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Aureliano Sáinz | Discos y portadas (9)

Y llegó la sorpresa. No se encontraba en esa lista de favoritos para el Premio Nobel de Literatura que todos los años se suele confeccionar antes de que el jurado de la Academia Sueca diera lectura del nombre que correspondía al del año 2016. Cuando se leyó Bob Dylan, tibios aplausos se mezclaron con el asombro de algunos de los presentes, pues no entendían que se le concediera a alguien que no es del gremio de los escritores, si por tal entendemos a quienes publican novelas, ensayos, libros de poemas, etc. Se premiaba a un cantautor estadounidense mundialmente famoso desde que por la década de los sesenta despuntara en los circuitos folk del Greenwich neoyorkino.



Durante los días posteriores a la concesión, se ha comentado de forma un tanto desfavorable que el tan ansiado premio fuera a parar a manos de uno que es conocido como cantante, aunque las letras de sus canciones se convirtieran en verdaderos himnos musicales, especialmente las que se encuentran en sus primeros discos, es decir, aquellos que grabara entre 1963 y 1966, y que permanecen todavía vivas a pesar del paso del tiempo.

No voy a entrar en la polémica de si ha sido acertado este galardón para el bardo de Duluth, la pequeña ciudad del Estado de Minnesota en la que nació; lo que sí voy a hacer en esta entrega de “Discos y Portadas” es comentar los cinco discos primigenios que me parecen imprescindibles para que se puedan entender las razones del porqué ha recalado este premio en tierras estadounidenses.

De entrada, quisiera apuntar que el primer elepé de Bob Dylan apareció en el año 1962 en el sello Columbia Records. Como título llevaba su nombre y apellido artístico. Excepto dos temas, Talkin’ New York y Song to Woody, el resto eran composiciones de otros autores, entre los que se encontraba su admirado Woody Guthrie, una auténtica leyenda de la canción popular estadounidense.



El gran salto se produciría con su segundo disco, The Freewheelin' Bob Dylan, editado en 1963 por la misma compañía. Allí aparecían trece inolvidables canciones que marcaban el rumbo del comienzo de una estrella emergente cuyo recorrido temporal, por suerte, no ha parado tras largas décadas de actividad inagotable.

Algunas de esas canciones se convertirían en verdaderos himnos generacionales, caso de Blowin’ in the Wind, Masters of War o A Hard Rain´s a-Gonna Fall, canciones que traspasaron las fronteras americanas para extenderse a una toda una generación de jóvenes que rechazaban abiertamente la guerra que por entonces llevaba el ejército estadounidense contra el pueblo vietnamita, y que, por cierto, fue la primera gran derrota militar del gigante americano. Conviene apuntar que la versión de Blowin’ in the Wind, en las cuidadas voces del trío Peter, Paul & Mary, supuso un enorme respaldo a la difusión internacional del tema dylaniano.

También la portada del disco ayudó a popularizar a su autor, ya que se convirtió en un verdadero icono visual entre los incipientes seguidores. La misma se debe al fotógrafo Don Hustein, que tomó una instantánea de plano general en la que se ve a Dylan junto a su pareja, Suze Rotolo, que caminan juntos y encogidos en un frío día de invierno, con el suelo nevado del West Village neoyorquino. Tal como he apuntado, la espontaneidad de la imagen se convertiría en un icono que, décadas después, la recuperarían los hermanos Coen para el cartel de su película A propósito de Llewyn Davis.

Por otro lado, mientras que Blowin’ in the Wind tenía un contenido de corte lírico y A Hard Rain´s a-Gonna Fall un enfoque de premonición fatalista, Masters of War resultaba ser un fuerte ataque a las empresas multinacionales que fabricaban material bélico. Veamos, pues, los primeros y últimos versos de esta emblemática canción:

“Vengan señores de la guerra, ustedes que fabrican todas las armas, ustedes que fabrican mortíferos aviones, ustedes que fabrican grandes bombas, ustedes que se esconden tras escritorios, solo quiero que sepan que veo a través de sus máscaras. (…) Y espero que mueran, y que sus muertes vengan pronto, seguiré sus ataúdes, en la pálida tarde, y permaneceré mientras son bajados a sus lechos de muerte, y me quedaré sobre sus tumbas hasta asegurarme que están muertos”.



El tercer álbum de estudio, con el título The Times They Are a-Changin’, no se hizo esperar: apareció puntualmente en el año siguiente, es decir en 1964.

Todavía Dylan seguía los pasos del gran cantautor estadounidense Woody Guthrie, lo que le llevaba a mantener la pureza del uso de la guitarra y la armónica como únicas acompañantes de su áspera y nasal voz. De igual modo, la portada, que bien podía haber incluido en las que se diseñaban en blanco y negro, nos muestra al joven Bob Dylan, en primer plano y con los ojos entornados, lo que sugiere la imagen de un introspectivo cantante. Si mal no recuerdo, no volvería a aparecer otro disco suyo con la portada, tanto en foto como títulos, con un cromatismo absolutamente negros.

La canción que daba título al disco se convirtió en un verdadero himno a la esperanza, de modo que la expresión de “los tiempos están cambiando” se convertiría en referencia para una toda una generación que renegaba de gran parte de los valores de quienes les precedieron. Sin embargo, y como contraste al lirismo de The Times They Are a-Changin’, volvía a aparecer su lado más hiriente y combativo con el tema With God on our Side.

