La Transición fue un tiempo único e irrepetible, un tiempo en el que se hizo lo que se pudo con los medios disponibles, bajo un contexto que por entonces estaba lleno de dudas y desconfianza, y que paradójicamente se convirtió de forma inesperada en un tiempo en el que se trabajo rápido y bien, acabando con las dudas y haciendo frente a la desconfianza, un trabajo compacto, realizado entre todos, unidos luchando contra las dificultades.
El miedo a los enfrentamientos de décadas atrás seguramente tuvo mucha culpa de esta unidad. ‘Unidad’ que había sido impuesta de forma obligada por la dictadura y su represión, cerrando las fronteras y encarcelando la libertad.
¿De qué somos capaces los españoles cuando trabajamos unidos con un objetivo común? Cuando los ciudadanos estamos convocados a realizar una tarea compartida, cuando las fuerzas políticas están unidas en esa tarea, y cuando hay lideres valientes, decididos y empeñados en avanzar en la dirección de ese objetivo, se ha demostrado que la maquinaria se pone un funcionamiento de forma efectiva y eficiente.
Esta fue la clave que hizo posible que la transición española se llevará a cabo en un tiempo record, capitaneada por Adolfo Suárez, hijo de republicano, y a la vez muy católico, tanto que barajó la posibilidad de ingresar en el seminario. Él fue capaz de hacerse oír, de aceptar consejos y de desplegarse a las circunstancias, respetando la realidad que imponía un país joven y ansioso de libertad, en el que había una tarea común, recuperar los derechos y libertades que todo ser humano debe tener. De ahí que no dudara en escuchar a la oposición. Su primer año de gobierno fue fulgurante de decisión, de rapidez y de unidad, sin duda esta fue una de las claves en aquella época, no se titubeó, se actuó.
Fue elegido presidente en julio de 1976, por el Rey Juan Carlos I para conducir la reforma política, y aunque tuvo numerosas dificultades para elaborar el equipo de gobierno, ya que los grandes detractores de su persona eran los mismo que anteriormente habían estado ligados políticamente a él, entre ellos el sector más conservador, elaboró un equipo joven y moderado, que tenía como principal objetivo devolver la soberanía al pueblo español, produciéndose las primeras elecciones el 15 de junio de 1977, elecciones que ganaría Suárez bajo las siglas de Unión de Centro Democrático, quedándose a unos escaños de la mayoría absoluta. Sufragios que volvió a ganar en 1979, convocados tras la aprobación de la constitución de 1978.
La maquinaria democrática y de partidos ya estaba a pleno rendimiento. Si bien es cierto que las presiones que recibía Suarez en su propio partido eran cada vez mayores. A la fiesta se unió el PSOE, que presentó una moción de censura que, aunque derrotada de antemano, deterioró aún más la imagen de un Suárez desprovisto de apoyos en su propio partido, y que por el contrario daba fuerza a Felipe González, que ya se veía como sucesor en la presidencia, y así lo corroboraban las encuestas. Finalmente la presión pudo con Suárez, que el 29 de enero de 1981 optó por presentar su dimisión tanto como presidente del Gobierno como de Unión de Centro Democrático.
La democracia se viste de luto
En una de las primeras intervenciones públicas de Suárez tras ser elegido presidente en 1976, resaltó que su gobierno no representaba opciones de partido, sino que se constituía en “gestor legítimo para establecer un juego político abierto a todos”. Todo lo contrario de lo que pasa en la actualidad. Los partidos políticos están por encima de la mayoría de los políticos, que son presos de las órdenes que desde arriba se dictan. Esto lo sufren los ciudadanos. De ahí que el trabajo realizado por Suárez se revalorice, los tiempos han cambiado, los políticos también.
A otra escala, las administraciones, autonómicas y provinciales sobre todo, también se visten con los colores de los partidos que las manejan, y aunque su deber es gobernar para todos, siempre tenderán a favorecer a aquellos que comparten sus colores, haciendo de esta democracia, una democracia enmascarada.
Hoy muchos de los que lloran la muerte del Presidente, son los que ya acabaron antes con su vida política, aquellos que se inmiscuyeron en la lucha de partidos, en la lucha por el poder a toda costa, donde se pierden los valores democráticos que tanto costo recuperar. Una sociedad dividida, sobre todo a nivel político, que durante unas horas puede hacer el paripé de unidad, unidad que nadie se cree.
La figura de Adolfo Suárez nos recuerda de qué somos capaces los españoles cuando estamos unidos, aunque si me permitís una pequeña reflexión, en este aspecto soy algo pesimista, y ojalá esto algún día cambie, nuestra cultura, por naturaleza rompe la unidad al poco tiempo de producirse, el buen español, se preocupa de sí mismo sin mirar más allá, eso sí, si los acontecimientos lo requieren hay que sacar la bandera, la misma con la que celebramos un mundial, y despedimos al primer presidente de la democracia. Luego esta bandera cae olvidada en el cajón a la espera de algún acontecimiento que requiera de su uso.

