Perritos, aunque también perros de presa. Se crían al modo que se desee para lograr un determinado comportamiento en el futuro. Que se porten bien, como diga su dueño o su madre. Cuando hablamos de cachorros se nos viene al pensamiento esas fotos de perros bonitos, peludos, ideales para ponerlos de modelos en los portafotos que venden en los todo a cien, bueno, en los chinos. Y qué graciosos son.
Pero cuando a estos cachorros los visten de colores es el momento en el que se convierten en perros de presa. Cachorros con chaquetas rojas, azules e incluso verdes. Cachorros cegados, a los que han moldeado en esa jaula que llaman política. Los han tratado, les han dado de comer alimentos que posiblemente a veces ni siquiera les guste, pero creen que esa madre en un futuro los cuidará. Comida enlatada, que cuando se abre huele a podrida.
Los cachorritos necesitan esa madre que los guíe porque se sienten solos. Es difícil vislumbrar el futuro sin esa madre, se sienten acomplejados, mirando a los lados creyéndose que los demás perros quieren seguir su mismo camino. Y ellos no saben que no todos los jóvenes quieren comer del mismo plato que ellos. Animales que quieren tener asegurado su tiesto de comida con su nombre en un salón de plenos cada cuatro años.
Juventudes políticas, grupos que no son más que granjas, criaderos de perritos a veces faltos de formación, un valor requerido en la actualidad. Perritos que acuden a una mano para que les dé algo que llevarse a la boca, para que los laven con un agua contaminada. Cachorros a los que se les lanza una pelota y van corriendo a cogerla cuantas veces se la tiren. Quieren tener contento a su dueño, y aunque le hagan cientos de perrerías ellos seguirán cogiendo y trayendo esa pelota.
Cachorros a los que a la hora de ponerles las vacunas creen que las tienen todas, pero les falta la de la rabia, la soberbia y la educación. Cachorritos. Peludos, pequeñitos y bonitos. Y qué graciosos son.
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Pero cuando a estos cachorros los visten de colores es el momento en el que se convierten en perros de presa. Cachorros con chaquetas rojas, azules e incluso verdes. Cachorros cegados, a los que han moldeado en esa jaula que llaman política. Los han tratado, les han dado de comer alimentos que posiblemente a veces ni siquiera les guste, pero creen que esa madre en un futuro los cuidará. Comida enlatada, que cuando se abre huele a podrida.
Los cachorritos necesitan esa madre que los guíe porque se sienten solos. Es difícil vislumbrar el futuro sin esa madre, se sienten acomplejados, mirando a los lados creyéndose que los demás perros quieren seguir su mismo camino. Y ellos no saben que no todos los jóvenes quieren comer del mismo plato que ellos. Animales que quieren tener asegurado su tiesto de comida con su nombre en un salón de plenos cada cuatro años.
Juventudes políticas, grupos que no son más que granjas, criaderos de perritos a veces faltos de formación, un valor requerido en la actualidad. Perritos que acuden a una mano para que les dé algo que llevarse a la boca, para que los laven con un agua contaminada. Cachorros a los que se les lanza una pelota y van corriendo a cogerla cuantas veces se la tiren. Quieren tener contento a su dueño, y aunque le hagan cientos de perrerías ellos seguirán cogiendo y trayendo esa pelota.
Cachorros a los que a la hora de ponerles las vacunas creen que las tienen todas, pero les falta la de la rabia, la soberbia y la educación. Cachorritos. Peludos, pequeñitos y bonitos. Y qué graciosos son.
JOAQUÍN FERNÁNDEZ GONZÁLEZ
