Ir al contenido principal

Manuel Ruano Casado, conversando con el Niño Zapatero

(En el mes de Junio de 2002, y por sugerencia de Antonio Recuerda Burgos, me pasé por el número 24 del Llanete de Las Monjas, allá por la anchura del Altozano, para hacerle una pequeña entrevista, que resultó más en conversación, a Manuel Ruano Casado: “El Niño Zapatero”, cuando el “Niño Zapatero” tenía 93 años y todavía parecía estar en la flor de la vida, aunque ya no iba a la Huerta del Comendador con su borrica para devolverla a su casa, cargada con sus cántaros de agua, que era la única agua que bebía. Dicha entrevista se publicó luego en el Programa de la Romería de la Virgen de Alharilla del año 2003. Aquella entrevista, de tan gratísimo recuerdo aún, la he rescatado de los papeles del olvido, o más que del olvido, del rincón donde guardo las viejas cosas escritas, y escucho emocionado la cinta de cassette donde fueron registradas su voz armoniosa y su sabia palabra, como si aún estuviera viviendo entre nosotros anclado, y se me hubiera presentado, de repente, como si fuera un fantasma escuchándose a sí mismo. Y la rescato hoy para construir la Estatua de Manuel Ruano Casado, adecuando la prosa a la prosa uniforme de “La Mirada y las Estatuas”, pero conservándola tal cual en las respuestas de Manuel Ruano Casado, que más que respuestas, eran monólogos de este tan entrañable Niño Zapatero, al que aún parece que estoy viendo ahí, sentado en su sillón de madera, a la vera de las losetas del patio de su casa, puesto en su traje festivo: “Porque a un poeta hay que recibirlo como se merece, vestido de gala”,el mismo traje con que fue medido para las quintas de 1930, y al que le escribí un poema que durante mucho tiempo estuvo puesto a la entrada de su casa, y que también se escribirá en esta Estatua de Manuel Ruano Casado, el gran “Niño Zapatero” de Porcuna, que era como una alegría llena de otoños)

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN


Zapatero con zapatos de luna.
Agricultor de la espiga y la azada.
Aguador sin más pozo que su alma grande.
Educado como un milagro.
Entrañable como un algo que resucita.
Hablador como la fuente de la Huerta.
Amigo por la palabra del poeta.



Manuel Ruano Casado: “El Niño Zapatero”, sentado en su sillón de madera de olivo, casi centenario el Niño y centenario el sillón, altivo y tronal como si desde él se hubieran hecho muchas proclamas, dados muchos discursos, sentenciadas muchas firmas y acunados muchos niños de los que nacían en las casas con familias numerosas, y la anea vieja de años y de posaderas, a la que de vez en cuando le pega unos pespuntes con mizos y agujas gordas y largas, de las de coser serones y aguaderas, y colchones de lana y de farfolla, aunque los ojos se le vean cansados, y aún cansados, mirándolo todo como si todo fuera nuevo, como si todo estuviera naciendo nuevo de repente, como si todo fuera la luz primaria rejuveneciéndolo todo, aún teniendo consejas que advierten, avisan y exhortan sobre las cosas complejas de la vida, y con ese cojín que asoma, centenario también- en la casa de “El Niño Zapatero” todo es centenario, y al estar ahí, en lugar de rejuvenecer uno, uno envejece, como para hacer más grata la compañía, más experimentadas las manos y más sapientes los entresijos de la vida conventual y del andar por casa de Porcuna- ese cojín hecho de ganchillo por una de sus hermanas en las primaverales tardes de patio con pozo y con losetas, a la luz de la sombra de los tejados, y siendo todo el blanco de las paredes el blanco angelical de las cosas antiguas y de las mujeres antiguas dadas a las labores de las agujas y las canciones del romancero, a la vera de ese patio de esa casa, cenobítica y cartuja, siendo más claustro que patio, y menos patio que corral, vetusta, alegre de albos y de canos, y de olores tan antiguos que nos hablan de los olores antiguos de las casas de porcuna cuando los ambientadores y los perfumes manaban de los suelos, se pegaban a las paredes y a los cuadros de láminas amarillentas, y se iban expandiendo por todos los rincones de las casas como si fueran elegancias cinematográficas y que en las mentes de los que fuimos nietos del ayer por las casas encerradas de Porcuna nos traen recuerdos de tantas abuelas sentadas en sus sillas bajas removiendo los calderos de los arroces haciéndose al calor de las ascuas de las hornillas de yeso, y otras tantas cosas más del paño antiguo con que se hicieron los siglos para entregárnoslos hoy casi recién nacidos, aunque todo sea una tibia oscuridad por la que andamos palpando las paredes intentando bordar en nuestras manos las huellas aquellas que nos hacían dibujos y cosquillas en nuestras huellas.

“El Niño Zapatero”, sentando en ese sillón de los maestros carpinteros del ayer, manuales, artísticos en sus pequeños detalles y en sus filigranas sencillas o elegantes, es un algebra de las matemáticas antañosas, que posa con la elegancia, la timidez y la sonrisa pícara del que no está muy acostumbrado a salir posando en los retratos, y quisiera para ello, dejarnos toda su gracia grabada en los nuevos colores de las fotografías, si no altivo, tampoco circunstancial, y si avisado, avisado en mueca de hombre vivido que se va esparciendo como el trigo que de las manos va llenando los arroyos de las tierras recién aradas para crear la nueva cosecha. Pisando con la levedad de sus zapatos nuevos y tan antiguos, de cordones y tan andadas esas milenarias losetas donde han quedado registradas las miles de huellas dejadas por ese patio de la casa de “El Niño Zapatero”, tan gastadas y tan pulidas ya, como si fueran losetas de alcazabas, castillos y fortalezas por donde pasaban las caballerías y los caballeros a pie venidos de una lucha, de una conquista o de una desesperación de ser caballeros vencidos en la última batalla de la vida, y en ese otro ademán de hombre sabio, ya sea de sabio tímido, de hombre sabio en la vida de las cosas cotidianas y del andar en los asuntos más necesarios, sin más ofrendas que el día venido, visto y vencido, y a la noche una cama, un leve sueño, y un nuevo amanecer para fabricar la nueva conquista del día venidero. Sabio de andar por casa sin más impedimentos que el pasado inaprensible, y un mañana del que ya sólo espera, que, cuanto menos, sea un mañana tan parecido al mañana de ayer, es ahí, “El Niño Zapatero”, como un Josep Pla aldeano trasladado desde Palafrugell a Porcuna, teniendo su cosa de agricultor tan dado a los campos y a las secuencias de los arados, y su cosa también de aristocrático, sabiendo, como llevándolo en la sangre, como saber posar en aristocráticas poses y afectaciones sin fingimientos mirando siempre en la alcuza de sus designios, como aristócrata popular sin más medallas que los metales del arado o las chapas de los salchichones, sin más gules que las aguas de la Huerta del Comendador, y sin más banderas que su porcunismo castellano, apartándole a las lentejas sus chinas y hasta sus ovejas negras, dejando volar los años que le visten el Domumento nacional de identidad, donde a veces se visten tantas mentiras aunque parezcan mentiras desnudadas, como pajarillos blancos echados a volar por los aires de todas las brisas del mundo para contarnos su vida hecha de tantos quehaceres hermosos como de imágenes negras de la España negra que también le toco vivir a Manuel Ruano Casado, en sus epidemias, en sus guerras, en sus hambres, en sus inconvenientes, y todos los instantes de su aislamiento de la modernidad, como si fuera siempre hombre de cueva hecho a los mínimos, viviendo de la naturaleza y muy en antiguamente, y tan aislado siempre de los jaleos impuros, siendo los más jaleos las verbenas de las charlas a la puerta de su casa del Llanete de las Monjas en donde le decía sus primeros versos Antonio Moreno, aquel poeta niño del Altozano emigrado a las capitales catalanas.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Un Josep Pla porcunés y ambidiestro, a la derecha de Dios y también a la derecha de sus sencilleces. Oculto como un pajarillo que no quiere salir de su nido, y abierto al aire pero sin salir de su aire, viviendo de las naturalezas antiguas de su nido al que llegaban los alimentos, y al que cuando anochecía, todo se volvía un nocturno tocado por una guitarra melancólica y una oscuridad sólo amanecida por el tímido fulgor de las velas ondeando al aire su luminosa silueta de fantasmas mientras los tres hermanos ahí, los tres soltero del oro del Llanete de las Monjas, la Ana, la Dolores y el Manuel se contaban las cosas sencillas de aquella vida de encierro y perseverancia , un recorrido amarillento ante los cuyos ojos de los tres hermanos transcurrían las secuencias de sus vidas tan sencillas, tan humildes, tan quietas, tan oscuras, tan de paredes blancas y de hornillas por aquella casa mítica de siempre donde pasaban las horas siempre esperando a las mismas horas venideras, y cuando no, sentados a la puerta de esa casa del Llanete detallando las conversaciones de los siglos, alumbrando con mariposas de aceite, carburos y quinqués los fantasmas queridos de las noches, los que venían del recuerdo para hablar con aquellos abandonados, con aquellos niños expósitos tan bien avenidos, tan bienaventurados en sus quehaceres íntimos, sin más juegos que alguna misa en la capilla del convento de las Monjas, arrodillados y rezadores, pidiendo clemencias sin más sentencias que las futuras matrículas de honor de los campos santos.

