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Manuel Quero Barrera, el concejal republicano

A la part’abajo del que luego sería el Pub Kingston, que regentaba Alfonso “Pinorro” por el Paseo de Jesús, aún sin jardín de rosas, coloristas y sin olor, pero sí con sombras de árboles, quejumbrosos y olorentes por el vaivén del viento sobre sus ramas, por donde Porcuna empezó a construir su modernidad, su nueva modernidad democrática en sus nuevos tiempos y en sus nuevas juventudes, por donde Amalia “la Pinta” degustaba las raciones de caballa en aceite con tomate frito de bote mientras bebía güisqui solo con hielo y buen estómago, y en cuya parte alta se jugaba al juego de las charlas insustanciales sobre los asientos de escay, y alumbrada a penas la estancia por unas luces rojas, la casa fondera, estrecha y larga del concejal Barrera: un túnel rectilíneo que parecía siempre no tener punto final. Un pasillo adentro donde toda la vida se construía como en vertical, decorada con los cuadros costumbristas de las escenas matritenses, campestres, festivas, bucólicas y coloristas, rompiendo el blanco de las paredes y ahuyentando las voces de los fantasmas camineros de los reposos cuando fonda era, con una pasión de encuentros verdes, arboledas para las sombras de los arroyillos murmuradores de aguas cantándole a sus orillas la música del chocar contras las piedras; faldas amplias recogidas alrededor de las mujeres sentadas, haciendo y luciendo en manteles sobre las hierbas donde sólo esperaban la llegada de los alimentos para la puesta en escena de los días de campo en las romerías madrileñas del San isidro Labrador.

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Fotografía: Eduardo Varjas

Un olor como a alcanfor al entrar en la casa-fonda del concejal Barrera, higiénico, circunstancial, sanitario, y el concejal Barrera ya sin concejalía y en sus muchos años, pasaba las tardes sentado en su silla baja centenaria hojeando la prensa nacional que le dejaba en sus dedos lo negro de la fotocopia y un sabor agrio en los labios a tinta y a vacuidad, y a noticias ya sabidas de repetidas tanto, de tan insustanciales, de tan noticias viejas aún pareciendo noticias de actualidad. El concejal Barrera sentado en su silla baja, esa silla a la que había recortado sus cuatro patas de madera para pasar a ser silla desde la que era más cómodo remover las ascuas del chisco. Todo chisco, de todas las casas, tuvo su silla baja recortada , la que se encargaba de poner la frente a la altura de las llamas o a la altura de los hervores de los guisados y de los humos, con las tenazas de hierro escarbando ascuas y levantando chispas, o apartando trébedes rojas de Vulcano en su imaginaria fragua, y ese olor a olivo joven ardiendo en sus palos de la corta, magistral y sudoroso en el otro aceite de sus burbujitas de cera, lloronas y chillantes, sonoras en sus otras músicas, y al lado del chisco, un perro siempre, un perro que, como todos los perros de Porcuna, debía de llamarse Toby.

Qué casa tan larga y tan espaciada y tan recogida la de Manuel Quero Barrera, el concejal socialista porcunero de la Segunda República, aunque ya sin república, y sin socialismo, pero sí con silla baja y puño alzado, pensamientos de leyenda y nuevos tiempos con adormecidas sensaciones ideológicas que se reflejaban en las caras como una máscara que tapaba la otra máscara, la máscara exhibida, la pronunciada, la impuesta, la complaciente: esa máscara lánguida y apesadumbrada sobre la que, de vez en cuando despertaba una rosa que parecía un antojo de preñada, al igual que se presentía un jardín y hasta una noche de aromas disparado a los cuatro vientos de la incordura.

