Ir al contenido principal

Melodía de Obvlco (V)

Porcuna Digital lanza la hoy la quinta entrega ya de la novela del escritor porcunense, Luis Emilio Vallejo, Melodía de Obulco: el juego de las Muñecas Rusas. El capítulo diez de esta entrega donde el inspector Brown viajará a la Porcuna de los íberos para resolver el caso de un asesinato. Disfruta de esta historia que hará las delicias de los lectores de este periódico.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Capítulo 10: De la pensión La Espera al Paseo de Jesús

Recorrió la galería de arcos vencida del hostal La Espera en torno al patio central donde el agujero negro del pozo, a un lado, lo miraba tuerto desde abajo; las aspidistras verdes y pajizas, sedientas. Bajó las escaleras y giró una vez, para terminar, a la derecha, por cogerse a la baranda de hierro incrustada en el quicio de piedra, un resto de tubo en la esquinera de la que partían otros escalones finales, ahora acolchados, terminados en madera, de bordes manchados por el barniz mugriento. Apoyó la palma de su mano diestra sobre la pared blanca y húmeda, blanca de cal, desconchada y amarillenta hacia el suelo por la capilaridad, verde y blanca como una bandera andaluza. Recordó a los de Marinaleda que tanto sacaban últimamente en los telediarios, aquel barbudo hambriento en sus marchas interminables hacia la capital sevillana; banderas verdes, blancas y rojas con la hoz y el martillo hirientes; aquellos artilugios, como recién salidos del matadero de la historia, guardados cuarenta años, herrumbrosos o sangrientos, de nuevo dispuestos para ser usados, o guardados con la misma saña de siempre.

La señora Rosa de la fonda La Espera de Obulco, sobre su mesa camilla sin la sayuela, en el portal, vigilante, pero ensimismada a la vez, zurciendo los calcetines de algún cliente, agujereados:

—No sé qué hacen algunos que parecen que le dan bocaos… —Buenos días señora…–Brown indeciso.

—Parecen que se les deshace en las botas la lana ésta –Ensimismada, mirándolo, esa forma de los andaluces de hablar a toda costa de sus obsesiones, hablar de otra cosa en vez de dar los buenos días directamente.

La señora Rosa de “La Fonda La Espera” liada en sus disquisiciones, redonda, sentada en un sillón de mimbre; un par de agujas en los labios y otra en las manos, con su huevo de madera metido para zurcir como dios manda los dichosos calcetines.

—El señor de la fonda Vi–de–la está ahí. Ese arqueólogo gringo lleva una hora esperando mientras usted bajaba, pero yo no lo he querido despertar. Le he dicho que si no quiere esperar pues que se vaya y venga después –La Rosa, molesta, por ser cliente de otra fonda. “Larosá” como ella quiere que la mimen al decírselo, pero con el acento en la “á” “Larosá” que deforma su ser y lo acopla a su capacidad para el trabajo y el sufrimiento.

El Sr. Luis Vallejo se encontraba al fondo de la habitación de recibo, trasvasada la mesa larga y desnuda también sin sayuela, la mesa de los banquetes, de las comuniones, al fondo de la cual un aparador con el respaldo de cristal, sobre el que descansaban las imágenes de la familia, los fundadores de la fonda; los padres de Larosá, el Sr. y la Sra. Heredia, fotografiados allá por 1920 cuando compraron la casa actual y el mismo Sr. Heredia, carpintero de profesión, confeccionó poco a poco todos los muebles; también ese aparador primoroso, con los cajones centrales para los cubiertos, las puertas laterales para los platos y demás; la puerta simétrica central bajo los dos cajones con su cristal esmerilado con el nombre de La Espera, grabado al ácido, mandado desde los talleres de Solventi de Madrid en 1923, en la que, que tras su trasparencia mágica e irregular parecían nadar como peces rémora verticales varias botellas sin empezar de Granadina, de anís Castillo de Santa Catalina y Brandy.

