Ir al contenido principal

Carmen Casado Molina, la cosa esa de la alegría

Si la alegría de Porcuna tuviera un nombre, ese nombre se llamaría Carmen, y si un nombrajo, un nombrajo sonoro con choza y melonar de melones cochos para la alegría de las farolicas en la fiesta de los niños y el gazpacho porcunero, antes que el azúcar estropee su verde de campo volviéndolo amarillo de mercado.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
Fotografía: Antonia Casado

Si había un lunar volando en golondrina negra por los aires de Porcuna, Carmen “la Meloneta”, lo cogía en el aire elevando sus manos como para atrapar una mosca o dar un vuelo grácil de sevillanas bailadas, para prenderlo en su mejilla en plan lunar postizo y madamero de la aristocracia francesa, la de la María Antonieta de los altos pelucones blancos, los pícaros abanicos con miradas de reojos y los quevedos cornamentales embrujando dignidades. Quizá Carmen hasta fuera capaz de atrapar la mosca pejiguera para plantarla en el jardín de su pelo hasta volverla mariposa, que toda la gracia estaba en saber llevarlo todo, en saber ponérselo todo, en saber lucirlo todo, y si quedaba bien, pues bien quedaba, y si acaso mal, lo dicho, convertir la mosca en mariposa y al mosquito chillón en canción de tocadiscos chirriando por los corrales el bailar de los pasodobles.

Si la alegría de la risa tuviera nombre en Porcuna, qué duda cabe que Carmen Casado Molina se llevaría todas las papeletas de la rifa del jamón, y le tocaría el gordo del sorteo para abrir una boca amplia y lanzar al viento de las cosas pusilánimes y apocadas el poder de su carcajada hasta abrirle al día sus enormes alas dicharacheras. Quitar vendas de los ojos y comprobar que una mirada puede más que mil palabras, y una carcajada a tiempo bálsamo de fierabrás para enderezar los entuertos, soñar con molinos de viento y ser de la posada la posadera que sirve el vino de los pellejos oscuros, y levantarse los faldones para bailar sobre el barro el baile de la pirueta silvestre de los caminos.

Si flor, clavel, reventón en la boca, reventón en el pecho o en el rizo del peinado. Carmen desterró del calendario agnóstico de los tiempos las moñas de los jazmines y se puso a plantar macetas con claveles para ofrecer a las jovencitas de los años cincuenta las nuevas alegrías, y descorrerle a los tiempos sus muchas batallas perdidas, y diseñar un presente de músicas modernas, encorajinadas y febriles como rosas que estallan en la boca.

Por los mediados y finales de los años cincuenta había en Porcuna dos sociedades, la de los vencedores y la de los vencidos, aunque, a veces, vencedores parecieran vencidos y vencidos vencedores, lo que iba de una risa a un llanto y de un llanto a una risa, y luego estaba la sociedad secreta en la que habitaba Carmen “La Meloneta”, la que en lugar de bailar la “Campanera” de Joselito, bailaba con el “Eso es el amor” de Los Chakachas, y en vez de ir al cine para ver “¿Dónde vas Alfonso XII?”, se desternillaba de risa con la carcajeante sesión nocturna de “Vuelve chistelandia”, o se atrevía curiosa con “La gata sobre el tejado de zinc” , a pesar de tanta tijera en el beso, tanto postizo subido de pechera y tanta falda hasta los tobillos dibujada con rotulador, la que la inquisición de la censura beata y barata alargaba hasta los tobillos para negar la naturaleza de la carne.

A la Porcuna de finales de los años cincuenta había que despertarla con ligereza de cascos y una sonrisa en los labios, pegarle una bofetada a la sociedad bienpensante de las batas negras, los rosarios de plástico y las cadenas de oro, y escardarse el pelo para ponérselo apanochao y mucha laca con pegamento y con brillo como si lo luciera Antoñita Peñuela en su gitana espabilá. Subirle tres dedos a lo largo de la falda hasta descubrir el pecado de las rodillas y la depilación con “Filomatic”, de acero inoxidable con micocromo; enterrar las medias de nailon y lucir carne morena, esmalte rosa en las uñas de los pies para calzar los zapatos de medio tacón como adolescente de la France.