Un Josep Pla porcunés vestido de eterno Niño Zapatero, al que se le quitan las comillas de su nombradía para bautizarlo eterno y representado como nombre propio que no precisa de adornos. Un Josep Pla porcunés que nos puede hablar de los trigos amarillos desnudándose, bailándose con las brisas riachuelas de los vientos, y de las eras por donde hacían la trilla los mulos y los cernidores que separaban los trigos de las pajas hasta compartir los dos alimentos, los alimentos de las alacenas y los alimentos de las bestias por las oscuras cuadras de los pesebres de obra. Un Josep Pla de huerta por donde andaban los alcarciles y las lechugas elevando sus gracias verdes, y hacernos saborear un potaje de panezuelos haciéndonos recordar los perdidos aromas del antaño de las cocinas porcuneras. Y hablándonos Manuel de la fe en Dios y la menguada fe en los hombres de la mala voluntad: “aunque más personas buenas que malas he encontrado yo por la vida, ¿sabe usted?”, de unos versos de Antonio Machado recitados de corrido, aquellos tan leídos y memorizados hasta hacerlos eternos, o aquellos romances escuchados a sabor donde y en qué gentes, y a saber por que lenguas pronunciados en las noches quietas de la luna parada sobre la oscuridad del patio blanco, pero que recordaba Manuel y me recitaba dándole la entonación de los trovadores viejos, de los que venían por las plazas pasando después las manos para recibir las monedas para el pan y el aceite, de un cante zapateando cueros al candor de la besana, por donde la voz aguerrida de la garganta elevaba cigarras y aludas locas; de los hechos de la guerra allá por aquellas tristuras de una Porcuna enfrentada, de un seminario por Baeza donde Manuel Ruano Casado descubrió la cara oculta de la vocación aún con tanta devoción yendo, y nos habla Manuel de esta calle y de otra calle, y de una calle más aún, y de gente de ahora, de la que está y de la que desaparece, y de la gente que se fue y ya nunca más se la espera…

El Niño Zapatero sentando en marquesa apostura del que ya sólo sabe esperar para las fotografías, para la impronta del tiempo muerto y de tiempo inmortal, y al que se le escapa una sonrisa tímida y agradecida por esa compañía que se le hace y que tanto estima.

El Niño Zapatero, sentado en esa su marquesa y hasta premeditada apostura, es un Borges inmortal con toda la luz de la vida alumbrándose en sus ojos cansados, que no miran ya más allá del silencio de unos pocos pasos; ojos que nos hablan, cuando miran, con un sabor humilde de alma que en alma quiere quedar para siempre, ocupando las paredes de su casa para no salirse nunca de ella, hombre que ya se siente en fantasma y va palpando las paredes y los sitios de sus vivencias y convivencias como buscándole sitios a su alma del futuro, para que, cuando muera se vaya el cuerpo pero quede su esencia en esa casa que no era su casa sino, su yo compartido y comprometido. Buscando huecos donde estar presente cuando todo sea aún más oscuridad, y ya no se vuelvan a abrir las puertas, ni se descorran los visillos de las ventanas por ver si llueve o hace sol, y queden siempre y para siempre cerradas las alacenas donde reposaran los platos y los vasos su sueño eterno, por donde andarán las cucharas haciendo sonidos de comidas o de panderetas, para no morirse definitivamente. Unos ojos que nos miran amenos de vivencias, de aquellas vivencias sencillas y elementales por donde transcurrían todos los minutos de vida posados en sus pestañas.

Un Borges presto a las palabras, como si Manuel Ruano Casado fuera el hombre que siempre esperaba la visita de las charlas, y cuando abría su puerta ya iba dejando entrar a las conversaciones. Un Borges humanitario dispuesto al discurrir de los monólogos, al fluir de la elocuencia más discreta y mejor afable, y hasta espontánea, como en noble causa del Niño Zapatero que abre su enciclopedia para verse en los dibujos hasta dibujársenos por entero.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Un Borges siempre quieto ya en el instante de la fotografía al que hay que mirar mucho para dejarnos seducir por la magistratura de su rostro blanco y encendido, con la frente despejada y el pelo cano como un hortelano lleno de escarchas. El hombre de los recuerdos puestos en sus labios como si todo fueran salivas saliendo como plumas que caen del ángel de su boca. El hombre apostado en Borges que de pronto calla como si estuviera recordando mucho, y de pronto estalla su boca y se le salen los dientes blancos para llenarnos del marfil de sus recuerdos, que más que salir de su boca parece que se le salen del alma o de una lección de literatura puesta en la o del canuto. Pensando cual va a ser su próxima salida, su primer atajo, la próxima salida de su palabra para ocupar mis oídos y el entorno que hace aureola de ese patio de luz y que también quiere escuchar: unas palabras de viejo que se van tanto para la guerra, aquella diablura tan penada, como se postran ante Dios y rinden su cuerpo como soldado postrado queriendo ser armado caballero por la mano de la mano de su señor, como de pronto calla, medita, y luego sale su boca hablando en la oración a la Virgen de Alharilla, a San Marcos o a Nuestro Padre Jesús Nazareno, “Aquel otro Nazareno de antes de la guerra, con su pelo largo y liso, tan donado…” Y le salen unos versos de los que El Niño Zapatero ya olvidó cual fue el poeta anónimo que los escribió, pero que le salen en verso romance, como si fueran sacados de una cantiga de Alfonso X “El Sabio”.

El hombre hablante Manuel Ruano Casado, aquel que no comprende el mundo de las maquinarias de hoy y va siempre por entre los olivos cavados con los azadones para que respiren los interiores de las raíces hasta descubrirlas los arroyos subterráneos, azada al hombro y pañuelo en la cabeza para que se conserven frescos los pensamientos y no se ponga muy sisona la cabeza, no más lo justo para no caer demasiado en la idiotez. Como habla de las siete borricas que tuviera, femeninas y rebuznadoras, y trajineras también, una detrás de otra, o una a otra haciéndose compañía, con sus siete nombres grabados en la memoria “pero que ahora no me quieren salir, y no será porque no los he nombrado tanto, tanto de vivos como de muertos, que yo no podía pasar nunca sin tener una borrica a mi lado, como si fuera una dama de compañía, una novia elegantemente platera, o una amante a la que de repente le daba un beso en sus mejillas sin afeitar…”. Cabalgata de borricas por los pecuarios caminos que daban al agua de las fuentes, al olivar de los inviernos, a los trigales de julio y a las huertas del todo el año por recolectar.

