Más o menos floridamente expuesto, el axioma periodístico era que Rajoy debía haber nombrado candidato a las europeas, que se celebran el próximo 25 de mayo, como muy tarde en febrero. Y como Rajoy no lo ha hecho, nos hemos dedicado a la novela. Las tramas urdidas han sido de lo más variadas y darían para varios programas de évole, de los de decir al final "¡que era una broma, cachotontos!". Pero, en realidad, las razones esgrimidas u ocultadas era algo más diferentes.
La primera es porque lo decíamos los periodistas. Y es comprensible. A las necesidades de llenar periódicos, radios y televisiones se unen ahora mil tertulias, dos mil confidenciales y las famosas redes.
Perdido en el pasado ya remoto el contraste de la información, el apuntalarla con una fuente exacta y deslinde del rumor y la noticia, del hecho y la hipótesis, cada cual, cada medio, cada oráculo, cada uno que pasaba por allí, pergeñaba para la ocasión lo que se le ocurría sin ni siquiera con la presunción, ya no de verdad, sino tan solo de verosimilitud. O sea, que ni siquiera aquello de “si non e vero e ben trovato” . Bien “trovato”, tampoco.
La segunda razón de las prisas era porque el PSOE había nombrado a Valenciano. Y como el PSOE había designado al suyo, era presuntamente de obligado cumplimiento que el PP hiciera lo propio y así tener con quien “pegarse”. Porque pasarse, como se ha pasado, la candidata socialista pegándole puñetazos al aire resultaba muy cansado.
Pero ¿acaso necesitaba España una campaña electoral de tres meses para las europeas? ¿Lo demandaban a gritos los ciudadanos? ¿Era un clamor popular el saber quién era el cabeza de lista? Pues no. Para nada. Con quince días sobra y de mítines está el personal hasta la gorra. Saber quién era el elegido interesaba, ante todo, a los propios y cercanos, y a los rivales.
Pero, además, es que la última y la primera palabra sobre el asunto la tenía Rajoy. Y, a estas alturas, pretender forzarle los tiempos a don Mariano es de no haber rozado siquiera al personaje. En esta ocasión, como antes, como siempre, el líder del PP, si algo sabe hacer, controlar y practicar son los tiempos. Y en su ruta no se los mueven ni titulares, ni pasillos, ni tirios, ni troyanos. Ni siquiera barcenazos.
Una vez más ha seguido con toda precisión su propia hoja de ruta y ha escrito en su bitácora los pasos a dar y el momento en que darlos. Uno de los más importantes era la reunión en Dublín del grupo Popular Europeo, donde se elegía candidato y donde España fue decisiva en la nominación de Junker.
La negociación abrió y si se produce la victoria global, que está reñida entre los dos grandes, PPE y PS, empatados en las proyecciones, se abrirán muchas puertas. La primera es una Comisaría de gran relevancia en la UE, con rango de vicepresidencia; la segunda, el Eurogrupo; la tercera, los cargos señeros en el Parlamento Europeo; y la cuarta, en el Grupo Popular.
No era pues una ficha, sino cuatro. Para los primeros cargos, dos nombres han estado ahí siempre: Arias Cañete y Luis de Guindos. Pero su nombramiento será ya para el otoño. Y no hace falta que sean eurodiputados, aunque en el caso del primero se supone conveniente.
Tras Dublín, ya podía comenzar a darse el siguiente paso, pero había antes elementos esenciales de política nacional que al presidente y al sentido común les parecían más urgentes y que requerían atención prioritaria.
No hace falta que diga que se llama Cataluña y el pronunciamiento del Parlamento sobre el referéndum. Además, y hasta ahí, se produjo el fallecimiento de Suárez, que tuvo al país embebido en su figura una semana larga y, en lo personal, también el óbito repentino del propio hermano del presidente.
Luego, tras Arias Cañete, ha llegado la lista. Tan previsible como su encabezamiento. Sin ministros, ni excusa para la crisis de gobierno que también le venimos montando desde hace un año. González Pons va de segundo, que luego será de primero y como “hombre fuerte” del grupo, su persona de confianza desde hace ya muchos años en Europa y quien lleva en realidad el grupo, Luis de Grandes.
Y todo ello estaba bastante claro. Rajoy tenía no solo decidido el candidato, por obvio, por previsible, por hoja de servicios en Europa, por conocimiento del paño, por su cartel en Bruselas, por su exitosa defensa de los intereses de España, en especial los agrícolas, sino también el momento de presentarlo en sociedad.
Ha marcado los tiempos y se los ha marcado a los demás porque, en realidad, la campaña de las europeas, por mucho que se haya desgañitado Valenciano, empieza cuando Rajoy ha querido que empezara, que será después de Semana Santa.
Personalmente, he de decir que me parece muy bien que dure lo imprescindible, que para mítines ya no tiene uno cuerpo. Sobre quién va a ganarlas, puede en esta ocasión haber alguna duda y el PSOE tiene alguna esperanza, aunque ninguna encuesta –ni se va a gastar el dinero en hacerla-.
El PP siente que puede perderlas y que eso dé aliento a la idea de fin de ciclo. Pero lo más posible, por algunos datos y sondeos, es que las gane, aunque por poco. Y hasta diría que después de estas últimas semanas y días esa distancia se ha ampliado. Con la economía que parece haber dejado ya la UVI y hasta algún alivio del paro, donde abril se sumará a un buen febrero y a un mejor marzo, la primavera parece un pelín más primavera que otros años.