Tres siglos separan a Manuel Quero Barrera hasta este hoy en que lo estampo en esta Estatua como si fuera un alma adhesiva pegada a la piel erizada del poeta. Tres siglos sin todos sus años, pero tres siglos en todos sus números romanos: el siglo XIX de su nacimiento en Porcuna, el último día del mes de enero de 1895 en que vino al mundo este hijo de Cristóbal y de María Santas en una calle y un número que se perdió en los apuntes bautismales y en los registros de Juzgado. El siglo XX en que nos trajo sus cuitas, sus alegrías, sus trabajos, sus esfuerzos, sus libertades, y también sus penas y sus silencios con rosa, puro y traje de chaqueta. Siglo en que casó con la Encarnación Uceda Cespedosa en sus primeras nupcias para traer cuatro hijos al mundo, morenos, cetrinos, bullangueros y parlantes, acogedores y tiernos, amables, agrícolas y ofrecientes. Siglo XX en que, los ojos de Porcuna lo vieron elegido concejal de puño y rosa en los ayuntamientos socialistas de abril de 1931 y de febrero de 1936 comandados por Rafael Montilla, aquel que murió asesinado corriendo de sus perseguidores por los campos de Baza, sin más cielo que un cielo lleno de aviones incendiarios. Y el siglo XXI en que, para Porcuna se escribe esta estampa del concejal Barrera, don Manuel, en estas horas veraniegas de agosto, con una luna gigante y nueva y amarilla tan cercana a los ojos, que más que luna de cielo parece luna caída en las manos, mientras las alocadas Perseidas, las Lágrimas de San Lorenzo, bailadoras, silbantes y luminosas, como una juventud en rebeldía, danzan por los cielos los maravillosos bailes orquestados de los ronquidos, los aires acondicionados y los suspiros de cama.

Tres siglos para un solo nombre. Siglos conquistados donde borda la memoria de la cabeza, la memoria de los ojos y la memoria de los papeles, el perfil silueteado de Manuel Quero Barrera, al que, el día de su detención, el acta de las palabras pronunciadas sin adornos, decía que era Manuel un hombre de cuarenta y cuatro años, dos meses y tres días, bajito en la medición del 1’60, de barba cerrada de curtido campesino al sol de todos los días, tez cetrina, con algunas arrugas de dolor y una guerra perdida, ojos que miraron tantas cosas en el aquel hoy del tres de abril de 1939 en que comenzó a mirar las rejas de sus cárceles, de las cárceles españolas de Burgos y de Madrid, tan alejadas del terruño donde habitaba el nuevo lugar de los Quero-Uceda , su Encarnación vestida de viuda presentida y sus cuatro hijos, a los que, por aquello del cumplimiento no escrito sobre las leyes de los bandos derrotados, a la familia numerosa del concejal Barrera encarcelado, el bando vencedor y nacional porcunero, le embargó todos sus bienes y posesiones que no eran menguas aunque tampoco amplias, sino lánguidas para trabajar en sus trabajos propios y no en los trabajos del amo su señor: la casa de la calle Peñuela, con su patio y su rosaleda y su cuadra con gallinas, aquella faneguilla de tierra calma por el paraje de la Agamasón, con su trigo, su cebada, su choza de melonero y sus cuatro matas de melones para el apaño familiar; esas dos faneguillas de olivares con buenas cosechas para el mantenimiento de la casa y el llenado de las ánforas de aceite, las que se asentaban sobre el Albalate, y otra faneguilla más, con sus olivos viejos, arrugados y productivos por el sitio de las Mollejas. Sus tierras de labor incautadas, para dar la bienvenida a las hambres, por los hijos de los de la victoria siempre y los venideros años de paz; esas tierras de labor a donde iban sus días, sus trabajos y sus esfuerzos del concejal Barrera, tierras a las que sacaba sus dinerillos para el comer anual de la familia y algunos días de fiesta con circos, ropas nuevas y labradores de etiqueta. Hacia las tierras a pie o montado en mula, labores diarias con su perrillo atado de unos mizos, siguiendo a la mula y al dueño de la mula, un perro que, seguramente, y como todos los perros hablados antes, debió de llamarse Toby. Y mientras tanto, el Manuel Quero, el concejal Barrera, el concejal socialista, ayunando en las cárceles de la represión su vida sin trabajos, sin hogar y sin negocios, sus hijos con hambre y su santa esposa Encarnación mendigando el pan de todos los días bajo los balcones adinerados desde donde se arrojaban a las calles los desperdicios de las habas, las patatas y los alcarciles, para que los alcanzaran, y cogieran y comieran la jauría de pobres hambrientos a los que toda la piedad y caridad se les quedó en los señores desperdicios, su Ayuntamiento ocupado y militar, lleno de banderas rojigualdas y la represión por las calles paseando a sus mujeres calvas, vomitonas de beber tanto aceite de ricino, mientras por los destrozos de los bombardeos aparecían las ratas, las culebras y las lagartijas de los escombros, y algún jaramago de olor amargo poniendo una alegría de jardín en tan fúnebres fotografías.