La bien palabra siempre en la boca de Manuel Ruano Casado, aquel hombre centenario que se nos fue, pero que hoy recibimos en las palabras, en aquellas que fueron sus palabras dichas anteriormente, y que van de un tema a otro y de un lugar a otro, como si lo quisiera decir todo de repente y a prisi corriendo no sea que se le olviden tanto las palabras tan rebuscadas en lo cano de su cabeza. De cuando mancebo y huérfano por aquella pandemia de la gripe española, en la que anduvo de aprendiz de zapatero por aquellas habitaciones de los grandes maestros zapateros del ayer, tan llenos de zapatos y remiendos y tan llenos de aprendices limpiándose las manos de grasas en los delantales oscuros; del seminario de Baeza por donde fue a dar su fe, y , ay, abandonda, si no la fe, “que esa nunca”, si la rememorada e imaginaria parroquia donde fuera a dar su primera misa, cantada y en latín; de la tiendecilla de al lado, la del Llanete de las Monjas, la de Paca Álvarez, tan aguerrida y tan andaluza, y José del Pino “Taparrajas”, donde, a veces, compra un par de onzas de jamón debidamente lonchado y una cuñilla de queso añejo, manchego y picantillo, para darle un poco de alegría a las cenas del pan con aceite y aceitunas machacadas, del olor a vino de las tabernas que nunca pisaba, nada más que de tarde en tarde para apañarse una botelleja de vino blanco tapada con el tapón de corcho que bebía en pequeños sorbos como si estuviera bebiendo del cáliz de una consagración, no más mojar los labios para tener la sensación de la sangre de Cristo; de la Semana Santa a la que siempre acompañaba en sus procesiones, alumbrando velas o cargando santos en las antiguas andas de madera, de la Romería de Alharilla a la que peregrinaba andando con sus hermanas al lado, la Ana y la Dolores, llevando paraguas de invierno para protegerse del sol si es que el sol era inclemente, con sus pantalones de campo, sus zapatos de Segarra del año treinta y uno y su blusón abrochado al cuello en sus últimos botones dejando asomar el blanco alzacuellos que lo vestían de cura seglar en tan alumbradas y peregrinas compañías romeras, de la Bendición de Nuestro Padre Jesús cada Catorce se septiembre, con sus dos hermanas siempre hasta el Paseo de Jesús; de Romero de Torres visto por las calles en plan señorito andaluz y siendo el un niño al que deslumbraba el cordobés de los pinceles; como de pronto El Niño Zapatero se pone a hablar de los entierros y a enumerar la clase de los entierros de las capas de antaño, de aquel entierro de lujo llevado a manos por los nobles de Porcuna, o de aquel humilde féretro prestado por la caridad para que no fuera el muerto tan descubierto al último destino…

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

El Niño Zapatero sonríe con sonrisa maravillada y coqueta, para que no se le vean mucho las mellas de sus marfiles, embutido y borgiano en aquel mismo traje de siempre que nunca perdió su apostura, su elegancia y su como cosa de recién salido de las manos del maestro sastre cosedor, aquel traje de siempre y como nuevo y oscuro, con sus rayas inglesas a las que nunca se le fueron sus surcos dibujados, aquel con el que El Niño Zapatero fue medido por los lugares del Ayuntamiento tan lleno de quintos jóvenes como él, para antes de incorporarse a la mili, y recordando a aquel don Víctor Funes Pineda, el que le tomo la talla del uno setenta “que va menguando”, y le pesó sus kilos delgados. El mismo traje de siempre que le costara cinco pesetas y muchos meses de ahorro en la alcancía de lata, juntadas en muchas perrasgordas y muchas perraschicas, las que de vez en cuando vaciaba sobre el tapete de ganchillo de la mesa camilla para hacer sus pequeños montoncitos, cuando los veinte años lo llenaban de colores al Niño Zapatero, y de futuros tan inciertos, y con ya la monarquía del rey Alfonso XIII empezaba a mostrar los signos de su derrota, y la República se iba anunciando en las huelgas, en las manifestaciones y en las juventudes revolucionarias cantando sus revolucionarios himnos por las calles de Porcuna al sonido del tambor tocado por el tamborilero cojo.

El Niño Zapatero, aquella magia que llegó a ser magia centenaria y tan celebrado fue en la fiesta que le organizaron por el Llanete de las Monjas, con José Luis de Quero tocando sus trompeta para que bailara la centuria el minué que le apagara la vela cien de su tarta de celebración.

El Niño Zapatero, magia de un pueblo augusto, labrantío y noble como él: castellano sin Castilla en la pequeña Andalucía de Porcuna tan vestida de blanco y tan besada de verdes y de amarillos; poeta con trino de trigales aprendiéndose la poesía de los libros y la extraña lírica de la vida, de la tan vivida vida de Manuel Ruano Casado, hijo ilustre de un pueblo como Porcuna que no está muy acostumbrado a valorar y celebrar las humildes proezas de sus buenas gentes, de las que no dan ruido pero si ofrecen muchas músicas, de sus buenas y sabias gentes, de las de ir a pie, pero siempre andando en los caminos de las palabras sentidas y los conocimientos más aventureros, aunque toda la aventura sea ir de una casa a un campo, y de un campo a una huerta, y de una huerta a una fuente, y de una fuente a una mesa camilla, y de una mesa camilla a una cama con las sábanas blancas y almidonadas donde caen los huesos rendidos y donde todos los sueños son soñar con el gallo de la mañana, ese cantarín sin impedimentos levantándole a la luna su cosa de sol y su sapiencia de horas.

Manuel Ruano Casado, el Niño Zapatero de estas cuartillas que se escribieron en el año del dos mil dos y se vuelven a reescribir ahora para convertirlo en Estatua. Niño Zapatero, noble y amable en apostura fotográfica posando para la eternidad de las figuras quietas y dibujadas, y en su voz, en el timbre de su voz, en esa armonía sonora de su voz, cantándole a la vida sus frases escogidas, la maravilla de las palabras, la sensación de sus palabras tan vividas, de los hechos que fueron sus hechos, tan contados y recontados con tan fantástica lucidez y memoria en aquellos sus noventa y tres años del año del dos mil dos en que vine a su casa a visitarlo para descubrir la maravilla. Hechos dichos y redichos en tantas noches de mesa camilla a la luz de las velas, con su Ana y su Dolores, las hermanicas suyas cogidas de las manos para no perderse mucho en el tiempo mientras bebían el anís nocturno de los vasos de agua de la Huerta del Comendador, como cada día, de cada año y durante toda la vida. Hechos y acontecimientos dichos con la misma gráfica imagen con que sucedieron, y dando la sensación de que aún estén sucediendo, en esa hora de la tarde sentados los dos en el patio de las losetas y los encalos blancos, con el pozo al lado sonando sus aguas para los fregados, para los riegos y para las cubetas de las bestias de las cuadras.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Enciclopedia porcunera abierta a la historia costumbrista y sencilla y popular de la Porcuna ensoñada, cuando no adormecida durante todo un siglo, el Niño Zapatero, el Manuel Ruano Casado del Llanete de las Monjas cariacontecido en la fotografía borgiana y parafrugella, que así, cuando Manuel, el zapatero niño, el zapatero que nunca dejó de crecer como niño, poeta grande sin poesía y lírico como una amapola despetalada en versos, historiador de lo cotidiano, le da a la memoria, a ese bosque de su cabeza con tanto duende y con tanto personaje, es capaz de reconstruir cualquier calle del pueblo, del aquí y del más allá, en un siglo con tantos cambios, con sus casas bajas y con sus casonas grandes, sus tiendas con sus tenderas de delantal y pocos productos en las estanterías, sus zapaterías con tan buenos maestros zapateros en las covachas tan trabajadas y tan vividas, sus tabernas con sus taberneros del trapo al hombro y hasta el nombre de sus borrachos de antes, de aquellos borrachos del vino que iban dando tumbos por las calles buscando farolas y esquinas donde apoyarse, de sus fuentes del agua, las del campo o las del pueblo, sus gentes con nombres, apellidos y nombrajos, sus dichos, sus hechos, sus chácharas, sus anécdotas. Todo un inventario desde el interior de sucesos tangibles que nos hace- me hacen- envidiarlo sanamente, cuando nosotros apenas osamos retener, recordar y exhibir, lo que nos pasó el día anterior- somos gentes de olvido, y de memoria pacata cuando no fraudulenta-quizá porque los días modernos y tan aprisa que vivimos, no saben del reposo de echar la mente en la biografías, y no nos dejan ni sabor, ni sangre, ni luz, ni aroma en nuestra memoria, y vamos vagando por los días siendo árboles secos que olvidaron de que colores eran las ramas y las hojas que los vestían.

