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El ruedo andaluz

Que la renuncia de José Antonio Griñán a repetir candidatura a la Presidencia de la Junta de Andalucía ha pillado con el pie cambiado al Partido Popular andaluz (PP-A) es una realidad evidente, por mucho que quiera negarse. Si Zoido finalmente no va a ser el candidato popular, tendrá Javier Arenas –todavía la mano que mueve los hilos en las filas populares andaluzas- que aplicarse mucho para buscarle un sustituto o sustituta que ofrezca algunas garantías de cara a una confrontación que, en el caso de adelantarse, se presenta muy complicada para el PP.

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Son las consecuencias de confundir –a sabiendas de lo que se hace- la democracia con la dedocracia, nombrando sucesores como si los partidos fueran el “cortijo monárquico” de algunos líderes. Líderes, por otra parte, que persiguen perpetuarse en el liderazgo, intentando condicionar a sus sucesores, por mucho que estos, en algunos casos, les salgan respondones –ha sido el caso Rajoy-. En Andalucía y en el Partido Popular, esto se viene padeciendo desde 1993, con el beneplácito de Génova y sin que en veinte años se haya conseguido aún el Gobierno de la Junta.

Recientemente, en el PSOE-A ha sucedido lo mismo. Griñán, acosado por su posible implicación en el turbio asunto de los ERE y enfrascado en la pleitesía diaría que ha de rendir a Diego Valderas para mantenerse en el cargo, ha decidido tirar la toalla y hacerlo al mejor de los estilos dinásticos: nombrando a una sucesora.

A partir de ahí, cabía o bien que alguien se rebelase contra las formas, cosa extraña en nuestra pesebrista clase política, o bien que se agachase la cabeza, una vez más, en señal de sumisión al poder establecido. Y ahí es donde surge la duda con la irrupción de Luis Planas en el elenco de las Primarias que los socialistas celebrarán este mes de julio.

¿Quiere el PSOE-A lavar la cara a un remedo de Primarias o bien existe una alternativa real a la candidata del aparato? Lo único que nos sacaría de la duda es que Planas llevase hasta el final su intento y, además, fuese el triunfador. Un resultado distinto siempre dejaría la sospecha de un amaño, urdido de forma maquiavélica para intentar dar legitimidad a un proceso viciado.

Cabría una tercera posibilidad, aún más elaborada, en el sentido de que quien realmente fuese el candidato oficialista sea Luis Planas, siendo Susana Díaz quien, en este caso, hiciese el papel de liebre en toda la trama. La verdad es que, puestos a comparar, la Díaz no soporta la comparación con el actual consejero de Agricultura.

Susana Díaz, como le sucede a esa hornada de políticos que se han venido en denominar como los de la “renovación generacional”, nada más terminar sus estudios de Derecho encontró trabajo y sueldo en la política, no teniendo otra experiencia que aportar que su supervivencia en este mundo, a base de abrirse paso entre compañeros de partido para escalar peldaños. Su agresividad verbal y el sectarismo que destila en sus declaraciones así lo atestiguan.

Luis Planas es otro tipo de político que, aunque llegase pronto a un cargo público –a los treinta años-, ya tenía su vida resuelta como inspector de Trabajo destinado a Córdoba en 1980. A partir de ahí, su trayectoria política es de un mayor peso específico y su talante mucho más sedimentado y dialogante que el de la actual consejera de Presidencia.

No sé si jugarán mucho a su favor los 38 años de Susana Díaz frente a los 60 de Planas, o la fuerza del aparato del partido frente a la calidad del oponente no oficialista. Todo dependerá de que la confrontación sea real y de las estrategias de todo tipo que el PSOE-A haya puesto en juego.

En todo caso, al PP-A la noticia le ha cogido con el pie cambiado y las apuestas ya circulan entre sus diputados en el Parlamento andaluz. “Mucho arte” habrá de demostrar en este lance Javier Arenas –último responsable de lo que suceda-, para que no le devuelvan, una vez más, el toro a los corrales y sea la izquierda socialista, sola o en comandita con la comunista, quien se apodere del ruedo y de los trofeos.

ENRIQUE BELLIDO
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