El miedo a los enfrentamientos de décadas atrás seguramente tuvo mucha culpa de esta unidad. ‘Unidad’ que había sido impuesta de forma obligada por la dictadura y su represión, cerrando las fronteras y encarcelando la libertad.
¿De qué somos capaces los españoles cuando trabajamos unidos con un objetivo común? Cuando los ciudadanos estamos convocados a realizar una tarea compartida, cuando las fuerzas políticas están unidas en esa tarea, y cuando hay lideres valientes, decididos y empeñados en avanzar en la dirección de ese objetivo, se ha demostrado que la maquinaria se pone un funcionamiento de forma efectiva y eficiente.
Esta fue la clave que hizo posible que la transición española se llevará a cabo en un tiempo record, capitaneada por Adolfo Suárez, hijo de republicano, y a la vez muy católico, tanto que barajó la posibilidad de ingresar en el seminario. Él fue capaz de hacerse oír, de aceptar consejos y de desplegarse a las circunstancias, respetando la realidad que imponía un país joven y ansioso de libertad, en el que había una tarea común, recuperar los derechos y libertades que todo ser humano debe tener. De ahí que no dudara en escuchar a la oposición. Su primer año de gobierno fue fulgurante de decisión, de rapidez y de unidad, sin duda esta fue una de las claves en aquella época, no se titubeó, se actuó.
Fue elegido presidente en julio de 1976, por el Rey Juan Carlos I para conducir la reforma política, y aunque tuvo numerosas dificultades para elaborar el equipo de gobierno, ya que los grandes detractores de su persona eran los mismo que anteriormente habían estado ligados políticamente a él, entre ellos el sector más conservador, elaboró un equipo joven y moderado, que tenía como principal objetivo devolver la soberanía al pueblo español, produciéndose las primeras elecciones el 15 de junio de 1977, elecciones que ganaría Suárez bajo las siglas de Unión de Centro Democrático, quedándose a unos escaños de la mayoría absoluta. Sufragios que volvió a ganar en 1979, convocados tras la aprobación de la constitución de 1978.
La maquinaria democrática y de partidos ya estaba a pleno rendimiento. Si bien es cierto que las presiones que recibía Suarez en su propio partido eran cada vez mayores. A la fiesta se unió el PSOE, que presentó una moción de censura que, aunque derrotada de antemano, deterioró aún más la imagen de un Suárez desprovisto de apoyos en su propio partido, y que por el contrario daba fuerza a Felipe González, que ya se veía como sucesor en la presidencia, y así lo corroboraban las encuestas. Finalmente la presión pudo con Suárez, que el 29 de enero de 1981 optó por presentar su dimisión tanto como presidente del Gobierno como de Unión de Centro Democrático.
La democracia se viste de luto
En una de las primeras intervenciones públicas de Suárez tras ser elegido presidente en 1976, resaltó que su gobierno no representaba opciones de partido, sino que se constituía en “gestor legítimo para establecer un juego político abierto a todos”. Todo lo contrario de lo que pasa en la actualidad. Los partidos políticos están por encima de la mayoría de los políticos, que son presos de las órdenes que desde arriba se dictan. Esto lo sufren los ciudadanos. De ahí que el trabajo realizado por Suárez se revalorice, los tiempos han cambiado, los políticos también.
A otra escala, las administraciones, autonómicas y provinciales sobre todo, también se visten con los colores de los partidos que las manejan, y aunque su deber es gobernar para todos, siempre tenderán a favorecer a aquellos que comparten sus colores, haciendo de esta democracia, una democracia enmascarada.
Hoy muchos de los que lloran la muerte del Presidente, son los que ya acabaron antes con su vida política, aquellos que se inmiscuyeron en la lucha de partidos, en la lucha por el poder a toda costa, donde se pierden los valores democráticos que tanto costo recuperar. Una sociedad dividida, sobre todo a nivel político, que durante unas horas puede hacer el paripé de unidad, unidad que nadie se cree.
La figura de Adolfo Suárez nos recuerda de qué somos capaces los españoles cuando estamos unidos, aunque si me permitís una pequeña reflexión, en este aspecto soy algo pesimista, y ojalá esto algún día cambie, nuestra cultura, por naturaleza rompe la unidad al poco tiempo de producirse, el buen español, se preocupa de sí mismo sin mirar más allá, eso sí, si los acontecimientos lo requieren hay que sacar la bandera, la misma con la que celebramos un mundial, y despedimos al primer presidente de la democracia. Luego esta bandera cae olvidada en el cajón a la espera de algún acontecimiento que requiera de su uso.
FRANCISCO SUSÍN