Manuel Casado Ruano nació en Porcuna un día cinco de junio de mil novecientos diez, en la misma casa del Llanete de las Monjas en la que sigue viviendo, y a la que sólo abandonó en tres fechas con sus tres ocasiones: la una, cuando quedaron huérfanos, él y sus dos hermanas Ana y Dolores, allá por el año de la gripe de mil novecientos dieciocho, la otra, cuando por el mil novecientos treinta se tuvo que integrar en el ejército de tierra para hacer la mili, y la tercera cuando tuvo que marchar para la guerra.

La misma casa siempre, sin más arreglos ni cambios que el pasar de los años envejeciéndolo todo, y dándole su solera de casa inmortal y también casa museo, sin más contradicciones que el envejecimiento de las cosas, eso que llamamos antigüedad, y los siglos, arqueología, antigüedad con sabor a vida y a pretéritos antepasados, las que la levantaron y la vistieron para que durara eternamente. Altozana de losetas a la que se tendía su estera para el pasar las borricas de la puerta a la cuadra, con sus habitaciones oscuras puestas en oscuros cuadros con estampas, su mesa camilla, su brasero de picón, sus sillas de anea y sus mecedoras para en los veranos sacarlas al patio o la puerta de la casa; mesa camilla donde, sentados todos los días él y sus hermanas, antes de ir al sueño de las habitaciones con cortinas y camas antiguas con somieres de sogas y colchones de lana, se contaban cada día la vida como un milagro que los seguía manteniendo ahí, al pie del cañón, cada cual en sus asuntos: Manuel al campo, en sus tierrecillas de olivos y cereales, y sus hermanas ajetreadas en el hacer de la casa, y mientras la una cocinaba, la otra averiguaba los barridos y fregados, los lavados de ropa en pila de piedra y los planchados de prendas con la plancha de hierro puesta a calentar a la vera del chisco; la vida contada como un milagro al que había que responder agradecidos y con las manos blancas de honestidad y callosas de trabajo, lo que también daba en honradez; y las bocas en el rezo en comunión o en el verso recitado de Manuel, y alguna copla antigua cantada a dúo por la Ana y la Dolores; y dando todo en la memoria, en el presente siempre ayer, y en el ayer recordado, y un presentido mañana que nunca atravesaba las puertas de esa casa tan cerrada a los progresos de las electricidades y las aguas conducidas, que el mañana nunca importaba en esa casa donde todo se vivía estático, con sencillez y calma, como vida de caverna a la que se le han puesto puertas pero siempre vigilantes los tres hermanos no fuera que fuese a entrar el lobo y se llevara las gallinas del corral. Su patio de losetas, paredes blancas, algunas macetas de geranios y su pozo con agua para el lavado de las ropas a pila, que siempre por esa casa fueron sus lavados a pila y tendidas al sol de los mediodías , y cuadras para las borricas, las siete borricas de Manuel Ruano Casado, la una detrás de la otra que le fueron viniendo, y a borrica muerta borrica puesta, y la borrica muerta borrica llorada y llevada por el cementerio de animales por los bajos de San Marcos, y a la nueva celebrada bienvenida; palomar para las palomas que venían al palomar como si fuera su cielo de interior, graneros para el grano y pajar para almacenar las comidas de las bestias, los sacos de los trigos y de las cebadas, los sacos del picón- siempre casa con brasero de picón de vareta, que el mismo Niño Zapatero fabricaba- y la leña del hogar apilada como construyendo una muralla defensiva.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Su padre Manuel, del que el Niño Zapatero cuenta que era: “un más que bueno, excelente mulero, con una buena yunta de mulas siempre en el campo, y cuando en la casa, siempre puesto en el campo y hablando del campo. Labrador de los de antes- ¿sabe usted?- amante de las faenas de la tierra como la toda su vida que era”

Su madre, Sacramentos: “muy buena madre- ¿sabe usted?-: en sus labores, en su casa, con su familia, cuidando de sus hijos y de su marido como una madre profesa. Muy buena cocinera en las comidas de los potajes; en la mesa, siempre bendiciendo la mesa antes de comer, y en el amor siempre dispuesta hacía nosotros cinco, los tres hermanos y nuestro señor padre”

Nuestro Niño Zapatero es de lágrima fácil cuando el recuerdo se le tiñe de dolor, y con sus años y tan en soledad, dolor que se expande siempre buscando las ya muchas compañías que le faltan, en casa tan grande y con tantas sombras, aunque ese dolor sucediera hace más de ochenta años, y estuvieran ya más que deshojadas todas las hojas de los muchos calendarios que lo trajeron hasta estas fechas. Manuel suelta la pena con flamenco lamentar, y compungido, no quiere llorar pero llora como un niño chiquito al que le han quitado el chupete, o han olvidado cantarle una nana, cuando, por ejemplo, recuerda:

-“En mil novecientos dieciocho vino un año muy malo de gripe a la que llamaron “la gripe española”,que en lugar de afectar mucho a niños y ancianos, afectó más a jóvenes, y adultos muy saludables, y que mataba todo lo que pisaba, hombres, mujeres, niños, gatos, perros, vacas, ovejas. La epidemia más mala que ha vista la tierra nunca y que dejó cerca de cien millones de muertos y consecuencias terribles, y con tanta desolación- ¿sabe usted?- y resulta que, como por ningún sitio había medicamentos, pues la gente se moría como moscas, una cosa terrible, y las gentes encerradas en sus casas que ni se atrevían a salir a la calle, por no pillar la gripe o por no contagiarla. Todos los días había en Porcuna un montón de muertos, y de entierros, que ni cajas había para enterrarlos y se enterraban envueltos en paños y sábanas. El cementerio se quedo chico para poder enterrar a tanto muerto. Pues a mí, me tocó padecer la mayor tristeza de mi vida, y eso sí que es una gran tristeza, y yo tenía ocho años recién cumplidos, y se puede decir que me salvé de milagro de morir también. En tres días hubo en mi casa, en esta misma casa del Llanete las Monjas, por este Altozano que es mi alma, tres entierros, cada día uno, que se llevaron para siempre a los seres que más quería en este mundo. Primero murió mi padre, Manuel, y cuando estábamos enterrando a mi padre, no acabábamos de enterrarlo, cuando murió mi madre, que enterrando a mi padre ya estaba agonizando en la cama sin el más mínimo consuelo de recuperarse, y estando enterrando a mi madre se me murió mi hermano Andrés; los tres muertos por la maldita gripe. Así que, mira que tres días se nos presentaron. Y Porcuna era una desolación, que parecía un pueblo fantasma, y no se oían más que llantos por todos sitios, y repicar de campanas por las iglesias, y curas entrando y saliendo de las casas, y las gentes preparando sopas y caldos para llevar a los enfermos que agonizaban. Ni en la guerra vide cosa tan terrible, y eso que la guerra fue algo atroz…”

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Las muertes de los padres, Manuel y Sacramentos, y el hermano Andrés, dejaron a los tres hermanos solos, Manuel, Ana y Dolores, solos y juntos, y pareciendo abandonados. Unidos como cadenas amorosamente ensartadas, pero sin parar de llorar siempre, y echando tanto de menos a esas ya tres cruces del cementerio. Tras los entierros, los tres huérfanos quedaron:

-“Al cuidado de mi Nana, o sea, de mi abuela Ana Moreno, a la que cariñosamente llamábamos Nana, en lugar de lala o abuela, y que vivía por la calle Torrubia, y allí nos quedamos hasta que ya nos hicimos mayores, y convirtiéndonos en personas para llevar y mantener la casa nos volvimos al Altozano, al Llanetillo de las Monjas, pero sin poder olvidar nunca jamás aquellas imágenes de los tres entierros seguidos de nuestros padres y nuestro hermano Andrés. Y aún parece que lo estoy viendo todo, y pasa que cuando recuerdo, recuerdo más a mis padres y a mi hermano moribundos en sus camas, que cuando estaban vivos. Unas imágenes aterradoras que me han perseguido siempre, y nos han perseguido siempre.”

