El negativo de la auxiliar Teresa Moreno, único contagio producido en España hasta el momento, unido a la ristra de análisis que descartaban otros posibles casos y la ausencia completa de síntomas en los que permanecen en observación y aislamiento, abren la esperanza y la alegría de un final feliz a este nuestro primer caso de Ébola que tanto nos conmocionó y asustó.
Podemos estar, pues, cerrando este capitulo, aunque nadie puede descartar en absoluto otros episodios similares. Lo probable es lo contrario, con la eclosión masiva de la enfermedad en África y que mientras no se controle y se consiga vacuna, nos amenazará a todos.
Pero aquí parecemos estar, por ahora, en un cierto “después” del Ébola. Y lo que uno se teme es que iniciemos un nuevo circo y una sesión de títeres. En esta ocasión y momento más arrimado al sainete que al drama y a la farsa que a la tragedia pero con parecida tramoya.
Debería ser el momento del análisis sereno, después de tanto desvarío por parte de casi todos, de señalar los errores, de asumir las consecuencias y de tomar las medidas. Empezando, por supuesto, por arriba, por la cabeza de la ministra incapaz y con especial atención al consejero insensato y cerril. Pero también una reflexión en todos, en sindicatos, voceros y medios de comunicación.
Debería, deberíamos. Pero no será así. No tengo en ello la más mínima esperanza. Lo que viene es esperpento, agitación y redes agitadas. Lo que viene puede ser más deprimente que la enfermedad en sí misma.
Los síntomas ya están asomando. Y la temperatura comenzará a subir de inmediato. En unos, los gobernantes, con ocultación de la fiebre, con escamoteo, si pueden, de ceses y renuncias que habrían de ser inmediatas y en los otros, siguiendo la estela del desparrame.
Quizás hasta vuelva a salir aquel médico que salió por todas las teles quejándose de no saber ponerse el traje (que bien podía haberse entrenado en vez de perder el tiempo repitiendo su monserga) y cuando en verdad le tocó el turno de atender a la enferma le dio un ataque, de ansiedad se dice ahora, y quien tuvo que afrontarlo fue otro de los muchos que sin alharacas –esos que hacen extraordinaria nuestra sanidad pública– han cumplido con su deber y profesión venciendo al miedo y salvándole la vida a Teresa en vez de andar haciendo el maula. Por cierto, parece comprobarse que tanto el traje como las medidas de protección –salvo en el caso de Teresa, y habrá que dilucidar por qué– han funcionado.
Pero no van a ser ellos quienes protagonicen este primer “después del Ebola” y ya veo venir el circo, que ha comenzado a encabezar el marido, que tiene unas ganas de cámara y protagonismo compulsivas e irrefrenables y que, junto con la portavoz familiar, andan ya ajustando exclusivas y por las cadenas hay más que rumores de pactos y pagos. Algunos hasta ya consumados.
La teleagitación va a tener con él, mañanas, tardes y noches de gloria. Para culminar, así será, con la aparición estelar que todos se disputan de la protagonista, por la que no puede sentirse ahora más que alegría y una enorme simpatía, pues no se olvide que ha sido, por voluntaria, víctima y cuya vida es la que ha estado en juego y en el más crítico de los peligros.
Podemos estar, pues, cerrando este capitulo, aunque nadie puede descartar en absoluto otros episodios similares. Lo probable es lo contrario, con la eclosión masiva de la enfermedad en África y que mientras no se controle y se consiga vacuna, nos amenazará a todos.
Pero aquí parecemos estar, por ahora, en un cierto “después” del Ébola. Y lo que uno se teme es que iniciemos un nuevo circo y una sesión de títeres. En esta ocasión y momento más arrimado al sainete que al drama y a la farsa que a la tragedia pero con parecida tramoya.
Debería ser el momento del análisis sereno, después de tanto desvarío por parte de casi todos, de señalar los errores, de asumir las consecuencias y de tomar las medidas. Empezando, por supuesto, por arriba, por la cabeza de la ministra incapaz y con especial atención al consejero insensato y cerril. Pero también una reflexión en todos, en sindicatos, voceros y medios de comunicación.
Debería, deberíamos. Pero no será así. No tengo en ello la más mínima esperanza. Lo que viene es esperpento, agitación y redes agitadas. Lo que viene puede ser más deprimente que la enfermedad en sí misma.
Los síntomas ya están asomando. Y la temperatura comenzará a subir de inmediato. En unos, los gobernantes, con ocultación de la fiebre, con escamoteo, si pueden, de ceses y renuncias que habrían de ser inmediatas y en los otros, siguiendo la estela del desparrame.
Quizás hasta vuelva a salir aquel médico que salió por todas las teles quejándose de no saber ponerse el traje (que bien podía haberse entrenado en vez de perder el tiempo repitiendo su monserga) y cuando en verdad le tocó el turno de atender a la enferma le dio un ataque, de ansiedad se dice ahora, y quien tuvo que afrontarlo fue otro de los muchos que sin alharacas –esos que hacen extraordinaria nuestra sanidad pública– han cumplido con su deber y profesión venciendo al miedo y salvándole la vida a Teresa en vez de andar haciendo el maula. Por cierto, parece comprobarse que tanto el traje como las medidas de protección –salvo en el caso de Teresa, y habrá que dilucidar por qué– han funcionado.
Pero no van a ser ellos quienes protagonicen este primer “después del Ebola” y ya veo venir el circo, que ha comenzado a encabezar el marido, que tiene unas ganas de cámara y protagonismo compulsivas e irrefrenables y que, junto con la portavoz familiar, andan ya ajustando exclusivas y por las cadenas hay más que rumores de pactos y pagos. Algunos hasta ya consumados.
La teleagitación va a tener con él, mañanas, tardes y noches de gloria. Para culminar, así será, con la aparición estelar que todos se disputan de la protagonista, por la que no puede sentirse ahora más que alegría y una enorme simpatía, pues no se olvide que ha sido, por voluntaria, víctima y cuya vida es la que ha estado en juego y en el más crítico de los peligros.
ANTONIO PÉREZ HENARES