Barba cerrada, según consta en los papeles de su detención, y según las pocas palabras de la misma hoja, firmada y timbrada, de cejas pobladas sin llegar a ser ni a dar en cejas cejijuntas, sino cejas caballeras de sombras sobre los ojos. Cejas del hablar llano pero contundente, y unos ojos abiertos, ojos agricultores y políticos, acostumbrados a ver el sol sobre los verdes, a las lluvias caer sobre los arroyuelos y a los pobres mendigar los cuatro jornales mal pagados de los campos. Cejas negras y ojos pardos según la radiografía del acta de las esposas de hierro. Ojos dibujados de tierra y de noche oscura de gatos sobre los tejados y de mochuelos sobre los olivos; ojos consistoriales de cuando el concejal Barrera ocupaba su escaño socialista en el Ayuntamiento republicano, a la derecha del padre y a la izquierda de su misión sobre la tierra porcunera. Y uno quisiera haber estado allí presente, haber vivido aquellos momentos del concejal Barrera ocupando su asiento político y su concejalía con firma aunque el concejal Barrera no hubiera ostentado ni cargos ni responsabilidades dentro de la Corporación municipal, aunque sí fuera, tras el estallido de la guerra civil, representante del Frente popular en la Junta local calificadora, que fuera creada en octubre de 1936, y que se encargó de incautar quince fincas agrícolas y organizando dos colectividades de obreros y de recolecciones, por el Zurraque y por la Ventilla, al considerar a sus propietarios facciosos o bien considerados propietarios que habían dejado abandonadas las labranzas de las tierras para pasar a ser, en lugar de tierras en barbecho y en yerbajales , tierras productivas y con alimentos.

Y de pelo canoso el don Manuel Quero Barrera, y peinado a la brillantina o a la saliva de la boca. Pelo ya en la madurez de sus cuarenta y cuatro años y que ya le sería cano siempre, cuando no calva pronunciada hasta que muriera a los noventa y dos años en su número once del Paseo de Jesús, a la part’debajo de donde ya, Alfonso “Pinorro” tenía instalado su moderno y escueto Pub moderno y contracultural, y a cuya puerta se sentaba en las tardes del buen tiempo el concejal Barrera, reviviendo en los nuevos tiempos democráticos y monárquicos, aquellos otros tiempos democráticos y republicanos que fueran sus años jóvenes y laborales, sólo que con otras banderas a las que ya se le habían quitado sus águilas, sus yugos y sus flechas y hasta el alma espiritual dando en los colores opacos y de caducidad de las banderas militares que, durante tantos años colgaban de los balcones y de las almas de los balconeros, a las que se comía el sol como si fueran manjares de dos colores, y ondulaba el viento dejándolas en sus hilachos, trayendo recuerdos de mar y de barcos pesqueros.

