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Melodía de Obvlco (IV)

Porcuna Digital lanza la hoy la cuarta entrega ya de la novela del escritor porcunense, Luis Emilio Vallejo, Melodía de Obulco: el juego de las Muñecas Rusas. El capítulo siete y ocho parte de esta entrega donde el inspector Brown viajará a la Porcuna de los íberos para resolver el caso de un asesinato. Disfruta de esta historia que hará las delicias de los lectores de este periódico.

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Capítulo 8: El viaje del Inspector Brown al Jaén de los Íberos

El catálogo de Arco era un libro…, de arte moderno “menuda mierda de snobs”. Más bien el tal Eugenio lo había utilizado como agenda, estaba plagado de anotaciones marginales. Es decir; mostraba la secuencia ordenada de lugares a los cuales el tal Eugenio había previsto dirigirse en busca de algo o de alguien, quizás como les dijo Teresa, la especialista en escultura ibera, una beca de investigación. Estaba claro que aquel catálogo infecto lo obsesionaba por algo; o llamaba su atención, o lo llevaba permanentemente durante esos días porque se lo habían regalado y mientras lo miraba se le ocurrían las cosas. Imposible de saber. Lo cierto es que aquel libro lo había tenido, él y mucha gente, lo habían mirado y hojeado y paseado por Madrid desde que fuera editado en febrero de ese mismo año, cuando se celebró aquella feria de arte para inversores ricos engañados por los críticos y las galerías.

El eje Baza–Jaén-esculturas de Cerrillo Blanco estaba muy bien predefinido y la lista de nombres y contactos y dónde buscarlos y encontrarlos, también. Teresa les había dado la definitiva pista.

Se despidió de sus hijas con dulzura, como siempre que iniciaba otro viaje más por aquel mar de trenes y otras carreteras. Se despidió de Claudia, su exmujer, una vez más, con la mente precisa en todos los otros días pasados, cuando esas mismas despedidas lo alejaban cada vez más de su vida familiar, de la secuencia hogareña que siempre había querido disfrutar con los suyos. Pero su trabajo no le permitió nunca la repetición de actos y costumbres, la parsimonia en la que algunas familias se inscriben y hacen soportable el difícil trayecto de la vida en común: sortear los leves altibajos familiares y de pareja, sopesar la capacidad de uno y de otro para el sufrimiento, esa adversidad hecha costumbre de lo cotidiano. Pero a ellos, a él mismo y a Claudia, nunca les llegó eso; se fueron perdiendo, el uno del otro; hasta no saber encontrarse, nada más que en los brazos de nadie; o en la soledad instaurada en el vacío del ser cuando visita solitario los hoteles y duerme su soledad amancebada. Porque de esa costumbre, luego vienen los días sin viajes; y la soledad familiar repentina, llena de cosas inertes, sin movimiento; por contraste con aquella otra vida sin vida de un policía nómada.

Llegaron a Jaén a primera hora de la tarde. Habían salido de Madrid a las siete de la mañana y eran las trece horas cuando llegaron en el Peugeot. El Sr. Brown y la agente Nuria, su ayudante. Entraron al museo por el portón de la cancela grande que daba a los patios laterales. Los conserjes cerraron las verjas tras ellos. Accedieron por la puerta del almacén, al que seguía el taller de restauración. Allí mismo contemplaron las primeras piezas en cajas de madera, enjauladas como animales a punto de escaparse, aquellas esculturas retorcidas que aún no habían sido montadas en la sala de exposición.

Pedro, el conservador, salió a saludarlos, solemne, dispuesto, con su sonrisa, su rictus señorial y despierto. Con su bata blanquísima abierta sin abotonar les habló de las últimas piezas iberas aun esperando ser limpiadas y montadas para completar los grupos escultóricos iberos de Cerrillo Blanco, “La joya de la corona”, como les dijo orgulloso.

—Pero esto parecen restos de sangre… –señaló Nuria.

—Rojo de almagra diría –Pedro risueño–. Es policromía, un resto de pintura que ha quedado aquí atrás…la sangre no dura dos mil quinientos años.