“Con Dios de nuestro lado” es un despliegue narrativo de las guerras que a lo largo de la historia propició el gigante americano, en el que no faltaban las matanzas de los indios durante el siglo XIX, la Guerra Civil estadounidense, la que mantuvo contra España, las dos Guerras Mundiales, la Guerra Fría, cerrando con un enfoque metafórico al aludir a la traición de Judas Iscariote con Jesucristo.



En 1965 aparece su quinto álbum de estudio. Su título: Bringing It All Back Home. Supone en el mismo la introducción de la guitarra eléctrica, aunque todavía había que esperar a que diera el salto definitivo y se alejara de la estricta austeridad de la guitarra acústica y la armónica.

Dylan, por entonces, no solo era enormemente popular entre la gente joven, sino que también comenzaba a escalar las listas de los discos más vendidos. En este caso, llegó a estar entre los diez más vendidos de las listas estadounidenses; de modo concreto, permaneció durante un año entre los cien álbumes más vendidos.

En el disco se encontraban temas que se hicieron muy populares, como Subterranean Homesick Blues, It’s All Over Now, Baby Blue y, especialmente, Mr. Tambourine Man, del que se hicieron numerosas versiones, siendo la más conocida la de los inolvidables The Byrds.

La portada de Bringing It All Back Home se diseña a partir de una fotografía de Daniel Kramer, en la que aparece Dylan acariciando un gato, y con una chica vestida de color rojo al fondo, fumando y con aire distendido. A la fotografía se le da un tratamiento, de modo que parece que los personajes parecen encontrarse dentro de un entorno circular en movimiento.

Con respecto a las letras de las canciones, el cantante abandona tanto el lirismo como la denuncia ácida y directa de sus anteriores discos para entrar en una etapa de pasajes más oscuros, tal como se refleja en los textos de este elepé.



Y se produjo el gran salto; o la gran traición, según se mire. Aquellos seguidores que querían ver en Bob Dylan el estricto continuador de la obra de Woody Guthrie, el mismo que tenía escrito y bien visible en su guitarra: “This machine kills fascists” (Esta máquina mata fascistas), se enfurecieron cuando se publicó Highway 61 Revisited.

Pero el camino de Robert Allen Zimmerman no iba por el duro compromiso político del gran padre de la canción popular estadounidense; sus derroteros ahora eran más de corte poético e intimista, al tiempo que incorporaba sonidos eléctricos, lo que suponía una verdadera herejía para quienes formaban ese irreductible núcleo de incondicionales de la pureza folk.

Con Highway 61 Revisited, el segundo disco que aparecería en el año 1965, anunciaba un punto sin retorno. Pero Dylan no se equivocaba: allí se encontraba, junto a otros ocho temas, su inolvidable Like a Rolling Stone, una pequeña maravilla musical que aún podemos admirar sin que hubiera que cambiar nada de la misma.



Y por fin llega el que todos los críticos consideran como el mejor disco de Bob Dylan publicado a lo largo de su extensa carrera: Blonde On Blonde. Editado en 1966, supone una obra de gran madurez, en la que se unen la tradición folk estadounidense, encarnada en Woody Guthrie, con el rock, que tuvo sus comienzos con Elvis Presley. Síntesis sorprendente, pero que, con el paso del tiempo, se nos acabaría haciendo familiar a sus seguidores.

Se trata de un doble álbum, aunque una de las caras está ocupada íntegramente por un único tema: Sad Eyed Lady of the Lowlands. Otros que se hicieron muy populares fueron I want you, Rainy Day Women # 12 & 35 o Just Like a Woman.

Dylan ya tiene asumido que su ruptura con la escena folk pura no se la perdonan quienes quisieran verle como “el nuevo profeta” de la canción tradicional; los mismos que le habían abroncado en el festival de Newport. Pero no le importa: ahora se acompaña de The Hawks (antes de que se convirtieran en The Band) y su apuesta por los nuevos sonidos es irreversible.

Para la portada del doble álbum se acude al fotógrafo Jerry Schatzberg, en la que aparece Dylan en primer plano, con el pelo ensortijado y mirando de frente en un encuadre algo desenfocado. Sobre esta toma, Jerry Schatzberg nos dice lo siguiente:

“Quería encontrar un lugar interesante fuera del estudio de grabación, por lo que nos fuimos al oeste, donde ahora están las galerías de arte de Chelsea. Por entonces, era el distrito de envasado de carne de Nueva York y me gustó el aspecto. Hacía mucho frío y estábamos congelados. El enfoque que se eligió para la portada resultó borroso y fuera de foco. Por supuesto, todo el mundo estaba intentando interpretar el significado, diciendo que debía representar algo así como ‘ponerse ciego en un viaje lisérgico’. No era nada de eso; simplemente hacía frío y los dos estábamos temblando. Había otras imágenes que eran nítidas y estaban enfocadas; pero a Dylan le gustó esa fotografía”.

Para cerrar este breve recorrido por los inicios de la extensa producción de Bob Dylan, solo me queda por apuntar que, en este 2016, se cumplen cincuenta años de la publicación de Blonde On Blonde, los mismos que los de Revolver de los Beatles o Pets Sounds de los Beach Boys, editados en 1966. Tres obras imprescindibles que dejaron una profunda huella en el devenir de la música juvenil que emergía de modo sorprendente en la maravillosa década de los sesenta.

AURELIANO SÁINZ