El campo de batalla donde, por lo visto, se va a librar la batalla por la Tierra Media, “Estepaís”, son las redes sociales. Es ahí donde las compañías “podemistas” se mueven con destreza tal que tienen acorralados a sus perversos enemigos. Porque ellos son los “buenos”, los elfos de su propia película. Son, en sus mismas palabras, “la alegría, la esperanza y el futuro” y los otros, todos los demás, “odio, engaño, mentiras y corrupción”.
Un maniqueismo tan atroz como eficaz, algo mucho peor que demagogia, pues lo que establece es que el otro, los otros, son un algo que es intrínsecamente malo, un algo que no llega a persona, un ser sin derechos, infecto y, por tanto, legítimamente exterminable. O sea , odiable, sin que ello suponga tacha para el odiador porque este está revestido e investido de todas las dotes morales y éticas y, el otro, de todas las máculas y estigmas a cada cual más repulsiva.
La propaganda suele ocultar la verdad como recurso, pero en este caso lo que se emplea es al más zafio y trapacero de los argumentos: acusar a los demas de lo que precisamente, desde su lado, se practica.
Porque son quienes a sí mismos se califican de “alegres, esperanzados y luz del futuro” quienes destilan y expanden lo que suponen en los otros como principal acusación: el odio. Eso es, en el fondo y por mucha máscara tras la que se oculten y por mucho spot publicitario con que lo embalen, lo que se predica, lo que se pretende y lo que se practica.
A los hechos me remito. Sus compañías son de todo menos pacíficas: desde el rapero proterrorista –y por su apología condenado– a los muy queridos compañeros de viaje de las herrikotabernas, su comprensión ante la violencia organizada y desatada en las calles de Madrid (aquel intento de matar a un policía aun persiste en nuestra retinas) y sus conexiones internacionales –Irán y Venezuela, ejemplos de teocracia dictatorial y de caudillismo liberticida– son evidencias, por mucho que ahora pretendan emboscarse y hacerse pasar por una limpia muchachada, que va a acabar por reivindicar a Heidi.
Pero es que es esta misma apología que de ellos mismos hacen de continuo –que se van a acabar elevando a los altares acompañando con arcangélica compañía a su Mesías Iglesias– en la que, de manera más procaz, se les ve a cada minuto el plumero.
Su presunta liberación de los medios de comunicación significa en la práctica acudir a ellos intimidatoriamente, como hicieron en tropel en TVE el ya famoso día de La noche en 24 horas, y actuar sobre los desafectos como bien han aprendido en eso que ellos llaman "escraches" –recuérdese el que le montaron a Rosa Díez en su Facultad– y que no son sino coacciones por muy sibilinamente que se ejecuten. Si es necesario disimular que, si no, no se mete la directa.
Y lleguemos a la red, a Twitter, su terreno predilecto. ¿Qué proclaman? Pues siguen con lo del odio: “Su odio, nuestra sonrisa”, proclaman una vez tras otra, como mantra. ¡Y una leche! El odio, el insulto, la persecución, la descalificación y hasta la amenaza es en realidad su método, su práctica y su sistema.
Basta para comprobarlo verter una crítica en cualquier medio de comunicación para que ello se considere de inmediato una blasfemia y para condenar al autor a la lapidación inmediata. Este ya será para la eternidad un facha, un escuerzo, una sabandija y cabe contra él cualquier acción y fuerza.
No me lo han contado. Lo sufro cada día en cuanto algo de lo que digo en cualquier medio de comunicación les molesta. Y como yo, cualquier periodista que no se considere compañero de viaje, amigo, afecto, en suma, agitador a su servicio. El linchamiento en las redes es su instrumento predilecto, el odio, su piedra angular, y la total falta de respeto a la libertad ajena, su principio.
En resumen, que estos presuntos elfos son, en realidad, los orcos de esta historia; son aquellos que ayer se tapaban con capuchas negras y hoy, con eslóganes hippies. Pero, en el fondo y a nada que se rasque, los mismos y con las mismas.
Los orcos podemistas, que como uno de sus jefes ha confesado, en cada actuación de sus líderes preparan a sus hordas para lanzarse sobre el campo de batalla de la red e inundarla. Por un lado con hossannas a sus consignas; por el otro, con la saña y la inquina más feroces contra cualquiera que discrepe.
Y, en muchas ocasiones, emboscados, ocultos tras nicks creados uno tras otro para la ocasión, para asaltar la cuentas y los seguidores de los atacados, explotando así como trampolín la propia notoriedad del atacado. Actúan como aquellos moros de Queipo de Llano: dando los mismos vueltas y vueltas para parecer que son multitud y así crearla.
Algunos caen en la trampa y replican y, al replicarlos, contribuyen a darles altavoces. En realidad, solo existe una solución razonable. Lo inventaron los griegos y se practica en los pueblos: el ostracismo. Ni hablarles.
El famoso "zas en toda la boca" es el silencio y aplicárselo en lo que a nosotros afecta. Eso les enfurece porque les deja sin vehículo y sin palanca, les desarbola y les coloca ante sí mismos e hirviendo en su propia olla, como garbancitos.
Ese terreno, el de Twitter según ellos lo conciben, no es ni el de las ideas ni de los argumentos: es el de las pedradas y los escupitajos. Porque, en realidad, lo que rehuyen es el debate; lo que manejan es el púlpito y la homilia sin réplica.
La libertad de expresión en igualdad de condiciones es lo que comienza a dejarlos en cueros. Y perdido el disfraz tras el pretendido elfo, lo que asoma es un orco cabreado. Porque como ha empezado a caerles el sombrajo, lo que empiezan a estar cada vez es un poco más cabreados.
