único a lo que aspiráis es a suplantar el orden establecido durante siglos.

—El coleccionismo es un mal endémico en estas sociedades.

—Está la pirámide de los expertos y sus universidades, su prestigio; y está la de los eruditos locales que controlan todo…Hasta las redes ilegales.

—Yo no he dicho eso…

—No dirías eso pero no estás en posición de negarlo.

—No.

—Navarrete cazó a los cuñados esos hábilmente. Quiero decir los que sacaron las primeras esculturas y las intentaron vender al museo de Jaén.

—Si no es así, las palabras vuelan y no se hubiera sabido nunca de donde las sacaron…

—Pero vosotros queréis otro trozo o todo el pastel…

—Lo nuestro son los procesos históricos para lo cual nos ayudamos de la metodología arqueológica…

—Queréis poner en práctica lo que habéis aprendido en la facultad…

—¡Qué va! en la facultad mucha teoría, pero ni idea de lo que es excavar…

—Pero sois arqueólogos…

—Historiadores…, la arqueología, ser arqueólogo solo se consigue excavando con un profesor y éste te forma y así vas aprendiendo.

—Entonces es caso de aprendiz de zapatero, y no descansas de embetunar calzado hasta que tu maestro decide ponerte en las manos la horma.

—Así es. Mientras no te dejen dirigir cortes estratigráficos no eres nadie.

—Y los eruditos locales no han estudiado en la universidad, no son nadie.

—Todo es empírico para ellos, aunque tienen libros y son listos.

—Pero pueden saber excavar mejor incluso que vosotros, con práctica…

—No, imposible. Pueden “escarbar”, solo eso…

—¿Por qué?…

—…Porque ellos no entienden qué es un método científico, funda-mentalmente ellos barajan y mejoran conjeturas.

—Pero puede que sepan de esta historia más que vosotros…

—No importa, ellos miran con una venda en los ojos y así no se puede.

—Luego ellos os ven como un peligro inminente…

—¡Claro!

—Es decir, al buen erudito le quitáis el sueño con vuestra ciencia.

—Si claro, como debe ser…

—A los malos eruditos le quitáis el pan pues paralizáis sus tejemanejes con las piezas. Sus “cambiucheos” y ventas millonarias…

—Igualmente.

—Luego Eugenio pudo dilucidar esto y caer en sus redes, meterse en el negocio de lleno y desaparecer.

—O descubrirlos y lo han quitado de en medio…

—Ahí quería llegar ¿ves cómo me estás ayudando? Quizás pudo descubrir a quienes se llevaron las esculturas para venderlas…

—Es decir que puede que la trama de los cuñados, después de haberse visto engañados por Navarrete, ahora quisieran tomarse la revancha robando las piezas grandes, las cabezas, las que a fin de cuentas son caras, para venderlas…

—O que alguien muy rico encargara a alguien piezas exclusivas para su colección, piezas de Cerrillo Blanco, puestas de moda… la cultura romana frente a la anterior la ibera, como la etrusca, etc. Todo un delicatesen para un erudito coleccionista…

—Claro: el dinero, lo mismo que la mano cortada de los últimos gorilas africanos en los despachos de notarios y ricos muy ricos, para ser degustadas en privado, por un selecto grupo de iniciados, hechas ceniceros. Imagínate, la palma abierta, abarquillada de un gorila como cenicero. Hijos de puta.

—En sí un coleccionista es un caprichoso avaro pero rico.

—Muy rico…

—Y vosotros solo aspiráis a un doctorado y una placita de profe y a lo sumo un puesto en un museo…, algunos serían hasta capaces de matar también por esto… ¿no crees?

—No me dejas conducir, Brown, me estás poniendo nerviosa…

—Llámame Brown; sí como suena, en inglés, por favor. Pero cuando estemos solos. Soy raro, un caso vamos…

LUIS EMILIO VALLEJO
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