A Manuel siempre le han dicho y llamado, querido y recordado como “El Niño”, desde chiquitillo, porque era el niño que tras la catástrofe de “La Gripe española”, quedó en la casa: el niño-hombrecillo de la casa con sólo ocho años y con tres muertos cargados a sus espaldas, y dentro de su memoria. Lo de “Niño Zapatero” le vino un poco más tarde, tampoco mucho más tarde…

-“Yo- ¿sabe usted?- trabajé de aprendiz de zapatero, porque por aquella año había que trabajar de aprendiz de algo, y por suerte, para los muchachillos de mi edad, que éramos casi niños, pero ya con una conciencia de personas mayores, que es lo que ya no hay hoy en día, en la zapatería de José Peláez, que, en esa época, también, lo principal era aprender y coger un oficio para lo que pudiera pasar el día de mañana, y sino, pues siempre teníamos el campo para echar mano de él, o lo otro de guardar cochinos por los cortijos que era otra cosa que también se estilaba mucho. Luego trabajé en la zapatería de Constancio Cabeza, aquel gran maestro zapatero de Porcuna, cuya zapatería era casa y también escuela, que la tenía instalada por la calle del Muro. José Peláez tenía una buena tienda y zapatería, y estaba muy bien situado, y en muy buena posición económica y social, con muchas clientelas, por la calle Beato Garrido, y que luego se casó con doña Antoñita, que no tenía don, pero todos las llamábamos así, por eso de la educación de antes. Con ellos, con José Peláez y Constancio Cabeza aprendí muy requetebién aprendido el oficio de zapatero, y cuando estuvo bien aprendido, me establecí yo sólo como zapatero, con mi buena clientela también, que por aquellos años a los zapateros no nos faltaban nunca trabajos de confección de calzados o de arreglos de calzados. Por lo tanto, de ahí me viene lo de “El Niño Zapatero”- ¿sabe usted?- La zapatería la puse en esta misma casa del Llanete de las Monjas, y así estuve hasta que, la maldita guerra por un lado- qué cosa más mala: entre la gripe y la guerra ¡vaya tiempos que se presentaron, que parecía todo el Apocalipsis del Fin del mundo!- y la cosa de las fábricas que empezaron a fabricar zapatos en serie, hicieron decaer bastante el oficio, y también porque cada vez había más competencia, que Porcuna era una tierra de muchos y muy buenos maestros zapateros, y yo, como tenía unas tierrecillas de calmas y de olivos, poca cosa, pero para mantenernos mis dos hermanas y yo, que nunca fuimos de lujos, ni de fiestas, ni de inventos, con lo suficiente para vivir decentemente, y algún trabajillo de invierno más, me retiré de los zapatos, cogí mi borriquilla, y desde entonces hasta ahora.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

El Niño Zapatero abandona el tiempo del hoy, que el Niño Zapatero siempre está abandonado los tiempos del hoy para irse al atrás de los recordatorios, como en el fondo, nunca ha estado en el hoy sino en el siempre, y se va para el año de mil novecientos veintiuno de sus aprendizajes zapateros, para decirse, decirme y decirnos, cómo eran aquellos zapatos que se confeccionaban antes, y que venían a durar toda la vida, y hasta más vidas aún, pues eran zapatos que se heredaban de unos a otros…

-“Los zapatos de antes eran de becerro bueno y de otros cueros nobles que se compraban en las ferias, ingresados, cosidos y clavados para que duraran siempre, porque en aquellos tiempos, un par de zapatos en una casa pobre y humilde, tenía que durar toda la vida, pasando de unos a otros. Zapatos que se vendían a cinco o seis duros, y que venían a costar más que lo que costaba un traje. De munición buena y buena suela americana, pero buena de verdad. Y se les ponían sus tachuelas, que la gente iba andando y parecían potros o bailarines bailando claqué…”

Manuel deja su mente en blanco como queriendo retener todo ese pasado que de pronto se le aparece como una mitología, y se emociona con el recuerdo. Se emociona, y a mí me tiene emocionado y boquiabierto con tanta detallada exposición de tan remotos hechos. Por las palabras de Manuel pasa toda la vida y la memoria de un pueblo, toda la centenaria vida de un pueblo, en sus detalles más mínimos, significantes e insignificantes, pero que, traídos hasta este hoy que no ocupa, retienen todo el calor, color y sabor de las cosas más trascendentales.

-“Zapatos hechos en un día, de señora y de caballero, de tacón alto y de tacón bajo. Capa sobre capa. Zapatos enterizos para el campo, de los de durar toda la vida. Zapatos de campo para la tierra, el barro y el guijarro. Zapatos de novio para lucir con traje oscuro y zapatos de novia para lucir con vestido blanco y de altar. Zapatos. Noche y día trabajando en los zapatos, con las gentes llamando a la puerta y preguntando siempre: “Niño, ¿cuánto tiempo le quedan a los zapatos?”, “Ya les va quedando menos, buena mujer”. Y aunque con mucho trabajo siempre, más que trabajo yo lo consideraba como un placer, que el trabajar siempre es bueno, siendo lo malo siempre, estar en holganzas y otras diversiones de taberna, que yo no digo que un ratico, bueno está, pero que estar todos los días mano sobre mano, o vino sobre vino, no es bueno para la vida de los hombres.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Pasando el tiempo, y vueltos de la guerra, siendo pasado los zapatos del zapatero, y ganando diez pesetas diarias de sueldo por muchas horas de trabajo, y aparte de sus faenas del campo en sus dos cachillos de tierra que daban lo justo para acompañar al jornal, Manuel Ruano Casado entró a trabajar en los inviernos de las aceitunas, como molinero, en la fábrica de Ramón Torres:

-“Las diez pesetas de sueldo-mire que le diga a usted- apenas daban para comprar los garbanzos y algún tocino añejo y rancio para preparar la olla del cocido que era lo que más se estilaba, y si no comida diaria, casi le podría decir que sí- dice Manuel con toda su resignación cristiana del que siempre pone la otra mejilla-y en el fondo había que estar muy agradecidos, que lo importante era llenar el estómago cada día, y no había otra cosa. Eran tiempos muy malos aquellos tiempos, pero malos de verdad, de verdad de la buena. Tiempos con mucha pobreza, de mucha hambre, que la gente iba recogiendo por las calles, las cáscaras de habas, de naranjas y las peladuras de las patatas que lanzaban desde los balcones los señoritos ricachones , y yendo para los campos por sus rebuscas y sus ofrendas, donde apenas había hierbas para comer, y los cardos borriqueros eran manjares de carne que nos quitábamos de las manos porque no había para todo el mundo; y también tiempo de tristezas continuas, que donde no había una lágrima había otra, y la gente se moría de hambre como si se murieran de una epidemia, o de una pena, y por las calles no pasaban personas sino esqueletos que apenas podían andar… Pero nosotros, siempre teníamos una mesa con comida, comida humilde, por supuesto, humildísima le diría a usted, y en cantidades las justas para calmar el estómago y que al menos, nos dejara dormir en paz, y por lo demás: una mesa, una silla, un buen brasero de picón de vareta, una vela iluminando fantasmas, y tres bocas contadoras siempre dispuestas al diálogo, al recuerdo y al rezo.