A la Porcuna de finales de los años cincuenta había que descubrirle su risa oculta y sus mejillas ruborizadas para ser europeos en lo más visible y un poco menos africanos con tantos velos y tantos rezos. Descorrer del escenario de las bailarinas la antigualla de los bailes regionales y vestirse de chica de la cruz roja o de sor Citroen para espabilar un poco el pabilo de la vela hasta volverla lucecitas de colores dando vueltas a un guateque de verano para poder contonear el cuerpo desalmado con músicas de los Eurogrup, los Vagabundos, los Serenedes o Cuco y los Escorpiones; adelantarse al adelanto de los años yeyés, perfilando ya el cambio necesario a pesar de lo escandalizado de una sociedad quieta, beata, taciturna, milagrera, medieval y servicial hasta la extenuación, que confundía una carcajada con un pajar lleno de amantes fornicadores, y una minifalda con la tentación del diablo, siempre presto a descubrir las braguitas de cuello alto a las muchachas nerviosas con el pecado de su tridente, y asfixiar modernidades con los rezadores credos de las misas matinales.

Carmen Casado Molina le barría y fregaba a los exquisitos escupitajos de las almas conclusas y empezó a poner macetas en los balcones para vestir de feria todos los instantes de su vida. Bordó mantelerías con flores y cojines con rosetas para darle color a la cosa esa negra de las miradas por el suelo, y las manos juntitas que parecían estar rezando siempre como pidiendo un castigo y un MEA culpa sin culpa ninguna, sino con mucha juventud hirviendo en la sangre y saliendo por los ojos y por las risas. Abrió las manos para acoger gentes, hablas y risas y era como un Cristo alegre al que se le habían caído los clavos para arar la tierra y descubrir las bondades verdes de los tesorillos de nácar.

Carmen “La Meloneta” se envolvió en la risa para salir del blanco y negro de los sepias de antaño, como si se hubiera limpiado los dientes con perborato, o los quisiera lucir de oro en los empastes capitalinos.

-Esta mujer es la mujer que nació riendo, al contrario de todos los partos de la historia, que son partos llorosos y encharcados.
-Igual cuando abrió los ojos Dios le contó un chiste del que todavía se está riendo.
-O descubriera un clavel en el seno de su madre, y en lugar de leche, hubiera mamado licores espiritosos…

Carmen “La Meloneta” abría las ventanas de su casa para que saliera la música de la radio para ocupar los desconsuelos y comenzar los bailes madrugadores por las calles. En los silencios aquellos de las mañanas con rezos en el ángelus de las doce, y los tintes de los negros sobre las ropas de color que daban en estampados extraños con grises pétalos y ramas carbonizadas, Carmen Casado sacaba sus sábanas de colores para airearlas al sol bendito y asombrado del Callejón de San José, y pintaba de arco iris los instantes de las lágrimas. Carmen arco iris irisando algarabía sobre las blancas fachadas de las casas, sacando miradas por las tristes ventanitas de los hierros oscuros por donde miraban las abuelas, las mocicas viejas, las marujas sin sal y los hombres del esparto, esas extrañas cabriolas enseñando por las ventanas la intimidad secreta, los colores prohibidos y las músicas pecaminosas. Asuntos de mujer que nació para la risa, para los colores y para el chiste socarrón y picaresco, ese que, sin decir mucho decía lo suficiente para crear una duda, esa especie de chotis bien cantado en la ventana del escenario, que en los juegos de palabras y en los silencios pendientes, le descorría al tiempo su socarrona carrasqueña hasta bordar en las frentes cuatro gotas sudorosas y en las mejillas rubores escondidos tras los visillos de los espantos, y un santiguarse mucho la frente para ganarse el cielo.

-Carmen, y si nos cantaras la copla “Ay mi perro” de la Niña de Antequera, como si fuera un disco dedicado.
-Es que aún no me he aprendio la letra. Mejor te canto “La chica de la cruz roja” de Ana María Parra, que me la sé mejor.
-¿Y eso no será mucha indecencia, Carmen “La Meloneta”?
-La indecencia es estar con la oreja detrás de la puerta.

Por el Callejón de San José, Carmen cantando sus coplas dándole alegrías de verbena mientras hacía las tareas de la casa, mientras por las rejas de las ventanas se escapaba el olor de las carnes estofadas y se llenaban los vasos con el gazpacho del verano.

Nunca calle tan alegre como ese Callejón de San José, donde Carmen “La Meloneta” tenía su posada, su banda sonora, su escenario y su puerta abierta para que salieran los malos espíritus de la conciencia antigua y entraran los buenos aires de las capitales europeas.

