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Presentación de la novela 'Melodía de Obvlco'

Con “Los crímenes de la calle Morgue” de Edgar Allan Poe, y sin proponérselo el autor norteamericano, y sin serlo también, aunque pareciéndolo, dio la literatura comienzo a sus relatos policiales, y relato del que buena nota tomó Víctor Hugo a la hora de meterle su poco de carácter policiaco a algunas de las tramas que se encuentran y se esconden dentro de su obra maestra “Los Miserables”. Relato donde aparece la primera imagen del que podríamos denominar primer detective de la historia de la literatura bajo el nombre de monsieur Auguste Dupin, y que con el tiempo sería el alma detectivesca que inspiro a Arthur Conan Doyle su celebérrimo detective Sherlock Holmes, y que, de la mano de Conan Doyle llevó el relato detectivesco-policiaco a su máxima expresión y a sus mejores calidades literarias e imaginativas, y, al igual que el relato de Poe, también Conan Doyle se atuvo al relato corto para crear su literatura policiaca, como si todo los detectivesco se pudiera consentir en un suspiro.

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Y con todo, tampoco se puede asegurar a pies juntillas que fuera Edgar Allan Poe y su relato “Los crímenes de la calle Morgue” la primera entrada de lo detectivesco en la historia de la literatura, pues, es evidente que en algunos relatos literarios anteriores al siglo XIX ya corren por sus páginas relatos y hechos que bien podrían interpretarse también como hechos y relatos detectivesco-policíacos, en precursores como la novelística china del Gong An durante la dinastía Yuan, “El cuento de las tres manzanas” de los relatos árabes de “Las mil y una noche” o Voltaire en su relato “La destinada”, aunque por ellos no anden sueltos, policías, detectives ni comisarios, pero bien puedan entrar en el mismo empeño de investigar las delincuencias, alcaides, alguaciles, magistrados, y hasta poetas vestidos de investigadores que, pueden pasar desapercibidos, pero que, en el fondo, bien guardan relación con lo que podríamos llamar asuntos del crimen y los latrocinios, que ya y también, por los tiempos más remotos de la antigüedad existían lo que bien podríamos nombrar como lo que son cárceles actuales, aunque, por aquellos tiempos se llamaran de otro modo y se ubicaran en otros espacios o en otros cerrados, como igualmente se notan sus cosas policíacas en autores tan clásicos y tan universales como Homero, Sófocles, sobre todo en “Edipo rey” Shakespeare o Cervantes, o en la mismísima Biblia, donde ya aparecen los hechos de los interrogatorios como primer paso hacia lo policíaco, por ejemplo en la escena “La historia de Susana y los ancianos” del Antiguo Testamento.

Pero, con Edgar Allan Poe, bien inspirado por el relato de 1937 “La célula secreta”, de Burton, escritor para el que trabajaba Poe, comienza lo que bien se podría decir, el relato detectivesco moderno- aunque, evidentemente, Poe aúna en su relato, no solamente la trama policíaca, sino esa otra gran suya del relato de terror- donde, por primera vez se nombra, en primera persona, al personaje del detective como tal, como una algo oficial que investiga un algo delictivo, y que, de la mano de Poe, dio origen, entrada o pistoletazo de salida a las decenas de detectives que han colmado en los últimos dos siglos los relatos policiacos, y ya dados, bien entrado el siglo XX en su literatura, de lo llamado Novela negra, como en su día la definió el escritor Raymond Chandler en su extraordinario ensayo de 1950 “El arte de matar”, y que origina su nombre en que , este ensayo de Chandler fue publicado originalmente en la revista “Black Mask” de los Estados Unidos, y en la colección “Série Noir” , de la editorial francesa Gallimard , y en una definición que venía también a hablar de los oscuros ambientes en que solían y suelen transcurrir las tramas de los relatos policíacos, y que igualmente suenan en las escenas de Dickens.