Pelo canoso el del concejal Barrera detenido y llevado a las galeras sin mar y sin remos de los barracones carcelarios, húmedos, enfermos y con ratas, con el pan y el agua de todos los días, las pestes y los piojos y un sentimiento como de melancolía y unos ojos puestos en el más atrás de la familia abandonada que hacían más canos sus cabellos y más rotundas las lágrimas del concejal Barrera, el que pasó la guerra sin combatir en el interno exilio de Jaén, viendo pasar a los heridos y a los caminantes de los campos hasta el más allá de los hallazgos imposibles y de las tierras en paz y con todo en el comer, sin combates que haber combatido, y teniendo el Manuel Quero Barrera sus manos limpias aunque socialistas, su afiliación al PSOE y a la UGT desde los principios del socialismo patrio, y sólo con su señalado cargo de concejal grabado en los partes de denuncia como un estigma que podía llevar directamente al pelotón de fusilamiento al concejal Barrera, que no al ciudadano Manuel Quero Barrera, condenado a muerte que era la condena universal de aquellos juicios tan sumarísimos y tan iguales, tan en sus mismas palabras, sus mismos escritos, sus mismas denuncias, sus mismos testigos, y sus mismos partes suscritos por las autoridades militares, civiles, sociales y religiosas de Porcuna. Pena a muerte conmutada por la de cadena perpetua del año 1943, hasta el indulto tan temprano y tan sorpresivo de 1946 en que quedó en condición de liberto, esa extraña paradoja lingüística, esa extraña frase, esa oscura metáfora, ese mal final del verso, aunque gran apertura a la vida, a lo que le dejaron de vida, lo de la libertad vigilada, la que imponía retratos del general a la vista de las autoridades como si fueran Corazones de Jesús, a los que había que rezar todas las noches sus oraciones, mientras la Radio Pirenaica sonaba tras las fronteras el no rendirse jamás de los que ya estaban rendidos, salvo el concejal Barrera- del que, el parte de su detención decía aquello de “sabe leer y escribir” escrito en su tinta azul, y expresión que señalaba al concejal Barrera más como un agravio que como una bendición y un señalamiento letrado que contrariaba la nueva ley del analfabetismo como ley principal para la convivencia pacífica y el arrodillamiento sin quejas y sin palabras- el don Manuel que nunca aceptó rendición alguna, y así, cuando al calendario le llegaba su prohibido Primero de Mayo- bautizado como el día de San José Artesano durante el franquismo y que se pasó a celebrar el diecinueve de marzo, al igual que durante aquellos lustros al obrero se le llamaba artesano o productor por aquel pensar que la palabra obrero tendía a observar connotaciones rojas- para celebrar la festividad trabajadora del día señalado en el calendario obrero, el Manuel Quero abandonaba su condición liberta de ser nombre, apellidos y señalamientos censurables, se colgaba a su cuello imaginario de las actas capitulares, el viejo cargo aquel de ser concejal Barrera labrantero. Del armario, su segunda mujer tras su viudedad temprana, la doña Ana Casado del Pino, le sacaba el mejor traje de sus trajes, el más garrampón, el más llamativo, el traje que, más que ser traje, era bandera republicana perfilándose, adivinándose en sus colores oscuros. Manuel se vestía el traje festivo, sacaba brillo a sus zapatos de piel para lucir y relucir en su negro más negro, abrochábase hasta el gaznate su camisa blanca y sin corbata, que la corbata bien pudiera parecer y significar comunión con el otro bando, el bando de los trajes con corbata, el bando ganador de todas las batallas siendo él del perdedor bando. Se calaba su sombrero más preciado; del ojal de su chaqueta se prendía una rosa roja cortada de un rosal de arriate, el plantado para la ocasión de la rosa sobre la solapa, queriendo ser rosa de adorno, cuando era rosa política, dejaba asomar por el bolsillo de su chaqueta su pañuelo blanco de adorno más que de nariz, como si fuera un banderín clamando paz o un carné de disgustado; del cajón de la cómoda sacaba Manuel su mejor puro, de esos puros que le regalaban los cómicos de la legua que paraban en su fonda, del bastonero asía el bastón con más madera, el más pulido y el de mejor brillo, y con el puro encendido para durar todo el día en la boca, salía a la calle el concejal Barrera para pasear Paseo y Carrera en la celebración huelgada del Primero de Mayo, teniendo por allí a civiles y municipales que lo seguían y miraban pero que no sabían muy bien por donde actuar, ni por donde meterle mano, si cogerlo y meterlo preso, pegarle algunas matías de palos y un encierro en la torre para hacer compañía a la familia “Panete” o al Arturé de las naranjas mandarinas y los estadales, desprenderlo por la cuesta de la greda hacia la calle del Piojo, o cuanto menos, echarle un mal de ojo a ver si se le estallaba el puro en la boca como si fuera bomba de relojería, se le marchitaba la rosa, se le arrugaban la camisa, la chaqueta y el pantalón, se le manchaban los zapatos o, sus amplias y pobladas cejas se le volvían cejas cejijuntas que lo pusieran en una trilla, de sol a sol , y a la noche, en la sombra de un cortijo durmiendo en colchón de paja.