-A mí, lo que verdaderamente me gustaría, es visitar el Paris de la Francia.
-¡Madre del amor hermoso! Dios te salve María, llena eres de gracia…

En los corrillos de las aceras, la alegría siempre de Carmen rejuntando a la gente, le teñía a la pena su silencio de cementerio para bailarle a la muerte el baile de los cumplidos y la higa del desprecio. Carmen jugaba al juego de la comedia de la vida, a estos tres días que estamos por aquí haciéndonos lo imposible, y a falta de pan tortas que no faltaran, y a falta de modernidades la escena de un sonrisa dibujando chispitas de colores en los brillos de los ojos.

En los corrillos de las aceras, las sillas de anea hacían su rueda de pavo real para la charla de las tardes idas, cuando el sol se ponía por las lindes de la calle y comenzaban a encenderse las bombillas de las fachadas, con ese municipal con la tranquilla de pinza subiendo para arriba las palancas de los interruptores.

-Qué alegría de luz la luz nueva de la noche.
-La alegría de la luz está en tus ojos, Carmen, capaces de resucitar a un muerto y pintarle a la pena su tinte de peluquería.
-¿Te canto el “Canastos” de Gloria Laso y Luis Mariano?
-Todo canto de tu boca, “Meloneta”, suena a copla de carnaval.

Por momentos, Carmen desaparecía de las charlas del corrillo, y a la na se presentaba disfrazada de guiñapos sacados de las arcas y las abuelas herencias. En la acera, Carmen le sacudía a las losas las huellas oscuras de las pisadas apesadumbradas, y comenzaba el juego de los carnavales del ayer. Y ahora con una mano, y ahora con una pierna; en el juego del escenario la actuación de Carmen levantaba carcajadas a las vecindades del moño y sacaba las risas más profundas, las repudiadas de las almas, o las más sonoras la de las niñas con trenzas y los niños con tirantes.

La escena era suya como suya era la calle a la que Carmen convertía, por el truco de sus disfraces, en la calle de la alegría, y por unos momentos parecía que se le cambiaban a las fachadas sus blancos de la cal, como si la puesta de sol las vistiera de rojos y anaranjados.

-Esta Carmen parece que nació en carnaval, más que en diciembre de aceituna, y guerra recién dejada.

Cualquier momento era el momento de “La Meloneta” disfrazada, de carnaval, y aún cuando el carnaval estuviera prohibido en el álbum inquisidor de los hechos pecadores, y sólo a escondidas de un hogar con todos los cerrojos echados o en un remate de tractor y aceituna, Carmen se ponía su máscara, se ponía su bata, su toca con calaícos o su boina del abuelo, cogía la marra de olivo o el pantalón de pana con la correa bien apretada y el pantalón muy subido, y comenzaba el juego solitario, solidario y perspicaz del caricato teatrero, que si la coja, que si la bizca, que si la tonta, que si la virgen, que si la santa, que si el cura o el ministro, que si la rica, que si la pobre, que si el abuelo, que si la abuela, o la señora con criada o la criada con señora, que si el tonto que si el listo, el alcalde o el ministro, una Carmen “La Meloneta” en sus mil personalidades de artista de circo o de revista de invierno, y aquí fingía una caída, y allí remendaba un clero, aquí un cojo con chiste o una anécdota con moraleja. De aquí cogía una música y se inventaba una letra con su pícara intención y le daba un revolcón a los tiempos de la espera haciendo guasa y suspiro, cuando no porcunalandia. Carmen le abría a la tristeza sus dientes cariados y las carcajadas se abrían de las bocas sin dientes hasta abrirle a la luna sus oscuros secretos y sus ensueños con palmas.

