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Daniel Guerrero | Tiempo de canallas

Son, los actuales, tiempos convulsos en los que proliferan profesionales de la demagogia y la falta de escrúpulos. Energúmenos que emergen cual setas cada vez que las dificultades nos empujan a la precariedad y la pobreza por el mero hecho de disponer de un trabajo y un salario que creíamos seguros y duraderos, y que las condiciones económicas sacrifican antes que mermen los beneficios.



Cuando se tambalean nuestras comodidades y certidumbres, y los mecanismos institucionales convencionales no son capaces de ofrecer garantías de respuesta, nos ponemos en manos de estos prestos profetas que diagnostican simplistamente los problemas y prometen tratamientos milagrosos que subsanarán los males y calmarán nuestra angustia y temor.

Son los canallas que abundan alrededor del mundo para salvarnos de los peligros que nos acechan, ya sean a causa de los migrantes que nos invaden, los intercambios comerciales que nos arruinan, los tratados internacionales que nos vuelven vulnerables o los acuerdos que limitan nuestro desarrollo y crecimiento como país.

Nunca antes habían coincidido tantos canallas al mismo tiempo en condiciones de liderar las políticas de buena parte de las naciones del planeta, deshaciendo intencionadamente la red de derechos y consensos que, desde la última contienda mundial, han proporcionado décadas de paz, prosperidad y libertad, basados en la cooperación, la democracia, el intercambio entre iguales y el diálogo multilateral.

Ahora se pretende regresar al aislacionismo, al egoísmo estatal y a la negación de todo lo que obstaculice nuestra potencialidad económica, se llame cambio climático, derechos humanos, libertad de información y opinión o la mismísima Organización Mundial del Comercio.

Todas esas viejas certidumbres han sido cuestionadas y consideradas enemigas del progreso que perseguimos a cualquier precio. Hasta los seres humanos, que cruzan fronteras en busca de una oportunidad que no hallan en sus países de origen, se convierten, para estos canallas populistas, en delincuentes que vienen a robarnos o peligrosos terroristas que amenazan nuestras libertades y hacen tambalear los valores que sustentan nuestro modelo de sociedad.

Cada vez y con más frecuencia surge esta canallesca dispuesta a salvarnos como sea, incluso en contra de nuestra voluntad, apoyándose en mecanismos democráticos para socavar la propia democracia e instaurar métodos autoritarios y gobiernos que supuestamente garantizarán nuestra seguridad y convivencia en detrimento de derechos y libertades.

Nos protegen (es un decir) a cambio de encerrarnos y aislarnos del mundo, pero más que por nuestro bien (no nos engañemos), por intereses espurios que se cuidan de revelar. Proliferan cuando las dificultades aprietan y la anomia social nos aleja de participar en la búsqueda de soluciones viables, justas y duraderas.

Entonces aparecen los Orbán, Kaczynski, Salvini, Le Pen o Casado en diversos países de Europa, con sus medidas extremas, euroescépticas, ultranacionalistas, proteccionistas e insolidarias, dispuestos a dar cerrojazo a derechos y libertades en nombre de la seguridad nacional y del bienestar del pueblo.

Pregonan recuperar las “esencias” que deberían caracterizarnos, volver a leyes que hacían del aborto un delito y declarar ilegal ideas políticas, mientras se declaran más monárquicos que el Rey, más patriotas que los Reyes Católicos y más liberales que Reagan.

Se unen a los Trump, Endogán, Maduro, Putin, Kim Jong-un, Al Asad y tantos otros esparcidos por el globo, que desvirtúan la democracia para lograr sus propósitos autoritarios y sectarios. Canallas que abandonan tratados para que los acuerdos sobre el clima, por ejemplo, no limiten sus industrias contaminantes.

Incumplen compromisos sobre reducción de armas atómicas, exponiendo al mundo a un nuevo período de Guerra Fría, para renovar arsenales con armamento infinitamente más destructivo; condenan a su pueblo al hambre y la pobreza por mantenerse en el poder mediante chanchullos electorales; incluso encarcelan periodistas independientes y opositores insobornables con tal de controlar toda opinión y que nadie contradiga la versión oficial.

Y hasta asesinan, descuartizan o hacen desaparecer a críticos con el poder, que no se avienen a las advertencias, en virtud de la impunidad que les otorga el petróleo y el dinero en abundancia, con capacidad de comprar conciencias. O no dudan en negar ayuda a refugiados a la deriva en barcos cercanos a sus costas y en movilizar al ejército para defender una frontera contra inmigrantes, familias enteras de civiles, que avanzan desesperados y sin futuro hacia los muros de la desfachatez inmoral y la incomprensión del canalla.

Háganse con sinceridad esta pregunta: ¿Qué defienden –persiguen– realmente estos salvadores solícitos que se desenvuelven entre el fascismo y el populismo, de extrema derecha o extrema izquierda, cuando se dedican a la política? ¿Acaso velan por los trabajadores y las clases medias, por el Estado de Bienestar y la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos?

¿Tal vez por la cooperación y el desarrollo o por la explotación y el mal rollo en beneficio de sus negocios o su sectarismo elitista? Piénsenlo, porque el mundo está poblándose de canallas dispuestos a devolvernos las certezas que las crisis y las dificultades nos han arrebatado.

Charlatanes que nos propondrán una tabla de salvación que posiblemente sirva para no ahogarnos, pero que nos mantendrá perdidos en el mar de manera indefinida, sin llegar a tierra firme, aislados y alejados de los continentes de concordia, cooperación y entendimiento pacífico entre las naciones.

Sus recetas no son útiles para enfrentarse a un mundo complejo, interdependiente y plural, sino para complicarlo aún más con medidas egoístas, supremacistas y excluyentes, carentes de humanidad y respeto, que a la postre acarrearán más conflictos que soluciones, como esa propuesta de Brexit del Reino Unido, impulsada por contrarios acérrimos de una Europa unida, pero sin más proyecto que el mero abandono de los acuerdos comunitarios, aunque cause perjuicios insospechados a los propios ingleses, que ya claman otro referéndum.

Son tiempos revueltos en los que andan a gusto todos esos canallas que tachan a los medios de comunicación, por cumplir con su función, de propagadores de mentiras y noticias falsas; líderes que provocan guerras comerciales o que amenazan con conflictos bélicos para aumentar su cuota de mercado e influencia económica en cualquier área del mundo que se les resista; gente que insulta, miente y manipula sin pudor ni vergüenza con tal de conseguir sus propósitos autoritarios y excluyentes, de los que obtienen réditos no confesados pero en absoluto coincidentes con los expuestos. Desgraciadamente, vivimos tiempos confusos que, por esa misma confusión, hemos elegido voluntariamente, engañados con promesas falsas de paraísos perdidos. Es tiempo de canallas.

DANIEL GUERRERO