La figura gigantesca, sentada sobre un sillón de mimbre del Sr Luis Vallejo, con una libreta en la mano y una pluma, su mirada ensimismada en la Santa Cena, en medio relieve policromada, pegada a una gran madera ovalada, en el muro colgada, sobre el aparador: la figura de un cristo simétrico con la mano levantada, y un Judas en un extremo mirando al espectador de su derecha: al mismo Sr. Luis Vallejo, ahora dirigiendo su mirada al inspector Brown, que entra y no tiene más remedio que también mirar esa última Santa Cena, esas últimas palabras de Cristo: “Alguien me ha traicionado”, el resquemor de los once restantes, la sabiduría del Judas sobre todo lo que vendría después; es decir la historia de la humanidad hasta la fecha misma en que el Sr. Luis Vallejo, meditabundo miraba arriba y no podía evitar ser mirado por el Sr. Brown en esa incómoda posición, que debilitaba su organismo descomunal, su pose de Sibila de la Capital Sixtina con su pluma y su papel arrojado o dejado blando sobre una de sus rodillas.

Sólo los dos gatos pardos salieron de sus cojines y rozaron entonces sus piernas estremecidas.

Y una mirada mutua, un giro de los ojos simultáneo, una acrobacia en el espacio intermedio de la habitación. Un punto equidistante, con perfección geométrica, unió sus pupilas. El Sr. Brown avanzó solemne, dejando levantarse al Sr. Vallejo, que entonces mostró con todo detalle su altura y mole, sus manos gigantescas y gruesas, sus blancos dientes renegridos por la nicotina en sus límites, sus ojos negros, su tez amarillenta, su cara de gringo indio. Sus manos chocándose, las del Sr Brown frías y recién lavadas, mientras en el agua de la palangana frotaba su cara aquella mañana, la toalla dura, rasgando sus labios finos, sus manos secándose entre sí, domando aquella toalla secada al sol del patio sobre el arbusto reducido del membrillero. Se saludaron efusivos, como si se hubieran conocido en otro lugar, con la calidez teatral de lo muchas veces ensayado; mientras el Sr. Vallejo, todavía con su mano en la suya, sin abrir, lo dirigía, lo echaba para atrás, le mostraba la salida, lo hacía girar sobre los tobillos, con esa, su risa, escandalosa y absurda en sus mejillas:

—Pase. Vamos, usted primero…, que no, usted primero…

— ¿Salimos? –Brown, sin problemas protocolarios ni exageraciones idiotas.

—Sí, usted primero –sus manos enlazadas jugando, sintiendo las almohadillas calurosas de su piel–. Permítame, mejor será que nos vayamos a la cantina a tomarnos, algo.

—Como quiera, vamos –sus manos abiertas ahora, buscando el aire del pasillo junto a la puerta de la calle, el bulto oblongo de Larosá con sus calcetines, la cesta de los remiendos hasta arriba de ropa retorcida como cuerpos que han perdido la carne y solo la piel arrugada guardan, en la cesta de los remiendos…

Y la puerta grande y vertical, sus retrancas de hierro echadas. Tropezaron los dos, uno primero y luego otro con el guijarro de atrancar la puerta, gigantesco, como una pelota de futbol, pero de piedra. Abrieron la retranca, adelantaron el guijarro interponiendo al cerrar su pesada carga, su rodar de primitivo artilugio. Y la voz de Larosá: “deje la piedra bien atrancá, que ya mismo se me salen las gatas “pellejas, putonas éstas que tengo…”

