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La historia de un cuadro singular del pintor cordobés Julio Romero de Torres

La vida de las obras, tan independiente en la mayoría de las ocasiones de la de su creador, manifiesta, a veces, el discurrir de un tiempo, el humano, el de las generaciones que olvidan o el de las que recuerdan o indagan sobre su pasado.

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Esta es la historia de un cuadro extraordinario: El San Juan Bautista, que Julio Romero de Torres regaló a la Iglesia Parroquial de Porcuna antes de su inauguración en 1910. Como sabemos, tras la terminación de las obras de la fábrica de la nueva iglesia en 1903, La Junta Local de Reparación de La Parroquia pidió al contratista que la terminara con la decoración de su interior. (Manuel Bueno Carpio. La Iglesia Parroquial y los murales de Julio Romero de Torres. Colección Obulco nº 1.Ayuntamiento de Porcuna, 1992.)

La idea de pintar en la cabecera de la Parroquia una escena que tuviera que ver con la iglesia: la Asunción de La Virgen, surgió a Luis Aguilera y Coca, presidente de la Junta y varias veces Alcalde de Porcuna. El contratista, Antonio Failde propuso a un joven pintor, amigo de su familia, llamado Julio, que tras presentar un boceto en 1903, pintó la cabecera. La obra gustó tanto que le encargaron pintar los dos ábsides laterales donde iban según proyecto del arquitecto, Justino Flórez, dos retablos.

El joven pintor se hizo muy amigo de Luis Aguilera y sobre todo de Julián Gallo García de Linares, en cuya casa pernoctará en aquellos años de 1904 y principios de 1905. Son numerosas las personalidades que donan el mobiliario interior de la Iglesia. Algunos cuadros de la Iglesia también son donados por pintores aficionados. Julio, en estas fechas, seguía manteniendo una amistad con la familia Gallo que ocuparía toda su vida y una relación muy cercana con Porcuna, con la realización de numerosos retratos. La donación de este cuadro de San Juan Bautista se hizo para la capilla del Bautismo, donde se colocó para la inauguración de la Iglesia. A partir de esta fecha las vicisitudes de la obra de este artista en Porcuna se aceleran, parece como si la creciente fama nacional e internacional del pintor, aquí no bastaran.

En 1917, ante las críticas a las pinturas de los ábsides (cara de Cristo en la Santa Cena y pechos de la Virgen de la Sagrada Familia), el cura párroco D. Ramón Anguita las tapa con sendos retablos. La respuesta de Julio no se hace esperar, visitará el templo y en 1922 y se entrevistará con el Párroco, prometiéndole repintar la figura de la Virgen y restaurar sus pinturas si retira los retablos. Julio murió en 1930, en la cima de su arte, dejando muy apenado a su perro galgo Pacheco, regalo de Julián Gallo, al cuidado de su hermana, y a sus pinturas de Porcuna sin ser restauradas. Luego vendría 1936, la quema de los retablos, la iglesia casa del pueblo, el pintor local Andrés Cabeza Millán pidiendo permiso para taparlas, momentáneamente, con un color a la cola y no picándolas como le mandaron.

Y aquel cuadro, del Evangelista, desde 1910 en la Capilla del Bautismo, es desmontado en julio de 1936 y desaparece, se “volatiliza”. Aparece en 1939 de nuevo en unas cámaras del Ayuntamiento (¿las bóvedas del Pósito Municipal?) enrollado en unos papeles. En este momento, al ser montado sobre bastidor se recorta en todos sus lados, sobre todo la parte superior, la derecha y la inferior. La firma, hoy no apreciable, “Julio Romero de Torres” está en la parte inferior derecha. El cuadro pierde por tanto su encuadre original.

Mientras tanto, en 1946, unos nuevos retablos se colocan en las capillas laterales, sustituyendo a los quemados, tapando de nuevo las pinturas murales que tienen en estos momentos una capa de un color, que como vimos, los salvó de ser destruidos totalmente.

En 1973 el cuadro es retirado de la Capilla del Bautismo, debido a las humedades de la zona y el gran daño que ha sufrido (desprendimiento de capa de preparación y capa pictórica, manchado y oxidación de la tela del lienzo, microorganismos, etc.). Se coloca en su actual emplazamiento junto a la capilla absidal de la Santa Cena.

