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Aureliano Sáinz | Dylan nos visita

La mañana en la que leyó la noticia, a Rafael se le dibujó una sonrisa de placer en el rostro. Un rostro, aunque con una barba incipiente, era bien pulcro y comedido, tal como correspondía a una persona proveniente de una familia distinguida como la suya.



Tras la lectura, pensó que por fin atraparían a un verdadero “pez gordo”, aplicando algunos de los principios de la Ley Mordaza (así la llamaban los enemigos del orden y del IBEX 35) que tan buenos resultados estaban dando en el país. Ya estaba bien de raperos de tres al cuarto, de tuiteros o de titiriteros que no tenían dónde caerse muertos; había que dar un claro ejemplo y de meter en cintura a tanto indeseable que pensaba que podía reírse de lo más sagrado.

Desde que se aprobó la ley, comprobó que fuera de nuestras fronteras había mucha envidia hacia nuestro país, por lo que sentía una rabia contenida cuando veía que en la prensa internacional se mofaban del Gobierno, según pensaba, manipulando y dando noticias tergiversadas. Y, para colmo de males, nos comparaban nada menos que con la Turquía de Tayyip Erdogan.

“Esto, por fin, se va a acabar”, pensó para sus adentros cuando se enteró de que en este mes de marzo de nuevo Bob Dylan visitaría nuestro país. No descartaba que este antiguo hippie setentero se le ocurriera cantar algunas de las canciones de sus inicios como protesta contra la patriótica industria bélica americana y la poderosa Asociación Nacional del Rifle.

“Si tomamos las medidas oportunas, hasta es posible que Donald Trump nos felicite. A este gran presidente le pone de los nervios que cada vez que se produce una matanza en un colegio de su país la gente empiece a pedir que haya un control de armas”, se dijo a sí mismo, al tiempo que miraba hacia el móvil para hacer alguna llamada.

Mientras terminaba de arreglarse, por un instante, recordó que él también llegó a ser un poco contestatario en sus años jóvenes, ya que en vez de comprar las revistas piadosas que le recomendaba su madre, un día gastó el dinero adquiriendo Interviú, la misma en la que aparecía Marisol luciendo esos jovencísimos pechos, por lo que tuvo que acudir al confesionario para contar los pecaminosos pensamientos que habían acudido a su mente.

Pero fue un tiempo breve. Tras esas fugaces rebeldías juveniles, por fin aprobó las oposiciones al Cuerpo de Administradores del Estado olvidándose de sus veleidades izquierdistas que solo las conocía su novia, puesto que Rafael, de talante sumamente prudente, no arriesgaba ni contaba nada ante la gente de buena familia, que era con la que él se codeaba.

Ya con el móvil en la mano, pensó llamar a Mariano, pero pronto desechó la idea, puesto que era sábado y no quería alterar la estricta quietud que se gastaba el jefe los fines de semana. Cambió de idea. Le pareció mejor hacérsela a su amigo Juan Ignacio, más dicharachero y que como ‘ministro de la Porra’ (según los enemigos del partido) estaba dispuesto a enchironar al más pintado.

—¡Hola Juan Ignacio! ¿Estás en Sevilla? –arrancó con expresión vivaz.

—¡Pues claro! ¡Dónde iba a estar mejor que en mi tierra los fines de semana! Madrid, ya sabes, es un auténtico coñazo, por lo que aprovecho cualquier ocasión para venirme a Sevilla. Como dice mi amigo Gregorio, nada mejor que estar trabajando desde la propia casa en la que se está muy calentito.

—Oye, una cosa, ¿a ti te suena Bob Dylan…? Sí, sí, ese que cantaba protestando contra el ejército, la policía y las bombas… Sí, sí, es verdad que eso fue hace mucho tiempo. Por cierto, ¿sabes que este mes viene a Madrid, y que, como en Estados Unidos ahora está Donald Trump, es posible que se le ocurra cantar alguna de aquellas canciones? Mira, creo que hay que vigilarle y a lo mejor le podemos aplicar la Ley de Seguridad Ciudadana… Sí, sí, con el delito de odio que da para mucho.

Se hizo una breve pausa que se cortó cuando Juan Ignacio hizo memoria y recordó que Bob Dylan hubo un tiempo en el que se hizo cristiano.

—Oye, Rafael, ¿pero ese no se hizo cristiano o algo parecido a principios de los años ochenta?

—Bueno, si mal no recuerdo eso fue hace muchos años. Tuvo una crisis, me parece que con su segunda pareja, y sacó unos discos en los que cantaba al amor, a la paz y cosas por el estilo.

—No sé, no estoy muy seguro, pero creo que ahora no hay motivo para enchironarle. ¿No te parece? Por cierto, ¿hay alguna canción que en la que se le ocurriera meterse con nosotros o con el ejército o con la patria o con las fuerzas de seguridad, por ejemplo?

—Bien. Escucha y atiende despacio a esta canción suya que se titula Masters of War. Está dedicada a los políticos y a los que fabrican las armas. Te leo el comienzo y el final para que te hagas una idea de lo que este puede soltar. Dice: “Vengan, señores de la guerra. Vosotros que fabricáis todas las armas, vosotros que construís los planos de la muerte, vosotros que inventáis todas las bombas…”. Y fíjate como finaliza: “Espero que muráis, y que vuestra muerte venga pronto. Seguiré vuestro ataúd, en la tarde pálida. Y miraré mientras os están bajando a vuestro lecho de muerte. Y estaré al lado de vuestra tumba, hasta que me encuentre seguro de que estáis bien muertos”. ¿Qué te parece? Puro odio. ¿Verdad?

—¡Virgen Santa! ¡Cuánta rabia y furia contenidas! ¡Cuánto odio contra los que fabrican los medios que utilizan nuestros ejércitos y las fuerzas del orden que velan por la seguridad de los ciudadanos! ¡Tienes razón, a este pájaro hay que vigilarle y, por mucho premio Nobel que le hayan dado, a nosotros no nos va a temblar la mano si lo tenemos que detener…!

Rafael escuchaba complacido las palabras de su amigo Juan Ignacio, pues a pesar de ser un hombre muy piadoso, sabía que no iba a tener ninguna compasión y que, efectivamente, no le iba a temblar la mano a la hora de pararle los pies a Bob Dylan, por mucho renombre que tuviera… Y es que ellos, a pesar de haber sido reprobados por el Congreso, estaban allí para hacer cumplir la Ley y el Orden, pues la gente tenía que aprender a obedecer y respetar a los poderosos.

AURELIANO SÁINZ