—Pero podría ser sangre de hace poco…-Nuria reclinada sobre las piezas.

—La sangre no es así –Brown, sin mirar, riñendo la torpeza de Nuria.

—Es un “oferente con cápridos”, es decir un dios, posiblemente el dios Marte de la guerra que porta dos cabras como símbolo. Estas esculturas estaban policromadas con rojo, color mágico y simbólico para los iberos.

Subieron las amplias escaleras de aquel palacete que desembocaron en un pasillo largo y también ancho. Pedro tocó la puerta, anunció la presencia del Sr Brown y la agente Nuria; los hizo pasar, saludó y se fue.

Del fondo del inmenso despacho, a lo lejos, bajo una cruz de marfil, la cara coronada por unas gafas grandes de pasta marrón: el director del Museo, Navarrete: Vivaracho, menudo, firme, convincente. Comenzó a hablar sin ton ni son, horror verbum, o verbi…protocolario. Una vez hubo callado, Brown comenzó directo:

—Estamos buscando a un historiador que parece ser ha pasado por aquí pidiendo algo. Ya le dije por teléfono cuando le anunciamos la visita nuestro interés de encontrarlo, ya que es testigo de una investigación que llevamos a cabo en estos días…

—Bueno, usted por teléfono me dio su nombre: Eugenio Fuentes Guerra. Y claro, como le dije, que lo recuerdo pues apenas hace unos días, estuvo aquí, fotografiando las esculturas de Ipolca.

— ¿Ipolca? Suena a vasco eso…. –Nuria.

—Obulco, Porcuna, la antigua Ipolca ibera, el oppidum, la ciudad de los guerreros esculpidos, descendientes de los Túrdulos.

—Ah perdone, no estamos tan documentados –Brown impaciente– ¿sabe si aún está en Jaén? ¿Ha venido algún otro día por aquí?

—Bueno debe estar en Obulco. Lo mandé para que hablara…, le recomendé que presentara su proyecto al doctor Luis Vallejo que es el que dirige ahora el proyecto arqueológico ibero.

—Pero ¿Qué pide o qué busca Eugenio? –Nuria directa.

—Lo que todos claro, mojar sopas en el caldo espeso de lo ibero…–Navarrete franco y risueño–. Mire, a mí los arqueólogos me dan, me han dado siempre como un tufo a podrido. Son una secta aparte. Nunca he podido comprenderlos. Y fíjense si no estoy bregando con ellos años y años. ¡Pues no hay quien los entienda!, con sus riñas y sus escatologías… Yo por lo menos sé a qué me puedo atener con mis colegas de los museos; pero con estos no hay quien atine. Y mire que les he puesto fácil a los de Obulco la cosa, porque mira que me he movido para salvar las esculturas, el ministro se las quería llevar a Madrid…, por encima de mi cadáver!!:, los malos ratos se quedan aquí dentro, solo para mí –Navarrete señalándose y palpándose el pecho, teatral.

— ¿Usted cree que seguirá en Obulco el susodicho? –Brown impaciente.

—O allí o en Baza. Le hablé también de Presedo, el descubridor de la Dama y de los malos ratos que también pasé cuando se la llevaron a Madrid. Ya ve: o Baza o los túrdulos…, de Ipolca, Porcuna, Obulco…

Horas después, Brown en aquel Hotel de Jaén, próximo al museo: Condestable Iranzo, desde su ventana, mirando aquellas esculturas retorcidas y verdes en bronce de la Batalla de Bailén y Navas de Tolosa; aquella figura alada de la Victoria planear sobre su podio alargado, triste y confuso; aquel sonido persistente de la ducha, imaginando aquel cuerpo escultural de la agente Nuria, en la habitación contigua, desnuda; escuchando Radio Nacional de España, aquella voz angelical; el recuerdo de esa mirada, ahora ya sí conocida, esa locutora; ahora sí de verdad: no imaginada: tenida: apenas mecida horas antes en la pupila de sus labios:

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25 DOMINGO CUMBRE. La hora en punto, la sintonía de Radio Nacional de España.