Más de cuatro horas de charlas y charlas con Manuel Ruano Casado, “El Niño Zapatero”, dan para muchas cosas más, para muchas páginas más, que desgraciadamente aquí no entran, porque no hay espacio para tanta palabra, y escribo estas reseñas niñozapateras cogiendo pequeños detalles, pequeñas chispas, inmensos colores, de este niño de noventa y tres años, y que, sin embargo, se niega a envejecer, mientras la cinta de la grabadora se ha agotado por completo, y ya todo queda en la cabeza como una memoria llena de suspiros, calambres y amorosos detalles primarios, por ejemplo, un tema que es de prioridad absoluta para el Niño Zapatero, como es, la educación , que en hombre tan exquisitamente educado, es timón esencial para la convivencia entre las gentes:

-“Antes- sabe usted- había menos estudios, mucho analfabetismo, y mucho borrico suelto, pero había mucha educación, y verdaderamente eso sí que ha cambiado mucho, la educación. Antes, la gente se saludaba mucho, la gente estaba continuamente saludándose, “buenos días, buenas tardes, buenas noches, vaya usted con Dios…” Hoy, parece como si no existiéramos, pasas por delante de uno, y aunque nos conozca ni nos mira, y si le decimos “adiós”, ni responde. Hoy cada cual va a su asunto y a su avío, y no miramos el avío de los demás. Y aunque le parezca a usted una cosa de viejos, sin importancia alguna, yo recuerdo con especial agrado, cuando de niño volvía de la escuela, que entraba en casa diciendo “Ave María Purísima”, y le besaba la mano a mi padre y a mi madre, como igual, a mi padre lo llamaba señor, que hoy también parece que los hijos le han perdido el respecto a sus padres cuando todo debe de ser agradecimientos hacía ellos porque son los que te han traído al mundo y los que te nos están criando. Hoy, ya sé que esto puede parecer una tontería o un chocheo de viejo que ya no está muy en sus cabales, pero, en los tiempos de mi infancia, resultaba muy bonito y gratificante este acto de amor y respeto por los seres que te crearon. La educación. Había mucha pobreza, mucha hambre, muchas fatigas, muchos pesares, pero la educación siempre estaba presente en los tratos humanos, con los tuyos y con los demás, y así, siempre había buenas palabras, y mucha ayuda entre todos.”

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

El Niño zapatero en armas de mili con guardias, retenes y ensayos de guerra: artillero en la mili y artillero en la guerra. De Granada a Sevilla y de Sevilla a Badajoz:

-“Que es provincia de Extremadura- ¿sabe usted?; por donde estuve veintidós meses destinado”

… Hasta que la guerra cerró sus batallas y sus despropósitos, y rindió sus agresiones, absurdas e indignas.

Manuel habla de la guerra, y de la guerra en casa, con sus dos hermanas solas, “tan solicas las dos hermanicas de mi alma”. Pero todo lo habla quedo, vigilante, oidor de paredes y de pasos, como si aún anidara en su alma el resquicio del profundo miedo de ayer, o de confusión; miedo de ser oído, oído y malinterpretado. Pero en todos los recuerdos de la guerra aparecen sus hermanas, solas, en aquel Llanete de las Monjas, por bajo del convento de Santa Teresa convertido en cuartel de tropas, y ya con su torreón de piedra derribado, como derribado está, o escondido bajo tierra, el Torreón del Comendador, aquellas piedras de Obulco por donde se vigilaban los caminos oteando en sus profundidades:

-“Como yo estaba en la guerra, y mis hermanicas estaban solas, el Ayuntamiento les pasaba catorce reales todos los días para poderse sostener, lo que daba apenas para comprarse un bollico de pan y un puñado de garbanzos.”

Y cuando Manuel habla de este tema, lo dice todo muy quedo , en voz muy baja, como si estuviera susurrándomelo al oído, temiendo la escucha de los patios, ocultándose de oídos y oidores, como diciendo un secreto, o una cosa inconfesable.

Cuando vuelve de la guerra, Porcuna está irreconocible:

-“Muy deteriorada- dice apesadumbrado aún, pero elegante en la palabra- Daba pena ver el pueblo. Yo no hacía más que llorar, buscando sitios, buscando cosas, buscando gentes, buscando amigos, y no encontraba nada. El pueblo sufrió mucho…”

Manuel, como los viejos españoles derrotado del exilio por Europa, habla y no para de hablar de la Guerra civil, aquella culebrilla maligna que se instaló en nuestro patrio suelo para llenar de muerte, cuerpos, mentes, ríos, corazones.

El final de la guerra marcó una nueva vida, su nueva vida. Ya nada sería igual:

-“Cuando vine de la guerra, dejé todo lo relacionado con la zapatería y me dedique, con tradición familiar, a las labores del campo, de lo poquillo que teníamos: total, unas tierrecillas de tierras calmas, unos estacarillos, y pare usted de contar. Y hacia ellos me iba yo todos los días, y todos los días con mi borriquilla de la mano, que era tan buena compañía.”

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

El Niño Zapatero y su borrica: Imagen grabada en la retina retentiva de Porcuna.

-“Yo he llegado a tener hasta siete borricas, las siete con sus siete nombres, con sus siete historias y con sus siete compañías, porque para mí, las borricas no eran las bestias de la cuadra, sino que eran de la familia, y como de la familia las trataba. La última se llamó Golondrina, que es ave que huele la lluvia- ¿sabe usted?-; y tras la muerte de mi Golondrina, ya se acabaron todas.”

El Niño Zapatero es el hombre que mejor se conoce el camino hacia la Huerta del Comendador. Desde pequeño, sus tareas de burro eran ir a la fuente de la Huerta del Comendador, y al sangrante manantial, a por la sana agua de los subterráneos, la manada, la medicinal, la que ponía blandos garbanzos:

-“Toda la vida con el agua del Comendador a cuestas, cargada en la borriquilla que hubiera. Toda la vida camino arriba y camino abajo con los cántaros llenos, o con las garrafas llenas. Ahora dicen las gentes que el agua está contaminada, pero yo no les hago ni caso, y yo sigo bebiéndola como antes, como el primer día, como siempre. Ahora me va mi prima Pili, que me cuida, con su coche, ya que yo no estoy ya para muchos trotes por eso de los dolores de las rodillas. Los viejos que no servimos para nada- ¿sabes usted?- Y aquí estoy, con mis noventa y tres años, sano y fuerte aún, que ni un resfriado pillo, aunque como le decía a usted, las piernas ya me fallan y cada vez me responden menos, y ahora soy un viejo que anda con tres patas, las dos piernas y la marra, pero, a ver, la vejez no tiene remedio. Amor al agua de la Huerta, eso siempre. Yo estoy acostumbrado a esas aguas, y así estaré hasta que la muerte me llame…”

Manuel Ruano Casado, El Niño Zapatero, ya sin zapatos que coser, siempre lleva puesto el antañoso delantal azul de la zapatería, aquel que le cosieran entre sus dos hermanas, para el aprendizaje, y el que siempre llevó cuando ya se dedicaba al oficio:

-“Ahora me lo pongo para comer, como si fuera un babero de adulto, así, para no mancharme mucho”

Manuel Ruano Casado, te dice los nombres de todos los maestros zapateros que han existido en Porcuna durante un siglo, los de antes y los de ahora, y el nombre de todos los artesanos que por el pueblo hubieron, cuando la artesanía brillaba y laboraba como en gremios asociados con Murga de carnaval, por todas las calles de Porcuna: herreros, forjadores, albardoneros, zapateros, hojalateros, canteros, carpinteros, “y hasta escultores”- ¿sabe usted?”- Y se le llena la boca de nombres, de oficios y de calles con sus nombres viejos y sus nuevos nombres, y con sus oficios y sus maestros oficiadores.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

El Niño Zapatero, habla de Porcuna y se le vuelve Castilla:

-“Porcuna es un pueblo bonito, más castellano que andaluz, castellano de nobles gentes, y conservador a la manera castellana de Castilla la Vieja. Porcuna no es un pueblo andaluz sino castellano, y castellano viejo; pueblo llano, tradicional, educado en sus épocas, y muy cristiano, con sus negros de lutos y sus blancos de festividades. Quizá lo único andaluz que tenemos sea la Romería de la Virgen de Alharilla, que en eso, sí es verdad que somos bastante del sur.”

