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Aureliano Sáinz | Caos emocional en la familia (1)

Son ya numerosos los artículos que he publicado acerca del desarrollo emocional de niños y niñas estudiado a través de los dibujos que realizan en el aula cuando se les piden que de forma libre dibujen a la familia. En esos artículos he manifestado que no tienen problemas en narrarnos visualmente lo que les acontece, puesto que, por un lado, los realizan en la hora de Plástica como si fuera un trabajo más de la asignatura y, por otro, ellos desconocen que manifiestan su mundo interior; cosa que no harían si se les pidiera que contaran verbalmente lo que les acontece en casa.



En esta serie de artículos he tratado las emociones positivas, como son la felicidad, el amor, la alegría, la amistad, la autoestima, la fantasía, la creatividad… que acompañan a la mayor parte de los escolares, puesto que se sienten queridos, protegidos y reciben el calor de sus padres y de otros familiares.

Sin embargo, y por desgracia, no todos ellos viven en ese estado de cariño y bienestar que se merecen por haber llegado a un mundo que debería expresarles lo mejor para su desarrollo físico y emocional. Hay casos en los que la falta de afecto y ternura, la indiferencia, el descuido, el maltrato psicológico e, incluso, el físico, lamentablemente forman parte de sus vidas.

Puesto que, por un lado, son numerosos los casos niños y niñas que se encuentran en estas situaciones de caos afectivo (cuyos dibujos tengo archivados y clasificados) y, por otro, dada la importancia de conocer la evolución emocional de los escolares en función de sus edades, la abordaré desarrollándola en tres partes: la primera tratará de las edades más pequeñas, es decir, cuando se tienen 4 y 5 años; en la segunda, analizaremos dibujos de 6, 7 y 8 años; y, en la tercera entrega, estudiaremos algunos ejemplos que he seleccionado correspondientes a las edades comprendidas entre 9 hasta 12 años.

Por respeto a la privacidad de los pequeños, en caso de mencionarles, lo haré cambiando al nombre, pues, a diferencia de aquellos dibujos en los que manifiestan que se sienten felices, razón por la que suelen escribir con cierto orgullo sus nombres, no existiendo problemas de citarlos con sus nombres reales, en las situaciones que comentaré hay que ser totalmente respetuoso con sus vidas cargadas de grietas emocionales.



Pudiera pensarse que Rafa, niño de 4 años, vive en un mundo dichoso por lo atractivo del dibujo que realizó cuando se les pidió en la clase que lo hicieran de la familia; sin embargo, no es así, puesto que, a pesar de que todavía mantiene cierto grado de imaginación y fantasía, vive inmerso en la angustia que le proporciona la nueva situación familiar que está viviendo tras la separación de sus padres.

Como podemos observar, primero dibuja una casa, que simboliza el hogar familiar; posteriormente, a su madre y a su hermano pequeño; les siguen dos árboles que se convierten en una barrera de comunicación afectiva entre la siguiente figura, que le corresponde a él, y los dos miembros que le preceden. ¿Y dónde se encuentra el padre?

La separación entre su padre y su madre le ha afectado mucho, no la comprende, se siente traicionado, de modo que, según contó, “él no tiene padre”, expresión de esa orfandad emocional que está viviendo y que se manifestaba en la tristeza y desgana que reflejaba en la clase y en las actuaciones con sus compañeros.



La situación que vive José Luis, de la misma edad que el anterior, resulta ser mucho más grave, pues el clima de tensión y violencia verbal que encuentra en la casa con su padre, su madre y hermanos, da lugar a que a los progenitores los represente como auténticos monstruos, pues de ningún modo este tipo de figuras se corresponden con las que realizan los escolares de 4 años. Por otro lado, no dibuja a los hermanos, lo que implica un claro rechazo hacia ellos.

