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Ser decente no mola

Hoy, con tristeza, algo de rabia y cierto descorazonamiento, entro a barajar un trío de ases que despierta rabia, impotencia, pena. Apunto a la codicia, la avaricia y el fraude sistemático y a veces institucionalizado que nos cerca por doquier. Todo ello se reduce a engaño, aglutinado en una palabrota bastante gruesa como es la estafa.

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En pocas semanas, la prensa ha divulgado distintos casos de estafas piramidales, algunos de cuyos titulares reseño para conocimiento y curiosidad de los lectores: “Una pirámide de codicia. 50.000 inversores españoles han perdido sus ahorros con TelexFree”. El cordobés Antonio Rivas admite ser el pionero de TelexFree en España. ¡Viva el humor! [ver noticia]

“Germán Cardona Soler, de vendedor ambulante a estafador multinivel” [ver noticia]. “Desarticulan una red de estafa piramidal que operaba en Valencia, Alicante y Ontinyent” [ver noticia]. Este tipo de sablazos parece que están a la orden del día. El rosario podría continuar hasta aburrir.

¿Gowex? Para hablar del tema habría que conocer el mundo de la Bolsa. Sólo me atrevo a proponer un titular relacionado con este asunto: “La ética y la moral, según Jenaro García”. Y la quincalla más repulsiva para cualquiera que tenga algo de sensibilidad: “¿Un nuevo timo piramidal? Tonto el último” [ver enlace].

Especialmente esta última repugna más por apelar a la generosidad del prójimo desde las llamadas “células solidarias” que se mueven de la mano de centros de “terapia alternativa”, y las presentan como método de “crecimiento personal” hasta el punto que si “no colaboras” hacen que te sientas mal.

Recomiendo que le den un vistacillo al video adjunto, extraído de la película española Los tramposos, que nos presenta magistralmente el timo de “la estampita”. Creo que es francamente didáctico. Tanto el timo de “la estampita” como el del “tocomocho” son timos de ida y vuelta, en la medida en que la codicia del posible engañado ambiciona aprovecharse de la supuesta ignorancia del “tonto” engañador.



Una pregunta puede revolotear en el aire: el personal timado ¿actúa honradamente o el engaño subyace en este tipo de timo? Dicho en términos claros y precisos: el timado ve la posibilidad de sacar un gran beneficio a costa del retraso mental o de la simpleza del cebo y no duda en aprovecharse de la coyuntura que se le presenta. La codicia que se le despierta hace todo lo demás. Hablando en plata, el timado sale trasquilado.

La codicia ciega la mente sobre todo de las personas que están al borde del precipicio y se agarran a un clavo ardiendo para sobrevivir, para sacar el cuello del agua. ¿Son engañados? Sí y no. Sí, dado que quienes les ofrecen ganancias rápidas por casi nada conocen el trasfondo del tema. No, porque nadie les pone un puñal en el pecho para que participen.

Ignorancia y codicia se dan la mano en este tipo de trapicheos. Dejarse arrastrar a un negocio redondo que nos propone un familiar, un amigo, un conocido exige tener la cabeza muy fría para no ser tragado por el remolino de la avaricia.

La codicia y la avaricia vienen a compartir significado entendidas ambas como “afán desordenado y excesivo de riquezas” y paralelo a ellas va el engaño, la mentira, el abusar de la credulidad del otro, la estafa. Tómenlo por donde quieran. En el aire de este ruedo ibérico resuenan los gritos o los murmullos de chanchullos mil. Por supuesto no somos el único país en el que se dan este tipo de conductas.

Si recurrimos al Diccionario de la Real Academia puede que queden claros conceptos como "estafar", "estafa" o "dolo", que nos están envolviendo cada vez más, máxime cuando ya entran directamente en casa con sus cantos de riqueza fácil. Internet es un magnífico coso para sablear al prójimo. Literalmente define estafar como: “pedir o sacar dinero o cosas de valor con artificios y engaños, y con ánimo de no pagar”; y a renglón seguido dice que la estafa como delito “consiste en provocar un perjuicio patrimonial a alguien mediante engaño y con ánimo de lucro”.

En poco tiempo han salido a la superficie del dolo “voluntad deliberada de cometer un delito a sabiendas de su ilicitud” un amplio abanico de estafas. Una definición menos contundente dice del llamado dolo eventual: “que concurre en el autor de un delito que no pretende cometerlo directamente, aunque ha considerado su posibilidad como resultado de su acción”. En esta segunda definición podían entrar de lleno las llamadas estafas piramidales.

Personalmente me repugnan las estafas llevadas a término con personas ahogadas por la necesidad: parados, faltos de ingresos fijos, gentes deseosas de sacar la cabeza del hoyo de la miseria, y a las que un mesías codicioso les promete riquezas fáciles, bienestar, seguridad y por tanto felicidad, -si ésta la centramos en el dinero-, a cambio de un pequeño óbolo (desembolso) por su parte. ¡Quien algo quiere, algo le cuesta! deben pensar embaucador y embaucado.

En tiempo de vacas flacas pululan por todas partes listillos prestos a timar, a engañar, a robar a cualquiera que se le presente. Lo grave es que siempre pierden los pobres por aquello de ser los que más necesidad tienen de salir del hoyo. Alguien anuncia pingües ganancias y el personal se entrampa con la esperanza de conseguir unos euros que permitan tapar algunos agujeros. La necesidad crea pillos y pillados.

La Guardia Civil, en su página web, ofrece una somera explicación de timos varios que circulan por nuestro país. Es interesante darle un vistazo a la lista para estar informados de los procedimientos empleados por los delincuentes para realizar estafas frecuentes como: timos en pirámide y esquemas de Ponzi, timo de lotería premiada que no puedo cobrar, trileros, el tocomocho, la estampita, el nazareno, el instalador, el desahuciado y finalmente las estafas que circulan por Internet.

Lo anteriormente dicho puede abocarnos a las siguientes reflexiones. Desde el punto de vista de la Ética y según cómo asumamos la posibilidad de escoger y justificar nuestras acciones, las personas podemos aparecer como honestas o mentirosas, bondadosas o malévolas, etc. ¿Por qué? Cada uno de nosotros tenemos la libertad de elegir y defender esas acciones que realizamos.

Desde el momento que asumimos las consecuencias de nuestra conducta pasamos a ser calificados como personas morales; o inmorales si conociendo las normas las infringimos de forma sistemática; o amorales si optamos por el todo vale, mientras obtenga resultados beneficiosos, sin importar el daño que pueda causar. En la otra esquina de este cuadrilátero se acomodan las personas desmoralizadas que terminan por tirar la toalla arrastrados por el dejarse llevar por lo que hacen o dicen los demás.

Las preguntas afloran precipitadas ¿Con cuál de estos tipos de persona querríamos ser identificados? Quizás sea el momento de hacernos otras preguntas: ¿Por qué ser moral si saltándose las normas o viviendo al margen de ellas se obtienen mejores beneficios? ¿Merece la pena ser honrado, responsable, decir la verdad aunque haga daño, respetar al otro, etc.?

La respuestas son muy personales y están íntimamente ligadas al valor que nos concedamos a nosotros mismos como individuos. Es decir, están incrustadas en la valentía que poseamos para poder mirar de frente y a la cara a los demás.

PEPE CANTILLO