Ufano, pacífico y festivo en festividad que, en Porcuna, sólo él se atrevía a celebrar, y voluntarioso y enfrentado, que no guerrero y procaz, la imagen de Manuel Quero ejerciendo de concejal Barrera, socialista y republicano, celebrando el Primero de Mayo, con traje festivo como si fuera a celebrar boda, paseándose de Porcuna todos sus bares y todas sus tabernas, era la imagen esperada y aclamada en todos sus silencios y en todos sus temores, invitando a las gentes asustadas al vino blanco de los vasos y a las avellanas saladas de los platillos de marmolina, mientras los animaba a gritar un ¡viva el trabajador!, y un ¡viva el obrero!, que nadie gritaba ni le seguía en coro, ni nadie vivía salvo el concejal Barrera invitando a vino y dando a oler su rosa roja y el humo de su cigarro:

-El señor Barrera presumiendo de fiesta.

-Digna fiesta la fiesta del obrero, buen amigo.

-Lo raro es que se te deje ir y venir con esas llamativas etiquetas.

-También de etiqueta van todos los días lo señoritos y nadie se mete con ellos.

-Pero, está mal visto el traje en pobre si no es para feria o para boda.

-Cada cual celebra la celebración más necesaria.

-Por allí vienen los municipales exhibiendo porras, malaleche y caretos de tigres hambrientos.

-Qué vengan para acá, que yo los invito, si gustan, a su vasillo de vino.

-No creo que en sus gustos esté en celebrar la prohibida fiesta roja.

-Pues que pasen y vean, que aquí sólo habemos gentes bebiéndonos unos vinos, cantándonos unos cantes y gastándonos unas bromas.

-El día menos pensado pasas a ser otra vez concejal de calabozo, señor Barrera.

-Yo no me meto con nadie, ni a nadie ofendo, más que a las malas conciencias, y a los peores pensamientos, ni a nadie insulto, ni monto burlas, jaleos ni proclamas que no sepan ya las gentes.

-Pero no están los tiempos para estos guisos concejal Barrera.

-Pues guiso van a tener las gentes de los bigotes hasta que muerto me hallen, o muerto me maten.

***

Con su segunda mujer, después de su sentida viudedad temprana, la Ana Casado del Pino, en el número once del Paseo de Jesús, la fonda de Barrera, o la fonda de Ana, o la fonda de Santa Ana, era famosa ante la concurrencia de los representantes que buscaban posada de almuerzo o de cama con lavabo y agua de pozo, los artistas del teatro y los artistas del circo para dejar sus baúles y reposar en el sueño, y los transeúntes sin destino, los de los tratos y las palabrerías comercieras que se pasaban por Porcuna para pregonar los días de sus ventas, sus negocios o sus representaciones de cine o de lona o de puesto con ruleta y garrapiñadas. En la casa larga y en el largo túnel, montó Manuel, tras la guerra y los años de condiciones y acondiciones sociales que no ideológicos, su fonda para los almuerzos y los sueños nocturnos, quizá hasta sueños de siesta en los veranos de las cuatro de la tarde.