“MAÑANA EMPIEZA en Madrid el Consejo Europeo que pone fin a la primera presidencia española de la CE. (La había imaginado, hasta ahora; pero su figura se veía constantemente rota por aquellas palabras, esas verdades que aquella voz le susurraba): “La presidencia no es un barómetro por el que se midan éxitos y fracasos individuales, (no podía concretar la naturaleza del signo, pero él entendía lo que entendía o era todo un error) (aquella tía hablaba muy claro, con esa voz de estar muy buena, demasiado caliente para él) (Hablaba como una sacerdotisa desnuda antes de elegir solemne con cuál de sus 10 sacerdotes mayores pasar la noche del solsticio de primavera ¡¿con los diez?! ) (Sabía analizar y él apuntaba en su libretita: era su universidad) España se ha integrado en la CE armónicamente y sin estridencias. (¿Para qué salir a la calle? ¿A quién preguntar si todas las respuestas las tenía Georgina?) Desde que el 1 de enero el Gobierno de Madrid asumió la presidencia, (Quién mejor que ella, además, lo hacía sentirse vivo a cada instante…) el Ejecutivo, (allí estaba su voz) (esperándolo y ¿A cuántos más (¡¡a cuántos más sacerdotes, joder!!) ha preparado con sumo cuidado la cumbre que se inicia mañana. (¿Cómo era posible que no la despidieran?) Tiempo habrá de hacer un detenido análisis de sus resultados;” (una radio pública con esa boca cargada de verdades, frías y en bandeja)…

Recordó aquel golpe recurrente, aquella molestia certera en su pecho, aquel día, “antesdeayer”: La vio al fin: aquella voz sin cuerpo, ahora sí. Parapetado en la cafetería, frente a la sede de Radio Nacional de España; tras varios cafés, cruzó la calle lentamente. Entró. La puerta giratoria. El hall de recepción, sacó su placa. A esa hora de la mañana ella siempre salía. Se había despedido: “a continuación publicidad y cada hora información de España y el mundo”, buscaba un taxi, que no tardaría en llegar, si es que no la estaba esperando ya a la puerta de la sede.

—…/…Quisiera cierta información….

— ¿Sobre qué?

—Sobre el caso Olimpia.

—Pero usted es el que lleva el caso, yo solo soy una de las redactoras del espacio.

—Bueno, más bien quisiera sus opiniones, sobre el asunto…

—¿Cuáles? el profesional; el personal...

—Los dos a ser posible.

—No tengo ni creo que podría…

—Mire, he detectado en sus informaciones que maneja ciertos datos de los que no dispongo…

—Nosotros somos periodistas de investigación, salimos a la calle también como ustedes…

—Pero hay datos o ciertas informaciones que no son bueno que se den…

— ¿Cómo? ¿Otra vez con esas? La libertad de expresión y el derecho de los ciudadanos a la información que es sagrada…

—Pero es que le facilitamos las cosas a los otros, a los terroristas…


—Mire Brown el programa que llevo, aunque no lo dirijo, es así. Nos pueden…, me pueden denunciar si hace falta…

—Pero tendrán unos límites…–La miró. Adoró entonces su cuerpo, amó sus ojos, sintió una dulzura especial: sus venas corrían como un raudal desenfrenado. La miró otra vez.

—Perdone, pero voy a desayunar. Tengo trabajo después.

—Ah sí, claro. Perdone, perdone… No la quería molestar ¿Sabe? la escucho, todo lo que dice me interesa; es decir, es una fuente de información muy especial,…yo suelo recortar noticias pero también tomo notas…

—Perdone, pero me tengo que ir y volver dentro de una hora para preparar las siguientes salidas horarias.

—Aquí tiene mi tarjeta ¿Podría llamarme si necesita contrastar alguna noticia?...

—No hace falta. Usted ya sabe dónde encontrarme. –Sus ojos indiferentes y duros–.