Y, ojo al dato, que ellos también conocen, en reflujo. Temen a las municipales y eso es tan sencillo como temer a que el vecino los conozca. Porque lo que pasa es eso: que el vecino los conoce de tiempo y perfectamente.
Un maniqueismo tan atroz como eficaz, algo mucho peor que demagogia, pues lo que establece es que el otro, los otros, son un algo que es intrínsecamente malo, un algo que no llega a persona, un ser sin derechos, infecto y, por tanto, legítimamente exterminable. O sea , odiable, sin que ello suponga tacha para el odiador porque este está revestido e investido de todas las dotes morales y éticas y, el otro, de todas las máculas y estigmas a cada cual más repulsiva.
La propaganda suele ocultar la verdad como recurso, pero en este caso lo que se emplea es al más zafio y trapacero de los argumentos: acusar a los demas de lo que precisamente, desde su lado, se practica.
Porque son quienes a sí mismos se califican de “alegres, esperanzados y luz del futuro” quienes destilan y expanden lo que suponen en los otros como principal acusación: el odio. Eso es, en el fondo y por mucha máscara tras la que se oculten y por mucho spot publicitario con que lo embalen, lo que se predica, lo que se pretende y lo que se practica.
A los hechos me remito. Sus compañías son de todo menos pacíficas: desde el rapero proterrorista –y por su apología condenado– a los muy queridos compañeros de viaje de las herrikotabernas, su comprensión ante la violencia organizada y desatada en las calles de Madrid (aquel intento de matar a un policía aun persiste en nuestra retinas) y sus conexiones internacionales –Irán y Venezuela, ejemplos de teocracia dictatorial y de caudillismo liberticida– son evidencias, por mucho que ahora pretendan emboscarse y hacerse pasar por una limpia muchachada, que va a acabar por reivindicar a Heidi.
Pero es que es esta misma apología que de ellos mismos hacen de continuo –que se van a acabar elevando a los altares acompañando con arcangélica compañía a su Mesías Iglesias– en la que, de manera más procaz, se les ve a cada minuto el plumero.
Su presunta liberación de los medios de comunicación significa en la práctica acudir a ellos intimidatoriamente, como hicieron en tropel en TVE el ya famoso día de La noche en 24 horas, y actuar sobre los desafectos como bien han aprendido en eso que ellos llaman "escraches" –recuérdese el que le montaron a Rosa Díez en su Facultad– y que no son sino coacciones por muy sibilinamente que se ejecuten. Si es necesario disimular que, si no, no se mete la directa.
Y lleguemos a la red, a Twitter, su terreno predilecto. ¿Qué proclaman? Pues siguen con lo del odio: “Su odio, nuestra sonrisa”, proclaman una vez tras otra, como mantra. ¡Y una leche! El odio, el insulto, la persecución, la descalificación y hasta la amenaza es en realidad su método, su práctica y su sistema.
Basta para comprobarlo verter una crítica en cualquier medio de comunicación para que ello se considere de inmediato una blasfemia y para condenar al autor a la lapidación inmediata. Este ya será para la eternidad un facha, un escuerzo, una sabandija y cabe contra él cualquier acción y fuerza.
No me lo han contado. Lo sufro cada día en cuanto algo de lo que digo en cualquier medio de comunicación les molesta. Y como yo, cualquier periodista que no se considere compañero de viaje, amigo, afecto, en suma, agitador a su servicio. El linchamiento en las redes es su instrumento predilecto, el odio, su piedra angular, y la total falta de respeto a la libertad ajena, su principio.
En resumen, que estos presuntos elfos son, en realidad, los orcos de esta historia; son aquellos que ayer se tapaban con capuchas negras y hoy, con eslóganes hippies. Pero, en el fondo y a nada que se rasque, los mismos y con las mismas.
Los orcos podemistas, que como uno de sus jefes ha confesado, en cada actuación de sus líderes preparan a sus hordas para lanzarse sobre el campo de batalla de la red e inundarla. Por un lado con hossannas a sus consignas; por el otro, con la saña y la inquina más feroces contra cualquiera que discrepe.
Y, en muchas ocasiones, emboscados, ocultos tras nicks creados uno tras otro para la ocasión, para asaltar la cuentas y los seguidores de los atacados, explotando así como trampolín la propia notoriedad del atacado. Actúan como aquellos moros de Queipo de Llano: dando los mismos vueltas y vueltas para parecer que son multitud y así crearla.
Algunos caen en la trampa y replican y, al replicarlos, contribuyen a darles altavoces. En realidad, solo existe una solución razonable. Lo inventaron los griegos y se practica en los pueblos: el ostracismo. Ni hablarles.
El famoso "zas en toda la boca" es el silencio y aplicárselo en lo que a nosotros afecta. Eso les enfurece porque les deja sin vehículo y sin palanca, les desarbola y les coloca ante sí mismos e hirviendo en su propia olla, como garbancitos.
Ese terreno, el de Twitter según ellos lo conciben, no es ni el de las ideas ni de los argumentos: es el de las pedradas y los escupitajos. Porque, en realidad, lo que rehuyen es el debate; lo que manejan es el púlpito y la homilia sin réplica.
La libertad de expresión en igualdad de condiciones es lo que comienza a dejarlos en cueros. Y perdido el disfraz tras el pretendido elfo, lo que asoma es un orco cabreado. Porque como ha empezado a caerles el sombrajo, lo que empiezan a estar cada vez es un poco más cabreados.
Y, ojo al dato, que ellos también conocen, en reflujo. Temen a las municipales y eso es tan sencillo como temer a que el vecino los conozca. Porque lo que pasa es eso: que el vecino los conoce de tiempo y perfectamente.
ANTONIO PÉREZ HENARES