-Qué penica que se acabe la noche ya, Carmen, y tengamos que recogernos como una flor de caléndula.
-Por la luna abren los periquitos sus formas y sus olores, Carmen.
-Para mañana por la noche ya me estoy pensando con que cosa me disfrazo para recrear el ambiente de una convivencia de cortijo: y donde poner la mofa, y donde el acertijo, y donde la cosa lírica que usaban los poetas sentimentales y suicidas.
-Haznos la coja y la malhumorada, Carmen, y la ligera de cascos y el cura casquivano y puñetero, y cuéntanos el chiste de la niña virgen que se fue al pajar, o la historia del tonto de capirote que se comió las habas duras, Carmen…

Si la alegría de Porcuna tuviera un nombre, ese nombre llevaría nombre de mujer y se llamaría Carmen “La Meloneta”. La alegría de las calles, de las tiendas de barrio y de los puestos de la plaza y de los bares con refrescos y raciones de calamares fritos. La alegría de las calles bajo el paraguas de los tejados, la que nunca lloraba si no era en los recuerdos tristes que se lloran debajo de la cama, para que nadie vea las lágrimas y sólo puedan y deban ser secadas con una nueva sonrisa perfilándose en la boca y en el brillo de los ojos, el rosa de la mejillas y el calambre de los cuerpos desternillados.

Para Carmen “La Meloneta” cada día era una verbena y cada momento el momento de ir a la peluquería y lucir peinado alto. Cada momento el momento de ponerse el vestido alegre, el rosa, el amarillo, el verde limón o el otro con estampados florales, o el de lunares si llevaba clavel e iba de romería; ponerse los zapatos de medio tacón para que sonara sabroso el paso por los enmedios de las calles. Cada día el día y el momento de ponerse su collar de perlas, el de una vuelta, o el de tres, reluciente y adamado como perlas de verdad, con su broche de plástico lleno de circonitas falsas pero que brillaban y lucían como autenticas; pintarse los ojos con los colores azules y los labios con el carmín colorado, y un toque de Bella Aurora en las pálidos carrillos para lucirlos alegres y hermosos donde los bailes.

Colgarse de un brazo su bolso blanco lleno de pañuelos bordados, avellanas cordobesas, chicles Bazooka y un botecillo de plástico lleno de agua de colonia; y del otro brazo, amarradita y enamorada como pareja nupcial al brazo de su José, el José Casado Montilla que seguía a Carmen en sus alegrías, telonero y aguerrido, galán y dicharachero, perfilándole a su Carmen los cármenes de las flores, las hechuras de sus pasos, orgulloso de su Carmen como un recién enamorado siempre, que lo vestía de sonrisas y de bailes disfruteros, haciendo la pareja más galana, salerosa y gentil que se paseaba por Porcuna, a la que iban las miradas y los piropos picantes, la que levantaba de las polvaredas de estrellas y se le quedaban prendidas en las ropas para teñirlos de purpurinas, en esa extraña, sonora y lírica estampa que emanaba de esta pareja dichosa luciendo garbos y sonrisas de revista del corazón.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
Fotografía: Antonia Casado

Si un cohete sonaba, o unos murmullos alegres, ya estaban la Carmen y el José hurgando en los armarios, las cómodas y los baúles para sacarle a las ropas de fiesta sus colores más optimistas, que era la Carmen y el José la pareja festiva que no se perdía un jolgorio, ni con viento ni tormenta, ni aguacero de las nubes; que si paraguas paraguas, y sino, canalillos de las tejas y sombreros de los balcones, que ellos lucían siempre la alegría de sus días como maisas bailando sobre el aceite hirviendo hasta volver blanco el maíz de flores y sales marinas.

Si fiesta con procesión, tras la procesión recogida el baile abierto. Si fiesta sin procesión, tras el paseo por Jesús, los pedidos de las danzas con las guirnaldas luciendo sus anuncios del buen vino. Por la Píldora en Piñata, por la Feria en el ferial de una caseta hasta otra, y por Alharilla en el Llano, de un baile para otro baile, si en verbena verbeneros, y sino para los bailes de los guateques juveniles. Si pasodoble pasodoble, si tango tango, y si agarrao agarrao, con las mejillas juntitas diciéndose cariñitos, y si música moderna, la Carmen y el José descontrolando caderas hasta descubrir el vestido de las alegres minifaldas y los mozos con melenas y pantalones de campana, que en eso del compás de los bailes, pocas parejas podían competir con la Carmen y el José: dos alegrías sonoras en el centro de la pista danzando las piruetas de los danzantes de cine de las películas americanas.

-¿Y no se cansan nunca de bailar la Carmen y el José?
-Antes se rompiera el tocadiscos; y si se rompiera, la Carmen canta la copla y el José toca los palillos del tambor hasta que el alba le levante al baile sus pies cansados.