La modernidad policíaca de Poe dio origen a la creación de símbolos detectivescos enmarcados en el nombre del policía, investigador o agente, de la mano de Dupin para Poe, Sherlock Holmes para Conan Doyle, The Continental OP o Spade para Hammett, Miss Marple o Hércules Poirot para Aghata Christie, el Padre Brown para Chesterton, Marlowe para Chandler, y del Maigret de Simenón, al patrio Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán, y a la también patria Petra Delicado, de Alicia Giménez Bartlett, hasta llegar al inspector Brown, de la “Melodía de Obvlco” , la novela de Luis Emilio Vallejo que presentamos hoy, y de la que, así como en un sin querer, tengo participación propia, aunque a mi nombre se le haya quitado su o final, y se haya quedado en un así de nombre inglés o francés, y otra buena colección de autores que sin presumir de detective esencial y multitudinario de historias, sí que dejaron su impronta policiaca o de investigación en alguna parte de su literatura como Jorge Luis Borges, Julio Cortazar, Rosa Montero, Larsson o Eduardo Mendoza, haciendo constatar también la buena colección de autores españoles que bien dieron en la cosa policíaca de la literatura como el mentado Manuel Vázquez Montalbán, Juan Madrid, o Andreu Martín, que quizá pase por ser el autor español mejor dotado para la cosa esta de la literatura policíaca.

Cuando Jorge Luis Borges decía, en los finales de su vida hasta que le cogió la ceguera, que sólo leía novela policíaca, algo tendrá el género cuando ha tenido tan buen lector, pues pocos más grandes lectores ha tenido la literatura como Jorge Luis Borges, y pocos tan más grandes escritores también, que todo hay que decirlo.

La literatura policiaca tiene que tener muchos y muy buenos caracteres para no decaer, pero sobre todo, los más importante: los de la emoción y la intriga, es decir, esos dos grandes motores que hacen que se vaya de una página a otra esperando encontrarse siempre la emoción y también la sorpresa, y que todo se vaya secuenciando poquito a poco, en pequeñas tacitas hasta dar con el final de la trama, la intriga y la interrogación, que, salvo contadas ocasiones, siempre suele llegar en sus últimas o en sus penúltimas páginas, y todo lo demás, todo el TODO LO DEMAS del relato policíaco es un ir pasando páginas, descubriendo secuencias, encontrando héroes y villanos, aconteciendo sucesos o disfraces de sucesos, y hasta un poco o un mucho de intimidad, pues, salvo que lo narrado se narre en un hecho breve, digamos como los relatos breves de Conan Doyle con su Sherlock Holmes, donde todo está en el grano y sobrándole todas las pajas de los adornos y los escenarios, al relato policíaco también le debe acompañar su digamos cosa cotidiana, esa cosa cotidiana por donde se desnuda el protagonista como también vienen a desnudarse bien los protagonistas que acompañan al protagonista principal, y que pocas veces pasan a ser personajes secundarios, ni acomodos del relato, sino que también forman parte de la intriga de los hechos narrados, de los hechos que se investigan y de los resultados finales.

El inspector Brown de “Melodía de Obvlco”, la novela de Luis Emilio Vallejo Delgado, como todo buen inspector, como todo buen inspector que se precie, es el hombre excéntrico y el hombre lógico, el hombre brillante y el hombre apesadumbrado, el hombre intrigado y al mismo tiempo, el hombre intrigante, el satisfecho e insatisfecho, el culto y el irracional, también el hombre sexual y hasta el hombre enamorado, con su algo también de hombre raro y de hombre estrambótico, el hombre en color y el hombre en blanco y negro- la novela negra, gracias al cinematográfico, siempre tiene sus secuencias en blanco y negro, como sacadas también de una fotografía de periódico o de una huella dactilar impresa con la tinta del dedo, o al menos, esa es la impresión que siempre guardamos los lectores de novela negra, y yo soy un fiel lector de este tipo de literatura, tan, a priori fácil de leer, y paradójicamente, tan difícil de escribir, salvo que te llames Aghata Christie que escribía novelas policíacas, al mismo ritmo con que se bebía las tazas de te, y que sin ser, literariamente una escritora superior, sí que nadie como ella para la inventiva y la intriga policial, y que también escribía algunas joyas más que nada tenían que ver con el género, como sus memorias y relatos arqueológicos africanos tan magistrales.

Para escribir novela policíaca hay que estar especialmente capacitado, tan especialmente capacitado, que prácticamente ningún escritor de novela negra, o policiaca, o de intriga con robo o crimen, supieron escribir algo que se saliera de esa su memoria literaria en negro.