Hasta luego pues –su cuerpo resbalando por uno de sus lados, trasvasando la puerta giratoria hacia la calle, la mirada del recepcionista, la calle, las luces de la ciudad, el taxi esperándola ya, aquel sonido angelical de unos pasos, el taconeo de Georgina antes de salir sin volverse, el cigarrillo encendido. La calle, el humo contenido en la primera nube de nicotina de la primera calada. Brown se dio prisa y también salió urgente, pero se detuvo en seco, degustando los restos evaporados de aquel cigarro rubio. Sorbió con todos sus pulmones, inhaló parte de ella con una desesperación e intensidad que lo hizo mirar el cielo enladrillado de Madrid, con gaviotas infectas de los basureros humeantes, trasladadas, miles, desde las costas por el humo de la descomposición: la seguridad de la comida: gaviotas de Madrid. Mientras, un trozo de canción, atraviesa el costado dolorido de Brown, risueña, desde las ventanillas de un coche aparcado: “…vaya vaya aquí no hay playa…”. Brown se alejaba, como un niño, lleno de una energía que no se encuentra ni aprende en ningún catálogo o libro; que muere y nace sucesivamente, toda vez que un alma atraviesa o es atravesada con la lanza hiriente del otro.

Capítulo 9: Viaje a ninguna parte de la agente Nuria

Mandó con el Peugeot a Nuria a Baza, mientras él se acercaba a Obulco en autobús. De esta manera conseguía quedarse solo, con sus pensamientos y pesares…

—Lo conocimos, claro que sí que lo conocimos. Don Nicolás, el director no está, se fue ayer a Granada. A Eugenio Fuentes le gusta el humor negro, cáustico. Aún recuerdo cuando, en plena comida se levantó y se dirigió a todo el grupo de Baza, Hará unos días, cuando vino buscando a Don Nicolás para que le firmara los papeles de la beca. Aún recordamos su discurso, tan serio, que levantó ampollas –Andrés Jiménez sentado en uno de los escalones bajos del acceso al internado de estudiantes de Baza; cedido por el Ayuntamiento al grupo de arqueólogos de Cerro Cepero.

—Estuvo dos días aquí. Un tipo dicharachero con su voz de Valdepeñas, como el vino, un poco tosco y salobre pero encantador –Sonia Arias, con sus pantalones manchados de barro y sus zapatos de tenis rotos.

—Recuerdo la noche que intentamos darle un susto de muerte a Inma y a Natalia, las compañeras inseparables. Montamos la escalera supletoria de madera que dejaron los electricistas, con crema depilatoria verde le untamos la cara a Eugenio,, con un trapo blanco le vendamos la cabeza, le quitamos las gafas, con una linterna en la barbilla se asomó a la ventana, en plena oscuridad. Las dos estaban en bragas cuando asomó con cara de loco. Se lo hicieron encima inmóviles, las dos. Nosotros tres, debajo nos meamos en los calzoncillos de oír el estropicio en el piso de arriba, imaginándonos la cara desencajada de las dos. Cuando Herminia escuchó los gritos y entró en la habitación se topó con la cara de zombie de Eugenio, asomando a la ventana y también se lo hizo encima, se agarró a la cama y no pudimos soltarla en toda la noche. Olga quiso llamar a la guardia civil, pero todos nos calmamos un poco fumando toda la noche y acabamos riendo a carcajada suelta. Al día siguiente ninguno salimos a prospectar porque no nos podíamos mover de los dolores musculares. – Javier, prófugo estudiante de Bellas Artes, en busca de una experiencia arqueológica que le aclarara las ideas confusas en su confusa confusión confundida.

—Fue al día siguiente, cuando Eugenio dio el discurso. En pleno almuerzo se levantó, hizo sonar con una cucharilla el timbre de la copa alta del vino, hasta que dejamos los cincuenta comensales del equipo de hablar –Andrea, estudiante de último curso de historia medieval—…Pero nos quedamos paralizados después, porque no entendíamos nada de lo que allí se dijo.