Carmen, como mujer de la alegría, era la mujer que se llevaba bien con todo el mundo: si rico, rico, si pobre, pobre, y si de medianías o condición, en las medianías y la condición de cada cual, la Carmen diciéndole siempre sí, aunque pareciera que no: una forma de jugarle a cada uno su juego,”que ca cual es ca cual, y ca uno tiene su avío”
En su casa cocinera y arreglante de los asuntos, calentándole a la escoba y el mocho la canción de la Cenicienta, dándole siempre las doce en sus doce campanadas, y cuando estas tocaban sus caprichos imposibles, le cambiaba el sentido al cuento para hacer aparecer a su príncipe encantado vestido para una boda en su clavel reventón.
Servicial de corazón, sin más cumplido que un gracias bien dicho o una sonrisa para su sonrisa, que levantar una risa era su capital importancia y su capricho sereno.

-Aquí está Carmen “La Meloneta”, para lo que haga falta.
-Nos falta tu gracia y tu sonrisa siempre, Carmen.
-Pues, ea, vamos a echarnos unas risas aunque se pegue el puchero.

Sí, si la alegría de Porcuna tuviera su nombre, este nombre se llamaría Carmen, la que se nos fue tan pronto dejando huérfano el teatro de las comedias, sin haber acabado de cumplir aún todas sus risas y todas las alegrías que le faltaban aún por reír.

El nido nos la nació cantarina, alegre y llena de sonajeros, y del nido se fue con la sonrisa en la boca y como diciéndose: “A ver que se le va a hacer, si así lo quiso el destino”

Por el Callejón de San José siempre se echa en falta aquellas noches con Carmen en las charlas vecinales. Falta su disfraz diario y su sonrisa perenne y su broma con gorgoritos, su carichata interpretación y su vasejo de ponche con melocotón. Por el Callejón de San José los vecinos siguen buscando a su Carmen por las paredes, como una cara de Bélmez que debe de estar ahí para siempre como si fuera escultura de monumento; paredes desconchadas para hacer de Carmen mil cármenes por el suelo, sonriendo como jazmines sin marchitar o pétalos de papel. Y a los bailes le faltan los bailes de Carmen y de José, y a las bodas, y a los bautizos, y a las comuniones, y a la Feria, y a la Romería y hasta al botellón de los adolescentes por el Albaicín, y a la verbena de San Lorenzo. En tantas cosas de Porcuna falta ya “La Meloneta”, la de la sonrisa siempre, la que se reía de todo y con todos, pues, a fin de cuentas:

-¿A qué hemos venido a este mundo, Carmen?
-Pues, a reír un poco, coña…

Carnavalera a destiempo con el tiempo de su risa. Del alto de la cornisa los alegres papelillos recogidos de la Feria. Carmencita en la conciencia de hacer la risa más amplia y la alegría más genial; desde el blanco de la cal te pintaban las paredes con su son de cascabeles y sus manojos de rosas. Meloneta de las cosas sagradas de las vivencias, por la acera de la ciencia la ciencia de tu creencia se hacía ramico de novia, y en el baile de la noria tu carcajada sonora levantaba las alcobas y las tristezas ajenas, hasta formar la cadena de las manos por el aire. Carmen Casado en la salve cantarina de los pasos. De un brazo para otro brazo, tú José dándote vueltas para ondularte en las fiestas la falda como campana. Atronadora proclama de ser tu nombre una aurora, que a la sombra madrugadora tañían con lentejuelas, para quitarle a la pena su triste velo marrón. Meloneta del turrón y las tómbolas tronantes, del brillo de los brillantes pulías tú las conciencias haciendo conciencias nuevas del dos por tres de la vida, que en el fondo, cuatro días son los que estamos en tierra, sobre esta tierra que yerra. Sobre esta tierra que quema, le hacía la Meloneta el juego de los adornos para cocer en el horno donde se cuecen las risas. Una ilusión con caricias dibujadas en la boca. Carmen salerosa y loca, Carmen joya y yerbabuena, del ayer de las cadenas tu presencia soñadora tiño los ecos de sombra hasta hacerlos cantarines. Una ilusión de violines, una bonanza de aromas, como aguas de colonia derramándose en tus lágrimas. El hoy de las tardes largas llama a tu nombre en audiencia. Venga hacia aquí tu presencia, en estos tiempos tan negros para apartar el infierno dibujándonos sonrisas.

ALFREDO GONZÁLEZ CALLADO

© 2020 Porcuna Digital · Quiénes somos · montilladigital@gmail.com

Designed by Open Themes & Nahuatl.mx.