-“Yo soy muy creyente: fui educado en ello y en ello sigo. Cuando don Antonio estaba de cura en Porcuna, yo era lector en la parroquia, y la gente me decía que lo hacía muy bien, como también leía cuando decía sus misas en las Monjas. Y recuerdo más, porque yo iba de cura en mi infancia, cuando estuve estudiando en el seminario de San Felipe Neri de Baeza. Por allí estuve un año, tenía yo nueve años entonces. Pero, cuando acabé mi primer año, en septiembre de mil novecientos diecinueve, y me vine para pasar el verano en Porcuna, se me pasó todo y ya no volví por el seminario de Baeza; se ve que estaría de Dios que eso pasase. Pero siempre hombre de fe; por eso, con mis ahorros de toda una vida, doné dos sagrarios de plata y de oro, uno para la Parroquia, y otro para las Monjas, mis otras dos casas, que costaron más de siete millones de pesetas, pero se me quedó la conciencia muy tranquila.”

Transcribiendo tantas palabras, tantas vivencias, tantos hechos significantes, o bellamente insignificantes, tanta memoria, tanto placer en el hablar y en el escuchar, me doy cuenta que es imposible decir aquí tantas y tantas cosas como me cuenta Manuel, y me alumbro y deslumbro en el tanto placer de los hechos ocurridos y relatados al dedo de una memoria prodigiosa.

Manuel me habla de los tiempos, de todos los tiempos como si fueran ya tiempos eternos y hasta tiempos de leyenda. Manuel habla del campo, de la zapatería, de la Huerta, de su calle y de su barrio, del Corazón de jesús en la plazoleta del convento y cuya instalación allí fue idea de una de sus hermanas, de su hermana Ana. Manuel habla de las monjas del convento, de las de ahora y de las de antes, con sus nombres y apellidos y hasta de las cosas graciosas con que las nombraban los vecinos, a las que guarda un afecto especial.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

-“Una bonita calle el Altozano, y un entrañable lugar el Llanete de las Monjas, tan cambiado ahora y menos ambientado a como lo era el Llanete de otros días pasados, con su árbol de pan en medio de la plazuela, al que se subían los niños y los muchachos de la calle para hartarse de comer pan de pastor a falta de otras golosinas que no se las podían pagar, muchachada que ocupaba toda la acera de las Monjas, cuando no jugando al pincho jugando al aro, a la pita o al trompo, que son ya juegos perdidos, y es lastimica eso. Con sus vecinos de antes, como los tenderos Paca y José, que le decían “Taparrajas” - y Manuel sonríe pícaro como en una escena de “La Celestina”- Con su taberna de Antoñito “El Motoso”, a la que iban los hombres del campo, “pero que yo tasamente entraba, que yo he sido tasamente poco de tabernas”, con el caserón de enfrente, con su escudo ovalado, que parecía que hubiese sido Casa de la Inquisición, y partido en tres partes dando en su hermosura y amplitud, y por donde vivía Juanito, al que le decían “Malarrama”, y su señora, Benita “La del Señor Remigita”, aquel cristo barroco o neoclásico de tamaño natural y con su pelo de verdad, y que fue pasando como en herencia de unos a otros de la familia. Aquel cristo que perteneciera antiguamente a “Remigita”, y de ahí le viene su nombre primitivo, que anda un poco deteriorado ahora por eso de tener ya tantos años, y en una casa, cuando era casa entera que había muchos santos y Vírgenes de vestir, por donde cayó una bomba de la guerra, y se quedó todo muy destruido, pero salvándose el cristo, como si hubiera acontecido un milagro, y que cuando acabo la guerra, fue la única imagen en procesionar en Semana Santa, porque fue la única imagen salvada en Porcuna de la iconoclasia aquella que hubo. Y en el mismo caserón partido en tres mitades, con su portada de piedra, también viviendo, el bueno de Paco, el carpintero, que hacía primores con las maderas, y José, “el Rubio zapatero”, que también era muy apañado en lo suyo. Como recuerdo tanto la part’abajo de mi casa, que era la casa de Sixto, y por eso siempre le hemos llamado “El Rincón de Sixto”. Y por allí también el entrañable vejete al que llamábamos “El Chacho Domingo”, que imitaba el habla del mochuelo que daba gusto, y siempre estaba rodeado de niños para que les hiciera el mochuelo y les contará cosas de su vida tan trabajada también. Las vecindades de antes, ¿sabe usted?, con sus cosas buenas, sus cosas malas, las escasas, y sus cosas regulares, como todo el mundo, pero todos hijos de Dios…”

Manuel habla del paso de los días, tan iguales y tan distintos, con la monótona cantarería de lo sucedido real, y alguna literatura imaginaria. Manuel habla de la tierra con el amor grande del agricultor tradicional tan amante de su tierra. Y habla de la cava de los olivos: “es que hoy, ni cavan los olivos ni na, y todos tienen unas costras y unos yerbajales que dan pena…”, y habla de la corta, de la trilla, de las hierbas malas y de las hierbas buenas, de los cardillos, los ajos porros, las collejas y las espinacas de los lindones, y del cielo, y de la lluvia y de la sequía, y de lo fresquita que siempre está su casa en verano por mucho que le pegue el sol, “pero que no se le queda pegao, sino sólo alumbrando la fachada”, y del remoto terremoto que echó a las gentes de Porcuna a las calles como si fuera el fin del mundo, y de aquella nevada en blanco y negro que vistió toda Porcuna de blanco, y del año del hambre que fueron los años del hambre, y la bonanza tardía. Y Manuel nos habla de sus iglesias, de las que están y de las que derribaron, de sus rezos, de sus santos procesionados en Semana Santa, de los de antes y de los de ahora, de San Marcos, “el Santo de los pobres”- ¿me entiende usted?, al que le tiene mucha fe, y al que paran a su puerta cuando pasa por las Monjas de camino a recogerse, y de Nuestro Padre Jesús bendiciendo a las gentes, y de San Isidro bendiciendo los campos, y del moreno San Benito, y de la Virgen de Alharilla a la que venera “como madre suprema, protectora perpetua del pueblo de Porcuna, porque es así como le digo”

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

-“La Virgen de Alharilla es una maravilla de belleza, amor y perdón. Protectora de su pueblo, de sus campos, de sus gentes desde esa coqueta ermita del Llano de Alharilla, que es aldea trabajadora y rezadora también. En mi casa siempre se ha venerado mucho a la Patrona, y cuántas veces hemos ido andando al Llano para estar ante Ella y con Ella. Con todo, la romería ha cambiado mucho. La romería de antes consistía en ir a la procesión de la Virgen en el Segundo domingo de mayo, y aquello era una locura, una gran algarabía de convivencia y de fe, y de amor hacia la Virgencita. Daba gusto ver esos caminos de Porcuna a la aldea, de Arjona a la aldea, de Arjonilla, Escañuela y Lopera, yendo a la aldea, llena de miles de gentes romeras, andando en la fe de ver a la Virgen. Cantando rezos y rezando cantos sólo para Ella, la Virgen de Alharilla, para que no nos faltara su amor y su protección nunca. Y la Virgen siempre estaba con nosotros. Y en la procesión, cuando la Virgen salía por los portalones de su ermita, había más llantos que palmas, y todo el mundo iba detrás de Ella, acompañándola en su peregrinar hacia el Humilladero, que el Llano se quedaba solo porque todos los romeros iban detrás de su Virgen de Alharilla, acompañándola, que para eso habíamos ido allí, como grandes peregrinos devotos, fieles, amantes y suplicantes. Ahora la cosa ha cambiado mucho y es hasta normal, porque los tiempos son así. Ahora, la romería es más festiva, y eso es bueno, siempre que no se olvide que la romería se hace en honor de la Virgen de Alharilla, y es verdad que se le ha dado una gran proyección a todos los niveles. Antes era una romería más íntima, más de convivencia y devoción. Hoy es más jaleosa, pero, estoy seguro que todos van al Llano con el amor más grande a su Virgencita santa.