Cuando el niño comenzó el dibujo, trazó en primer lugar a su madre, una especie de ‘monstruo’ con boca cerrada y agresiva, y con unos brazos que se convierten en casi largas ‘garras’ amenazantes. Le siguió su padre en el lado izquierdo, con forma similar a la de la madre. Finalmente, acabó con su propia figura, una especie de muñeco deforme, carente de brazos, lo que es expresión de la ausencia total de afectividad, ya que con ellos las personas nos mostramos el cariño al abrazarnos.



Pasamos a los 5 años. De esta edad muestro el dibujo de Rubén, un niño consumido por los celos hacia su hermano pequeño, tanto que sus padres lo han tenido que llevar al psicólogo, puesto que todavía no es capaz de controlar los esfínteres, haciéndose caca y pipí en momentos inesperados.

A la hora de realizar el dibujo de la familia solo se ha dibujado a sí mismo con su madre, estando ausentes de la escena las figuras de su padre y de su hermano. La razón de que no los dibuje se debe a la atención que su padre le presta a su hermano menor, circunstancia que le genera unos celos casi incontrolables. Sus expresiones de afecto las tiene todas centradas en su madre, a quien dibuja en el pecho un par de corazones, como manifestación de ese cariño centrado únicamente en la figura materna, a la que desea solo para él.



En las clases de la universidad, siempre manifiesto a mis alumnos y alumnas, futuros docentes, que la formación de la autoestima en los pequeños es esencial para sus avances emocionales, pues no basta con el buen cuidado y que vayan bien en el cole. Es necesario apoyarlos de forma activa en sus desarrollos, de modo que se sientan seguros de sí mismos.

De todas formas, conviene no confundir la autoestima con el egocentrismo, que sería algo así como una derivación peligrosa hacia el egoísmo al querer ser en centro de todo, tendencia tan fácil de adoptar en las primeras edades.

Esto es lo que acontece con Sara, una niña de 6 años, a la que la separación de los padres le cambió su carácter: de niña alegre y participativa en la clase pasó a tener un temperamento agresivo y bastante difícil de controlar. Esto lo manifiesta de forma abierta en el dibujo de la familia entregado.

Si nos fijamos en la escena, se representa la primera en la izquierda, de tamaño grande y con una corona en la cabeza, expresiones de ese egocentrismo que ahora la aqueja. Por otro lado, se muestra con una expresión desagradable en el rostro, dado que traza los dientes, manifestación clara de la agresividad infantil.

Posteriormente, dibuja a su hermano subido en un taburete y, por último, a su madre en el interior de la casa, como si no tuviera relación con ellos. La ausencia del padre es manifiesta, lo que explica el rechazo emocional que siente por él, como si le culpara de la separación de sus progenitores.



Los rasgos de timidez y de inseguridad de los escolares se suelen expresar gráficamente de diversos modos: con figuras de tamaño muy pequeño; con trazos débiles; dejando mucho espacio en blanco en la lámina; no incluyendo partes importantes de las figuras; dejando sin terminar el trabajo, etc.

En líneas generales, el espacio a cubrir en la lámina aparece muy vacío, lo que es indicio de timidez e inseguridad, con semejanzas al silencio que mantienen los niños con falta de seguridad en el momento en el que les preguntamos y nos responden con monosílabos.

Es lo que le sucede a Rocío, de 6 años, cuyo padre se encuentra en la cárcel por distintos delitos, dejando a la madre la responsabilidad de cuidar de las cuatro hijas que ambos tienen.

Esto lo expresa la niña en su dibujo, en el que aparecen las cinco figuras muy pequeñas, al lado de una casa a la que le faltan las ventanas en la fachada, es decir, el equivalente simbólico a la ausencia de los ojos de las personas o, también, de la casa transformada en un rostro. En la parte inferior, muestra una línea de base curvada con florecitas todas iguales y, en la superior, una flor grande al lado de la casa, como símbolo de la figura paterna ausente, a la que echa de menos en la familia.

AURELIANO SÁINZ