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Domingo Varjas Peláez 'El afilaor (Secuencias con Taramillo)

Domingo Varjas Peláez “el Afilaor” de San Benito, siempre iba a la carga y descarga de su apellido sonoro, como en una reminiscencia o como en un asombro de secuencias o sentencias saramagas, aquellas que le dieron al apellido del noble escribidor portugués sensación de nombrajo para tan preclaro apellido, por donde corren las semillas de las palabras y de las conciencias.

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¿Varjas, Vargas, Bargas, Barjas…? Una llovizna de apellidos llamando en las nominales secuencias de las actas bautismales, de las guardadas con celo y antigüedad en los católicos manuscritos.

A Domingo Varjas se le descomponían los apellidos en un juego de acertijos y jeroglíficos raros: ¿Vargas, cristiano y moreno renacido en un romance lorquiano con sangre de navaja y de toronja? ¿Barjas, de alta ortografía para un niño sin escuela y sin carné de identidad? ¿Bargas sin música y sin epitafio, quizá como un epitalamio que no sabe hablar sino en las consonantes de una tumba? Pero no, tú estabas en los Varjas bujalances, señores de las chispas de colores y las buhoneras caminatas por esas tierras de plomo, con flor de mirto y yerba de laurel alumbrando en un huerto rociado de lagrimitas.

Domingo Varjas Peláez apoya en el Varjas de su menester de buhonero el ándele, ándele del arreo de la tarazana marcando por las ruas de aquellos tiempos de adoquines, guijarros y extrañas lunas moras, el circuito caminero de los que buscaban los cuartos por los asfaltos de las carreteras o las tierras apisonadas de los carriles, los que acortaban las caminatas o ensombrecían el paso del Varjas cargado con el carrillo para despistar a los civiles y a los recaudadores de los aranceles: mulo llevando carga de remolque , con un botijillo de agua para calmar la andariega sed, un mendrugo de pan donde el aceite fresco dibujaba un arroyo o un empape de charca, y esa siempre raspa de bacalao, que más que proporcionar sustento y mantenimiento harto, llamaba al agua del porrón de verano para que en el estómago cayera un peso que lo colmara, que lo colmara o engañara, como colman o engañan los versos de amor a la amada, sin comprender que los delirios amatorios del poeta sólo son palabras rimadas.

Yo veo a Domingo “El Afilaor” por San Benito, en la acera de su caseja: puerta bordada en marrón y con clavos de puerta de castillo, una ventanica pequeña por la que entraba el sol pequeño del mediodía alumbrando los interiores de las cosas, por donde Adelaida García trajinaba sobre el fogón de la cocinilla los cuatro avíos del puchero mientras daba a su moño cano los enredos del roete , la compostura aldeana del recogido en horquillas, brillando en su mano la sortija del matrimonio y en el delantal gitano la cosa aquella de los mandamientos con sustancia.

Juncal sin mimbre. Delgada forma acabada en boina y en guedejas de brillantina peinadas a mano con saliva. Blusón de tela áspera como lija, con bolsillo sin tapa por donde asomaban los apaños del fumador: los chisques con yesca, en su cuerda y en su piedra de chispa, y el cuero repujado y ennegrecido con solera de la petaca donde se guardaba el tabaco de picadura, y un librillo de papel donde nunca se escribían historias, y tal vez un pañuelo de seda con dos iniciales bordadas que llamaban al matrimonio.

Juncal sin mimbre. Domingo “El Afilaor”, dándole al pedal de tableta del carrillo su ensayo y engrase mañanero antes de echarlo a la vida de los afiles, su maniobra de noria o de rueda de molino y al remoje del agua, canalillo de huerta, para el temple del acero, la redonda piedra de esmeril girando la rodadura silbante por donde elevaban las chispas su festiva cosa de fuegos artificiales, como si Domingo, en lugar de estar en los preparativos del trabajo, estuviera ya de feria tocando los platillos metálicos de la banda de música, o en asuntos de pedidas y rompeduras de teja, tocando en la bandurria juglar de las rondallas callejeras aquello de qué bonitos ojos tienes debajo de esas dos cejas, porcunera salerosa. O todo fuera un diminuto cielo de estrellas, tan en las manos, que quemaban como queman los besos de amor y acercaban tanto a las otras formas de las estrellas muertas.

Las mañanas se hacían nieblas en los caminos de los buhoneros de las mercancías, de los oficios y de las componendas: trajinadores del otro ayer de los alimentos con gula y festividad, y los oficios de almanaque y esperas largas. Véanlos ahí como una estampa que no se cuenta en la Historia, porque la Historia sólo cuenta la historia que quiere contar, con nombres, apellidos y números romanos, hechos heroicos y dislates sin tamboriles, pero no las historias de los hombres de a pie.