Y al Niño Zapatero, zapatero romero, se le descuelgan lágrimas de amor y de recuerdo, porque ahora se acuerda de sus “hermanicas tan queridas”, que ya no están, “que me han dejado solo; pero yo siempre estoy con ellas, porque eran muy buenas conmigo y con todo el mundo, y muy de su casa”. Y cuando se calma su llanto, me recita unos versos que le escribió a la muerte de su hermana Dolores:

“Ya se me murió mi hermana,
La hermana que yo tenía:
Qué dolor de hermana mía.
Dónde encontraré otra hermana
Cómo la que yo tenía.”


Y así podríamos estar por aquí, por esta casa de Manuel Ruano Casado, “El Niño Zapatero”, horas y más horas, y llenar decenas y docenas más de folios con todas las palabras, recuerdos, sapiencias, chascarrillos y fe de este porcunés ilustrado y majestuoso, bueno, honrado, sumamente educado, charlador, escuchador y respetuoso, amigo de sus amigos y amigo también de sus enemigos, si es que alguno hubiera de tener este Niño Zapatero de Porcuna. Este Porcunés ilustre en su humildad, que es capaz de dar lecciones de la historia de Porcuna en el siglo XX al historiador más sapiente. Manuel, “El Niño Zapatero”, arqueólogo del costumbrismo, de lo tradicional, y no díscolo con las cosas modernas: “pero que no entren por mi casa”, alma viva del pueblo de Porcuna, angelical manifestación de presencia viva, sabía y humilde, que se vacía en las palabras no para hacerse presente él, sino para hacer presente a Porcuna.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

A mí me ha sido dado conocer a infinidad de personas. He mantenido charlas, conversaciones y entrevistas con cientos de personas, de los más raros y hasta caros abolengos, de los más rancios intelectos, de las más individuales maneras, pero nunca he conocido a nadie como El Niño Zapatero: maravilloso, rancio del pasado y de siempre, que exhibe como un hoy y un todo perpetuo, comprensible, amable en la amabilidad que sólo nace del alma de las buenas personas sencillas, educado como lo que ya no existe, atento como se debe estar con las visitas, como si fueran un regalo, caballero castellano Porcuna, Pla de campos y de anécdotas, Borges fotográfico, maestro de la gran escuela del pueblo, porque Manuel, enseña con el gusto y el regusto de lo recordado, porque, quien quiera saber de su pueblo, de su Porcuna, sólo tiene que pasarse por ese caserón antiguo, como un cortijo dentro de Porcuna de piedra encalada del Llanete de las Monjas, y El Niño Zapatero le dará un lección magistral de amor a su pueblo, y a las gentes de su pueblo.

Ciertamente, cuando uno sale de su casa, de la amabilidad de su casa, del sabor de su casa, del olor de su casa, de su patio y de su pozo, uno se siente más porcunés que nunca, porque el Niño Zapatero es un nacionalista porcunero más alto que el pino más alto, que te explica Porcuna como nadie lo ha sabido hacer nunca.

No hay más espacio. Estos folios que aquí están son infinitamente pequeños, una nadería en comparación de esas más de cuatro horas que Manuel y yo nos pasamos charlando en el patio de su casa. Pero, todo está registrado, todo grabado, todo apuntado, anotado, recordado para en un futuro exponer con más detalles y más espacio, la vida de este porcunés genial, humilde y maravillosamente educado que me ha sido dado conocer con la mejor y mayor de mis alegrías.

Manuel va a estar todavía mucho tiempo con nosotros, porque aún le queda cuerda para rato y para los raticos nuestros, porque aún tiene muchas cosas más que decirnos y contarnos, y porque tiene una mala salud de hierro con los tantos achaques de sus años: “sobre todo con la pejiguera de las rodillas- ¿sabe usted?”- y un corazón más grande que el mundo del que nos habla, más que reviviéndolo, viviéndolo.

A Manuel le prometí que soplaríamos juntos las velas que celebrasen su cien cumpleaños, total, tal y como van corriendo los años, dentro de la nada de un soplo. Ahí estaré, soplando velas y manchándonos las caras con merengue y con chocolate, como dos niños grandes y traviesos que regresan al lugar del juego, y para decirle, que como solterón y mocico viejo yo, lleva razón cuando me explica las causas por las que se quedó soltero para vestir santos.

Rimero de las cosas sencillas. Buen hombre y caval en todo, y aspirando sólo a ser reconocido como una buena persona que pasó y paseó su tiempo por la vida de Porcuna.

***

Lamentablemente no pude soplar, junto con El Niño Zapatero, las cien velas de su cien cumpleaños, cosas de los destinos cambiantes, pero le encendí una vela en mi casa para compartir aquella su gran alegría. Y así, cumplido el ciclo de poner un siglo en su vida, se nos murió Manuel Ruano Casado, el Niño Zapatero, y fue como si se nos hubiera roto o callado una campana.

***


ROMANCILLO AL NIÑO ZAPATERO

Llanete de las Monjas,
Niño Zapatero.
No llaméis pomelo
A la alegre toronja,
Ni paséis la hoja
Del quiero y no quiero
Si está el Zapatero
En niñero de cosas.

Y si ya no hay burro
Que a la Huerta vaya
A traerle el agua
Del subsuelo mundo,
El poeta oscuro
Enviará a sus Niñas,
Con cántaros y mulos,
Por aguas y risas.

Llanete de las Monjas,
Niño Zapatero:
Que siempre esté el cielo
Dentro de tu casa.



Aquella cosa de caña por la casa de Manuel. Aquel dejarse mecer como un niño que se acuna. Aquel hablar de Porcuna, tan sabio y tan peregrino, que saliéndose al camino del camino de la Huerta, va llamando puerta a puerta, como aguador de las aguas, por ver si quieren catarlas las viviendas de los grifos. Manuel como un acertijo acertando las cuarenta, un porcunés de leyenda celebrando cumpleaños amasándose en los barros sus muchos años de vida. Leyenda de las horquillas y los blancos de la cal. Losetas para firmar su testamento de piedra. Un porcunero de hiedra trepando por las paredes cantándole a las mujeres su soltería de almendra. Niño de las horas quietas por el patio de su casa, un hogar como de nada alumbrado con candiles. Las tardes de los abriles bordandose en su semblante, un cantar que nunca es cante vistiendo de olor su traje, el envés de los diamantes brillándole por los ojos. A su lado pasa el soplo de los años de la vida, como una maga vencida por el sueño de la idea. Delfín buscando mareas que lo acerquen a la playa. Sonrisa de la muralla de su cuerpo castellano. La vida te dio su mano hasta llevarte hasta el siglo y tú le abriste tus puertas. El milagro de la Huerta bebido en sangre de cáliz como un sol de la albariza, esa otra cal de la risa en cantarillos de barro. Riachuelo de los Salados por tu calle de Altozano: la charla de los hermanos por el Llano de las Monjas, y veinte niños subiendo al árbol de las esponjas. Niño de campo y de antorchas con su burra de la mano, más que de pueblo aldeano con cuatro granos de trigo y en la tiza del hornillo el arroz con alcarciles. Abriendo tu casa abriste el corazón de Porcuna, y donde espesa la bruma le diste luz de quinqué. Alondra de amanecer tocando sus campanicas, como si fueran canicas jugadas por el Jalón*. Suena tu modo de voz y se abre el pueblo en su esencia: Zapatero de las ciencias por la ciencia de los campos, persignándose en sus años las gracias de haber vivido.

(* Manuel Jalón Jalón)

ALFREDO GONZÁLEZ CALLADO
FOTOGRAFÍAS: MANUEL JALÓN, PILAR LÓPEZ, CÉSAR CRUZ, ANTONIO RECUERDA, MARÍA HUESO Y JUAN ANTONIO PUENTES
© 2020 Porcuna Digital · Quiénes somos · montilladigital@gmail.com

Designed by Open Themes & Nahuatl.mx.