La primera es porque lo decíamos los periodistas. Y es comprensible. A las necesidades de llenar periódicos, radios y televisiones se unen ahora mil tertulias, dos mil confidenciales y las famosas redes.
Perdido en el pasado ya remoto el contraste de la información, el apuntalarla con una fuente exacta y deslinde del rumor y la noticia, del hecho y la hipótesis, cada cual, cada medio, cada oráculo, cada uno que pasaba por allí, pergeñaba para la ocasión lo que se le ocurría sin ni siquiera con la presunción, ya no de verdad, sino tan solo de verosimilitud. O sea, que ni siquiera aquello de “si non e vero e ben trovato” . Bien “trovato”, tampoco.
La segunda razón de las prisas era porque el PSOE había nombrado a Valenciano. Y como el PSOE había designado al suyo, era presuntamente de obligado cumplimiento que el PP hiciera lo propio y así tener con quien “pegarse”. Porque pasarse, como se ha pasado, la candidata socialista pegándole puñetazos al aire resultaba muy cansado.
Pero ¿acaso necesitaba España una campaña electoral de tres meses para las europeas? ¿Lo demandaban a gritos los ciudadanos? ¿Era un clamor popular el saber quién era el cabeza de lista? Pues no. Para nada. Con quince días sobra y de mítines está el personal hasta la gorra. Saber quién era el elegido interesaba, ante todo, a los propios y cercanos, y a los rivales.
Pero, además, es que la última y la primera palabra sobre el asunto la tenía Rajoy. Y, a estas alturas, pretender forzarle los tiempos a don Mariano es de no haber rozado siquiera al personaje. En esta ocasión, como antes, como siempre, el líder del PP, si algo sabe hacer, controlar y practicar son los tiempos. Y en su ruta no se los mueven ni titulares, ni pasillos, ni tirios, ni troyanos. Ni siquiera barcenazos.
Una vez más ha seguido con toda precisión su propia hoja de ruta y ha escrito en su bitácora los pasos a dar y el momento en que darlos. Uno de los más importantes era la reunión en Dublín del grupo Popular Europeo, donde se elegía candidato y donde España fue decisiva en la nominación de Junker.
La negociación abrió y si se produce la victoria global, que está reñida entre los dos grandes, PPE y PS, empatados en las proyecciones, se abrirán muchas puertas. La primera es una Comisaría de gran relevancia en la UE, con rango de vicepresidencia; la segunda, el Eurogrupo; la tercera, los cargos señeros en el Parlamento Europeo; y la cuarta, en el Grupo Popular.
No era pues una ficha, sino cuatro. Para los primeros cargos, dos nombres han estado ahí siempre: Arias Cañete y Luis de Guindos. Pero su nombramiento será ya para el otoño. Y no hace falta que sean eurodiputados, aunque en el caso del primero se supone conveniente.
Tras Dublín, ya podía comenzar a darse el siguiente paso, pero había antes elementos esenciales de política nacional que al presidente y al sentido común les parecían más urgentes y que requerían atención prioritaria.
No hace falta que diga que se llama Cataluña y el pronunciamiento del Parlamento sobre el referéndum. Además, y hasta ahí, se produjo el fallecimiento de Suárez, que tuvo al país embebido en su figura una semana larga y, en lo personal, también el óbito repentino del propio hermano del presidente.
Luego, tras Arias Cañete, ha llegado la lista. Tan previsible como su encabezamiento. Sin ministros, ni excusa para la crisis de gobierno que también le venimos montando desde hace un año. González Pons va de segundo, que luego será de primero y como “hombre fuerte” del grupo, su persona de confianza desde hace ya muchos años en Europa y quien lleva en realidad el grupo, Luis de Grandes.
Y todo ello estaba bastante claro. Rajoy tenía no solo decidido el candidato, por obvio, por previsible, por hoja de servicios en Europa, por conocimiento del paño, por su cartel en Bruselas, por su exitosa defensa de los intereses de España, en especial los agrícolas, sino también el momento de presentarlo en sociedad.
Ha marcado los tiempos y se los ha marcado a los demás porque, en realidad, la campaña de las europeas, por mucho que se haya desgañitado Valenciano, empieza cuando Rajoy ha querido que empezara, que será después de Semana Santa.
Personalmente, he de decir que me parece muy bien que dure lo imprescindible, que para mítines ya no tiene uno cuerpo. Sobre quién va a ganarlas, puede en esta ocasión haber alguna duda y el PSOE tiene alguna esperanza, aunque ninguna encuesta –ni se va a gastar el dinero en hacerla-.
El PP siente que puede perderlas y que eso dé aliento a la idea de fin de ciclo. Pero lo más posible, por algunos datos y sondeos, es que las gane, aunque por poco. Y hasta diría que después de estas últimas semanas y días esa distancia se ha ampliado. Con la economía que parece haber dejado ya la UVI y hasta algún alivio del paro, donde abril se sumará a un buen febrero y a un mejor marzo, la primavera parece un pelín más primavera que otros años.
ANTONIO PÉREZ HENARES