—Menos aun cuando, en respuesta a la perorata de Eugenio se levantó nuestro jefe don Nicolás y dio respuesta punto por punto a las palabras anteriores –Herminia, con su pelo enroscado, su cara de baronesa, sus cremas brillosas, sus bellas carnes redondas:

—Responder a una falsificación de cariz histórica, es decir a una calumnia siempre se me ha hecho soportable si “los que o el que la hace” está presente. –Don Nicolás, adusto, serio, con medio litro de vino tinto en el gaznate y un par de cervezas frescas después de bajarse del land rover donde los alumnos colaboradores elegidos eran llevados y traídos, sus colaboradores más mansos y crueles…

Un silencio de muerte, sobre la nave hecha restaurante, la pista abandonada de una vieja discoteca de hace diez años, donde los Travolta bailaron sin parar. La figura de perfil de don Nicolás: “Porque responder a las calumnias es como combatirlas. Y aquí, cualquier historiador que utiliza la metodología arqueológica CIEN–tífica de excavación, no puede, so pretexto de cavarse su propia tumba, decir que aquí se está distorsionando la realidad histórica: que se está fal–SE–an–DO la historia. –Un viento proveniente de los ventiladores laterales, helado, al ser abiertos los grandes arcones congeladores, por los camareros buscando los helados en tarrina para ser repartidos: un frio repelo sobre las pupilas de todos.

Eugenio otra vez levantado, sin mirar a Don Nicolás, cinco arqueólogos más a su derecha: “Presedo pagó con creces su osadía, la que ahora nosotros no somos capaces de remediar. La dama de Baza está en Madrid en una vitrina, además expuesta sin condiciones mínimas. Las limpiadoras recogen todos los días los restos de estuco policromado, las leyes de patrimonio tampoco echan a andar; es decir, estamos peor que antes…

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—La sentencia sobre la propiedad de los terrenos y por tanto la propiedad sobre los bienes muebles hallados está clara. –D. Nicolás aún de pie, respondiendo sin mirarlo, bebiendo de la copa otra vez, sorbos cortos de vino tinto.

—Los arqueólogos, señor Don Nicolás, no podemos ir comprando terrenos como si fuéramos ricos, como ha pasado con las esculturas iberas de Cerrillo Blanco de Obulco con Navarrete.

—Pero si éste no los compra y pide permiso urgente de excavación, estaríamos ante la misma historia de la Dama de Baza: se hubiera repetido hasta la saciedad… ¿no le parece señor Eugenio?…/…

—Teníamos claro que “el pugilato” nos iba a pasar factura –Natalia con preocupación–. Aún no sabemos cuáles han sido las razones por las que don Nicolás no le firmó la beca para la Academia Española de historia de Roma a Eugenio. Esto fue lo que propició la guerra y la virulenta comida.

—Eugenio lanzó el tenedor al suelo y sin más se marchó. No lo hemos vuelto a ver. Buscaba algo con prisas, es decir una beca que lo alejara del país. –Natalia muy seria y abstraída mientras mira sin ver a Nuria…

Nuria subió al Peugeot, había preguntado cuándo volvería de Granada Don Nicolás, pero ningún miembro del equipo supo con seguridad decirle nada; o no quisieron. Dejó varias tarjetas con el número de la central de Madrid al que podrían llamar si aparecía don Nicolás; o más bien si volvía Eugenio, con el que urgentemente tenía que ponerse en contacto…. Subió al Peugeot tras telefonear al comisario Emilio que le ordenó volver sin Brown.

La estación de autobuses de Jaén. Brown subiendo al bus, ¿para ir a Obulco; perdón quise decir: Porcuna? buscando un sitio libre. La radio: aquella voz, Radio Nacional de España: siempre la radio, superpuesta a esa realidad, flotando en sus tímpanos… ”26 JULIO González quiere salvar la 'cumbre' con un acuerdo monetario de compromiso…/…evitar una ruptura en la cumbre de Madrid. La Jee del ejecutivo británico, la señora Margaret Thatcher... (La tácher esa viene de Londres a machacarnos) La cumbre de Madrid se presenta cargada de temas…/… la unión monetaria y la Carta Social, (la cumbre, la tacher, las bombas, los tiros en la nuca…) adulterar las condiciones unificadas de competencia a través de las fluctuaciones de cambios de las monedas?” (Menudo plantón, la Georgina, menuda tía buena…, lo mala que es, lo dura, de mármol de Carrara…, no de granito… es, una tácher, pero qué cojones…

LUIS EMILIO VALLEJO
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