En el túnel largo de la casa larga del Paseo de Jesús, las catorce o quince habitacioncillas de la Fonda de Barrera se anunciaban con la bombillica roja encendida en la noche, como si, más que fonda, fuera puerta que daba al calor sexual de una mancebía, y así lo comentaban las gentes de arriba y las gentes de abajo que nocturnas pasaban ante su puerta y se quedaban mirando la lucecita roja encendida y parpadeante por encima del azulejillo del número, esperando que, en cualquier momento, en ese momento tan poco pensado, se abriera la puerta dejando en los umbrales de las legañas, la permanente y la bata de seda a una madama con reaños, las uñas pintadas y el rouge de los labios incitante e incitado, perfilando los besos no dados, y los silenciados himeneos de colchón y almohada, invitando a los hombres a pasar adentro para los restriegues de las carnes tan blancas y tan sensibles y tan gustadas.

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Fotografía: Loli Quero Aguilera

-Concejal Barrera ¿Y no sería menester que en lugar de encender la bombillica roja, que tanto confunden nuestros menguos entenderes, pusieras un cartelito, que en letras barrocas o en letras romanas, pintadas, dibujadas por pintor de pincel fino, como, en un suponer, el fino pincel del “Sordo Serrato”, el de la Ronda Marconi, o en brocha de encalaor, como en otro suponer, el de Manolito Quero, de la calle Peñuela, anunciando que, tras esa puerta, se oculta fonda con habitaciones del dormir, y mesas para el buen yantar de los transeúntes, así, bien clarico, para evitar así, que las gentes confundan las camas del dormir con las camas del folgar?

-Las confusiones están todas en las tristes cabezas ilusas y mal pensantes y en las soñolientas calenturas de los imprevistos, compañero, que bien se sabe que en este túnel se anuncia fonda aunque no diga cartelillo que lo anuncie, y no querencias para pasar el rato de los jolgorios con las carnes desnudas.

Por el túnel de la casa del concejal Barrera, la amplitud de su casa y el alegro de sus estancias, la estrella de su fonda se abría en sus pequeñas habitaciones, con su camas de hierro y sus somieres de sogas, en sus colchones de esponja y en sus sábanas blancas con sus ramitas de lavanda, de espliego y de tomillo oliendo a campo y a ropa recién planchada; mesitas de noche con los cajones vacíos, y sus lebrillos de lata con las aguas claras, estampas con santos o con paisajes alunarados de moscas y ventanas presentidas por donde entraba la noche imaginaria perfilando sus ronquidos y sus fantasmas de antaño.

Al lado de la cocina la mesa amplia donde la señora Ana Casado del Pino servía los desayunos del café con leche migado con galletas de las gordas o magdalenas de los hornos de los maestros obradores, los almuerzos del mediodía servidos y sentidos en sus potajes caseros y en sus ensaladas con las verduras de los huertos, y sus cenas ya sin sol con sus lonchas de jamón dulce y sus avellanas cordobesas, y su café de puchero, negro y dulce ofrecido en fuente comunal, con las cucharas en las manos y el paso atrás como si fueran migas de cortijo.