Y la calle Ramón y Cajal, estrecha, enmarcada al fondo por el cartel luminoso del “Bar del Epi”, “este bar es nuestro cuartel general, ya verá”; y más allá, el recorte inmenso y frontal de la Torre de Boabdil, sus almenas descompuestas y desdentadas, sus dos ventanas lobuladas con las palomas enganchadas, con el pico y las ramas de olivo, intentando confeccionar nidos; bullentes, peleonas, aleteadotas, como símbolos de esa guerra continua: ocupar el territorio que puede le pertenezca a otra congénere pero que debe ser en todo momento discutido y vencido por la más fuerte…
Avanzaron hacia el torreón. Al final de la calle Ramón y Cajal: la mirada hipnótica de una farola de fundición en medio de una tierra de nadie, surcada por cinco calles unidas en torno a su centro descompuesto, como el punto culminante de una estrella cuyas líneas convergentes quedaran desarticuladas por un mal dibujo: la calle Salas, a la izquierda, con su hostal Vi–de–la; la calle Carrera, recta, con sus balconadas de cemento nuevo arruinando todo su pasado y su porvenir; el guardia municipal junto a la farola, en el centro de la confluencia de calles, dirigiendo un tráfico ausente, hablando con una señora. Pasaron junto a ellos, sin circundar la rotonda del acerado, ni respetar las barandas verdes y gruesas de tubo hueco y deformadas por los impactos del tiempo; saludaron al guardia municipal bajo su parasol gigante, que ya antes los había visto y con la cortesía seca de siempre, una vez hubieron pasado y saludado, una vez que encontró oportunidad de interrumpir en brevísimo lapsus su disquisición con la señora, escucharon de lejos, “adiós señores, buenos días.” Pasaron la esquina de los dos taxis varados, con sus taxistas dentro dormidos, empañados sus cristales a medio subir, con el sonido idéntico de las Radio Nacional de España puestas, a la vez, escuchando en estéreo las punzadas o pitadas hirientes de las noticias de las ocho de la mañana, la voz difusa y agazapada de Georgina, oh Georgina.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Subieron rozando el arranque descomunal del torreón octogonal de casi treinta metros, hacia la plaza de abastos, buscando la esquina de la Cantina, entre el tumulto, sin hablar siquiera, mirándose y mirando, zigzagueando independientes entre las señoras con el carrito de la compra, los seiscientos, los burros cargados, los repartidores con sus carrillos de madera, sus ruedas chirriantes, … La” plaza de abastos”, el mercado, a pie del torreón de treinta metros “no llega a los treinta –la sonrisa blanca–veintinueve y medio”, la plaza redonda por sus esquinas, ocupando toda una manzana, casi como una plaza de toros. Frente a ella la línea de los almacenes enmarcando la calle estrella, atorada y fría, con el resplandor que da el olor a pescado chorreante de las canastas con el hielo en barra conciliador, el frio exterior y el interior de aquel julio descompuesto, el vaho de las carnes humeantes, el verdor de las verduras en los carros dirección a la puerta principal, el sonido ensordecedor de los saludos, los gritos de los tenderos, la competencia eterna entre carniceros y pescaderos, los hortelanos esperando su turno para entrar con la mercancía, la cantina, abarrotada.

—Está hasta los topes. Como es martes hay mucha actividad –los codos, había que entrar de codos, con los codos “así puestos” se hace uno hueco. Con los codos, como las palomas, dando bandazos o azotes a las otras palomas. Con los codos, pensó Brown en la Puerta del Sol, con sus palomas agresivas.

Luis Vallejo, metiendo codazos:

—Dos cafés y “pá mí” un coñac también con jeringa…–El Sr. Vallejo en su posición de conocedor, de anfitrión, haciendo valer su superioridad–. Churros quise decir ¿le apetecen churros?: ¡Que sean dos de jeringaa…

—Aquí no hay quien pueda hablar, ni entenderse… –Brown sumiso, pensando que en realidad Luis Vallejo no quería hablar de lo que él quería hablar.

—Bueno…, tiempo tendremos después, lo primero es comer para que el buche esté caliente, luego damos una vuelta y bajamos al tajo…

—No se moleste, yo en un principio vengo sólo a pedirle unos datos, que bien podía haberle pedido por teléfono… – sin dar importancia, sin prisas, dejándolo hacer, Brown.

—Después comeremos en el restaurante El Triunfo, verá qué chuletones ponen de ternera de aquí del pueblo mismo, de los Herreras…buenos vaqueros y carniceros.

Y luego, contentos, con el sudor del café y los vapores del coñac, bajan, rozan la pared, la arista descomunal del torreón, atraviesan, pasan junto a los taxis varados como góndolas herrumbrosas, con la interferencias de varias radios interpuestas por los taxistas: las nueve en punto, noticias, expectación, la sintonía unánime de Radio Nacional de España, “Felipe González pasará sus vacaciones estivales en Doñana…”, la mirada, el cuerpo impetuoso de Georgina, la calle Carrera desembocando como el Guadalquivir en el Paseo de Jesús; al fondo sin verse aún el viejo mar llamado Tethys frente a ellos, ausente y fosilizado hace millones de años.

—Yo solo he venido a buscar a Eugenio Fuentes, colaborador suyo…–Mientras caminan por el palmeral de ingreso al Paseo Público.