La capacitación de la exposición, y la capacitación de la intriga, y como casi todo viene dado en la manera de la imaginación, el cómo resolver bien los casos- y ahí, nadie como la Christie o el Conan Doyle, y también la sagacidad narrativa de Patricia Highsmith capaz de hacer del delincuente Mr. Ripley un héroe extraño, y lo que echó tanto de menos Vázquez Montalbán, que lo exponía todo de forma magistral, pero casi nunca daba con la tecla del juicio final de toda novela negra, o sea, su final, más o menos creíble, más o menos lógico, y con juicio de fiar, aunque a veces resulte en juicio erróneo.

“Melodía de Obvlco” es la novela de la intriga y la novela de la poesía también, como no se podía esperar menos en un escritor como Luis Emilio Vallejo que es, ante todo, poeta, y que por esas cosas de la lírica, esa herida o esa sangre del poeta, y hasta ese suicido en do menor sostenido, Luis Emilio vuelca sobre “Melodía de Obvlco”, como si estuviera derramándose él mismo hasta crear la balsa de aceite de la lírica, de la poesía oculta, que también viene o puede venir en un crimen- la poesía también es un asesinato, aunque con muchas plumas, con muchos cielos, y con mucha tiernalidad. Y también es la novela de la digresión, y no de la digresión en singular, sino de la digresión en sus plurales y en sus pluralidades, y para los que, como yo, amamos tanto de la digresión en literatura, tener en nuestras manos un libro donde la digresión se va perfilando a cada instante, verdaderamente es un gozo que se goza admirable. Esa digresión de estar en un lado y de pronto irse para el otro lado, como si se pusiera un intermedio entre realidad y realidad, para darnos la publicidad de la otra literatura, que en este caso viene dar casi todo en poesía, y digresión de la que me ha hecho Luis Emilio protagonista en el personaje de Alfred narrando la otra cosa de su novela, su otra esencia, su historia y su arqueología porcunera, y que también trata de la hermosura, de la hermosura de la palabra lírica de Alfred, o sea, yo, o el otro, pues en el fondo, el personaje de Alfred no deja de ser un heterónimo del mismo Luis Emilio, que ha querido poner sus palabras líricas y mágicas cuando habla de la Porcuna antigua y clásica en boca de otro, de ese otro que soy yo pero es él mismo, quizá por ese mismo motivo que anunciaba antes, para que el escritor que escribe la novela negra no deje de seguir escribiendo su novela negra, y en este caso, me ha cogido a mí como cabeza de turco, o de turno, para morir en el mundo de la poesía dentro del mundo de la intriga, aunque también tiene su poco o su mucho de intriga esas letras en negrita por donde me vacío yo, pero que en realidad, se vacía el interior del poeta que es Luis Emilio Vallejo Delgado, no fuera a ser que con tanta lírica en sus digresiones, y con tanto clasicismo y con tanto narrar distinto como me ha tocado narrar a mí por la sola voz del poeta que es él, se le fueran a confundir los tiempos de los policíaco, y al final el inspector Brown no tuviera más remedio que detener, encarcelar y hasta ajusticiar al poeta que escribe la novela, Luis Emilio, como el gran causante de todos los asesinatos del mundo.

El Inspector Brown, es un inspector con alma de viajero, sin la menor duda, y como al igual que me ocurre a mí, a Luis Emilio también le ocurre la genial idea de amar profundamente a su pueblo y de sentir profundamente sus raíces, esa cosa que se siente en la carne y que los poetas también sentimos en esa cosa de alma que se llama la poesía o sus secuencias poéticas , y como Luis Emilio, en el fondo, es el tipo cortijero y hortelano que se siente agusto entre nuestras cosas propias, que además de ser cosas de pueblo también son cosas universales como bien supieron hacer, decir y exportar los norteamericanos – nosotros nunca hemos sabido hacer de lo de pueblo un mundo, y nunca hemos sabido sacar al exterior nuestra verdad de cortijo como los norteamericanos sí supieron hacer con su verdad de rancho y de vaqueros- hasta Porcuna se trae Luis Emilio, desde Madrid, al inspector Brown para hacerle su hueco migratorio ocasional y temporal entre las cosas nuestras para que el inspector Brown se descubra clásico y a la vez nos descubra a nosotros nuestras esencias clásicas, las esencias clásicas de ser, antes de ser porcuneros, ser de Ipolca sus cosa griega, y de Obvlco sus romanos sin Roma, pero con muchas piedras escondidas, y con muchas voces subterráneas que no han dejado de llamarnos nunca, aunque nunca las hayamos sabido o querido escuchar, y afortunadamente, llevemos ya algunos años siendo testigos y expositores de aquellas grandezas, grandezas que son en este día, cuando en realidad, en los veinte siglos pasados, sólo eran las cosas cotidianas de las siempre cotidianas civilizaciones: sus monotonías, sus costumbrismos, sus paradojas, y su lírica también, porque, en el fondo, al igual que la moda, sólo somos una repetición que se repite tras otra repetición, y así, desde que el mundo el mundo y desde que el hombre es lo que es el hombre, o lo que le han dejado ser, que tampoco ha sido tanto como nos suponemos, aún habiendo sido casi el todo.

