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Esperanza va a la peluquería

Aquella mañana, Esperanza se había despertado bastante alterada. Todavía se encontraba algo aturdida, cuando se puso el salto de cama de seda color amarillo foncé que tan bien se avenía con su rubia, aristocrática y teñida cabellera. Diligentemente se dirigió al tocador, se sentó en una silla de estilo chippendale que había adquirido en una exclusiva subasta cuyos beneficios irían destinados a los niños huérfanos de los caídos en la toma de Perejil, y se miró al espejo contemplando su alicaído rostro.

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“Esto no puede ser”, pensaba para sí misma mientras se pasaba el dedo índice por la mejilla izquierda. “No es posible que noche tras noche se me aparezca en medio del sueño semejante mamarracho. Esto tiene que finalizar de algún modo, o si no acabará con mis nervios, que a decir verdad los tengo de acero, pero que empiezan a fallarles algunas soldaduras”.

Lo cierto es que a Esperanza, y sin que ella diera permiso, le asomaba en sus sueños y en cualquier escenario ‘el Coleta’, uno de esos perroflautas reciclados que querían subvertir el orden y la buena marcha, ahora que los datos macroeconómicos apuntaban a que estábamos siendo el país admirado por todo el mundo, tal como decía sin pestañear y sin reírse, que ya es decir, su amigo Cristóbal.

El tema no era para tomárselo en broma, puesto que el susodicho personaje no se le iba de la cabeza, y mira que había utilizado toda su artillería pesada en forma de invectivas para doblegarle. Además, el repertorio empezaba a agotársele, lo que era un gran problema para ella tan acostumbrada como estaba en dar titulares cada dos por tres.

En sus filas la habían copiado y se reiteraba mucho eso de populista, comunista, antisistema, bolivariano, filoetarra… pero, claro, las palabras se desgastan con el uso. Era necesario buscar nuevos términos que impactaran y metieran miedo a esa gente que, sin estar tan cultivada como ella, acaba dando los votos a cualquier nuevo telepredicador que asoma por la pantalla.

“En fin, aunque hoy no lo tenía previsto, iré a la peluquería, así me distraigo y es posible que se me alumbre el piloto. La charlas me relajan y hasta me puede salir un titular que salga en toda la prensa”.

“Además”, continuó pensando, “yo lo que verdaderamente necesito es que me den espacios en esas tertulias que creo que me tienen vetadas. Necesito tiempo para dar rienda suelta a mis ideas. Pero, claro, saben que a mí nadie me para y menos ‘el Coleta’, a pesar de la labia que se gasta”.

Ni corta ni perezosa llama a un taxi que pasaba por la puerta de su casa para que la acerque a su peluquería de siempre. Como era un tanto temprano y comienzos de semana, todavía se encontraba algo vacía.

“Buenos días, doña Esperanza, ¡qué alegría verla por aquí tan pronto!”. “Hola, Melanie, buenos días”, respondió presta, dejando sobre una silla su bolso de piel auténtica de cocodrilo del Amazonas.

“Hoy vengo a relajarme un poco, mientras me repasas esas mechas que se me han aclarado y me das un poco de maquillaje pues esta mañana no me ha dado tiempo…. La verdad es que contigo puedo hablar de mis obsesiones y manías. Así, te digo en confianza, porque tú ya me conoces, que al despertarme me he visto un tanto alterada. Pero es que el filoetarra ese me pone de los nervios y necesito pensar con un poco de calma”.

“¿Y eso de filoetarra qué es?”. “Pues que ‘el Coleta’ es amigo de los de la ETA. ¡Ja, ja, ja, ja…! ¡Vaya pareado tan bueno me ha salido! Bueno, en serio, que lo que dice, lo que piensa o lo que escribe es lo mismo que lo de esa gentuza. Más o menos. ¿Me comprendes?”, le explica sin dejar caer la sonrisa que de pronto se le ha colgado en su rostro todavía sin maquillar.

“Claro, doña Esperanza, yo lo he visto por la tele y vaya de tonterías que suelta, como eso de que debe haber una renta básica para todo el mundo. ¡Con perdón, menuda chorrada! Eso es puro comunismo, o bolivarismo, como ahora se dice, ¿verdad?”.

Con un hondo suspiro, Esperanza escucha al tiempo que cierra los ojos y se deja mecer su rubia cabellera por parte de la solícita peluquera que siempre le atiende.

Tras un breve rato en silencio, se dirige de nuevo a Melanie: “¿Oye, tu marido no tenía una agencia publicitaria? Te lo pregunto porque le daba vueltas a la cabeza, ya que necesito un titular novedoso que impacte, que me ponga otra vez en primera plana. Aunque la verdad, los periodistas siempre están detrás de mí como moscardones con sus micros para que les diga las verdades del barquero”.

“Si me lo permite, ahora mismo lo llamo”. Coge el móvil y teclea: “Oye, Jorge Luis, tengo conmigo a doña Esperanza que me dice que le da vueltas a la cabeza ya que necesita una nueva idea”. “Sí, sí, un titular de esos que impactan a la gente”. “Bien, bien, apago y espero que dentro de un rato me llames”.

Al cabo de media hora suena el móvil. Atiende Melanie: “Dime, ¿se te ha ocurrido algo genial? ¿Los nazis…? ¿Quién…? ¿Deletréame ese nombre tan raro…?”. “Sí, sí, apunto: jota, o, ese, e, pe, hache… Veamos, me sale Joseph Goebbels, ¿es correcto?”. “De acuerdo. Este mediodía nos vemos. Chao”.

Contenta como unas pascuas, Melanie se aproxima a su clienta que parece despertar del breve letargo en el que se ha sumido.

“¿Los nazis? ¿Goebbels? ¿El ministro de propaganda de Hitler…?”. “¡Santo cielo! ¡Cómo no se me había ocurrido antes!”, exclama Esperanza toda alborozada. “Melanie, querida, tu marido ha dado en la diana. Pero, porfa, que no se lo diga a nadie. Es una auténtica primicia…”. “¡Ahora se va a enterar ‘el Coleta’ quién soy yo! A mí no me tose un donnadie. Va a saber cómo nos las gastamos los auténticos políticos de casta”.

Un par de horas más tarde, se abre la puerta acristalada de la selecta peluquería. Esperanza sale con paso firme y decidido. Mira hacia el cielo. El sol de la mañana acompaña a su rubia, aristocrática y recién teñida cabellera.

Su corazón se llena de alegría. Por fin tiene el dardo que dará justo en la diana. De nuevo vuelve a verse como la lideresa, y sonríe abiertamente porque siente que las futuras generaciones la reconocerán como la heroína que salvó al país de la hecatombe al librarlo de ‘el Coleta’ y sus secuaces.

AURELIANO SÁINZ