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Aureliano Sáinz | Banksy (y 2)

Como es de suponer, no todo el mundo está de acuerdo con los grafitis de Banksy, sean porque contravienen la ley de protección de los entornos urbanos o porque consideran que son meras pintadas con el fin de provocar y llamar la atención.



Entre los municipios que están a favor del grafitero, como no podía ser de otro modo, es la ciudad británica de Bristol que lo ha convertido en un auténtico icono de la ciudad, de modo que el visitante que se acerca a la misma puede hacer un recorrido turístico por los murales que se encuentran protegidos por láminas de plástico para evitar que sean borrados; lo contrario a lo que sucede en el consejo del municipio londinense de Tower Hamlets, que ha declarado “la guerra” a sus obras como si de actos de vandalismo callejero se trataran.

Por otro lado, a medida que la fama de Banksy iba en aumento la técnica de sus grafitis se modificaba, en el sentido de que pasó de usar el color negro como base de sus estarcidos (complementándose con el rojo) a utilizar un abanico cromático más amplio, aunque su técnica era inconfundible, por lo que no era necesario firmarlos para que fueran identificados cuando, inesperadamente, aparecían en los lugares más insospechados.

Pero no solo acudió a modificar sus estrategias cromáticas, sino que también entendió que la crítica podía también hacerla de personajes concretos. De este modo, en uno de sus grafitis apareció Steve Jobs, el magnate que fuera cofundador y presidente de la compañía informática Apple llevando en su mano derecha un pequeño aparato, al tiempo que con la izquierda aguanta un saco que posa sobre su hombro. O la propia reina Isabel, aunque, en este caso, la mostró con cierto respeto a lo que representaba en Gran Bretaña.



La introducción del color que Banksy llevó a cabo en sus grafitis podemos apreciarla en este mural, en el que aparece una niña vuelta de espaldas y con las manos hacia arriba, al tiempo que un agente de seguridad británico la cachea, mientras que la pequeña ha dejado en el suelo su cartera y su oso de peluche.

Inevitablemente, surge la idea de la actual obsesión por la seguridad y el control de las personas tal como acontece en las actuales sociedades desarrolladas, que, en el caso de países, como Estados Unidos, puede llegar a ser una auténtica paranoia.



En el año 2005 aparece un grafiti de Banksy en un sitio totalmente inesperado: en los muros de la franja palestina de Gaza. De todos es sabido que Israel ha construido distintos muros de cientos de kilómetros con grandes planchas de hormigón armado en las fronteras con los territorios de Cisjordania y Gaza.

En este segundo caso, encierra a la población palestina en una estrecha franja de tierra, siendo lo más parecido a un gran campo de concentración humano. Pues bien, en ese muro, sorprendentemente, aparecieron grafitis del tipo que vemos: a un niño que pone una flor al cañón del fusil de un soldado fuertemente pertrechado. Con ello se expresa visualmente la fuerza de la inocencia y ternura en oposición al poder de la fuerza bélica.



Diez años después, en el 2015, volvieron a aparecer otros grafitis en las ruinas que habían quedado del último ataque que sufrió la población de la propia ciudad de Gaza por parte del ejército israelí. Puesto que Banksy suele combinar y alternar en sus pintadas la crítica social con el humor, en una de ellas, y en un trozo de pared que quedó de un edificio en ruinas, plasmó la figura de un gatito en tamaño muy grande, como podemos comprobar por el tamaño del niño que lo contempla, de modo que el animal parece jugar con una bola de metal oxidado. De este modo, en medio de la destrucción surge una leve sonrisa.



Como hemos comprobado, Banksy aprovechaba elementos que se encontraban en los entornos de las paredes para crear obras en las que se articulaban la bidimensionalidad de sus pinturas con objetos con volumen, lo que daba un nuevo sentido al trabajo acabado.

En otras ocasiones, era él mismo el que introducía esos elementos en sus propuestas, como es el caso del grafiti en el que se muestra a un niño utilizando una máquina de coser para fabricar banderitas de Gran Bretaña. Claramente, entendemos que es una crítica a la explotación del trabajo infantil que se da en algunos países y cuya responsabilidad también atribuye a su país de origen, puesto que muchos de ellos son antiguas colonias británicas.



Llama la atención que Banksy haya podido mantener el anonimato a lo largo de más de dos décadas, puesto que su fama fue en aumento con el paso de los años, a pesar de que, pasado el tiempo, sus actividades no se limitaban a realizar grafitis, sino que también llevó a cabo exposiciones en ciudades como Nueva York o Roma, diseñó portadas de discos, planificó y ejecutó performances, etcétera.

Podemos suponer que uno de los requisitos que exigía en sus contratos era el de que su identidad no pudiera darse a conocer. Por otro lado, sus murales se hacían cada vez más complejos, como es el caso de este hombre que limpia un conjunto de pinturas prehistóricas, como si fueran obras carentes de todo valor.



Son varios los libros que se han publicado sobre Banksy. De igual modo, el propio autor ha sacado a la luz dos publicaciones con los títulos de Wall and Piece y Pictures of Walls, en los que encontramos una clara defensa del arte callejero.

Personalmente, no me cabe la menor duda de que el grafitero de Bristol ha elevado a la categoría artística sus grafitis, en los que la imaginación, el humor, la crítica, la ternura con los niños o la denuncia, siempre han estado presentes en sus trabajos. Y esa imaginación queda bien plasmada en este mural en el que una mujer, en vez de ropa, está tendiendo en las cuerdas cintas negras extraídas de las manchas de una cebra.



El paso del arte callejero a las galerías de arte, inevitablemente, iba a suponer una dura crítica a los nuevos planteamientos comerciales de Banksy. Así, en la exposición que se llevó a cabo en Roma en el año pasado se mostraban 150 obras suyas con el título de “Guerra, capitalismo y libertad”, en la que aparecían dos de sus trabajos más emblemáticos: el de la niña con el globo en forma de corazón o el del manifestante encapuchado arrojando un ramo de flores, que mostramos en la primera entrega.

En la exposición no se hacía referencia a Banksy, con la supuesta intención de despojarla de todo “aire comercial”, según manifestaban sus patrocinadores. Sin embargo, la obra del grafitero de Bristol es lo suficientemente conocida para que no se incluya su pseudónimo, a pesar de que investigadores de la Universidad Queen Mary de Londres, tras un análisis realizado con técnicas policiales de más de 140 lugares en los que Banksy dejó alguna de sus obras, recientemente llegaron a la conclusión de que se trata de un inglés de 42 años llamado Robin Gunningham.

Lo cierto es que no se ha podido localizar al tal Robin Gunningham, por lo que el misterio de Banksy sigue en pie, y durará mientras sigan apareciendo sus grafitis por distintas partes del mundo.

AURELIANO SÁINZ