—Bueno, colaborador no; no forma parte del proyecto…

—Pero está aquí; me han dicho que…

—Sólo ha presentado un proyecto de difusión arqueológica; más que nada es un visitante ocasional, pero ya veremos si interesan los puntos en los que quiere colaborar…

—Pero usted lo ha incorporado al equipo. Estos días me consta que ha estado prospectando con ustedes…

—Bueno sí, ya que había alquilado una semana la habitación en Vi–de–la lo hemos “renganchado” y colabora en la prospección, pero más que nada es por no tenerlo dando bandazos por aquí sin hacer nada…

—Pero vino tras una solicitud previa a usted, de índole epistolar a la cual le respondió afirmativamente –la cara del Sr. Luis Vallejo, de circunstancias, sintiéndose descubierto, mientras mira el final del paseo público, buscando el horizonte, con las manos en los bolsillos, ahora frente al mirador marino petrificado del mar Tethys de La Redonda.

—Mire eso es la sierra de la subbética, concretamente el castillo de Alcaudete y este pueblo cerca Valenzuela, ya en provincia de Córdoba… y ve allí, sí aquí quiero decir, ahí mismo, eso es una mina de trípoli abandonada de donde salen muchísimos fósiles…

—Pero Eugenio Fuentes lleva varios días, según la señora Rosa…

—Ah bueno Larosá es así… Sale a la plaza de abastos a comprar y es como un periódico, publica lo que pasa en su casa y fuera de ella…. – El Sr. Vallejo, de bruces contra él; mirándolo desde su altura– La juventud es así, vienen, se van unos días, se dejan sus cosas, luego vienen otra vez; vuelven, te dicen algo mientras los reprendes por haber abandonado sus obligaciones…

—Pero Eugenio no tenía asignada aún una misión, me dice.

—Ya le he dicho, que como se había quedado, le invité, de dije: “vente al campo a prospectar y ya te familiarizas con el equipo; por si acaso te encuentro un hueco”– Le dije que iba a ser difícil…. Yo necesito estudiantes, pero no licenciados porque ya tengo mi equipo de investigadores cerrado y bien cerrado,… uno no puede incluir al primero que llegue… y menos con un proyecto independiente.

Rodean la rosaleda calcinada por el sopor del verano, las rosas grises y marrones, embalsamadas, sin el viento que arrastre en otoño sus pétalos.

— ¿Qué tipo de proyecto?

—Quiere que le dirija una tesis sobre las esculturas de Cerrillo Blanco.

—Usted fue el que dató las esculturas, según el Sr. Navarrete. Por cierto en el informe que me ha dado la guardia civil al parecer alguien ha sustraído esculturas del yacimiento.

—Sí, pero Eugenio quiere trasvasar ciertas hipótesis que hasta dentro de unos años no estaremos con capacidad suficiente de poder dilucidar… ¿Esculturas robadas? ¡Ah, no! Siempre llega algún curioso y remueve por la noche las zanjas, solo eso…

Recorren la zona de La Rana, donde estuvo una fuente con cuatro ranas de cerámica vidriada, y luego una farola de fundición, y ahora recién instalada una gigantesca fuente con figuras agachadas que abrazan un pato, cuatro figuras, soportando a su vez una plato alto del que chorrea al agua verdosa y se ahogan las avispas.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

— ¿Cómo qué…? ¿Qué hipótesis aún no se pueden…?

—Pues el hecho mismo de investigar los procesos constructivos de los grupos escultóricos iberos y luego los procesos de destrucción litúrgica que él pretende…

— ¿Cómo litúrgica?

—Las esculturas las encontramos en unas grandes zanjas, enterradas hace 2.400 años, tras ser destruidas con cuidado y guardadas; clausuradas a poco de hacerse ¿entiende?

Ahora la Casa de La Piedra, levantada por el cantero Gronzón durante treinta años por su sola voluntad, el cantero loco, recientemente muerto, admirado; genio envidiado…

—No mucho…, la verdad Sr. Vallejo.

—No importa, si va a estar aquí ya iremos y vendremos –Al final del paseo: La balconada de La Redonda, donde el horizonte del verde espigado de abril de los trigales, el verde cobalto de los garbanzales ahora, las mansas manchas pajizas arranchadas de los sembrados geométricos, componen una manta zurcida por innumerables rotos por el año aquel de sequía, cereales moribundos, sin haber tenido fuerzas de afrontar, sin agua, el mes de mayo…

Una mirada hiriente del Sr. Vallejo, sus ojos como ganchos sobre los de Brown:

— ¿Hay alguna orden de detención sobre el chico éste…, Eugenio…?–Directamente, sin circunloquios, sin reservas…– ¿Hay algo que deba saber sobre este chico? Aunque no lo conozco de nada, no tengo ni referencias suyas,…bueno sí de Navarrete y de Teresa.