Por los caminos y las entradas de Porcuna, los viajadores de a pie, sudando cuestas y reposando llanos. Domingo “El Afilaor”, al arrempuje del carrillo, dos manos como llevando el toro de ensayo con el que mejor se lucen los toreros de las capeas de mentirijillas, mientras por el cruce gigante de todos los cruces de los comercios de a pie, Domingo se encontraba, mientras él salía buscando otros pueblos y otras rutinas, con el que traía la miel en sus oscuros pellicos de fonda quijana, con la paragüera que entraba a Porcuna para componer las descompuestas varillas de los paraguas de invierno, con la gitana que traía las sábanas de los ajuares y el romero para la buena ventura y el remedio para el mal de ojo, con el garbancero del trueque y el cenacho de mimbre, con el hombre de la sal de las salinas romanas apaciguando de los borricos sus gruñidos perezosos tan de mañana, o con aquel hombre del queso que cambiaba alimentos de cueva y de moho por tres pesetas o cuatro besos, o con el que acarreaba el agua de la Huerta del Comendador o Cantarero, tan mañaneramente fría y tan necesaria, el piconero portando sus cuatro sacos de picón de vareta para calentar los inviernos de los braseros al remueve de las paletas, y quizá por otros cruces, se encontrara Domingo por sus caminos, las carretas de los cómicos de la legua haciendo siempre su viaje hacia ninguna parte. Bohemios de los caminos quitándose el hambre con el desuelle de sus alpargatas. Trabajadores de todos los oficios medievales. Alumbres para los pueblos que esperaban estas visitas con las puertas abiertas y los monederos llenos de perras gordas.

Visitador de los pueblos cercanos para el afile de los aceros: Lopera, Cañete, Arjonilla, Valenzuela, Alharilla, Arjona, Bujalance. Domingo pregonando la musical perorata del vozarrón galán y macho: “¡El afilaor, ha llegao el afilaor; mujeres de este pueblo y de estas calles, saquen sus cuchillos de las cocinas, sus tijeras de los costureros, sus hachas de las cuadras, sus pensamientos de las almas. Ha llegao el afilaor. Por tres perrillas y un beso de agua doy fortaleza al acero y buen cortar a las carnes. El afilaor, señoras, ha llegao el afilaor…. ¡”

Y antes y después del vocerío anunciador y pregonero, Domingo sacándole las notas musicales al taramillo de madera, ese sonido que no se puede ni se debe escribir con palabras ni con signos para no perjudicar al alma de las onomatopeyas. Una música estridente de avisos y salvedades. Música de callejuelas del menestral artesano de los aceros. Silbo que silba músicas sin baile. Pito chiflón descomponiendo armonías y recogiendo delantales. Domingo con el taramillo en el viento de su boca convocando a su alrededor un arrejunte de hierros vírgenes para el afilado. Una verbena popular convocada ante el anuncio de la flauta afiladora, y un corrillo de niños queriendo saber la majestad de ese hombre con boina que al meneo del pedal elevaba lumbres y sonidos silbantes. El hombrecillo de la rueda con luces de estrellas. Un poema de amagos y desamagos haciendo saltar de los yerros el espíritu de sus chispas de colores.

Veolo caminar a Domingo, de pueblo en pueblo y de gentes en gentes, en su ida mañanera con el sol apenas levantado y en su vuelta a la tarde, cuando el cielo ya presagia sus negros y sus azules, con la tagarnina asfixiante apagada entre los labios y un contar las monedas del día, y un dividir las pesetas en aquellos o en otros débitos, haciendo como montoncitos de arena, y cada cual yendo a una mano: la mano del pan, la mano del garbanzo, la mano del tergal, la mano de la mano…. Amolanchín de los caminos pardos y las calles con baches de herraduras.

Y si por Porcuna, una calle y otra calle. Calles con sus callejuelas y sus aceras de piedra. Domingo parando el carro mientras le sacaba al flautín sus sonidos filarmónicos de orquesta mal afinada y tan cantarina como aves de vuelo.
Quién no lo ha visto subir con su carro azul y su boina negra, y su pantalón con mizo, y su camisa de rayas, y sus alpargatas rencas y su barba de tres días por las empinadas calles de Porcuna. Un carrillo azul de comedia con veinte niños detrás jugando al juego de los acertijos, y mujeres a las puertas con los cuchillos en las manos como representando una comedia de venganzas gitanas o dispuestos de matanza. Domingo “El Afilaor”, parado el carro, y echado sobre él como un cubrimiento sexual entre la carne y la cosa inanimada que seguía soltando chispas y acuarelas de colores sobre los efímeros lienzos de las calles. Plantado en medio, en una época en que las calles no sólo pertenecían a las aceras sino al total de sus volúmenes. Afilador en sus afiles. Domingo de los candiles de la rueca amoladora. Domingo de las estolas pañoleras de bolsillo. Afilador del cuchillo y del hacha del jarrete. Domingo de los churretes y el cigarrillo apagado. Domingo de los ahorcados sentimientos de antigualla. Domingo de la canalla calina de los veranos. Afilador de las manos y los sombreros sin alas. Domingo de las proclamas voceadoras del encuentro. Afilador de los yerros y de los versos lorquianos. Domingo de los reclamos al ritmo del taramillo. Afilador de colmillos, tijeras y panderetas. Domingo de las estetas mujeres de moño y velo. Domingo de los mochuelos sobre los campos con trigos. Domingo de los corrillos de los juegos infantiles. Afilador de los siles utensilios de labranza. Domingo de las balanzas y las romanas con pesa. Afilador de sorpresas disfrazadas de estrellitas. Domingo de las horquillas y los cortinones bastos. Afilador de los sacros mandamientos del sustento. Domingo de pueblo en pueblo, caminero con atinos. Afilador de los trinos y las canciones flamencas. Dominguillo de las ferias con sus platillos sonando. Domingo de los contraltos de la bandurria sonora. Musiquero de farola y de los bailes de fiesta. Porcunero de la inquieta quietud del que todo puede.

ALFREDO GONZÁLEZ CALLADO

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