Por la fonda de Barrera los transeúntes, pasajeros sin destino o con destino de pocas horas o de pocos días, dejaban las maletas sin abrir, no más sacando de ellas las mudas del día; si representantes, los sobrios trajes y las corbatas de nudo, si el tío del queso, su blusón negro y amplio como faldón de mesa camisa, rizado en la pechera como si presintiera encajes y un olor a queso añejo perfumando no sólo la estancia de su habitación, sino todas las estancias todas, si los artistas de la Feria real, con los maravillosos trajes de los escenarios colgados de las perchas, dibujándole a la fonda una ilusión de cabaretes franceses o teatros de la legua, donde ondulaban las faldas el vuelo de las piernas mostradas, mientras, la modista avisada, por ejemplo la Ana María González Sansaloni, llegaba mañanera cargada de máquina, de hilos y de agujas para mostrarle a Manolita Chen su colección de nuevos cancanes, apelmazados, rígidos de almidón y de puntillitas en tules decorando los bajos de los adornos, mientras los malabaristas del circo chino, reencarnados en almas de los primeros malabaristas egipcios, lanzaban al aire sus mazas, sus aros o sus pelotas, desconchando paredes y clavando clavos, o los magos haciendo sus magias de hacerles al tío del queso el truco de desaparecerle sus quesos para pasar a sus estómagos de artistas pobres y hambrientos, y hasta se presentían rugidos de león y ladridos de perro en sus sedas y amaestradas ferocidades, en cuanto que, la Ana y el Manuel, anotaban en el libro de las cuentas las noches dormidas y los sueños adeudados, y las comidas bien comidas pero sin abonar chavo alguno.

-¿Cuántas noches son ya, señor fondero, que ya por aquí hemos perdido la cuenta?

-Con las noches de hoy cuatro noches son, a cinco camas por noche, veinte camas con sueño, que por veinte pesetas la cama, la noche y el sueño, y unos cuantos almuerzos de tocino como comida única, haga usted misma la cuenta, y le saldrán todos los números, Manolita.

-A ver si esta noche se me da mejor la función, señor fondero, y se me llena el teatrillo y arreglamos las cuentas para que ni pierda usted, señor fondero, ni perdamos nosotros. Y si hay un arreglillo de rebajas tampoco estaría mal hablarlo, que este hogaño se me han quedado muchas sillas vacías, muchos dolores de cabeza y con sólo una comida al día, que ya me dirá usted como podemos tener ganas de subirnos al escenario y hacer reir a las gentes, a no ser que se rían de nuestros huesos y de nuestros ojos llenos de comidas no comidas, y de la música de nuestras tripas como testigos de nuestras penas, nuestros pesares y nuestros involuntarios y voluntariosos ayunos.

La esencia de la fonda del concejal Barrera, el del Primero de Mayo con rosa, con puro y con traje de etiqueta: fonda para los transeúntes pobres o los artistas arruinados. Habitaciones abiertas al buen precio merecido para el descanso y el dormir de los ateridos, sino de fríos, de monederos.

Pero ahora, ya en el ahora del año de 1987, y con la fonda cerrada y descansada de sus ajetreos de ayer, a la puerta de su casa, a sus noventa y dos años cumplidos, Manuel Quero Barrera, el concejal republicano y socialista recuenta la vida y la historia de sus muchos años entre dos siglos, como recuenta las perras gordas ganadas: “total, pa qué, pa morirse uno…”, murmura y dice el concejal Barrera mientras por la tarde de los paseos festivos o domingueros, a la puerta de su fonda, la fonda de Barrera, o la fonda de Ana, que ya era fonda dormida en sus cierres, habitaciones cerradas, olorosas a cosas antiguas y añoranzas sensibles, colgadas del alma de las paredes y del sopor de las tiernas y concurridas filantropías, el concejal Barrera recibe a sus nietos y a sus bisnietos para contarles su vida como dejando un testamento sonoro para ser escrito en papel, a la vez que les entrega las pagas de las visitas, contando duros y repartiendo equitativamente los presentes para los cartuchos de pipas o las cervezas de los bares, mientras pasan por sus ojos las alas maravillosas de los nuevos tiempos democráticos, ajetreados y libres, en que sus años ya, tan cansados y tan de huesos, no le permitieron optar a la nueva alcaldía socialista en que era el número uno de la lista, y cedió su turno y su cetro, de ser veterano absoluto en sus políticas clandestinas, pero que a él ya le habían venido demasiado tarde, pero bienvenidos en sus logros, sintiendo que ya las gentes celebraban todos los Primeros de Mayo, como si aquí no hubiera pasado nada, festeando con nostalgia aquellos sus paseos celebrantes y sus afrentas con traje, con puro y con rosa.