El año 1974, año del “Centenario” del nacimiento de Julio Romero fue celebrado, como todos los centenarios, desde las Instituciones. La Real Academia de Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba junto con el Gobernador de Jaén hicieron una visita a las pinturas murales. Solo pudieron ver la de la Asunción de la Virgen en la cabecera de la Iglesia. Se acuerda retirar los retablos y restaurar las pinturas. Para ello, el hijo de Julio, Rafael, pintor (no restaurador), “restauraría” las obras de su padre. El 27 de Junio de 1975 se celebra en Porcuna el primer Centenario del Nacimiento de Julio, devolviendo la vista las pinturas tapadas durante tanto tiempo.

Rafael, hijo de Julio Romero “repinta” junto a las pinturas murales, este cuadro del Bautista. La adición de óleo y barnices sobre el original (técnica de temple y óleo) provoca el tapado de éste y la superposición de elementos no originales. El cuadro también sufre desperfectos, sobre todo al ser barnizado para homogeneizar las superficies con calvas de materia (óleo y preparación).

Pese a todo, este cuadro aún se alza, humilde, sin mirarnos de frente. Representa a San Juan Bautista sobre un fondo de bosque muy bello, hoy no visible, apenas al final del cual aparece el cielo, bosque de galería de la Sierra Morena. La figura está de tres cuartos y antecede al cordero, símbolo de Cristo y la concha, símbolo del personaje, que lo bautizó.

El cuadro es un extraordinario documento en la evolución de Julio. Se trata de un cuadro antiguo, posiblemente de los realizados en el taller de su padre, que muestra un estudio de claroscuro, bodegón con figura y paisaje, todo un compendio de unión de las distintas disciplinas pictóricas, unidas, como hará a lo largo de toda su obra. Es de destacar la preferencia de Julio por pintar en tres cuartos, con una luz rasante que viene de nuestra izquierda e ilumina los perfiles de la figura, del mismo modo que hará en muchísimas otras obras iluministas, influidas por el impresionismo, por Sorolla, y luego por su propio lenguaje ya personal.

Es importante la enorme carga simbólica del cuadro, muy original con respecto a otras representaciones del mismo tema de otros pintores: La posición de la figura delante del símbolo (cordero), la luz rasante lateral, el claro de cielo, el fondo de bosque y sobre todo la posición de las manos, anudadas, una sobre la otra, símbolo Masón muy de moda en esta época. El propio arquitecto Justino Flórez aparece en algunas fotos con las manos así anudadas. Símbolos por tanto de adscripción para iniciados de hermandades que en estos años se congregarían, recordemos, como la formada por el Barón de Velasco en Arjona y en torno al hijo de Justino Flórez, también arquitecto.

El cuadro sólo ha salido una vez en exposición hace unos años a la Catedral de Jaén. Su grave estado de deterioro no aconseja moverlo. Podríamos decir que estamos ante un ‘Ser’ en el que los procesos se han acelerado de tal manera, que cualquier movimiento, cualquier afección de humedades o traslados, lo harían perder irremediablemente partes muy débiles.

Por tanto, está necesitado de todo un proceso, sólo apto para un taller de restauración profesional, es decir el que diagnostique sus afecciones, realice un oportuno informe previo en el cual se expongan las fases necesarias para poder disfrutar, sin duda, de uno de los cuadros más importantes de la primera etapa de Julio Romero, es decir: consolidación de la capa pictórica y de preparación (forrado de la superficie). Retirada del bastidor. Reentelado para recuperar partes originales laterales dobladas no cortadas. Nuevo bastidor. Limpieza mecánica y química de la superficie (barnices, suciedad, microorganismos), estucado de las faltas de capa de preparación (lagunas) y tratamiento óptico (rigatino). Barnizado de protección final. Colocación de un marco y vitrina con cristal especial. Medidas de conservación preventiva.

Éste sería el último viaje de este cuadro hacia su contemplación en vías a su recuperación y disfrute, entre otras grandes obras del Patrimonio de un pueblo privilegiado con disponer del alma de un gran artista, de sus obras, de ese tiempo detenido y pasado del proceso pictórico; al final del cual está la persona, el ser humano la enorme ilusión, como lo fue este cuadro, de donarlo “ex profeso” para la Capilla del Bautismo de la Iglesia de Porcuna.

LUIS EMILIO VALLEJO
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