—Es un asunto sobre el cual él me tiene que dar una información importante para mi investigación…

— ¿Investigación…–le sonó a disparo– de qué? ¿Ha robado algo, pertenece a un sindicato, ha hecho algo malo?

—No, solo necesito cierta información para constatarla con otros datos y me vuelvo a Madrid. Pero mientras no aparezca me quedaré unos días.

El Sr. Vallejo otea un horizonte próximo, un cuerpo que se acerca a ellos en línea recta:

—¡¡Mira por dónde!! Le voy a presentar a una colaboradora del proyecto. Se llama Anita Pérez, es mejicana y le ayudará durante estos días en lo que necesite de nosotros –la figura próxima, esbelta y sombreada de una chica con una camisa inmensa blanca abotonada hasta las mangas, con unos vaqueros raídos y botas de campo.



“Radio Nacional de España. Noticias.” La sintonía, esa voz, la siesta pesada en su cuerpo, interrumpiendo el sonido de la información: imaginar el cuerpo. la voz densa y suplicante de Georgina:

Probables sanciones a China. ¿Suplicante?

El presidente del Gobierno español, más bien erecta, recta dictatorial Felipe González, sus ministros de Asuntos Exteriores y de Economía, mantuvieron ayer en el palacio ¿con quién haría el amor? de la Moncloa una última reunión ¿en qué cama corroboraría sus informaciones? mujer fatal, siempre con problemas… se le había metido esa musiquita… mujer fatal… siempre con problemas… …qué hace una chica como tú... Lo despertó aquella difícil dicción. ¡¡Hostias!! Abrió los ojos y miró el techo. Los cerró… Mujer fatal, siempre con problemas…

La radio: sólo su homólogo francés, Frangois Mitterrand (gutural muy sensual, su garganta recrecida para obligar la dicción), tiene previsto viajar hoy por la mañana a Madrid. (Georgina, Georgina)…/… (Ay Georgina, qué mala eres) y obtener además un "cierto compromiso" de los doce, incluida Thatcher (qué mala eres tácher), y la creación de un sistema europeo de bancos centrales y de una moneda única (la peseta moneda europea, no suena mal, salir y pagar en Alemania con pelas).

El sueño aquel sueño, aquella siesta suya recurrente de mujeres en traje de chaqueta, de colegialas: Georgina vestida con minifalda escocesa y calcetines y mocasines, su jersey abultado de colegiala traviesa; un universo de segundos, de respiraciones entrecortadas: El cuerpo de Georgina con la voz de pronto de Anita Pérez, su cuerpo confundido, su blusa de arqueóloga con un mínimo sujetador, conteniendo esos pechos pesados, a punto de estallar por sus elásticos.

Unión monetaria. Joder, abrió los ojos. Unión monetaria ¿qué será eso? ¿Nos llamaremos Estados Unidos de Europa? Europa suena a mujer o vaca sagrada raptada y usada por una panda de vándalos… ¡joder Madrid!: cumbre, tiros, bombas. En este preciso instante estarán preparando, fusiles, balas dispuestas, engrasados los gatillos, robados los coches o a punto de hacerse, goma dos: bomba. Abrió los ojos y las siluetas de Georgina y Anita quedaron difusas y risibles, raquíticas, mientras mantenía una erección dolorosa.

La radio no calla: A pesar de que filosóficamente (…se levantó) González comparte (fue al lavabo) las tesis franco–alemanas, se mojó la cabeza con agua calentucha, sin mirarse a la cara, echó para un lado la cara para no mirar el gesto de asco (…) se volvió a la cama más tranquilo, aliviado, con el miembro menos hiriente y tenso.

Había quedado con Anita Pérez, que tras su presentación por el Sr. Vallejo lo había invitado para ir por la tarde a una charla; o como la definió: conferencia. Sonaba a algo grande; una reunión de seres llegados de otros confines, llamados arqueólogos, que colonizarían aquella tierra olvidada de la historia.

LUIS EMILIO VALLEJO
© 2020 Porcuna Digital · Quiénes somos · montilladigital@gmail.com

Designed by Open Themes & Nahuatl.mx.