-¿Y, saben ustedes cuáles fueron las últimas palabras del concejal Barrera antes de ser concejal Barrera de ataúd y cementerio?

-Díganoslo usted, que parece saberlo todo.

-“Soy el mayor trabajador. Y a los trabajadores no les puede faltar de nada…”

-¿Y se murió tranquilo el concejal Barrera después de sus últimas palabras?

-Se murió bien muerto; y a sus noventa y dos años, sin tan siquiera un resfriado, un mal de garganta o una herida de navaja, bien se puede decir que se murió de viejo.

-Pues, que descanse en paz el señor concejal Barrera…

Mas, por la puerta de la casa que fuera el hogar y la fonda de Manuel Quero Barrera, aún hoy, se escuchan una especie de lamentos moros granadinos que no son lamentos sino palabras antiguas que nunca se escribieron y esperaban serlo, y hasta suena la campanilla de la entrada anunciando una nueva visita para cama y para mesa, y hasta hay días, que, en algunas noches, en que los fantasmas revuelan por las intimidades de los espacios, de las calles, de las casas y de las gentes, se ve, al lado del número de la puerta de la casa-fonda del concejal Barrera, iluminada como un sueño o una escena de película muda, la bombilla roja de su entrada parpadeando su color como si fuera la pestaña postiza de una madame en su bata de seda dando paso al tío del queso y a los artistas de los teatros, confundidos y charlatanes como pregoneros de feria buscando sobre los lechos de las camas a las imaginarias amadas de las noches con luna.

Por el Primero de Mayo, su puro habano y su rosa, y en el aire de la mariposa, intenso volar muy amplio, irisado y colorista, con la musa del arpista tocando sus sones ciegos, y un algo de pregonero removiendo las conciencias. Concejal abrecreencias para los tiempos marciales, juntando penas y ayes y abriendo cielos y lunas: almas, jazmines, lagunas, oros, inciensos y abejas. Miel de las horas viejas hacia su hoy con tropiezos: la cuna de los aciertos, la voz de los acertijos. Barrera de los sufijos y las íntimas políticas. Grillos para las aristas de los pensares distintos, que donde dicen el digo dicen el Diego, y en el alma del mechero alumbres diferenciados. Barrera, cantor balado y cantor de hospedería, por el Jesús de tus días, tras la guerra de hermandad, una fonda en propiedad y cuatro actores hambrientos, un vendedero de quesos y una maga con trucajes, y en el alto del herraje, caballerías de mulas. Sujeto sin ataduras y predicados con verbo, por el ayer tus aciertos o tus políticas llanas, sin más razón ni proclama que los hechos compañeros, pan para el jornalero y sudores compartidos: los ojos para los libros como segunda comida, y en el final de tus días, la democracia de vuelta. Cantor de las urnas viejas, veor de las urnas nuevas. Barrera de las aceras contando su vida toda, sin más siega ni más poda que el olvido por los años, unos nietos por rebaño y muchas tardes al fresco, comiendo besos y sueños y saludos con las manos, sin más temor ya, que un llano de nichos y de cipreses. Centenario de las mieses por tantos días vividos, don Manuel Quero, en los bríos de su sonrisa sin dientes, desde el hoy de los ausentes tu nombre vistiendo a Estatua, pasa su sombra y su mancha sobre el pueblo de Porcuna, de las prunas, y de las rojas manzanas, abriendo su alma aldeana para vestirnos de fiesta.

ALFREDO GONZÁLEZ CALLADO

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