“Melodía de “Obvlco”, es una novela que son dos novelas y hasta tres novelas son. Novela dentro de otra novela, historia dentro de otra historia, y hasta novela coral por la que también hablan los espíritus de nuestros antepasados.Por un lado la novela negra que se va desgranando en sus secuencias negras, investigativas o policiales, con su algo también de novela histórica reciente, tan a la mano de la democracia y de la prensa periodística Por otro lado, su novela porcunera del tiempo de los años ochenta, por donde el Inspector Brown y su alegre y camarada cuadrilla se da una vueltecica por Porcuna para ver que le dice y cuenta el pueblo de los pantalones vaqueros y aún costumbrista- todo es costumbrismo en la vida, y todo indefinitiva, una escena matritense- paseando sus calles, paseando sus locales, viendo los horizontes desde la Redonda, sentándose en sus llanetes para charlar o escuchar las conversaciones, gozarse o hastiarse de lo que somos- la vida es un gozo y también un hastío- y habiendo como una comunión entre el inspector y las gentes, que también es buen título para nombrar esta otra novela dentro de la novela que es “Melodía de Obvlco”, y la novela lírica que también es novela histórica, esa que le cuento yo, o sea, el Alfred de la novela, pero que en el fondo la narra Luis Emilio convenientemente disfrazado, o como ausente, y que es la oda homérica de “Melodía de Obvlco”, como si una confabulación lírica y hasta exotérica de Luis Emilio le hubiera puesto una especie de detente al inspector Brown, como diciéndole : “Macho, antes de saber lo nuestro de ahora, párate un poco a escuchar lo nuestro del ayer, un párate que te cuente, de Porcuna, algunas de sus raíces, porque esas raíces son nuestra seña de identidad, o una buena parte de nuestras muchas señas de identidad, nuestras otras identidades, las que nos muestran variopintos y universales, solos y múltiples, yo y lo otro, o los otros, indefinitivos, presentes en el pasado, secuencias y consecuencias vivas del ayer para sabernos sentir en el hoy, más o menos, bien comulgados, y hasta confesados también en la confesión de la lírica, porque, la historia comenzó a contarse a través de la poesía, primero oral y luego puesto todo por escrito pero sin perder la rima, ni aún en las traducciones que de la historia del ayer, nos ha llegado a nosotros en prosa.

En definitiva, una novela múltiple la “Melodía de Obvlco” de Luis Emilio Vallejo, para ser leída y gozada en sus momentos tan distintos y tan distantes en el tiempo, en la prosa y en la lírica. Una novela policíaca pero con muchas cosas más dentro, y hasta una novela de amor cuando el amor se le brinda, y también novela de deseo y hasta de realidad, y un homenaje más de Luis Emilio a Porcuna, desde el ayer, para el hoy y para el mañana. Un regalo más que Luis Emilio le hace al pueblo de Porcuna para que no deje de sentirse en sus letras de oro, y en su alma de nube, y como viene a ser bien en las novelas policíacas, con un final sorprendente, que, evidentemente, no voy a desvelar, y que, como toda novela policíaca, para llegar a él, tendrán que pasar algunos cientos de páginas hasta ver a donde llega el juicio final de esta hermosa historia que tiene a Porcuna como protagonista principal.

ALFREDO GONZÁLEZ CALLADO
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