Ir al contenido principal

Eduardo Mendicutti: "Soy muy poco cómplice con las redes sociales. Prefiero la memoria de toda la vida"

Malandar es el título de la última novela de Eduardo Mendicutti y el nombre del paraíso imaginario junto al Coto de Doñana donde tres jóvenes vivirán una historia de amistad y amor eterna. El día en que un joven Miguel Durán espera el tren para irse a Madrid y comerse el mundo, sabe que deja atrás a sus mejores amigos, Toni y Elena, y con ellos también deja atrás su infancia y su adolescencia, su pequeña ciudad en la desembocadura del Guadalquivir.



No obstante, habrá un reencuentro final donde se confiesen sentimientos largo tiempo escondidos. Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, 1948) es autor de más de quince obras, traducidas a numerosos idiomas y merecedoras de premios como el Café Gijón y el Sésamo.

—Entre la ficción y la memoria, 'Malandar' es un viaje a la infancia y a la adolescencia. Pero no es una novela autobiográfica.

—Es un viaje a la infancia y a la adolescencia. Y tiene de autobiografía lo que debe tener cualquier novela escrita de verdad.

—Como el Macondo de García Márquez o la Santa María de Onetti, Malandar es un lugar imaginario próximo a Sanlúcar, un espacio virgen frente al Coto de Doñana. Imposible escapar a esa geografía.

—Para mí, sí. Yo estoy identificado emocionalmente con esa geografía, con ese paisaje. Y a partir de esa geografía y ese paisaje puedo imaginar lo que quiera. En este caso, he imaginado esta novela.

—En tu novela, la memoria es una celebración, huye de la pesadumbre de la melancolía.

—Sí. Se puede recordar lamentando lo que se ha perdido. Y se debe recordar celebrando que se ha vivido. Y esa esa es la solución para no perder la relación contigo mismo.

—Frente a las relaciones efímeras de nuestros días, el libro es también una reivindicación de la amistad verdadera y del amor que no se quema con los días. Esa relación que sobrevive a todos los percances de la vida.

—Es una relación de amistad que oculta o que esconde unas relaciones de amor. Y uno de los personajes tira de esa relación. Otro de los personajes, Elena, la chica del triángulo, es muy lista y sabe cuál es su función y sabe desarrollarla sin que entre en celos ni en ningún rollo parecido.

—Mara Torres reivindica el trío en 'Los años felices'. Tú también lo haces en esta novela. ¿Será porque la pareja está en desuso y atraviesa un mal momento y el 'single' está mal visto socialmente?

—Un poco de eso hay, pero también está relacionado con el concepto de hogar, que fue un estímulo para que yo escribiera eso. El concepto de hogar ha cambiado, porque ha cambiado el concepto de familia y ha cambiado la manera de disfrutar cada uno, el lugar donde ha querido a alguien y ha sido querido por alguien.

—Un ritmo intrépido y sobre todo en clave de humor. Sin abandonar la profundidad. ¿Ahí está la clave de esta obra?

—Ahí están las claves de muchas obras que yo he escrito. Ahí está la clave de esa combinación de un tono aparentemente ligero y risueño con unas capas de más profundidad. A mí me interesa mucho. Corro el riesgo de que no se llegue a la profundidad. No importa. Es un riesgo bien corrido.

—También hay aquí una denuncia y retrato de nuestra sociedad. Desde la persecución de Fidel Castro contra los gais hasta el referéndum de la OTAN, los niños robados o el 23-F.

—La novela narra una historia, la de ellos tres, como un triángulo amoroso y amistoso, pero luego está rodeada de acontecimientos que pueden parecer aislados pero que ilustran la biografía del que cuenta e ilustran también la historia de este país.

—Te gusta salpicar tu estilo rápido y elegante con expresiones y giros populares ya casi ausentes en nuestras conversaciones.

—Yo me siento andaluz porque recuerdo una manera determinada de hablar. Y esa manera determinada, que se está perdiendo evidentemente, es la que sirve de anclaje con lo que soy y con lo andaluz que yo me siento.

—En este libro recuerdas también a personajes que aparecen en novelas anteriores, como es el caso de Ernesto Menéndez.

—Lo autobiográfico, en sentido muy general, está repartido en esta novela en dos personajes. Uno es Menéndez. Y no es lo autobiográfico literal. Lo autobiográfico es también lo que sientes, lo que sueñas, lo que imaginas, lo que deseas.

—La patria del escritor gira en torno a dos ejes: la infancia y el lenguaje. Desde ese punto de vista, ¿qué lugar ocupa esta novela en el conjunto de tu obra?

—Pues pertenece a una línea, de las dos en las que yo escribo, que arrancaría con El palomo cojo y ya se va desarrollando, efectivamente, a través del lenguaje y basada en la memoria.

—Autor de más de quince obras y jubilado después de haber cotizado durante 40 años. Y ahora resulta que tienes problemas para cobrar los derechos de autor.

—Los tienen, en principio, todos los autores que se jubilan. Hay que solucionar lo de los derechos de autor. La obligación o el requisito de no facturar por otras cosas más de 9.000 euros al año, me afecta y le afecta a un fontanero. Y no creo que sea justo que para mí se creen excepciones.

—Vives ajeno a las nuevas tecnologías porque las relaciones en las redes sociales son muy efímeras. Prefieres las relaciones eternas como las de 'Malandar'.

—Sí. Yo soy muy poco cómplice con las redes sociales. Yo prefiero la memoria de toda la vida, prefiero la complicidad de toda la vida, prefiero la solidaridad de toda la vida y prefiero la argumentación de toda la vida.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO